viernes, 18 de junio de 2010
Para el desarchivo: dos textos de don Pascual
EL UNIVERSAL, martes 03 de febrero, 1998
Perspectivas
La juventud, ¿camino del porvenir?
Pascual Venegas Filardo
El título de esta nota aparenta ser una perogrullada. Pero la realidad es que eso es así. Recordamos aquellos años de la infancia en que nos sentíamos pequeños hombrecitos. Era la época en que los venezolanos se ceñían al cinto faja y revólver. En esta faja se portaba el dinero y se ceñía el revólver que todo adulto portaba. Eramos jovencitos que salíamos prematuramente de la primera juventud y no era extraño al hombre en ciernes portando su revólver al cinto. De entonces a ahora se ha andado mucho camino. Recordamos a muchachos portando un arma y la sorpresa que tuvimos al ver matarse a dos policías en el barrio de El Monteco, de Barquisimeto, por una simple trastada donde nadie merecía la muerte, nos impresionó.
Alguien que pueda que nos lea, se preguntará a dónde vamos a parar. Y añadiremos que a ninguna parte. Los periodistas disertamos, redactamos el artículo de fondo y a veces se nos deslizan algunas sandeces. Lo dice quien está ya, podemos decir, en el ocaso de la profesión. Una profesión que amamos. En Barquisimeto nos ampararon tres veteranos periodistas: Eligio Macías Mujica, Ramiro Nieto y Juan Guillermo Mendoza, y en Caracas, Lucas Manzano, Pedro Sotillo, Luis Teófilo Núñez y Rafael Angarita Arvelo, y alguna vez, Angel Corao. Quien nos lea dirá he ahí el periodista de las sandeces. Pero, a oídos sordos...
Pero retomemos el tema que nos proponemos: la vagancia juvenil, la droga en el menor, el ratero porque carecen de oficio y posiblemente no fue al colegio. Hay que proteger al menor que requiere educación y enseñarle a desempeñar algún oficio. Tenemos hijos y creemos haber cumplido con ellos.
Nos vienen a la mente estas consideraciones ante un cuadro lúgubre que contemplamos una de estas mañanas en una acera de la urbanización La Florida donde vivimos ya desde hace varias décadas. Dos jóvenes drogados tendidos en una acera, a quienes habían despojado de los zapatos y los calcetines y yacían como sin vida. Estaban aceptablemente trajeados aun cuando habían sido despojados de los calcetines y el calzado. Estaban tendidos, inmóviles en sitio cercano a la hermosa iglesia de La Florida que regenta una orden religiosa. Los dos jóvenes tendidos en la calle estaban totalmente sin sentido, ya que la droga los había afectado agudamente. Quienes tenemos hijos que han sido debidamente educados, nos dolió aquel cuadro casi tétrico. Jóvenes aparentemente saludables rendidos en el piso, lejos del hogar y blanco de la indiferencia de los transeúntes. No pudimos resistir la visión de ese cuadro de dos jóvenes casi niños víctimas de la droga que degenera y en definitiva conduce a la muerte prematura. Una víctima de la droga despiadada y devoradora.
En algunas oportunidades, hemos hablado en esta columna de los niños de la calle, de los menores de poca edad sometidos al efecto liquidador, por no decir demoledor de la droga. ¿Quiénes son esos muchachos vestidos debidamente? ¿Quiénes son sus padres? ¿Ignoran de la realidad de sus hijos a quienes la droga extermina? Varias veces hemos hablado desde esta sección de los niños de la calle, ¿qué hacer ante el drama que se expande? A veces en gran parte son hijos de la calle, que entraron a engrosar la ya gran multitud de menores sin amparo. Sabemos que ese es un mal de las grandes ciudades, pero ¿qué se hace en Venezuela al respecto? Hay acción y remedio, pero al parecer el mal como que es incurable. No se dan abasto para poner fin a un mal, calamidad que al parecer se recrudece. Son ellos al parecer la parte más dolorosa de un drama, que si en verdad es universal, en nuestro país se ha recrudecido.
EL UNIVERSAL, Caracas, martes 10 de febrero, 1998
Perspectivas
La campiña venezolana
Pascual Venegas Filardo
En nuestros días de infancia se hablaba en nuestro hogar de dos localidades de nuestra provincia: Libertad, de Barinas y Boconó, de Trujillo, localidades nativas de nuestra madre y nuestro padre, respectivamente. Poco conocíamos entonces de nuestro país. Un día se nos fue ampliando el horizonte: viajamos de Barquisimeto a Duaca por ferrocarril, ya que nuestro padre, quien fue general de montoneras y de cuartel, fue afectado de beriberi y dos médicos amigos de la familia, los doctores Manuel Heredia Alas y Daniel Camejo Acosta, recomendaron que se trasladase a Duaca, y el remedio fue eficaz. A los pocos días, nuestro progenitor, a quien llamaban general porque guerreó sobradamente, caminó. Ese viaje, a la 'Perla del Norte' como llamaban a Duaca, fue un despertar ante paisajes desconocidos y nuevas gentes. Fueron ellos el doctor Figueredo; don Pancho Delgado, padre del humorista 'Kotepa'; don Roque De Lima, Fermín Manzanares. Cambiamos de paisaje; los baños de Guape eran una atracción para los visitantes. Hacemos estas consideraciones porque por el camino indicado comenzamos a conocer la campiña venezolana.
No pensamos que un día profesaríamos la cátedra de Geografía de Venezuela. Primero en la esquina de Socarrás de Caracas, y posteriormente en dos universidades caraqueñas, la Universidad Central y la Universidad Católica Andrés Bello. Hoy vivimos de la evocación, y una imagen que tenemos permanentemente en el recuerdo son esos días cuando en institutos de segunda enseñanza desempeñamos en Caracas y, entre otros, las cátedras de Geografía Económica en dos universidades caraqueñas. Y, ¿a qué vendrán estas consideraciones?, se preguntará alguno. Sencillamente porque teóricamente hemos recorrido el país desde el aula y cada vez que se ha podido, el paisaje múltiple que hallamos en las latitudes de Venezuela.
En verdad, al parecer, nuestra campiña no sea sugestiva para la mayoría, ésta concurre a los balnearios y algunos sí viajan a la provincia, pero en casi todos los casos, a su respectiva región nativa.
Alguno, demasiado exigente si lee esta nota, dirá que ir a Guayana a conocer los tepuyes, o a Mérida a contemplar la sierra nevada, o a Paraguaná a admirar los médanos, no es visitar la campiña del país. Pero si aparentemente en algunos casos no está en la campiña, pero creemos que sí está si se considera el valor filológico de campiña. Muy niños nos fuimos a pasar una temporada a Duaca debido a una parálisis parcial de nuestro padre. Allí conocimos gentes cuya amistad conservamos hasta hoy. Conocimos entonces uno de los más sugestivos paisajes de Venezuela con sus baños naturales de Guape y de Guapito. Allí nació nuestra amistad con Hilda y Kotepa Delgado, y la galana presencia de Octavia Octavio y la lejana amistad de los hermanos Figueredo. Don Roque De Lima y sus hijos, quienes también disfrutaban de esa campiña.
No conocemos trabajo especializado escrito en torno a la campiña venezolana, pero su presencia la hallaremos en las riberas del Orinoco, frente a la corriente impresionante del Apure, ante la presencia de origen ignoto de los tepuyes, de las nieves inmaculadas de la sierra nevada de Mérida. En Venezuela hallaremos todo tipo de campiña: en la vastedad de los llanos, en los nevados de Mérida, en los raudales del Orinoco, en los caños del delta del Orinoco, en los pastizales de diversas zonas.
Ilustración:
David M. Gillespie Intuition Óleo sobre lienzo
Etiquetas:
Campo venezolano,
David M. Gillespie,
Juventud,
Pascual Venegas Filardo
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario