EL UNIVERSAL, Caracas, lunes 26 de enero, 1998
Debate en tiempo igual: El equilibrio dólar-bolívar
Tasa de cambio y enfermedad holandesa
Emeterio Gómez
En lugar de analizar conceptos, estamos acostumbrados a repetir palabras. Nada más frecuente entre nosotros -en esto de la cuestión cambiaria, digo- que atribuirle a Venezuela la llamada enfermedad holandesa. Padecemos de este mal, dijo alguien muy respetable en 1936 (con otras palabras, por supuesto) y en consecuencia es necesario "sembrar el petróleo". A partir de allí todos repetimos esta consigna, sin que nos pase por la cabeza que ella podría resultar absurda. Por los complejos problemas que para el tipo de cambio plantea, digo. Hoy todos repetimos, también, sin detenernos un segundo a pensar en lo que decimos, que Venezuela padece la dutch desease.
Tal vez si reflexionamos un poco acerca del "cuadro clínico" que define a dicha enfermedad, pudiéramos llegar a la conclusión de que Venezuela no encaja exactamente en el "síndrome neerlandés". Porque cualquier definición de esta enfermedad debe ser algo más o menos como esto: "ingreso inesperado o espasmódico de dólares que, al revaluar la moneda, resta competitividad a un conjunto de sectores que antes eran competitivos".
Si revisamos los dos componentes básicos de esta definición, nos daremos cuenta rápidamente de que Venezuela puede padecer de muchos otros males, pero muy poco tiene que ver con la dutch desease. Primero, porque el petróleo no nos proporciona -sólo- ingresos espasmódicos de dólares. Desde hace 70 años, el oro negro aporta a Venezuela el grueso de los dólares que recibe. Que ese ingreso básico tenga altibajos, que dentro de su gran tamaño tenga una alta variabilidad y que estemos expuestos a los famosos shocks petroleros, es claramente otra cosa. "No puede ser" que nos fijemos más en los altibajos -para poner allí lo fundamental del problema- que en el ingreso permanente o promedio que el petróleo nos genera. Que es evidentemente -aquel- el aspecto en el cual fijan su atención los que creen que Venezuela padece la famosa enfermedad.
"No puede ser" que lo secundario nos oculte lo esencial. Ciertamente padecemos de ingreso espasmódico de dólares. Pero "padecemos" también de un mal más profundo: el grueso de esos dólares, una masa desproporcionada para el tamaño del país, que podría darnos un nivel de vida elevado si supiéramos aprovecharla -y no precisamente sembrándola- esa masa de dólares proviene desde hace 70 años del petróleo. Una riqueza inmensa (que no es renta sino ingreso generado por una actividad perfectamente productiva) no puede ser tachada de "enfermedad". Por mucho que nuestras élites se hayan pasado 70 años creyendo que la solución era sembrarla, es decir, utilizar aquella riqueza para subsidiar a la agricultura y a la industria.
Pero eso no es nuestro principal argumento. El plato fuerte es la segunda parte de la definición del mal holandés que dimos al principio: "ingreso de dólares que al apreciar la moneda resta competitividad a un conjunto de actividades que antes eran competitivas". En la década de los 30, algo o bastante de esto ocurrió. Teníamos una producción cafetalera y sobre todo, cacaotera, altamente competitiva en los mercados internacionales, que fue virtualmente barrida por la onda expansiva del petróleo.
Pero ni aún en ese caso puede hablarse de dutch desease, puesto que NO se trató de un ingreso espasmódico o momentáneo, que liquidó a una actividad competitiva, que luego no hubiese podido recuperarse al pasar la virosis. íAquella estaba allí para quedarse por unos 100 años! Que dicho sea de paso, los creyentes en la enfermedad holandesa deberían recordar que "no hay mal que dure 100 años ni cuerpo que lo resista".
Pero sigue sin aparecer nuestro argumento principal. En la década de los 30, al menos un componente del "mal" estuvo presente. Era sólo un aspecto, pero acabó con actividades que -sin subsidios- eran competitivas en los mercados internacionales. Si nos trasladamos ahora a la década de los 60 -con la OPEP- o a la de los 90, con la apertura petrolera, comprenderemos fácilmente que hablar de enfermedad holandesa en Venezuela es un sinsentido, es aferrarse a las palabras en lugar de hacer un esfuercito adicional para ir hasta los conceptos. íPorque nunca ha habido, en estos 40 años, actividades económicas que fuesen competitivas en los mercados internacionales y que pudiesen haber sido perjudicadas por la apreciación que los hidrocarburos le imponen al tipo de cambio! Aun si no tuviésemos petróleo y a menos que aplicásemos una tasa de cambio muy alta -tal como algunos desean- buena parte de la industria y de la agricultura que ahora tenemos no sería competitiva en los mercados internacionales.
No es que poseíamos un aparato productivo no petrolero altamente competitivo y vino el petróleo a perjudicarlo, apreciando el tipo de cambio. Es al revés, éste tenía ya 30 años apreciado, cuando la "sustitución de importaciones" comenzó y entonces, para poder "desarrollar" la industria y la agricultura, para poder sembrar el petróleo, creamos una maraña proteccionista que le permitió a nuestros productores obtener desproporcionadas tasas de ganancia, sin preocuparse en lo más mínimo por la competitividad, la productividad o los costos. Llamar a todo esto "enfermedad holandesa" es -para decir lo menos- un pelo forzado. Ojalá pudiésemos los economistas venezolanos dejar de pensar por un momento en los shocks petroleros, para pensar en los problemas estructurales que confrontamos. Que son indudablemente enfermedades, pero no de esas que duran cinco o diez años.
EL UNIVERSAL, Caracas, miércoles 11 de febrero, 1998
La inflación y el mercado Chávez
Emeterio Gómez
¡La inflación y el mercado!
Forzosamente tendrás que cambiar tus ideas Hugo... si de verdad quieres abrir tu candidatura al debate nacional y a la clase media, como al parecer decidió tu partido en Tinaquillo. Nadie puede reconstruir Venezuela si no hace del control de la inflación su objetivo fundamental, obsesivo más bien; pero con esa ideas que tienes acerca de ella, tal como te dije en el programa de Napoleón, no irás muy lejos. Eso de creer que se trata de un 'fenómeno estructural' que se puede corregir estimulando la productividad y la pequeña y mediana industria, era la idea dominante en América Latina, por supuesto en la década de los 70. No lo dije, ni lo digo, con el menor ánimo de ofenderte, sino porque es así.
1. La inflación es un fenómeno monetario
Me alegró mucho enterarme ese día que hay un grupo de valiosos economistas jóvenes asesorándote; consúltales y verás que tengo razón: por increíble que parezca, aun en América Latina a partir de los 80 empezó a entenderse que la inflación es un fenómeno estrictamente monetario. Puedes estimular a las pequeñas industrias cuanto quieras, puedes incrementar la producción y la productividad cuanto puedas, pero de nada servirá; si no frenas la Oferta Monetaria (OM) la inflación seguirá su curso.
Si logras incrementar el PIB anual en un 10% sería excesivo; pero supongamos que lo logras, ¿cuánto crees que puede crecer la OM en un año? Caldera es partidario del 50%. ¿Y qué crees que pasará si la OM es decir, la cantidad de dinero en manos del público crece al 50% y la oferta real de bienes y servicios lo hace tan sólo al 10 ? ¿Crees que la pequeña y mediana industria podrían parar esa inflación? 'Dinero inorgánico' es la palabra clave, Hugo, y tienes que familiarizarte con ella. Tienes que garantizarle a los pobres que vas a controlar la inflación. Después te dedicas a subsidiar empresas ineficientes.
Pero corres un inmenso riesgo, como también te dije ese día, ante la cara asustada de Napoleón: contener drásticamente la OM es neoliberalismo. Grábate esto, que puede parecerte 'fundamentalista y fanático', pero que es una verdad muy simple: todo esfuerzo serio por contener la inflación es neoliberal, porque no hay forma de lograrlo que no pase por contener la OM y este es el rasgo básico del neoliberalismo. Por eso es que Milton Friedman, uno de los padres de esta doctrina, es también el fundador del monetarismo; pregúntale a los chamos que te asesoran. Teodoro en cambio es la refutación de mi hipótesis: ¡se metió a neoliberal y no pudo controlar la inflación!
Puedes contener la OM con programas sociales o sin ellos, con ética o sin ella, pagando la deuda o no, con subsidios a las empresas ineficientes o sin ellos, devaluando o revaluando, puedes hacer lo que te dé la gana, pero si no contienes la OM la inflación seguirá su curso. El doctor Caldera está allí para ratificártelo.
2. El mercado como única alternativa
Por piedad, comandante, por su bien, créame, no lo hago por usted sino porque quiero ayudar a mi país y usted va a tener poder en él; por piedad no siga hablando de 'economía mixta'. En el artículo anterior se lo dije con alguna delicadeza, se lo digo ahora con rudeza. No siga hablando de ella, es anacrónico. ¡No usted, ella! Nadie en el mundo piensa ya en la economía mixta. Esté bien, rechace mi idea de que no hay alternativas al capitalismo ni al mercado, pero no diga que la economía mixta es la alternativa, da dolor oírlo decir esas cosas. Los que quieren seguir apegados a ese bodrio hablan ahora de 'capitalismo con rostro humano', 'mercado solidario', 'socialismo liberal', etcétera.
Puedo mostrarte, sin embargo, que de verdad no hay alternativas al capitalismo. La 'economía mixta' es tan sólo una economía capitalista o mercantilista y semifeudal, como en nuestro caso con subsidios estatales para todo el mundo, mucho paternalismo y proteccionismo, etcétera. Y, así, volviendo al punto anterior, es bien difícil contener la OM.
Alternativas al capitalismo, Chávez, eran el socialismo y el comunismo, desplomados lastimosamente: eliminación de la propiedad privada, de los empresarios y del Estado, Sociedad sin clases, dictadura del proletariado, etcétera. ¡Aquello sí era una alternativa! Tú sabes, alter=otro, otra cosa realmente distinta. ¿Es la eliminación de la propiedad privada y la sociedad sin clases lo que tienes en mente para sustituir al capitalismo? Yo sé que no, pero no hables entonces de alternativas ante él. Porque lo que todo el mundo se plantea hoy incluido alguien a quien citas con frecuencia, Juan Pablo II es cómo, asumiendo el capitalismo, se puede construir una sociedad mejor.
En la década de los 60, Hugo, se hablaba todavía de las 'terceras vías'. ¡Con cuánto cariño recuerdo las terceras vías! Pero como se cayó el socialismo, que era la segunda vía, ahora ya no hay tampoco terceras. Créemelo. Tienes que afrontar el problema, hermano; si llegas a triunfar, amén de la Constituyente, tendrás que tomar una decisión crucial: mantener o no la propiedad privada y la clase empresarial. Si decides no mantenerlas...que Dios te acompañe. Pero si decides mantenerlas, ya no habrá una alternativa a la economía de mercado, te repito, sino ¡una economía de mercado con populismo! Que, en cierta forma es una 'economía mixta', te lo acepto. A lo mejor es a eso a lo que te refieres.
3. Las escasas alternativas al pensamiento único
Pero el problema es bastante más grave, comandante. Consúltele ahora a un inteligentísimo asesor de imagen suyo, que me encontré ese día en Venevisión. Es un chamo con una magnífica formación intelectual, así que pregúntele acerca de la tendencia aplastante hacia el pensamiento único, que pugna por imponerse en el mundo.
El verdadero problema no es que haya o no alternativas al mercado, el problema es que con el avance de la globalización, las telecomunicaciones y la tecnología, tiende a imponerse a escala mundial una manera única de razonar. Una manera obtusa de pensar que liquida a la ética, aquella de la que tanto hablas. Son esas masas de jóvenes profesionales nuestros, brillantes, pero imbuidos de los enfoques tecnocráticos; chamos inteligentes, pero que sesgados por ciertos pensadores creen que puede haber una teoría económica del altruismo, una matematización de la ética y una teoría de la decisión racional. Es a esto a lo que de verdad hay que buscarle alternativas, señor, pero con esa estructura suya de pensamiento sigo hablando con profundo respeto no creo que pueda asomarse siquiera a estos problemas.
Posdata: Qué tal si hacemos una apuesta, Hugo: te aseguro que durante la campaña electoral dejarás de hablar de economía mixta y de 'las causas estructurales de la inflación' y empezarás a referirte a la economía de mercado, la competitividad, la productividad, etcétera. Y tarde o temprano dirás que eres partidario de contener la OM. Si pierdo la apuesta y tú ganas (la Presidencia), te apuesto que harás como Fujimori, Menem o CAP: cambiarás imediatamente hacia los enfoques neoliberales. Si no es así, te apuesto entonces que en un año harás como Mitterrand: te volverás auténticamente neoliberal. Si no es así, te aseguro que a los dos años después de haber impuesto un control de cambios y una 'economía solidaria' aceptarás un programa del FMI, olvidarás tu 'carta de intención' y te volverás liberal, pero vergonzante. Como verás, en el mundo ya se han recorrido todos los caminos, se han explorado todas las posibilidades y no hay muchas alternativas.
EL UNIVERSAL, Caracas, martes 17 de marzo, 1998
La inflación y la política
Domingo Fontiveros
El Estado venezolano no se sostiene económicamente. Esta es la
dura verdad que está en el fondo de la crisis larga que arrastra
el país desde hace 15 años y que se manifiesta resumidamente en
dos planos: en el político, con la pérdida de eficacia de las
instituciones, que no es otra cosa que el fenómeno de la
ingobernabilidad; en el económico, con la pérdida de eficacia de
la moneda, que no es otra cosa que la inflación. Ambos se
refuerzan y confunden la percepción de las cosas: la inflación
erosiona a las instituciones y la pérdida de gobernabilidad
dificulta la lucha contra la inflación. La trampa en que hemos
caído es pensar que estos problemas tienen soluciones separadas.
La tarea de reconstrucción del Estado demanda una inmensa cantidad
de recursos políticos y económicos. Un mandato electoral sería
necesario para cubrir lo primero; algo así como una victoria
sobrada en los comicios que vienen. Este tipo de recursos incluye
el liderazgo, la mística, la persuasión popular, el entusiasmo, la
emoción, la credibilidad y el seguimiento. Ojalá se reúna lo
suficiente para la opción ganadora.
Los recursos económicos son tan complicados, o más, de obtener.
Maquiavelo decía que era más fácil pedir la vida que el bolsillo
de los súbditos, en el apoyo de una causa justa para el Príncipe.
Ello sigue siendo cierto.
Amasar voluntades de la nada, crea poder político. Arbitrar dinero
de la nada crea inflación. Quizá por eso el liderazgo populista
que incursiona sin cambios en los asuntos económicos termina
hundiendo a todos en un mar inflacionario.
Y si el Estado no cubre sus costos, tal como lo revela una
historia de presupuestos deficitarios en los últimos 12 años, al
menos es porque este requisito no ha estado en la cima de las
prioridades. El resultado ha sido la inflación, y ésta ha servido
para trasladar recursos de la sociedad civil al Estado.
Para acabar con la inflación, el objetivo más importante es frenar
el crecimiento del gasto público. Gobierno y Congreso en esto han
actuado en sentido contrario. Han típicamente subido el gasto de
acuerdo a sus 'expectativas' de inflación, como si ellos fuesen
una empresa cualquiera del sistema para quien la inflación es un
dato. La inflación es un dato en la planificación financiera de
todos los actores, menos del Estado. Porque lo que crea inflación
es precisamente la acción del soberano.
Lo que cuesta a veces entender es por qué acabar con la inflación
tiene menos fuerza como meta para el Estado que, por ejemplo,
complacer ambiciones presupuestarias de un determinado sector o
partido. El quid del asunto es simple: la inflación perjudica a
todos, pero nadie es individualmente responsable.
Esta regla simple ha ganado vigencia también en otro sentido, no
obstante. Como la inflación es responsabilidad de todos los que
dirigen el Estado, todos los partidos dirigentes y casi todo el
sistema están pagando un precio colectivo, que se refleja hoy en
las encuestas de opinión, por la alta inflación de estos 10 años.
Si la incercia inflacionaria debe ser detenida, ello exige
objetivos fiscales políticamente costosos para algunos, pero
provechosos en general para todos. Pero, por su naturaleza, la
lucha contra la inflación no es una bandera real de partidos, sino
más bien de algún dirigente que por su independencia se atreva a
desatender intereses privados en función de un superior interés
general. Es decir, para acabar con la inflación quizás haga falta
dejar de lado al político veterano y darle paso a quien se atreva
a cometer algunos 'errores'. De no ser así, Caldera habría
liquidado al flagelo inflacionario, en lugar de haber producido la
mayor inflación de nuestra historia. Falta saber si la población
verdaderamente desea una inflación en 3% al año, en lugar de una
de 3% al mes, como es.
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