viernes, 18 de junio de 2010
Cristiandad / Postmodernidad (II)
Cristianiasmo y postmodernidad
José I. González Faus
El engaño de Marx y Engels consistió por tanto en llamar ciencia a lo que (secretamente) eran sólo sus ideales, sus más nobles ilusiones humanas. Se enseñaron con los socialistas utópicos no porque éstos no tuvieran nada que aportar, sino porque podían descubrirles ese cortocircuito tan anticientífico. Pero luego, la venganza de la PM ha sido cruel: la verdad de los postmodernos ha consistido en quitar los ideales. (Debemos dejar colgada la pregunta de si, en la raíz de la actitud de Marx y Engels, no estaba precisamente su ateísmo: una vez eliminado Dios, Marx no sabía dónde fundar los ideales humanos; no quedaba más remedio que fundamentarlos en la ignorancia, pero ésta, naturalmente, se supone vencida en el hombre de ciencia. Esta pregunta es importante, pero no vamos a seguir en ella). Ahora nos interesa descubrir ese fallo-raíz que estamos comentando, aun en épocas posteriores a la de Marx y Engels. Para ello voy a hacer una rápida alusión a nuestro pasado reciente.
En la España de nuestros años setenta, poblada de generosos marxistas en lucha, en aquellos días en que «mañana era nunca y nunca llegaba pasado mañana», la inmensa mayoría de los militantes se caracterizaban por una «furiosa hostilidad contra todo reformismo» o revisionismo. Estas eran las palabras-tabú de aquel momento. De este modo, los luchadores utilizaban fraudulentamente la utopía y la ética, para eludir la gradualidad y la lentitud típicas de todo proceso creador humano. Pero las utilizaban no como tales, sino enmascaradas como ciencia: pues eso era lo que Marx había hecho al no saber integrarlas como utopía y como ética. Y eso es lo que trajo como consecuencia el que ahora reaparecieran triunfantes la utopía y la ética. pero en la forma en que suele reaparecer todo lo reprimido: camufladas.
¿Qué ocurrió después, a partir de esa situación? Pues probablemente lo que tenía que ocurrir: desaparecidas oficialmente la utopía y la ética nos quedamos prácticamente donde estábamos: con unos márgenes mínimos de maniobra. Y por eso, de aquel rechazo radical de todo reformismo se ha pasado ahora en la reacción postmodernas a un triunfo del posibilismo más pragmático. Pero ahora se trata de un posibilismo sin generosidad ya que antes la generosidad había desparecido, pretendidamente sustituída por la ciencia.
Y si de nuestro cercano ayer pasamos a nuestro hoy, la referencia antimarxista reviste otra forma. Así, p. ej., la PM no ignorará las enormes posibilidades que abre la actual revolución informática. Pero de lo que duda muy seriamente es de que los hombres vayan a usarlas para bien. En cambio Marx no dudó ni un momento de que la revolución industrial de su epoca iba a ser utilizada por los hombres «para bien». Este es probablemente el último punto de la gran distancia entre modernos y postmodernos (12).
A partir de esta evolución se asienta un dogma fundamental: visto lo inútil que es la generosidad, y el poco fundamento que tiene, se concluye que «nadie tiene que morir por nadie» (13).Lo cual significa: nadie tiene que sacrificarse por nadie (14). Los antiguos revolucionarios inconformes se convierten así en los actuales pequeños funcionarios florecientes. Y el que no quiera entrar por ahí, se verá reducido a formar parte de una auténtica «reserva de indios» (y además de indios delincuentes) de nuestra sociedad occidental.
Y, una vez establecido ese dogma de que «nadie tiene que morir por nadie», ya no se dice naturalmente que la ciencia va a aportar todo lo que los ingenuos utópicos asignaban a la generosidad (esto es lo que quedó enterrado con Marx y el marxismo). Ahora se dice solamente, y más modestamente, que vamos a ver qué es lo que puede dar de sí la racionalidad, a partir de ese principio de que nadie tiene que morir por nadie. Estamos con eso en el pragmatismo actual del PSOE. Lo que todavía no se dice es que esa racionalidad pragmática da de sí poquísimo: puede, p. ej., inventar los semáforos, pero no puede evitar que se encuentren poblados de mendigos en desesperada espera. Y es que, como bien escribió M. Horhjeimer, «la añoranza de que el verdugo no triunfe sobre la víctima no es una verdad científica» desde luego. Pues «la ciencia no puede producir ni justificar un solo acto de amor» como más tarde ha dicho J.B. Metz. Quizá pues lo único que puede dar de sí esa racionalidad es que el verdugo se coma a la víctima «con tenedor y cuchillo», en lugar de a mordisco limpio.
Al llegar aquí, quizás quepa resumir, de una manera gráfica, que lo ocurrido con la política económica de Reagan se convierte en una parábola cultural de la PM. La supresión de impuestos lleva a un aumento insoportable del déficit publico, el cual se traduce en fuertes bajadas de la Bolsa que amenazan cuartear el sistema. De modo parecido, la negación de toda obligación comunitaria o de esos «impuestos» no simplemente económicos: el dar un poquito de nuestra vida a los demás), lleva a una sociedad con un brutal déficit de solidaridad, que se traduce en un desconfiado deshacerse de toda participación en la construcción de este mundo. El problema es que, en mera política económica, la cosa puede arreglarse si Reagan se decide a imponer impuestos. Pero en el campo moral ¿quien puede imponernos alguna obligación comunitaria? Y ¿qué le vamos a hacer si nos gusta más «el güisqui sin soda»?.
Y, con esta ultima observación entramos en un nuevo apartado: el paso de una descripción cultural a un intento de valoración humana de la PM (15).
3. AMBIGÜEDADES, PREGUNTAS Y AMENAZAS DE LAS POSTMODERNIDAD O:
JOAQUIN SABINA TAMBIÉN HA MUERTO. VIVA RAMBO?...
Para quienes hemos cuajado como hombres y como creyentes en el difícil despertar de España (y de la Iglesia del Vaticano II) a la Modernidad, sería ahora muy tentador pronunciar ya de entrada una condena global. Tampoco nos sería difícil: nuestros esquemas mentales suministrarían para ello palabras y razones abundantes. Pero precisamente por eso, semejante balance resultaría muy sospechoso. Seguramente, y aunque se dijera hecho en nombre de la fe, estaría mucho más hecho desde la Modernidad que desde el cristianismo. No nos daríamos cuenta, pero sería así.
Por eso, y para no precipitarnos, puede ser oportuno comenzar este balance recordando que también a la Modernidad (en sus inicios) se la desautorizó como intrínsecamente falsa: por ejemplo con el argumento de que hablaba de los derechos del hombre en lugar de los derechos de Dios. Convendría no perder de vista que ese lenguaje teológico para nosotros tan familiar (el de un Rahner, el de un Metz, hasta el mismo lenguaje wojtilianao sobre los derechos del hombre), son en realidad una recuperación tardía que se realiza luego de haber negado el pan y la sal a aquella Modernidad naciente.
¿Diremos ahora con la misma precipitación que la PM es intrínsecamente falsa, aunque aleguemos para ello que ignora los derechos del hombre, o cualquier otra razón aparentemente irrefutable?. A mí no me gustaría proceder así. Y por eso quisiera comenzar este balance provisional atendiendo a los aspectos que pueden ser más positivos del fenómeno postmoderno.
3.1. VALORES DE LA POSTMODERNIDAD
3.1.1. Siempre ha sido mucho más fácil acertar en la crítica de defectos que en la solución positiva con que se pretende sustituirlos. Si recordamos esto no nos será difícil sospechar que quizás la PM tiene toda la razón en su crítica a una Modernidad que se apoyaba casi toda en el «mito del futuro mejor» y en la hipocresía de llamar liberación (o cualquier otra divina palabra) a lo que no era más que «la real gana». Desmascarar esa hybris de la Modernidad era absolutamente necesario. Recordarle al infatuado hombre moderno (parodiando al viejo poeta):
como a nuestro parecer
cualquiera tiempo futuro
será mejor,
es por sí mismo un acto de valentía y lúcida honradez: el hombre es en algún sentido más pequeño de lo que pretende, y la realidad de este valle de lágrimas quizá «no da mucho más de sí». Denunciar esto es un primer valor de la PM (16).
3.1.2. Además es posible percibir un sentido de dignidad y de amor a lo bello en medio de esta tragedia de la mediocridad, un innegable afán de dignificar (siquiera sea con algo de estilo) esa «insoportable entidad de lo leve», que quizá sería el verdadero significado del conocido título de M. Kundera. Un afán muy amenazado pero que, por ejemplo, es aún claramente perceptible en un Nietzsche quien, en muchas de sus páginas y de sus aforismos, es uno de los padres de la PM: un Nietzsche sin superhombre, pero con su sentido dionisíaco de lo trágico. La única pregunta que me suscita este segundo valor es si, a la larga, logrará mantenerse y dignificar esa levedad del ser, o si más bien no estará fatalmente amenazado por la vulgaridad, aún más insoportable que la levedad. Hay razones para sospechar que estamos viviendo ya, en muchos postmodernos, un afán de nietzscheanismo sin dignidad, desde el momento en que se atisba que la dignidad nietzscheana también acaba teniendo su tragedia: el drama de la locura de Nietzsche.
Esto me sugiere una cuestión ulterior, a la que quizá nos arroja la misma PM, desde dentro de ella misma: ¿no será que -para lograr corregir un poco la finitud- es preciso no instalarse en la finitud? Al menos a este nivel de pregunta y de sospecha siempre acuciante, creo yo que semejante cuestión no debe ser eludida (17).
Pero en cualquier caso, y desde los dos valores enunciados, podría seguirse una conclusión formulable más o menos así: la busca de lo comunicativo (aunque pequeño y aún no encontrado) ha pasado por encima del afán de lo productivo. Esto nos llevaría al último valor que queremos señalar.
3.1.3. Heidegger ha citado varias veces aquel verso de Holderlin; »ahora que somos diálogo. Según Vattimo ese ser-diálogo acontecería como consecuencia de la imposibilidad de la metafísica (18). El texto completo de Holderlin dice en realidad: «el hombre ha aprendido mucho y ha dado nombre a muchas cosas celestiales, desde que nosotros somos un diálogo y podemos oírnos unos a otros». A mi modo de ver, en esta estrofa sería todavía moderna la consecuencia: que el hombre haya dado nombre a realidades celestiales. Pero sería postmoderno el enunciado: que somos un diálogo.
Es decir: es postmoderna la tesis heideggeriana de que la verdad no reside en el juicio. No es por tanto una especie de «fotografía» del ser. Pero si no existe esa fotografía, sí que hay la posibilidad de sentarse y dialogar. Es decir: queda la verdad como acogida abierta, la verdad como comunión. Sin que nadie pretenda venir al diálogo con toda la verdad ya construida, como una pretensión absoluta. Algo de esto parece decir Heidegger en su famoso escrito sobre la esencia de la verdad. Y algo de esto explicaría el desconcierto de la PM ante todos los dogmatismos (marxistas, musulmanes, batasuneros o católicos..., todos por igual).
Pues bien: desde este valor, yo quisiera preguntarme también por la necesidad de su superación, en una especie de pequeño análisis trascendental del diálogo. En primer lugar, parece necesario afirmar que si dialogamos es porque no somos tan radicalmente distintos, sino que algo en común tenemos (llámesele la razón, la humanidad o como se prefiera). En segundo lugar también cabe establecer que si dialogamos es porque «alguien somos». Y en este sentido puede decirse que una identificación global y una identidad personal son condiciones de posibilidad del hecho mismo del diálogo.
Pero el hecho es que, aun siendo alguien y teniendo una identificación global, podemos acabar matándonos a menos que añadamos: si dialogamos es porque el otro es alguien. Sin este tercer factor no acaba de nacer el diálogo. Y esto es lo que parece convertirse para la PM en una llamada a la ética que la supera, pero que está detectada también por el mismo Vattimo:
«El pensamiento europeo, nacido de los griegos -dice Levinas- siempre trató de formularse en conceptos generales; por ejemplo, y sobre todo, el concepto de ser el concepto de hombre, etc. con el fin de controlar por adelantado todo lo que la experiencia nos ofrece. Así? de acuerdo con el concepto general de hombre, el prójimo que me encuentro no será más que un ejemplar de una especie que ya conozco (y que domino). Pero considerar al otro hombre sólo como un ejemplar de la humanidad es la máxima violencia, ya que no lo respeta en lo que tiene de particular, de imprevisible y, en el fondo, de infinito»(19).
Todos estos y otros valores de la PM son importantes y de recuperación necesaria. Pero la manera como aquí los hemos presentado (como transidos por la pregunta o la llamada hacia su propia trascendencia) nos lleva hacia los aspectos más cuestionables o que más perplejidad humana crean, de nuestra PM.
3.2. PREGUNTAS Y AMENAZAS DE LA POSTMODERNIDAD
De entrada, y para mantenerme en paralelismo con lo que antes he dicho, me gustaría apuntar que, si malo es el mito del futuro, no parece mejor sustituirlo por otro mito del presente, por el mito del momento. Y que si malo es hacer «la real gana» llamándole hipócritamente liberación, tampoco se arregla demasiado con hacerla llamándole «real gana». Es una conducta tan reactiva que no se la puede mirar como definitiva. El dolor del mundo, y el dolor que causamos los hombres, también sigue estando ahí y clamando cuándo «apretamos el acelerador». Y apretar el acelerador a tiempo, parece que sólo conduce a sustituir la hipocresía en el hablar por la hipocresía en el mirar...
Estas sospechas se vuelven particularmente angustiosas cuando intentamos mirar un poco hacia adelante, calcular la probable evolución de las actitudes postmodernas, y preguntarnos sencillamente: ¿en qué puede ir a dar todo esto?. Entonces afluye otra vez una serie de preguntas como éstas:
3.2.1. A pesar de su vuelta a la realidad ¿no acaba siendo la PM una especie de «principio de placer» como protesta contra el «principio de realidad» (más que en integración con él)?. O, con terminología menos freudiana y más sencilla: ¿no amenaza la PM con ir a dar en un individualismo irredento, que no es sólo postmoderno, sino muy antiguo en Occidente?. Si en definitiva:
opino con Sade que al deseo los frenos le sientan fatal,
nunca entiendo el móvil del crimen, a menos que sea pasional...
y siempre que la muerte viene tras mi pista me escapo por pies,
entonces no será difícil imaginar que aquel «hombre blanco con lengua de serpiente», que no cumplía sus promesas y que se codeaba con el otro gran presidente, le llamara un día por teléfono a Joaquín Sabina para explicarle su conducta, y le dijera sencillamente: «mola más tu egoísmo que el socialismo de Tierno». Porque el problema es que el crimen, aunque sea pasional, también produce víctimas, y hay veces en que no se puede escapar por pies de la muerte más que colgándosela a otro. Negar esto sería desconocer esa realidad ante la cual la PM ha querido precisamente no ser ciega. Y sin embargo, el Sabina despectivo, que percibe mordazmente la existencia de «mujeres que dicen que sí cuando dicen que no», o «que buscan deseo y encuentran piedad», no parece dispuesto a preguntarse a sí mismo si el hecho de que existan mujeres así no tendrá nada que ver con el pequeño detalle de que hay muchos varones que dicen que no cuando dicen que sí, o que anuncian piedad cuando empuñan deseo... Era una pregunta tentadora, sobre todo dado el gusto de nuestro poeta por la agudeza mental y el retruécano afortunado. Pero cuando se trata de uno mismo parece que no hay nada que preguntar: sólo aquel «¿qué voy a hacerle yo si me gusta así?». Y basta. Dudo mucho de que con esto hayamos salido de las «divinas palabras».
3.2.2. Lo anterior es para mí la pregunta más importante ahora. Pero se puede llegar a conclusiones parecidas pensando en otras amenazas. Por ejemplo; en los elementos de agresividad latentes en la PM (aunque quizá latentes como autodefensa; pero ¡esa ha sido siempre la justificación de todas las agresividades!). Cuando Sabina denuncia a todos los trepadores que antaño le despreciaron y ahora le rodean, cuando les grita «No, no, no... ya está marchita la margarita», está quizá recayendo otra vez en una forma de divinas palabras. O con otro ejemplo, ajeno a los textos que aquí hemos comentado: un día me comenta un amigo que Fernando Savater ha escrito un artículo realmente intolerante para protestar contra la intolerancia esencial a todo lo religioso (20). Mi comentario es que quizá la intolerancia no se debe a una incoherencia personal de Savater: quizá es que algún «fanatismo», es esencial a todo lo humano, en cuanto que lo que percibimos como verdad (aunque no le llamemos dogma) lo percibimos como absoluto. Savater tenía, por desgracia, bastante razón en varias alusiones de aquel artículo. Pero ¿cómo expresar lo absoluto de una razón, sin dar sensación de intolerancia? ¿No pone esto de relieve que el hombre necesita alguna dosis de absolutez, aun para defender lo relativo?
En mi opinión, algo de esto se mostraría también atendiendo a la evolución de los nacionalismos en los últimos años: parece como si hubieran pasado de ser liberación de un pueblo, a ser mayúsculas (o divinas palabras) de un grupo. (En mi modesta opinión, ETA por ejemplo se habría encontrado metida en esta evolución sin haberse enterado de nada; y esto sería parte de su drama). Este ejemplo, sólo rápidamente evocado ¿no vuelve a mostrar que la PM sólo puede mantenerse como tal a base de algo que no es nada postmoderno? ¿O que el hombre necesita alguna »divina palabra» hasta para mantener sus palabra sencillas y humanas?...
O dicho de otra manera: el individualismo tan radical de que hace gala la PM (y aun sin olvidar que todo enfermo y todo sufriente tiende a volverse individualista), ¿no lleva por su misma dinámica a la lucha de todos contra todos, en lugar de llevar a la convivencia de todos con todos?. Para llegar hasta esto último ¿no es absolutamente necesario algún proyecto supraindividual en el que todos tienen que morir un poco? Y aquí ¿no se encuentra la PM en la alternativa de destruirse, o trascenderse a sí misma?(21).
Esta pregunta podemos dejarla colgada por el momento. Con los rasgos positivos y negativos que hemos ido intentando apuntar, quizá sea posible esbozar ya un pequeño balance.
4. BALANCE
4.1. Dicho cristianamente podríamos formular así: la PM tiene razón en protestar contra la divinización de la historia: pero no la tiene en cuanto hace esa protesta perdiendo la dimensión teologal de la historia.
Dicho de manera mas laica podríamos formular así: la PM sucumbe ante la famosa pregunta de A. Camus: ¿tiene un hombre derecho a ser feliz en una ciudad invadida por la peste? Por más que el postmoderno reivindique ese derecho se encontrará con que no es posible, aunque sólo sea por la amenaza. Y al final resultará que no se podrá ser feliz sin unas fuerzas del orden cada vez más «fuertes».
Pero yo creo que no sólo por la amenaza sino también por la conciencia. En una línea semejante a la de Camus, afirma otro personaje de Le diable et le bon Dieu de J.P. Sartre; «en esta tierra sangrante toda alegría es obscena». Quizá sea esa la única obscenidad o el verdadero sentido de toda obscenidad. Porque el dolor sigue estando ahí. Y si quizá no depende de nosotros el enjugarlo del todo, sí que depende de nosotros el aumentarlo, e incluso el aumentarlo «sin querer». Pues como escribió muy agudamente Vázquez Montalbán: «cada neopositivismo tiene la realidad que se merece».(22)
Si esto es así, podríamos estar plenamente de acuerdo en que toda Modernidad sin una dosis de PM se convierte en puro fundamentalismo, o en un fanatismo acrítico. Pero deberíamos convenir también en que un exceso de esa dosis amenaza con convertirse en puro veneno: la sola PM irá degenerando en una complicidad cada vez menos encubierta, y una colaboración cada vez más hipócrita con todos los franquismo, los pinochetismos y los reaganismos de la historia humana. La receta postmoderna ya la utilizó aquel ministro franquista que escribió un libro sobre «El ocaso de las ideologías». Tal ocaso -tan postmoderno él- implicaba subliminalmente la aurora de la dictadura...
Y por eso, lo que hay que decir a la PM no es aquello de «ten cuidado con la nicotina, ten cuidado con la Josefina o ten cuidado con el Paternina». No. La verdadera advertencia será mas bien esta otra: «eh Sabina, ten cuidado con América Latina».
4.2. Nuestro balance no sería justo si, a la vez que presenta las preguntas que nosostros le hacemos a la PM, no presentara también las preguntas que la PM nos deja a nosotros. Preguntas que quizá son algo más que cuestiones; son tareas a emprender, si es que, por amor a los hombres, queremos que la llamada PM sea sólo una etapa necesaria pero transitoria en la historia del genero humano. Pues la enfermedad no se arregla diagnosticándola; es preciso saber además cómo salir y hacia donde. Pues parece claro que ya no podemos regresar a aquel talante «quinceañero» de nuestra pasada Modernidad.
Pues bien: en este contexto son dos las preguntas que a mí me resultan fundamentales y que resumen el reto de la PM. Helas aquí:
a) ¿Cómo dar alguna vigencia a la esperanza utópica del hombre de tal modo que éste, ni crea posible vivir en «la ciudad de la alegría», ni tampoco se sienta viviendo siempre en la «calle Melancolía»?
b) ¿Donde encontrar la fuerza para una transformación del deseo egoísta, de tal modo que el hombre ni se sienta fatalmente encadenado a el, ni vía el desprendimiento de él como mera represión? Pues sí, al comienzo de este trabajo hicimos alusión a la teoría de Buda sobre el deseo y el dolor, habría que concluir ahora que la PM, mientras ha caído en una especie de «nirvana» respecto al afán de transformar al mundo, sin embargo no ha eliminado el deseo del «güisqui sin soda». Se ha limitado a decir «¿que voy a hacerle yo?». Pero cabría preguntar si ello ha sido así por debilidad personal, o por sola inconsecuencia, o por algún atisbo de que, a pesar de todo, vale más vivir con deseo y con dolor que «morir» en la insensibilidad del nirvana. Que ese atisbo es bien legítimo lo expresan aquellos versos de M. Machado: «el cuerpo joven pero el alma helada, -sé que voy a morir porque no amo ya nada».
Y si ese atisbo es real ¿cómo se explica y cómo manejarlo? He aquí otra variante de esta misma cuestión.
5. POSTMODERNIDAD E IGLESIA INSTITUCIÓN*
1) La postmodernidad parece tener su correspondiente paralelismo religioso en la actual restauración eclesial. Parece salir al encuentro de la tradicional «antimodernidad» de la Iglesia, si bien por razones distintas (la antimodernidad de la Iglesia obedecía a miedo o retraso; la de la PM obedece más bien a desengaño o cansancio). Pero, en la medida en que Vaticano II representaba un proyecto de reconciliación entre la Iglesia y la Modernidad, puede hablarse ahora de la actual restauración eclesial como «postvaticanidad ».
2) En este contexto, la critica del mundo a la Iglesia cambia de sentido. El mundo ya no atacará a la Iglesia por ser «infiel» a su utopía evangélica, sino que tratará de «ponerla en evidencia», para mostrar que tampoco la Iglesia tiene utopía, que tampoco ella cree -al menos prácticamente- en esas Divinas Palabras que predica, y que vive centrada sobre sí misma y sobre sus propios intereses. El cristiano comprometido ya no se encuentra hoy con militantes que le acusan, sino más bien con perdonavidas que sonríen ante él. Al tratar de este modo a la Iglesia, la PM intenta justificar su renuncia a los ideales de la Modernidad, aduciendo la renuncia de la Iglesia a los ideales evangélicos.
3) Precisamente por eso, en este nuevo contexto cambia también de sentido la crítica profética hecha desde el interior de la Iglesia misma y desde una eclesialidad irrenunciable. Ahora no significa «alianza» con los enemigos de la Iglesia, sino testimonio de que en la Iglesia sigue funcionando la instancia de lo utópico, que la Iglesia no puede renunciar al Evangelio ni aun cuando siente que le viene grande. Porque el Evangelio la constituye como Iglesia aunque, a la vez, no la deje vivir tranquila. Por otro lado, la palabra libre y dialogal en el seno de la Iglesia, cuando es realmente evangélica, sale al encuentro de ese afán por una comunidad de diálogo que es el mayor resto de utopía que perdura en la PM.
6. LA INTERPELACIÓN DE LAS IGLESIAS LATINOAMERICANAS**
La trayectoria de América Latina no ha sido exactamente la misma que la del Primer Mundo, a pesar de la enorme colonización cultural. No cabe hablar allí de una modernidad revolucionaria y una postmodernidad desengañada. Ello permite hoy constatar algunas diferencias culturales, que se convierten en interpelaciones para la Europa postmoderna y para los iglesias europeas.
1) Interpelación por su misma realidad. la historia de su sufrimiento no ha terminado. Y ello lanza la pregunta de si ese «fin de la historia», que proclama la PM es, en realidad, el fin de toda historia o solo de la historia que escriben los vencedores. Es la interpelación de que no podemos seguir «fingiendo que no los conocemos», para luego decir que «no sabíamos nada» (como intentaron hacer muchos alemanes al revelarse los horrores de los campos de concentración nazis). Los países del Tercer Mundo son, en algún sentido, nuestro «campos de concentración y, por eso, es interesada la pretensión postmoderna de descalificar toda preocupación hacia ellos, calificándola despectivamente de «tercermundista».
2) Interpelación también por su fe. Al tomar tan en serio al hombre Jesús y su muerte, frente a todos los religiosismos abstractos occidentales, testifican que no creen en ningunas mayúsculas meramente formales y en ninguna palabra pseudodivina, sino en la Palabra de Dios hecha palabra humana, en las «mayúsculas» despojadas de su condición «divina» para entrar en las minúsculas de nuestra realidad.
Al tomar tan en serio el seguimiento de Jesús y el Sermón del Monte, percibe que la «locura de la cruz» y la .« necesidad de las bienaventuranzas» no pueden proclamarse como Gran Palabra mágica, sino que sólo se vuelven creíbles desde una práctica modesta de acercamiento a ellas. De ahí deriva un compromiso que no se funda en promesas infalibles de futuros mejores, ni en ilusas esperanzas mesiánicas, sino en el amor al hermano sufriente, que abre hasta Dios mismo todo compromiso terrestre. (Por eso, uno de los capítulos teológicos que han nacido en la teología de la liberación, han sido las teologías «del cautiverio» y del martirio).
3) Interpelación finalmente a las mismas iglesias occidentales: no sólo por el número de católicos latinoamericanos (para el ano 2000 se cacula que serán la mitad de la Iglesia Católica), ni sólo por su debilidad (casi todas las decisiones que afectan a su futuro pasan por nuestras manos), sino también por su novedad: por realidades como las comunidades de base, por buscar a Dios «en la calle y no en la curia» (Casaldáliga), por no separar el sacramento «del altar» del sacramento «del pobre», y por la exigencia evangélica que todo esto implica para la institución eclesial.
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NOTAS
*Reproducimos muy resurgidas, y casi en forma de tesis, las otras dos partes del trabajo.
** Esta tercera parte se expone mediante un comentario al libro de poemas del obispo Casaldáliga: «El tiempo y la esperas» /Sal Terrae 1986/. En las poesías de ese libro puede encontrarse material muy apto, tanto para mostrar las tesis aquí enunciadas, como para contraponer a los versos de J. Sabina expuestos en la primera parte,).
1. G. VATTIMO, El fin de la Modernidad, Barcelona 1986.
2 Cf. J.M. ROVIRA BELLOSO, Fe i cultura al nostre temps. Barcelona 1987.
3. Citaré las siguientes canciones y con las abreviaturas que aquí indico: OL = Ocupen su localilad. / CMJ = Cuando era más joven. / P = Princesa. / HM = Hay mujeres. / ZN = Zumo de neón. / JAP = El joven aprendiz de pintor. / CDCC = Cómo decirte, como contarte. / TI = Tratado de impaciencia. / QD = «Que demasiao». / JL = .Juana la Loca. / CM = Calle Melancolía. / PHJ = Pongamos que hablo de Joaquín. CC = Caballo de cartón. / Cl = Cuervo ingenuo. / GSS = Güisqui sin soda. / RE = Rebajas de enero. / AA = Adiós, adiós. / PA = Pisa el acelerador. / PHM = Pongamos que hablo de Madrid. ! ES = Eh Sabina.
4. Mirando ya al caso español es inevitable la pregunta sobre el enorme papel que ha debido .jugar en nuestra postmodernidad todo el desengaño producido por el PSOE. La increíble mayoría de 1982 era, sobre todo, expresión de una ilusión, más aún: de una confianza. Y la cadena de decepciones con que el PSOE ha respondido a aquella ilusión es precisamente el tema de la canción «Cuervo ingénuo», de J. Sabina:
Tú decir que, si te votan, - tú sacarnos de la OTAN.
Tú convencer mucha gente, -tú ganar gran elección.
Ahora tú mandar nación, - ahora tú ser presidente.
Hoy decir que esa Alianza - ser de toda confianza.
incluso muy conveniente - Lo que antes ser muy mal,
permanecer todo igual - y resultar excelente.
Tú tirar muchos millones - en comprar tontos aviones
al otro gran Presidente. - En lugar de recortar
loco gasto militar, - tú ser su mejor cliente
Si los «nuevos filósofos» franceses, resultados de mayo del 68, se confesaban «hijosde Marx y de la Cocacola» los postmodernos españoles parecen «hijos de M. Boyer y de Isabel Preysler», con la diferencia de que todavía parecen desconocer a sus padres Nuestro cantante habla más bien de «hijo de la derrota y el alcohol», pero creo que está en el mismo camino: la derrota de que «socialistas de toda la vida» descubran ya maduros «los grandes valores del mercado», y el alcohol que «se sube a la cabeza» como una mujer fatal.
5. Sobre otra posible recuperación de la ética en la PM, ver lo que diremos más abajo de la nota 19.
6. Esto se percibe por ejemplo en esa canción aguafuerte y autorretrato de nuestro autor, que se titula «Pongamos que hablo de Joaquín». .Junto a las llamadas a «vivir a tope», y a resistir con «un buen tinto y una buena titi», afloran también frases como éstas: «amigo de causas perdidas -desde aquel mayo de París»..., «medio profeta medio quinqui»..., «tirando a zurdo en sus ideas -por donde escora Bakunin»... Esta última alusión también es de interés y habremos de comentarla.
7. Sobre los orígenes religiosos de ese milenarismo, remito al libro de N. COHN (En pos del milenio, Barral 1972), dado que ahora no podemos entrar ahí. Habría que analizar no sólo el carácter religioso de los milenarismos, sino su dura represión por las iglesias, y lo que significa el que este dato del inconsciente europeo reaparezca en la conciencia moderna, desgajado ya de su raíz religiosa.
8. Quizás también porque hubo otro fallo en la Modernidad naciente, que fue querer transformar el mundo sin arreglar la «lucha de clases» (o mejor formulado: la agresión de clases) existente en el mundo. Esto parecía presuponer que la educación (aunque se la llamara ,-del género humano- ) no era pensada para todos, sino sólo para aquellos que se creían ser «el auténtico» género humano, los «auténticos» ciudadanos, que eran los burgueses... Este aspecto no quisiera ignorarlo, aunque ahora tampoco lo considere en mi análisis. Incluso se le podría fechar en 1848, año de la revolución social fracasada.
9. A las cuales ahora yo no juzgo ni tengo datos para hacerlo. Pero sí que evoco la reacción de Domitila ante esa identificación. Cf. D. BARRIOS, Si me permiten hablar. Ed. Siglo XXI.
10. G. VATTIMO coincide también en señalar a Nietzsche y a Heidegger como mentores de la PM (cf. Op. cit., passim, o p. ej. p. 9).
11. Remito el significativo título (y obra) de J.F. SCHMUCHKER, Adorno Logik des Zerfalls, Stuttgart 1977.
12. En este sentido habría que añadir que una obra como la de Y. MASSUDA, (La sociedad informatizada como sociedad postindustrial, Tecnos 1984), a pesar de lo «ultimísimo» de su título es todavía una obra típica de la Modernidad. Y sus desarrollos le parecen a la PM «demasiado esquemáticos y analíticamente ingenuos» (la expresión es de CARLOS MOYA, en su capítulo-colaboración al libro Utopía y Postmodernidad, Salamanca 1986, p. 56). Massuda está convencido de que el hombre no se puede autodestruir y, por eso, espera y pronostica un buen uso de la revolución informática: sus mayores peligros serían, paradójicamente, sus mayores garantías. En cambio la PM parece temer lo contrario: el género humano se puede autodestruir (¡por eso se descuelga de él individualísticamente!). O «se puede morir de hambre en el paraíso» (expresión de A. GORZ en Les chemis du Paradis, París 1983); y por tanto el progreso puede reducirse simplemente a que los antropófagos coman «con tenedor y cuchillo y no con los dedos» pero sin haber dejado de ser antropófagos.
13. «EI socialismo del futuro no debe esperar nada de los profetas ni exigir de nadie que esté dispuesto a dar su vida por los demás» (Ideas para el socialismo del futuro, por M.A. Quintanilla y R. Vargas Machuca. En Noticias Obreras n. 960(15-30 sept. 1987) p. 668). La frase resulta una obviedad si se limita a decir que nadie puede exigir eso a otro: pero, por eso mismo, parece sugerir que nadie tiene que sentirse llamado a dar la vida por nadie ni exigirse eso a si mismo. La línea que empalma esta frase de muchos postmarxistas con el marxismo de antaño, pasa probablemente por estas palabras de K. Marx en La ideología alemana: «los comunistas, lejos de preconizar el egoísmo contra la abnegación o la abnegación contra el egoísmo, demuestran en cambio que tal contradicción tiene una base material, con lo que ella desaparece por sí misma». La gran sorpresa se produjo cuando, cambiada la base material, la contradicción no desapareció por sí misma. Entonces la PM ha tenido que optar entre los dos miembros del dilema marxiano. Y, como no tenía ninguna razón para optar por el segundo. optó por el primero: por el egoísmo contra la abnegación o que «nadie tiene que dar su vida por nadie». Y el problema es que, mientras se escribe eso, se sigue exigiendo fácticamente a muchos que den su vida por nosotros: se le exige eso a los parados, a los nuevos pobres, al Tercer Mundo y a todas las víctimas de programas económicos racionalmente perfectos gracias a cuyas víctimas no tenemos que morir nosotros ni un poquito así, mientras ellos mueren del todo o casi del todo.
14. ¿Por qué no decirlo? «El socialismo del futuro no está obligado a romper con la sociedad burguesa» (Ibid. id).
15. Aunque sólo sea en una nota, porque no cabe en el texto, me gustaría llamar la atención sobre el problema que plantea a la PM la constatación de que (al igual o más aún que las personas), las instituciones humanas no suelen ser en realidad términos medios («ni buenos ni malos»), o fundidos grises de poca bondad y poca maldad, sino que son más bien extremos paradójicos: buenos y malos a la vez y, en ocasiones, con cosas muy buenas y muy malas. Este dato -que va siendo constatado por muchos y en muchas partes- no permite los antiguos juicios de indentificación institucional «tolerante pero total» fruto de un balance global. Sólo permite provisionalidades o parcialidades. Y esto lleva a la desintitucionalización, si no queremos que lleve al profetismo (que cuando es auténtico, resulta más doloroso para el profeta que para sus mismos oyentes).
Que una tal desinstitucionalización es típica de la PM me parece claro (ahí están los descensos de militancia política, sindical o eclesial).
Pero, contra lo que suele decirse, NO deriva sólo de la incapacidad de compromiso de los sujetos sino también de la incapacidad de las instituciones para «merecer» ese compromiso. Y la única alternativa que la PM vislumbra (y rechaza con razón) es ese fundamentalismo premoderno (pero muy actual) que se extiende desde el Irán a Estados unidos, pasando por Herri Batasuna. De ahí la importancia de lo que diremos en la tercera parte sobre el profetismo intraeclesial.
16. No para dármelas de profeta pero sí para que se vea que no estoy ahora haciendo «de la necesidad virtud» me permito evocar que este tipo de denuncias constituyeron un de mis puntos de confrontación con las ideologías revolucionarias de antaño. Me permito recordar en este sentido la contraposición entre «la realidad como absoluto» y «la realidad como maldición» propuesta (en 1974) en el último capítulo de mi Cristología; así como la crítica a Marx y la Biblia de J. P. Miranda (escrita en 1973), y el artículo Socialismo como espiritualidad de (1975) en el que subrayé como aportaciones de la fe a la revolución cosas como la «liberación de todo ensueño milenarista», la «voluntad insobornable de rigor en el análisis» y el «no hacer la revolución en provecho propio». (Cf. ambos escritos en Teología de cada día, Salamanca 1976 (2.a ed.) pp. 390-418. Remito asímismo a las frecuentes alusiones al tema de Acceso a Jesús (1 ,d ed. 1979) y al Manifiesto para un pesimismo cariñoso (en Este es el Hombre, Madrid 1986, [3a. ed.j pp. 202-212).
17. Enuncio sólo la pregunta, porque la he tratado más detenidamente (valiéndome de la misma referencia a Tierno Galván aludida en el texto), en mi reciente reflexión: Proyecto de hermano, Visión creyente del hombre, Santander 1987, pp. 104-108.
18. Cf. Op. cit., cap. IX
19. ver El País, 8 enero 1987, p. 9. Vattimo hace allí una calurosa apelación a Levinas, contra los maestros de la sospecha, precisamente porque la PM ha aprendido que tras la pretendida destrucción de las ideologías que estos maestros llevan a cabo, sigue sin quedar ninguna verdad absoluta sino otra nueva ideología. La apelación de Lévinas a lo absoluto del «otro», jugaría un papel de destructora de ideologías. Pero quisiera añadir que muchos postmodernos no comparten ese entusiasmo de Vattimo por Lévinas sino todo lo contrario. Lo cual es coherente con la forma como aquí lo hemos presentado: como una llamada a la PM a superarse a sí misma desde dentro de ella misma.
20. El Pais, 8 sep. 1987. (Embajador en el infierno)
21. Esto es algo bastante sabido. En economía lo demostró p. ej. Ricardo contra el optimismo de Adam Smith (quién, de todos modos, ya contaba con algún tipo de factor supraindividual: sólo que éste era benéfico e independiente del hombre: era aquella famosa mano in visible que lo armoniza todo como un l.deus ex machina. Ahora se trata de comprender que lo que Ricardo demostró, no ocurre sólo en economía sino en todos los campos de la vida. Y que la economía no es aquí más que un reflejo del ser humano.
Por eso quisiera añadir ahora, que independientemente del uso que el gobierno haga de la recaudación fiscal (lo cual es una cuestión importantísima e ineludible, pero es otra cuestión), una de las cosas más postmodernas que yo conozco es la ira con que la derecha bien situada de nuestro país trina contra la política fiscal del gobierno. En este punto, la PM resulta ser de lo más anticuado.
22. Cf. El País, 26 oct. 1987.
Fuente:
http://www.fespinal.com/espinal/castellano/visua/es22.htm
Ilustración:
Eva Carter Intuition 2 Óleo sobre lienzo
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