martes, 29 de junio de 2010

Triquiñuelandeses


Triquiñuela de Estado
Luis Barragán


Además de la exacta y gigantesca triquiñuela que representa, quizá inédita en los anales del rentismo venezolano, el caso de la masiva importación y putrefacción de los alimentos evidencia de nuevo la profunda lesión que sufre el Estado. Jamás había sufrido el daño ocasionado en diez años de irónico estatismo, quedando prácticamente como una instancia que monopoliza la pólvora de guerra, mantiene a innumerables funcionarios y contratistas públicos, marca la pauta e inversión propagandística y publicitaria del país, política y judicialmente irresponsabilizados sus conductores. Dicen que la oportunidad la pintan calva y ascendió a 900 mil toneladas el rubro de los alimentos importados en nombre de nuestra soberanísima e independentísima soberanía e independencia alimentaria. Tal redundancia es necesaria de resaltare, porque también se dice que de la citada cifra, apenas 300 mil toneladas estuvieron disponibles esperando el despeje de las otras 600 mil toneladas, incógnita de un modelo de subdesarrollo al que no le tiembla el pulso a la hora de “auto-suicidar” al país.

El Estado que no está en capacidad de garantizar la vida de los venezolanos, caídos por herida y muerte diariamente a manos del hampa, ni la de administrar justicia o la independencia misma respecto a toda potencia extranjera, como deberes universales que lo hacen precisamente Estado, tampoco lo está para acopiar y distribuir tal volumen de importación. Y cuando lo hace, a pesar de las evidencias, tan importador neto como cualquier experiencia neoliberal extrema del mundo, es demasiado elocuente que el socialismo se erige como un negoción que nunca dibujó el 4 de agosto de 2009, ni dibujará, un contralor general que solamente es un soldado inhabilitador de adversarios, disidentes u opositores, según el discurso del que aún no tiene noticia el ministerio público.

Socialismo de puerto (y de puerto escondido), envidia del más acérrimo neoliberalismo, encaramado sobre el simulacro de un Estado que ha devastado. Triquiñuela del Estado que habrá que reconstruir algún día para actualizarlo, mientras sus triquiñueladores y destructores emprendan la huída.

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