miércoles, 30 de junio de 2010
¿Ferrarización o conteneinerización de la economía?
EL NACIONAL - Jueves 24 de Junio de 2010 Opinión/8
Lecciones de economía política
COLETTE CAPRILES
Lo de la comida podrida es una tragedia en varios actos. Primero, como gigantesca y apoteósica metáfora del talante utilitario, o alienado más bien para usar el lenguaje que tanto se precian de admirar de los responsables, que conducen un "gobierno" de cosas y no de personas (y que, como aquel grito de guerra caribe, proclaman que sólo ellos mismos son personas), en el que, por lo tanto, sobran las consideraciones morales más elementales, inútiles cuando uno trata con objetos.
Luego están las "evidencias", las pruebas materiales que se desgranan en un rosario inverosímil: los anaqueles vacíos, con la misma melancolía que conocieron los rusos, los búlgaros, los rumanos, los vietnamitas, y que siguen conociendo junto con nosotros los cubanos; los siniestros "entierros" y "contenedores", las cifras inconcebibles, las cuadraturas que conectan la insaciable avaricia de los que mantienen al país en estado de ocupación.
Y por debajo de la podredumbre está el concepto. La grotesca idea de que es posible y necesario proyectar la sociedad venezolana como una única, gigantesca, pero muy simple empresa que produce petróleo para comprar y distribuir bienestar. La idea del bienestar como commodity, como bien indiferenciado, tal vez es la síntesis más desnuda, y posiblemente cruel, de los experimentos marxistas. La experiencia de felicidad de la gente se convierte en una mercancía que se transa monopólicamente.
Marx pretendió, más bien, contrastar su tesis del fetichismo de la mercancía con la recuperación de la condición humana, que notaba desvanecida en el capitalismo precisamente por la presunta cosificación de las relaciones entre las personas.
Y he aquí que sus apóstoles contemporáneos, desde Lenin, no sé si por ironía o cinismo, le rinden homenaje y se anotan en su genealogía con sus remedos inhumanos.
Marx nunca dejó más que indicios oraculares acerca de cuáles podían ser las instituciones que podrían sustituir a la empresa capitalista en un régimen socialista, y gracias a la lectura de esos oráculos se han perdido millones de vidas y esperanzas. En sus intentos por inventar esas nuevas instituciones, las camarillas oligárquicas socialistas no han hecho más que mostrar el absurdo de la teoría del valor marxista.
Y sin tanta teoría, fijémonos en el guevarismo petrolero que el feliz ayuntamiento entre Cuba y Venezuela ha dado como resultado: la conversión del país entero en la vastísima posesión de una empresa, Pdvsa, colosal fetiche, descarnada máquina de lucro que llena los bolsillos de sus nuevos propietarios. Lucro que exige, por supuesto, el respeto escrupuloso de la exacción más salvaje; así, se procurará comprar el bienestar cada vez más barato y de peor calidad. El negocio debe continuar. Y si hay que enterrar la comida para mantenerlo, así habrá de hacerse.
Algo, de paso, hay que reconocerle a los patrones: que una enseñanza fundamental del marxismo los inspira, seguramente sin saberlo. La que prescribe la indistinción entre economía y política; la reducción de todas las relaciones a vínculos económicos. Pdvsa es el país, es el gobierno, es alimento y excremento, es el poder, es el templo y el casino, es la institución que contiene todas las instituciones.
Frente a estos temas siempre me asalta la misma duda.
Me pregunto cómo hacen para olvidar, negar u obliterar los testimonios, tantos de ellos vivientes y con voz, que muestran la miseria y la degradación humana que esta experiencia, la misma, ha dejado en las desafortunadas sociedades que la han padecido. Me respondo con el argumento del cinismo hipócrita. No importan miseria o degradación; importa afirmarse en la dominación. Pero olvidan también, siempre, que no hay punto de no retorno y que las sociedades, tarde o temprano, se curan.
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