jueves, 10 de junio de 2010

Recordando a Montejo




La poesía cruza la tierra sola, apoya su voz en el dolor del mundo y nada pide -ni siquiera palabras. Llega de lejos y sin hora, nunca avisa; tiene la llave de la puerta. Al entrar siempre se detiene a mirarnos. Después abre su mano y nos entrega una flor o un guijarro, algo secreto, pero tan intenso que el corazón palpita demasiado veloz. Y despertamos.

Eugenio Montejo (Caracas,19 de octubre de 1938 - Valencia, 5 de junio de 2008) fue un poeta y ensayista venezolano, fundador de la revista Azar Rey y co-fundador de la Revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Fue investigador en el Centro de Estudios Latinoamericanos "Romulo Gallegos" de Caracas, y colaborador de una gran cantidad de revistas nacionales y extranjeras. En 1998 recibió el Premio Nacional de Literatura y en 2004 el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo. Uno de sus poemas es citado en la película 21 gramos, del director mexicano Alejandro González Iñárritu

EL OTRO

MIRO el hombre que soy y que vuelve;
he leído en Heródoto su vida;
me habla arameo, sánscrito, sueco.


Es miope, tardo, subjetivo;
yerra por calles que declinan
hasta que el horizonte lo disuelve.


Conozco sus muertes en el Bosforo,
sus túmulos en Creta,
los sollozos en un portal oscuro
por una mujer muerta en la peste.


Llama a todas las casas de la tierra;
cambia dolor por compañía,
hastío por inocencia,
y de noche se acerca a mi lámpara
a escribir para que las nubes amanezcan
más al centro del patio,
más cerca del país que nos espera

EM

EL NACIONAL - SÁBADO 13 DE ENERO DE 2007 P/1 Papel Literario
Poesía de Eugenio Montejo
Fábula del escriba es el reciente poemario de Eugenio Montejo (1938) que la Editorial Pre-Textos acaba de poner a circular en España. Poesía sosegada, honda y de estructural musicalidad, éste bien podría ser el conjunto más depurado de cuantos ha publicado el autor hasta ahora. No sólo en lo que respecta al limpio tratamiento de sus temas de siempre, sino al fino humor que late en los últimos poemas del libro


Fábula del escriba
Que no se valga la araña de mi mano y permanezca sola en su silencio tejiendo su tela solitaria.

Conozco demasiado sus vocales, –las ocho vocales de sus patas, cuando cierra mis dedos desde lejos y empuña aquí sobre la mesa su lápiz.

Que no escriba por mí desde otro mundo ni con mi insomnio hile la urdimbre de su cábala.

¡Hay ya tanto misterio aquí en la tierra, tantos arpegios en busca de algún arpa! En fin, que no disponga de mis letras con su astucia de geómetra para cifrar sus jeroglíficos, ya basta.

Y tú, pequeña abeja que, de pronto, llegas en pos del polen alfabético, recoge aquí cuanto estos signos puedan darte, pero elude las voces de entrelíneas, las mentiras del mundo y sus cantos arácnidos...

Oh, sor amiga, acuérdate de Ulises, hay sirenas que cantan por el tacto.


Lejos, allá en el siglo XX
Lejos, allá en el siglo XX, entre sus crueles días, cuando Holan, el checo, afilaba la espuela de su gallo para que hubiera un canto, un canto audible aun en las estrellas, un largo grito seco, subitáneo, contra las sombras de la noche y por su patria.

Lejos, cerca de Praga, en medio de la nieve, cuando su ronco gallo cantaba en griego sus acordes de quinta, Holan, insomne, al lado de su lámpara se encomendaba a Hamlet y con su príncipe y su gallo, junto a la llama de aquel grito y la chispa de sus espuelas, iba encendiendo cigarro tras cigarro...
Caracas en el azul de enero
Ojos donde se embriagan los colores del Ávila, pupilas que se elevan con el día, cuerpos que van, que vuelven, del norte al sur, al centro, de un antiguo rumor a sus palabras, de las palabras al errante deseo...

Cuerpos que flotan en esta luz de enero cuando el sol es azul sobre Caracas, ensueños de avilógrafo que vive a varios palmos de su sombra terrestre, miradas que nos cercan con veloces embrujos detrás de las pestañas.

Caracas bajo el viento de este enero y los silencios de sus nómadas nubes, cuando la orquídea perfuma su recuerdo de los poetas que la amaron.

Caracas con la primera lluvia del milenio por efímero traje, y en torno el ruido remoto de un tranvía donde mis padres paseaban una tarde.

Los dos a bordo en un viaje sin horas sobre los rieles paralelos del paisaje, allá lejos, fuera del tiempo y del espacio...

Y yo mirando desde el balcón abierto, hoy que despliego el mapa de sus sueños entre mis manos y el azul de la montaña.


La lluvia afuera
a Elisa Lerner
Oigo la lluvia afuera, trabajando, toda la noche en vela, sin reposo, la alfabética lluvia que siempre escribe a máquina.

Insomne insiste, más rápida, más lenta; si acaso se interrumpe es por un trueno, pero no miente.

Oigo incesante el sordo golpeteo sobre las piedras, como si cada gota viniese a decir algo que la lluvia hasta ahora no recuerda.

Ya lleva tantas horas abstraída, ordenando sus páginas; tal vez glose un fragmento de Tucídides, tal vez una novela de muchos personajes...

Se muestra tan tenaz, como si el mundo precisara su ardor para salvarse.

Suenan las teclas puntuales, obsesivas, en las puertas, los techos, las ventanas, y dentro de uno mismo, en las imágenes de ocultos sueños fragmentarios, sin que sepamos lo que dice, si algo dice, ni por cuál tomo va, ni de qué trata...


Tigres
A Yolanda Pantin
Aunque los contemplemos noche y día, escribir sobre tigres nunca es fácil.

No pertenecen a la tierra, son demasiado siderales.

Rugen aquí, pero el estruendo de sus ecos resuena con más furia en otra parte.

de inmediato coliden nebulosas, caen chispas, rocas, truenos amarillos que en su piel graban rayas y relámpagos...

Aunque nos acerquemos con el látigo del domador, bajo la carpa de algún circo, escribir sobre tigres nunca es fácil.

Se ven allí delante y están lejos, a muchos años luz de esta galaxia.

Después concluye el número, salimos palmoteando sus cuerpos, y al saludar en medio del asombro estalla el júbilo al instante, pero los aplausos se forman allá arriba, en las constelaciones más lejanas.


Un bar destartalado
A Vasco Szinetar
Aquí las horas nos llevan en un barco que aunque despliegue al viento su velamen jamás ha de llegar a ningún puerto...

Un barco ya sin mar, anclado en seco, cuyo horizonte fue doblado en pliegues con las manchas del último ocaso.

Las mesas charlan solas en el fondo sobre esos viejos lugareños que no se han vuelto a ver ni en los espejos.

La única música que se oye tras el tenue zumbido de las moscas se lleva lo que queda de esperanza.

Sólo mi sombra está conmigo adosada a este muro y, como siempre, bebe demasiado.

Nosotros dos y esta botella de ojos verdes, de soledad tan compasiva que sobrevive a todos los naufragios.


En el metro
Con veneciana luz que, de improviso, rompe en canales, góndolas y espumas, contemplo un rostro en un vagón de metro...

Unos ojos, su risa, los cabellos, unos senos, su cosmos palpitante, la sortija, la boca, sus palabras, que ya tal vez van a dejarme para siempre, ya mismo o luego, en cualquier punto de la ruta donde este viaje nos aleje.

Un rostro con el fugaz azoro del destino que aquí miran mis ojos lo que dure este instante.

¿Quién eres, quién no eres, amor mío, veloz madona de otros ámbitos, en rumbo hacia un país que desconozco? Un veneciano azar en nuestras vidas aquí nos junta por una vez en tránsito.

Aquí, en el agua sorda de los príncipes, nuestras góndolas de súbito se acercan, hasta juntarnos un mínimo momento como dos pájaros posados en un mástil que nadie sabe si volverán a verse.


Pavana
A Gustavo Guerrero
Pavana para mi vida aquí en la tierra, en esta tierra que no atormenta con la muerte, sino con la belleza.

Pavana que celebra cada instante y su prodigio, cuando nace una gota de verde en la rama del junco y otra gota de luz en el pico del pájaro, aquí y allá y en todas partes, al unísono.

Pavana para el mundo que se abre en su milagro, el antiguo milagro que siempre nos sorprende, éste que me habita aquí donde me encuentro, el que trae a mis venas sus coros de música y corre con el agua y ríe entre las piedras.

Pavana para el sapo que llega aquí a mi lado, croando tan ronco a orillas del paisaje.

El mistagogo de las ciénagas con sus ojos ya viejos, llenos de tanta noche, y la torpeza fláccida en la carne, siempre a la espera en la densa penumbra hasta que la luna se encienda en el agua.

Sea también para él esta pavana cuando viene a croar por mis días en la tierra, en esta tierra que no atormenta con la muerte, sino con la belleza.


Pavana del trastiempo
Quizá sea tarde para vivir esto que vivo y más que tarde para no vivirlo.

Me extravié no sé dónde, iba a otro mundo, seguí la lumbre de una estrella errátil.

Quizá viví en un año pocos meses y en cada uno de mis meses pocos días, se me hizo tarde por siempre y para todo.

Debí llegar en otro siglo, en otra era, cualquier regreso en esta hora es imposible, pero, quién sabe, tal vez sea éste el otro siglo y esté viviendo en ambos, sin saberlo, y por eso ya es tarde sin ser tarde, no me he extraviado nunca ni mi estrella mentía, –las estrellas no mienten.

También es cierto que te amo, lamparita, aunque amenace el dios que a solas, desde siempre, nos enciende y apaga.

Y es verdad que estoy vivo porque te hablo al oído y, sobre todo, porque puedo no estarlo, pero tal vez eso lo diga algún acorde en el laúd de otra pavana.


Pavana de otro mundo
Y cuando la tierra ya gire en otro mundo, sin rastros de nosotros, y se aleje flotando con sus bosques, colinas y paisajes; cuando gravite a solas cada uno en su vacío, del brazo de su sombra o de su eclipse, sin saber nunca a qué remotas nubes nos acercan los últimos ocasos.

¿En qué ámbito erraremos, desasidos, acaso ya disueltos en pequeñas partículas volátiles? ¿Y hacia dónde nos lleva tanta embriaguez sin término de magnéticos giros, este nacer y desnacer para ser hombre y sombra en la intemperie inabarcable? Allá, lejos de todo, algunos astros caen como hojas secas en el abierto espacio ya sin límites.

Y nuestra arca redonda ha de seguir errante llena de cuanto fue nuestra ceniza y la ceniza azul de las palabras, mientras quizá se apaguen o se enciendan –pero ya sin nosotros-tenues filas de lámparas...

(APUNTES DE MFSG)

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