lunes, 21 de junio de 2010

Jazz de carburación


El Nacional Todo en Domingo - Domingo 20 de Junio de 2010 TODO EN DOMINGO/21
Reportaje Especial: El sistema tiene swing
Con el sonido impactante de más de 40 músicos, la Simón Bolívar Big Band Jazz es el primer proyecto de música popular dentro del sistema de orquestas juveniles e infantiles de Venezuela. A dos años y medio de su fundación, su enérgica ejecución de baterías, trombones y piano ya empezó a multiplicarse
­Magaly Rodríguez mrodriguez@el-nacional.com ­Fotografías Efrén Hernández cien100@gmail.com ­Agradecimientos Sergio Domínguez

Es un relajo con disciplina.
Una especie de caos organizado, una explosión metódica.

Los integrantes de la Simón Bolívar Big Band Jazz se vacilan el ensayo de los acordes de "High and lifted up", una pegajosa melodía que hace que los curiosos muevan las cabezas como un perrito de juguete sobre el tablero de un taxi. Mientras alguien improvisa un trompetazo juguetón, el baterista se desmelena con un solo que despierta las chiflas animadoras de sus compañeros. Aplausos. Al final Andrés Briceño, el director, le sonríe al baterista con cómplice picardía. "Muy, muy bien. Chévere. Vamos con la siguiente".

En el inicio del segundo tema, el vibrafonista de turno acaba de pasar de largo su compás de entrada y luego intenta apresurarlo. Briceño para el toque y se ríe a carcajadas. "¿Y entonces? ¡Alguien que me consiga el celular de Alfredo Naranjo, por favor!" Han pasado dos años y medio desde que Briceño, conocido baterista venezolano de jazz, reuniera a los muchachos que hoy dirige en un salón del Conservatorio de Música Simón Bolívar. A la salida de sus clases de la cátedra de batería, se los topaba en los pasillos. "En sus ratos libres algunos no estaban haciendo mucho más que practicar, así que empecé a preguntarles si querían hacer conmigo una big band de jazz". La idea de una orquesta con este formato le hacía ojitos desde hacía rato, pues acababa de intentarlo con músicos profesionales en un proyecto que no se consolidó por las apretadas agendas de cada uno. El músico estadounidense Edward Wolf acababa de dejarle también una pila de arreglos de jazz para big bands.

Briceño le propuso al director del conservatorio su proyecto y comenzó a trabajar con 10 estudiantes, muchos de ellos miembros de la Banda Sinfónica Simón Bolívar.

"En una semana de trabajo preparamos una exhibición y fue un éxito. Valdemar Rodríguez, el director del conservatorio, me dio el visto bueno para seguir". El vibrante experimento de Briceño dentro de las formales paredes de la academia se propagó rápidamente. "Empecé con 10 jóvenes nada más y luego fueron 15, después 20". La eterna tensión entre la música clásica académica y la popular no se hizo esperar. "Como tocaban en dos proyectos a la vez, a algunos los pusieron a escoger entre la banda sinfónica o la big band. Todos prefirieron dejar aquello y quedarse aquí".

Los infiltrados.
Al cabo de unos meses, el maestro José Antonio Abreu ya estaba enterado de lo que ocurría en uno de los conservatorios de su sistema. "La primera vez que tocamos para él fue unos seis meses después de que se fundó la orquesta. Este inicialmente era un proyecto mío y a sus oídos llegaron las noticias de que aquí había una big band, que tenía que escucharla.

Él llamó al director del conservatorio y organizamos un concierto solamente para él y Dudamel", recuerda. "Fue glorioso ver al maestro Abreu aplaudir de una manera tan emocionante cuando terminamos. Yo me asusté cuando se paró, gritó `¡bravo!’ y me abrazó. Se me pararon los pelos. Para mí, ese día la música popular y la académica se integraron de una forma muy importante". Luego de un par de toques más para constatar el progreso, Abreu adoptó el proyecto como parte del sistema de orquestas juveniles e infantiles de Venezuela y dispuso que a largo plazo se crearan big bands en otros núcleos. Era el primer proyecto no-clásico que pasaba a integrar las filas del sistema.

Luego irían incorporándose más jóvenes al proyecto y se consiguieron becas para sus alumnos.

"De alguna manera fuimos como un caballito de Troya de la música popular que logró colearse dentro de este movimiento enorme de música académica clásica. Fue increíble", reconoce Briceño. Más de uno se preguntaría por qué caló primero el jazz antes que la iniciativa de hacer música venezolana. "Creo que fue la voluntad de Dios, porque cuando se hizo la big band, eso abrió luego las puertas para los proyectos que ya están en marcha de música afrovenezolana.

Eso está andando y de ahí van a salir también ensambles y grupos. Tras la experiencia de la big band, hace dos meses se abrió aquí también una orquesta caribeña, para hacer música latinoamericana dentro del sistema".

Linda Lee Briceño, líder de las trompetas y cantante de la big band, supone que Abreu se sorprendió al ver a varios de los músicos integrantes de orquestas y bandas del sistema en otra faceta. "Estuvimos preparándonos por meses, para que cuando llegara esa oportunidad él pudiera estar convencido de que ésta realmente es una música digna de ser parte del movimiento de orquestas juveniles. Quedó muy impresionado no sólo por el nivel, sino por vernos a cada uno en otra cosa. Al ver que casi todos éramos parte de la banda sinfónica, de la Orquesta Juvenil de Caracas y hasta de la Orquesta Simón Bolívar, creo que le quedó la tranquilidad de que estábamos en buenas manos y que esto nos iba a ayudar a ser mejores como músicos".

"Una de las particularidades en el sonido de ese grupo es que son un gentío", explica el conocido saxofonista venezolano Pablo Gil. "Son tantos los que quieren participar que se `doblan’ los atriles: si en un arreglo hay una sola primera trompeta, allí puede haber dos primeras trompetas. En otros casos se turnan en el piano o la batería para que todos puedan tocar. Una big band tiene tradicionalmente unos 17, máximo 20 músicos; allí hay más de 40".

En la alineación de la Simón Bolívar Big Band Jazz hay 7 saxofonistas, 5 trombonistas, 6 trompetistas, 3 pianistas, 3 bajistas, 1 guitarrista, 3 percusionistas latinos y no menos de 10 bateristas.

"A los ensayos también viene un grupo de oyentes que está esperando que se abra otra big band para poder entrar, o para integrar los ensambles de jazz ­tríos, cuartetos, quintetos­ que conduce mi hija Linda. También obtuvimos el permiso para incorporar a la banda a tres niños muy talentosos ­de 7, 9 y 11 años­ que son nuestras mascoticas. La gente se queda loca cuando los ve tocar jazz", acota el director Andrés Briceño.

coinciden. "Con esto uno se vuelve más expresivo. Además, no es común en Venezuela formar parte de un proyecto estable donde uno pueda ensayar todos los días y tocar un repertorio de este calibre". Para el baterista Carlos Guevara, de 23 años, es una forma de desahogo. "Yo estudié por mucho tiempo percusión clásica; toqué en la Sinfónica Juvenil de Caracas y después en la Banda Sinfónica Simón Bolívar", dice quien tiene un grupo de rock. "En la música académica todo está escrito, mientras que aquí uno se permite tocar a su manera. Yo siempre quise ser baterista y ésta es una buena forma de estudiar a gente que ha hecho historia con el instrumento". El ambiente, lógicamente es también más informal. "Si te gusta lo que está haciendo otro, puedes aplaudirlo o animarlo en el momento. Eso en una orquesta sinfónica es imposible", agrega el saxofonista Richard Herrera.

Todo sobre el atril.
"Llegó Linda, mira, mira... ¡Fui-fuiuuu!" Enfundada en un vestido corto de satén y sandalias altas, Linda Lee Briceño ­la única mujer del grupo­ gira los ojos hacia arriba y aprieta los labios, para no sonreír ante el coro de compañeros que la adula con payasa insistencia. Se para entre el grupo de hombres para la foto.

Coqueta, empuña su trompeta y posa derechita hasta que una carcajada incontenible la hace doblarse: alguno acaba de acotarle que así parece Olga Tañón con su orquesta. "Es mentiroso ese hombre, es mentiroooso", le cantan. "Ya, vale", se ríe. ¿Estas cosas le pasan siempre? "Sí, bueno, qué se hace", responde luego con divertida conformidad. "En el fondo son como mis hermanos. Nunca me han faltado el respeto ni me ven mal porque yo sea la hija del director, más bien me cuidan porque hay una admiración mutua", asegura. "En el sistema nos ven como un modelo de unidad. Si hay alguna competencia, es muy sana; no hay esa malicia que a lo mejor se puede ver en otras bandas, incluso en orquestas del ámbito académico. Ésa es una de las cosas que me hizo quedarme".

Briceño toca trompeta, guitarra, piano y batería desde niña.

También canta. Luego de ganar la Voz Ucevista en 2008, dejó sus estudios de Economía y con apenas 20 años se ha dedicado por completo a la dirección de los ensambles de jazz del conservatorio. Es una de las caras más reconocibles de la big band por ser su voz principal y líder trompetista, y recientemente fue seleccionada por el director Eduardo Marturet para tocar y cantar como solista con la Orquesta Sinfónica de Miami, en un concierto en homenaje a la diseñadora Carolina Herrera.

"Me invitaron a raíz de mi experiencia con la big band. Ella y el hijo de Plácido Domingo me dijeron palabras muy bellas; que estaban orgullosos de que fuera venezolana y que iba a llegar muy lejos". Hasta la gente de las revistas Vanidades y Vogue puso sus ojos en ella.

En el mismo viaje, dio clases de música como invitada en liceos de Washington, Atlanta y Nueva York. "Ésa es la idea a largo plazo", indica Andrés Briceño.

"Que sean los mismos muchachos los que propaguen esto y compartan todos sus conocimientos. Todo lo que sé se los enseño, no me guardo nada".

Por lo pronto, se confiesa emocionado por el reciente arranque de las dos primeras "hijas" de la Simón Bolívar Big Band Jazz, con un grupo en Barquisimeto y otro en San Felipe.

"Sí, hay una big band de jazz en Yaracuy", dice divertido. "Y vienen más".

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