miércoles, 16 de junio de 2010

Del joven tipógrafo


EL NACIONAL - Martes 15 de Junio de 2010 Escenas/1
José Ramón Medina, adiós al joven tipógrafo
El ex director de El Nacional, ex fiscal general de la República y escritor falleció ayer en la madrugada, a los 88 años de edad
DIEGO ARROYO GIL

El 20 de julio habría cumplido 89 años de edad, y los habría celebrado ­si hemos de creer que durante los últimos meses de su vida mantuvo la misma tenacidad y el mismo entusiasmo de siempre­ con júbilo. Pero ha muerto. Ha muerto José Ramón Medina. Ayer. En la mañana. Temprano. Falleció en su momento predilecto, la madrugada, la que solía dedicar al trabajo poético. "Me ayuda la vieja costumbre de mañanear antes de clarear el alba", escribió en un relato autobiográfico que se encuentra en el archivo de El Nacional.

Y en efecto, había algo en Medina que daba la impresión de haberse despertado antes del tiempo habitual. No hay duda: era su inteligencia, distanciada lo necesario de la realidad por unos espesos anteojos de pasta negra que se convirtieron en un signo propio, característico suyo como el buen humor, lo mismo que la rectitud.

Nació en San Francisco de Macaira, un pueblecito de clima fresco a pesar de ser parte del estado Guárico, situado muy cerca de Altagracia de Orituco. Era 1921. Lo bautizaron con el nombre de su padre, José Ramón, muerto meses antes del alumbramiento de Myriam Elorga, quien dejó al niño huérfano con apenas 8 años de edad.

"Mi infancia puede considerarse como campesina ­escribiría Medina­, con un río manso a las puertas de la casa y una montaña ahí mismo, a la vuelta del camino. La dulce niebla de las tardes y el gozo íntimo de la lluvia algunas veces fueron haciendo las memorias fluviales que cruzan por mis versos".

La lluvia. ¿Qué otra cosa fue la madrugada de ayer en Caracas sino lluvia? Entonces ya se sabe por qué llovía. Feliz despedida para quien dedicó su vida a lo que hace todo el resto más vivo: la cultura, su gran pasión, su pasión desde que, siendo adolescente, ejerció uno de los oficios más hermosos ­y exigentes­ que pueden ejercerse en este campo, el de tipógrafo.

Y hay que ver hasta dónde elevó esa primerísima tarea.

Podría decirse que ésta fue sinónimo de las otras con las que ocupó su tiempo: Medina fue poeta, ensayista, periodista, jurista, docente y hombre de Estado. No se puede cumplir dignamente con ninguno de esos trabajos ­tampoco con el último, aunque ahora algunos lo intenten­ si no se sabe dónde colocar las comas ni los acentos. Si el tipógrafo tiene una obligación, esa es tener respeto por la palabra.

Por lo demás, tanto al escritor como aquel a quien se le encargan y asume funciones públicas, más que hablar mucho y floreado se le pide que hable con verdad y justeza. En ese sentido, contar con José Ramón Medina en cargos de tanta importancia como la titularidad de la Fiscalía General de la República (1974-1979) fijó la altura del ejemplo que los venezolanos deben saber medir.

Quien llegara a ser magistrado de justicia y senador de la República fue también secretario y profesor titular de la Universidad Central de Venezuela, individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua, fundador de la Biblioteca Ayacucho y del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos y director del El Nacional en la década de los años ochenta, compromiso que asumió como "una oportunidad para servir a una Venezuela enrumbada democráticamente". La experiencia sirvió para reafirmar la vieja amistad de este diario con el escritor, quien había desempeñado la jefatura del Papel Literario por 10 años.

En cuanto a los libros de Medina, son tantos que es imposible mencionarlos aquí. La aparición de su primer poemario, Edad de la esperanza, en 1947 en Bogotá, no fue sino la inauguración de una escritura sin tregua que arrojó ingentes resultados.

"Muchos amigos se sorprenden de la regularidad de mi producción, de la constancia de mi labor literaria ­escribió­.

Pero el hecho no tiene nada de extraordinario. Obedece solamente a una disciplina intelectual y nada más. Es un poco el fruto de un deber libremente impuesto y gozosamente cumplido cotidianamente".

Es amplio el legado del joven tipógrafo. Con su muerte, con otras que han ocurrido y con otras más que inevitablemente ocurrirán, se ha estado yendo la gente que hizo este país.

Los que quedan deben mantener y hacer más sólida esa empresa. No es el único camino, pero es el más honrado.

Fotografía: Sandra Bracho

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