martes, 31 de diciembre de 2019

FIN DE AÑO


Tomada la gráfica del grupo facebookeano Caracas en Retrospectiva, alusiva a las viejas celebraciones en la Plaza Bolívar de Caracas al compàs de los cañonazos de año nuevo, deseamos un 2020 distinto en una Venezuela diferente a nuestros lectores. Para esta cuenta bloguera, ha sido una larga y difícil temporada por la falta de señal que se refleja en la disminución de los aportes. La reconstrucción, desde finales de 2018, respecto a las contribuciones acostumbradas,  será difícil para un medio que exige tiempo, el que dispensamos con exclusividad a nuestro oficio fundamental, con toda la modestia del mundo: librar el buen combate, en los término de San Pablo, en el ámbito político y parlamentario. Insistamos en los principios, valores e ideraios para un año que será - Dios mediante - decisivo.
(LB)

SOBRE LAS FALLIDAS REFORMAS


El Globo, Caracas, 06/07/1992. Fue nuestro primer artículo publicado por la prensa regular.

NO LEGITIMA CALENTAR EL ASIENTO EN EL HEMICICLO

En 2019 la AN no cumplió con su mandato histórico
Enrique Meléndez.
31/12/2019

El diputado Luis Barragán (Vente Venezuela – Aragua) anuncia que la Fracción 16 de Julio se pronunciará el 4 de enero sobre el apoyo o no a la reelección de Juan Guaidó, pues, a su juicio, por muchas que sean las ventajas de los medios digitales, la deliberación de sus integrantes es presencial, considerada siempre la valiosa opinión de los diputados forzados al duro exilio, como Juan Pablo García y Richard Blanco.

¿La Fracción 16 de Julio se va a abstener o va a votar en contra, a propósito de la reelección de Juan Guaidó como presidente de la AN?

-Hemos generado confianza en la ciudadanía por la responsabilidad que caracteriza cada postura asumida por la Fracción 16 de Julio. Con relación a las circunstancias del venidero 5 de enero haremos pública nuestra decisión el día anterior, en horas de la tarde. Por muchas que sean las ventajas de comunicarse por vías digitales, la deliberación de sus integrantes es presencial, considerada siempre la valiosa opinión de los diputados forzados al duro exilio como Juan Pablo García y Richard Blanco.

-Además, hemos especificado las condiciones políticas para sufragar en la cámara. Somos firmes adversarios de la cohabitación. E importa, y mucho, darle claridad y transparencia a la conducción opositora en un parlamento que, ante todo, debe ser tal; algo muy diferente a las jugarretas orientadas a la celebración de unos pretendidos comicios sin el cese de la usurpación.

-La Asamblea Nacional ha perdido credibilidad también por un habitual Orden del Día que tiende a banalizar nuestros problemas, sin la debida discusión. Por consiguiente, recuperar la credibilidad, el respeto y, en definitiva, la creencia en el parlamento, depende de sus actuaciones, encabezadas por una presidencia sobria, convincente y comprometida con la ruta que apunte al cese de la usurpación. Resulta indispensable rectificar, reconociendo con franqueza que en todo 2019 el Parlamento no cumplió con lo que es un mandato histórico, por lo demás, intransferible.

John Magdaleno le recomienda Guaidó que deje el “mantra”; que sería los tres principios de cese de la usurpación, gobierno provisional y elecciones libres. ¿Qué piensa usted?

-De hecho, es lo que ha ocurrido a lo largo de todo 2019 con las indeseables consecuencias políticas y sociales. Como la de la desarticulación de la dirección opositora tras el inútil diálogo de Oslo y sus derivados. Y falta por conocerse muchas de las facetas que van filtrándose muy lentamente, o el del agravamiento del morboso mecanismo de extorsión del régimen.

– Aceptemos que, después de la Constitución, el Estatuto de la Transición es el más importante instrumento jurídico del país en las últimas décadas. Y que no puede violentarse impunemente, por cierto, una novedad en la literatura sobre las transiciones a la democracia. Y, aunque los “transitólogos” suelen contradecirse, deben convenir en un fenómeno particular: el de la contribución que determinados sectores de la oposición hacen al sostenimiento del propio régimen, voluntariamente o no.

¿Usted cree que siguen siendo legítimos los diputados del oficialismo que, luego de haberse ido a la Constituyente, ahora han regresado a sus curules en la AN?

-Calentar el asiento en el hemiciclo no les concede legitimidad alguna. La cámara ha faltado a la debida calificación de quienes no sólo aceptaron y ejercieron posiciones en el gobierno de la usurpación, sino que abandonaron por más de dos años sus cargos y funciones parlamentarias que es a dedicación exclusiva, como indica expresa e inequívocamente la Constitución. Luego, no son diputados porque dejaron a sus mismos electores a la deriva, sin representación alguna.

-No obstante, observemos algunas circunstancias también inéditas: los exdiputados oficialistas fueron invitados y celebrados al reincorporarse a las curules, teniendo aún por misión la de implosionar el parlamento. Además, los hay ministros fracasados y dirigentes que no hallan cupo en el partido de gobierno ni en la tal Constituyente de la que simultáneamente forman parte, por lo que se resignan al triste e indecoroso papel que le han impuesto.

¿Si no es por votos, como ustedes advierten, cómo lograr el cese de la usurpación?

-En un encuentro ciudadano al que asistimos en la parroquia Miguel Peña de Valencia, convertido en un foro parlamentario centrado en los problemas esenciales del país, reivindicamos las iniciativas y los esfuerzos realizados por la Fracción 16 de Julio en torno a la vía principal de la pronta aplicación del TIAR, la insistencia en el 187, numeral 11 constitucional o la conformación de un Consejo de Gobierno, sino también de la aparentemente vía secundaria, como la defensa de la autonomía universitaria y la libertad de cátedra.

-Conocida la infeliz sentencia 0324 del 27/08/19 del ilegítimo TSJ ha llegado la hora de realizar los comicios internos de las universidades el 23 de enero o el 4 de febrero para purgarlos de fantasmas, como una decisiva contribución al cese de la usurpación en medio de lo que puede convertirse en un irresistible oleaje democratizador. Por ello, el parlamento debe ser parlamento para adoptar las decisiones que los faciliten, yendo al corazón mismo de las realidades sociales que siguen un curso insobornable, en lugar de recrearse como una élite sobrevenida que apuesta por una falsa normalización de la vida social y política que lleva el sello inconfundible de Oslo.

Según Rafael Poleo, a María Corina Machado le rompieron el celofán. ¿Qué responde usted?

-Con el debido respeto, él suele intentar una crónica de la farándula con los pocos caracteres que le permiten las redes sociales.

-Agotada la imaginación desea despuntar en una campaña, nada inocente, contra María Corina, persiguiendo un rédito político que un psicoanalista jamás descubrirá en el esplendor de sus elucubraciones. Pésimo sentido del humor que no se atreve a aquella tan célebre Delpinada del siglo XIX, al excedernos en un comentario inmerecido de cara a los gravísimos problemas del país.

-Quizá sea la particular campaña una respuesta tardía y sublimada frente a la mujer que, muy antes, alertó sobre la catástrofe humanitaria en camino y denunció a la dictadura que padecemos, mientras otros corrían a Miraflores para desactivar las protestas con el diálogo de 2014.

Fuente:
Breve nota LB: En fecha 13/12/2018, esbozamos el carácter anti-histórico de la directiva por entonces anunciada para la AN (https://www.lapatilla.com/2018/12/14/diputado-luis-barragan-la-nueva-directiva-de-la-an-es-anti-historica/). Por entonces, siendo aún màs precaria la señal,  seguramente la declaración no quedó registrada en el blog. Luego, nos permitimos reproducirla acá. Lamentablemente, el tiempo nos dio la razón. Finalmente,  hay una pequeña variaciòn entre la versiòn enviada y de la aparecida hoy en Noticiero Digital (https://www.lapatilla.com/2018/12/14/diputado-luis-barragan-la-nueva-directiva-de-la-an-es-anti-historica/).

Diputado Luis Barragán: La nueva directiva de la AN es anti-histórica
diciembre 14 2018, 2:11 pm
  
“La Asamblea Nacional necesita reivindicarse como una herramienta institucional y ciudadana que ayude a superar esta dictadura, y no como una extensión o apéndice de la MUD-Frente Amplio que neutraliza y aligera su papel estratégico”, así lo refirió el diputado Luis Barragán, integrante de la Fracción Parlamentaria del 16 de Julio.

Faltando poco para la instalación de un nuevo período de sesiones, ya se conocen los nombres de quienes integrarán la nueva Junta Directiva, fruto del pacto suscrito por los partidos dominantes de la corporación legislativa.

“El acuerdo no sólo es extemporáneo, sino evidentemente anti-histórico, predispuesto para desarrollar una línea de diálogo incondicional con la dictadura, a pesar del reiterado fracaso de los encuentros celebrados en República Dominicana, cuyas consecuencias – por cierto – fueron advertidas con antelación por nuestra Fracción Parlamentaria, a cámara plena. Es extemporáneo, porque la consulta popular del 16 de julio de 2017 sencillamente lo rompió, pautándole otras orientaciones y directrices al parlamento; y es anti-histórico, porque el momento reclama el debido acatamiento de la sentencia condenatoria de Maduro Moros por el legítimo TSJ, procediendo a la consabida solución constitucional a la que tanto temen”.

El parlamentario anunció que, en los próximos días, según lo acostumbra, la F16-J dará a conocer su balance de las actuaciones de la Asamblea Nacional al culminar su segundo período de sesiones. No obstante, comentó sobre la necesidad de recobrar el carácter parlamentario de la institución misma.

“Brevemente, por una parte, ejemplificado por la última sesión ordinaria, la propensión es a no deliberar, aunque la Asamblea Nacional no se entiende sin el libre debate, pretendiendo desconocer el derecho de todos y cada uno de los parlamentarios que deseen hacer uso de la palabra, todo un derecho universal que define la instancia. Y, por la otra, resulta indispensable legislar – al menos – para movilizar a la ciudadanía, actualizar el diagnóstico de las realidades y echar el piso jurídico necesario para la transición, pero – sin demeritar otras iniciativas importancias – fueron soslayadas importantes iniciativas propuestas por la F16-J en torno a proyectos de leyes relacionados con la autonomía universitaria, los ascensos militares, la violación de la inmunidad parlamentaria o la estadidad del Esequibo, materias hoy tan cruciales”.

Fuente:

PEQUEÑAS VARIACIONES

RESPUESTAS A ENRIQUE MELÉNDEZ

¿La Fracción 16 de Julio se va a abstener o va a votar en contra, a propósito de la reelección de Juan Guaidó como presidente de la AN?

Hemos generado confianza en la ciudadanía por el sentido de responsabilidad que caracteriza cada postura asumida por la Fracción 16 de Julio, prosiguiendo con la evaluación de las específicas circunstancias del venidero 5 de enero. Cercano y distante a la vez, haremos pública nuestra definitiva decisión el día anterior, en horas de la tarde, después de reunida la bancada, pues, por muchas que sean las ventajas de los medios digitales, la deliberación de sus integrantes es presencial considerada siempre la valiosa opinión de los diputados forzados al duro exilio, como Juan Pablo García y Richard Blanco.
Además, abonando a esa confianza,  hemos difundido el necesario presupuesto político para sufragar en la cámara: firmes adversarios de la cohabitación, importa y mucho darle claridad y transparencia a la conducción opositora que le corresponde a un parlamento que ante todo debe ser tal, algo muy diferente a las jugarretas varias veces reñidas con la ética y orientadas a la celebración de unos pretendidos comicios sin el cese de la usurpación.  La Asamblea Nacional ha perdido credibilidad también por un habitual Orden del Día que tiende a generalizar y a banalizar nuestros problemas,  sin la debida, libérrima, concreta y consistente discusión que ameritan. Por consiguiente, recuperar la confianza, la credibilidad, el respeto y, en definitiva, la creencia en el parlamento, depende y dependerá de sus actuaciones encabezadas por una presidencia sobria, convincente y realmente comprometida con la ruta del coraje que, sin distracción alguna, apunte al cese de la usurpación.  Resulta indispensable rectificar, reconociendo con franqueza que, en todo 2019, la corporación legislativa no cumplió con lo que es un mandato histórico, por lo demás, intransferible.


John Magdaleno le recomienda Guaidó que ya cese de lo que se llamado “mantra”; que sería los tres principios de cese de la usurpación, gobierno provisional y elecciones libres. ¿Qué piensa usted?

De hecho, es lo que ha ocurrido a lo largo de todo 2019 con las consabidas e indeseables consecuencias políticas y sociales del caso, como el de la desarticulación de la dirección opositora tras el inútil diálogo de Oslo y sus derivados, faltando – sentimos – por conocerse muchas de las facetas que van filtrándose muy lentamente, o el del agravamiento inaudito de los problemas que operan como un morboso mecanismo de extorsión del régimen.  Aceptemos que, después de la Constitución, el Estatuto de la Transición es el más importante instrumento jurídico del país en las últimas décadas que no puede violentarse impunemente, por cierto, una novedad en la literatura conocida sobre las transiciones a la democracia. Y, aunque – por lo general – los “transitólogos” suelen contradecirse respecto a las opiniones emitidas en el escenario público y en el privado, deben convenir en un fenómeno particular: el de la contribución que determinados sectores de  la oposición hacen al sostenimiento  del propio régimen, voluntariamente o no, aunque están llamados – al menos, nominalmente – a reemplazarlo. Una consideración – digamos – académica del asunto, arroja esta evidencia que una consideración meramente mediática oculta, en medio de una guerra no convencional como la que padecemos.

¿Usted cree que siguen siendo legítimos los diputados del oficialismo que, luego de haberse ido a la Constituyente, ahora han regresado a sus respectivas curules en la AN?

Calentar el asiento en  el hemiciclo, no les concede legitimidad alguna. La cámara ha faltado a la debida calificación de quienes no sólo aceptaron y ejercieron altas y medianas posiciones en el gobierno de la usurpación, sino que abandonaron por más de dos años sus cargos y funciones parlamentarias a dedicación exclusiva, como indica expresa e inequívocamente la Constitución. Luego, no son diputados porque – faltando poco -  dejaron a sus mismos electores a la deriva, sin representación alguna. No obstante, observemos algunas circunstancias también inéditas: los ex – diputados oficialistas fueron invitados y celebrados al reincorporarse indebidamente a las curules, teniendo aún por misión la de implosionar el parlamento, pero – además – los hay ministros fracasados y dirigentes que no hallan cupo en el partido de gobierno ni en la tal constituyente de la que simultáneamente forman parte, por lo que se resignan al triste e indecoroso papel que le han impuesto.

¿Si no es por votos, como ustedes advierten, cómo lograr, al menos, el cese de la usurpación?

En un encuentro ciudadano al que asistimos en la parroquia Miguel Peña de Valencia, convertido en un foro parlamentario centrado en los problemas esenciales del país, por cierto, con una elevada calidad del debate, reivindicamos las iniciativas y los esfuerzos realizados por la Fracción 16 de Julio en torno a la vía principal de la pronta aplicación del TIAR, la insistencia en el 187, numeral 11 constitucional o la conformación de un Consejo de Gobierno, sino también de la aparentemente vía secundaria, como – por ejemplo – la defensa de la autonomía universitaria y la libertad de cátedra. Conocida la infeliz sentencia 0324 del 27/08/19 del ilegítimo TSJ, ha llegado la hora de realizar masiva y simultáneamente los comicios internos de las universidades el 23 de enero o el 4 de febrero para purgarlo de fantasmas, como una decisiva contribución al cese de la usurpación en medio de un de lo que puede convertirse en un irresistible y cívico  oleaje  democratizador. Por ello, el parlamento debe ser parlamento para adoptar las decisiones, incluso, legales que los faciliten, yendo al corazón mismo de las realidades sociales que siguen un curso insobornable, en lugar de recrearse como una élite sobrevenida que apuesta por una falsa normalización de la vida social y política que lleva el sello inconfundible de Oslo.

Según Rafael Poleo a María Corina Machado le rompieron el celofán. ¿Qué responde usted?

Con el debido respeto de las personas que profesionalmente la hacen, él suele intentar la crónica de farándula con los pocos caracteres que le permiten las redes sociales.  Agotada la imaginación, desea despuntar en una campaña,  nada inocente, cebada contra María Corina persiguiendo un rédito político que el psicoanalista jamás descubrirá en el esplendor de sus elucubraciones.  Pésimo sentido del humor que no se atreve a aquella tan célebre Delpinada del siglo XIX, al excedernos en un comentario – por lo demás – inmerecido de cara a los gravísimos problemas del país. Quizá sea la particular campaña una respuesta tardía y sublimada frente a la mujer que, muy antes, alertó sobre la catástrofe humanitaria en camino y denunció a la dictadura que padecemos, mientras otros corrían a Miraflores para desactivar las protestas con el diálogo de 2014.

(*) Respuesta al cuestionario enviado por Enrique Meléndez, viernes 27/12/2019. Véase versión publicada en:

lunes, 30 de diciembre de 2019

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL ANÁLISIS

Chile: dos miradas desde la perplejidad
Álvaro Briones

Chile actual. Anatomía de unmito
TOMÁS MOULIAN
Universidad Arcis y LOM Santiago de Chile, Chile
El Chile perplejo. Del avanzar sin transar al transar sin parar
ALFREDO JOCELYN-HOLT LETELIER
Planeta/Ariel, Santiago de Chile, Chile

Cierta sensación de perplejidad ha venido a unirse últimamente a la mención de Chile. Desde el desconcertante triunfo electoral de Salvador Allende en 1973 hasta su llamativo proceso de transición política, todo ha resultado raro o sorpresivo durante el último cuarto de siglo. Ni siquiera los chilenos parecen escapar a esta perplejidad. De ahí que recientemente hayan proliferado los ensayos que buscan la autointerpretación. Los dos más grandes éxitos editoriales actuales en Chile corresponden a esta línea y resultan ser ampliamente coincidentes, aunque, curiosamente, uno ha sido escrito desde la perspectiva de un izquierdismo intelectualmente militante y el otro desde la óptica de una derecha liberal.
CHILE ACTUAL O LA TRAICIÓN DE LOS POLÍTICOS
Tomás Moulian es sociólogo. Dirige desde 1991 la Escuela de Sociología de la Universidad ARCIS de Santiago y desde 1996 el Centro de Estudios Sociales de la misma Universidad. Alguna vez, antes y durante la dictadura, fue además dirigente político. Jamás ha dejado Chile y ha sido, por ello, testigo directo de todo lo que comenta y critica. Y su crítica es dura. Arranca de su rechazo en contra de aquello en lo que se ha convertido Chile. El Chile actual reducido a una «sociedad de mercados desregulados, de indiferencia política, de individuos competitivos realizados o bien compensados a través del placer de consumir o más bien de exhibirse consumiendo, de asalariados socializados en el disciplinamiento y en la evasión» (pág. 18).
También rechaza a la estructura político-institucional con que se reinauguró la democracia. Una estructura que define como jaula de hierro y que –igual que el resto de lo que sucede hoy en Chile– «era perfectamente conocido por la Concertación cuando se postuló como alternativa de poder en las elecciones de 1989» (pág. 52)1. ¿Por qué lo hizo entonces?, ¿por qué la oposición se presentó como una alternativa antidictatorial aun sabiendo que todo seguiría igual? La respuesta de Moulian es por pura maldad. Una maldad que condujo a «una trampa de la astucia», como a su vez califica al proceso que llevó al país desde la dictadura a su situación actual. ¿Y por qué los políticos e intelectuales progresistas decidieron hacerse cómplices del antiguo régimen? Para Moulian la respuesta es simple: porque cambiaron, porque se transformaron.
El origen de todo se encuentra, en la «revolución capitalista» realizada bajo la égida de tres protagonistas principales, cuya actuación es descrita en un párrafo que no puede dejar de evocar la elocuencia coprolálica de un poeta chileno hoy casi olvidado, Pablo de Rocka: «Chile actual [...] es la materialización de una cópula incesante entre militares, intelectuales neoliberales y empresarios nacionales o transnacionales. Coito de diecisiete años que produjo una sociedad donde lo social es construido como natural y donde (hasta ahora) sólo hay paulatinos ajustes» (pág. 18). Estos tres protagonistas constituyen el «bloque en el poder», la «tríada» que explica el sistema de dominación social existente; la misma que construyó Chile actual.
En contra de todo lo que pudiera pensarse, el análisis de Moulian no continúa con la descripción de la que habría sido la opción correcta en el momento de la gran traición: ya aclarado lo que hicieron los malos, no termina de explicarnos qué debieron haber hecho los buenos y por qué no lo hicieron. En su lugar se limita, quizá sarcástico, a recordar que: «Existió, por supuesto, la opción aventurera de apostar a una movilización de masas hastiadas por las condiciones políticas estatuidas por el poder militar. Eso hubiera requerido rechazar la negociación a la límite de 1989 y ponerse a acumular fuerzas para una ofensiva global de desligitimación del sistema constitucional entero, aprovechando la coyuntura electoral. Pero ningún actor relevante pensó en eso» (pág. 52). ¿Y Moulian, lo pensó? Tampoco lo sabemos y quizá nunca lo sepamos.
Y exhibe la misma falta de generosidad con sus lectores cuando se trata de proponer una alternativa al mundo que describe. Lo más lejos que llega, al reflexionar sobre el «páramo del ciudadano» en que se ha convertido el Chile actual, es a sugerirnos crípticamente que: «Aun cuando la historicidad global aparece congelada, hay por debajo un oscuro y lento trabajo de reconstrucción del tejido social, de constitución de sujetos. Incluso puede decirse que el peso de la actual neblina histórica indica la necesidad de buscar en el nivel de lo local un espacio de rehistorización molecular. Como dice Buber, retomando una idea de Kropotkin: «"Considero que la suerte del género humano depende de la posibilidad de que la comuna renazca de las aguas y del espíritu de la inminente transformación de la sociedad"» (pág. 78). La frase no es un modelo de transparencia y no contribuye mucho a aclararnos las cosas. Quedamos, pues, sin saber cómo se construye esa alternativa, ¿comunal?, ¿celular?, ¿molecular?, en qué dirección, para construir qué tipo de sociedad, al servicio de qué interés, con quién o entre quiénes.
Es difícil no llegar a la conclusión de que el análisis de Moulian es incompleto y tampoco cuesta mucho aceptar que además es egoísta pues, sentado con comodidad en las gradas de la historia, lejos de la arena de los compromisos efectivos, ni siquiera se digna ofrecer a quienes están abajo, a pleno sol, la sombra amistosa de una idea, o el sorbo refrescante de una opción inteligible para el cambio. Sin embargo, su libro ronda ya la novena o décima edición. Cabe preguntarse, ¿por qué ha sido tan leído? Mi respuesta personal, íntima, de chileno comprometido con lo ocurrido y con lo que puede ocurrir en mi país, es, que más allá de algunos errores de interpretación y del egoísmo de la ausencia de alternativas, ofrece una de las más descarnadas y veraces descripciones de la realidad contemporánea del país. Que su relación de la desigualdad y la pobreza, su descripción de las imágenes del éxito y del avance de la mercantilización se corresponden fielmente a lo que sufre la mayoría de chilenos. Y a que, en definitiva, fue el primero en atreverse a decir que el rey estaba desnudo y eso es algo que siempre se agradece.
EL CHILE PERPLEJO O LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL ANÁLISIS
Alfredo Jocelyn-Holt es historiador y, a diferencia de Moulian, vivió buena parte de su vida fuera del país. La ausencia, empero, no ha significado desarraigo. Por el contrario, su pluma y su temática están perfectamente sintonizadas con la realidad chilena. En un país habituado al compromiso y las buenas maneras destaca su estilo: uno en el que las personas son señaladas con el dedo y por su nombre. No cabe duda que el elegante desparpajo de Jocelyn-Holt invita a la lectura de sus libros y probablemente esa sea una de las explicaciones de su éxito editorial. Algo diferente debe decirse de la calidad de su análisis. Tal vez por exceso de concesiones al estilo o quizá sólo porque ha decidido renunciar al método, el hecho es que su libro parece más una suma de descripciones pintorescas, acaso una colección de frescos, que el examen metódico de una realidad contemporánea. Es verdad que aclara que «ha sido escrito para discutir no para aleccionar doctoralmente», pero lo que queda es un análisis cuya levedad puede hacerse insoportable y que conduce frecuentemente a situaciones sin explicación, verdaderos callejones sin salida de la historia en el que las cosas parecen haber ocurrido «sólo porque sí» o –¿por qué no?– por simple capricho de uno u otro personaje.
La obra arranca de la descripción de un Chile, a mediados de los cincuenta, bucólico y amodorrado, donde nada parece suceder y que sólo es la prolongación del Chile decimonónico que, desde la independencia, no ha visto alterarse ni sus formas ni su textura. En esas condiciones Jocelyn-Holt arriba inevitablemente a la situación del ilusionista de cabaret pues, finalmente, no tiene otra opción para explicar los hechos sociales –«efectos» de ningún «antecedente» pero que a pesar de todo acaecen– si no es sacándolos del sombrero de su buen estilo literario: «En términos generales pienso que la década hizo caminar al país a donde finalmente habría de llegar: al rompimiento de sus ejes hasta entonces fundamentales. Ello no ocurrió definitivamente sino durante los años sesenta. Pero fueron los cincuenta, con su indefinición, su incoherencia, su falta de perfil, los que hicieron posible el período posterior y su característica más sobresaliente: la desarticulación sísmica de la sociedad». La nada provocando el revoltillo. Interesante pero demasiado leve como análisis, insoportablemente leve en realidad.
Esa insospechada desarticulaciónsísmica la inicia la Democracia Cristiana. Como su accionar no tiene antecedentes, la explicación que encuentra para sus motivaciones suena insólita, aunque no extraña en el aristócrata que frecuentemente nos recuerda que él es: el resentimiento social. Ni más ni menos: a los democratacristianos sólo los mueve el resentimiento, la envidia. El resultado de una experiencia con ese origen no puede sino ser desastroso y por ello «hacia sus últimos días Chile bajo la DC ya estaba sumido en un clima odioso y de fuertes antagonismos» (pág. 108). El paso siguiente lo da la Unidad Popular de Salvador Allende aunque para Jocelyn-Holt todo lo genera la Democracia Cristiana. Fue exclusivamente la DC la que «desde el gobierno, desenfrenó el proceso político chileno. Desató dinámicas que luego no supo controlar» (pág. 101). Y todo ello por «el resentimiento, "la llaga secreta" al decir de Alone» (pág. 85). La sociedad y su evolución quedan de lado y todo termina pareciéndose a una novela costumbrista de José Donoso, en donde lo verdaderamente importante es lo que ocurre en la fiesta de la debutante quinceañera o, allá en el fondo, en el cuarto de la nueva empleada que la mamá trajo del sur y que el «niño» de la casa quiere convertir en objeto de su lujuria adolescente.
En lo que sigue, el «desenfreno» de la Unidad Popular es explicable pues «entran a dirigir el país los que hasta ahora lo habían presenciado todo desde el patio trasero» y «por consiguiente, desde el momento que ganan su derecho a liderar el proceso no atinan a otra cosa que a celebrar» (pág. 110). Aunque en tales circunstancias el resultado también es previsible: «La UP fracasó porque no pudo ni supo gobernar» (pág. 121). «Así y todo –reflexiona Jocelyn-Holt– uno se pregunta si el gobierno de la UP [...] merecía o no el fin que tuvo». Su conclusión es que no. Después de todo, «la UP no llevó al país a la guerra civil». Con mucho menos motivo aún se puede culpar a esa celebración de los excesos que siguieron, lo que lo lleva a preguntarse si «¿no será que la UP está sirviendo aquí de excusa [...] para justificar un propósito autoritario castigador infinitamente más profundo?». Fiel a sus pasiones –¿sus obsesiones?–, encuentra la respuesta en su villano favorito, la Democracia Cristiana: «En rigor, la UP no hace nada esencialmente distinto a lo que desde 1967 –durante el gobierno de la DC– se venía presenciando. Ergo, es más que presumible que se le estén adjudicando al gobierno de Allende culpas acumuladas» (págs. 123-124).
Luego vino la dictadura y el fin del antiguo régimen, a manos de la propia clase alta, que lo hace porque ya lo había perdido todo o estaba a punto de perderlo todo. Eso la liberaba, la predisponía al cambio, aunque al mismo tiempo la hiciese totalmente diferente de la vieja derecha, aquella que Jocelyn-Holt añora. Claro que los protagonistas son los militares, aquellos que permanentemente ocuparon un lugar secundario, nunca sustantivo. Esto explica que Pinochet, que hasta entonces era nadie, llene el escenario a partir de ese instante. Un «hombre hecho a la medida de la oportunidad». Uno que «puede que corra solo y llegue segundo, pero lo crucial no es lo último sino lo primero, el que corra solo, el que no admita competencia. Ya llegó» (pág. 165).
¿Por qué acabó la dictadura? ¿Por qué se vivió un proceso de transición? El primer paso lo da Patricio Aylwin, para quien Jocelyn-Holt reserva la descalificación –tomada de Armando Uribe– de «un hombre a la medida de lo posible», en alusión, tal vez, a la expresión utilizada alguna vez por el ex presidente para definir lo que a su juicio son los límites de la justicia actual. ¿Por qué lo hizo? Nuevamente la respuesta es de una simplicidad que abruma: porque «a toda una generación se le comenzaba a acabar el tiempo». Viejos, y derrotados quizá antes que todo por el aburrimiento, «los cuadros opositores llegaron a negociar un tanto cansados, y en los niveles más altos, desmoralizados. Contentarse con lo mínimo era parte de ese agotamiento. La dictadura también envejeció; fue generando más y más animadversión luego que despertáramos del shock. Con todo, fueron quizá las generaciones jóvenes de los sesenta las que más envejecieron; se desilusionaron». Las cosas vuelven al costumbrismo; la explicación radica en la intriga, en el cuarto de atrás: «Había asuntos pendientes entre los viejos que era necesario liquidar. Antes de que el telón cayera había que asegurarles por tanto, a riesgo de que se volvieran anacrónicos, una última salida al escenario, su último bis» (págs. 200-201).
En definitiva, así como para Moulian la transición es fundamentalmente «transformismo», traición, para Jocelyn-Holt es básicamente farsa. Una farsa montada por unos ancianos cansados que ¿por instinto?, ¿por casualidad? son capaces de ponerse de acuerdo. La solución, desde luego, no es del agrado de Jocelyn-Holt y la rechaza: «Mi impresión es que esta negociación, la de 1988-89, resultó, como casi siempre sucede en Chile, en un empate» (pág. 270). Podría ser un juicio certero si fuese la conclusión de su análisis y no la expresión de su repudio al mal gusto; después de todo, las negociaciones son siempre el efecto de dos debilidades (nadie negocia en condiciones de superioridad) y siempre dan por resultado un empate (por eso son transiciones; de otro modo serían revoluciones o refundaciones). Pero para llegar a una conclusión como esa habría sido necesario un análisis que mostrara efectivamente las debilidades y las fortalezas de las partes; en una reflexión como la de Jocelyn-Holt, que se detiene principalmente en la idiosincrasia o la anécdota, el empate es vulgar y la negociación odiosa porque los opositores recurrieron a ella simplemente porque se estaban volviendo viejos, en tanto que la dictadura lo hizo... lo hizo... ¡quién sabe por qué lo hizo! No sólo los ancianos son culpables. También esos que fueron jóvenes en los sesenta y que se desilusionaron. Son los mismos «transformistas» de Moulian; los que pasaron del «avanzar sin transar» –la consigna favorita de los años de la UP– al transar sin parar que es el signo dominante de los tiempos que corren. Ex jóvenes profetas que hoy día lo transan todo: sus historias personales pero «ojo, también la historia a secas», lo que quiere decir que tergiversan y se autotraicionan pretendiendo el olvido de un pasado del que ellos mismos fueron víctimas.
Así es como se ha arribado al Chile de nuestros días. Un Chile respecto del cual Jocelyn-Holt comparte juicio y descripción con Moulian aunque, a pesar de todo, hay diferencias. Allí donde Moulian –un intelectual orgánico a fin de cuentas– ve el síntoma de la enajenación y del desclasamiento, JocelynHolt ve principalmente mal gusto y chabacanería: «Históricamente nunca hemos sido más monotemáticos y lateros» (pág. 189). Y donde aquél sólo ve los feos cachos y la peluda cola de la traición, Jocelyn-Holt ve también algo que quizá le moleste más, la ordinariez: «El signo de nuestro tiempo ha sido, quizá, la traición, la ordinaria». Algo repugnante pero para lo que hay antídotos. El que recomienda Jocelyn-Holt es justamente la perplejidad: o sea reconocer nuestras vacilaciones. Profundizar nuestro escepticismo. Y en todo caso «esquivar los extremos, no caer en las dos trampas que se nos ofrecen: en la medida de lo posible o en la medida de la oportunidad».
Un Jocelyn-Holt que no oculta su admiración por el antiguo régimen y que reconoce escribir desde: «Un mundo tradicional que no es el ogro que se nos quiere hacer creer... Una derecha que ya no existe pero que tenía ciertos rasgos cruciales. Era realista, pragmática, escéptica, apreciaba el gradualismo, no era reaccionaria. Tenía un fuertísimo sentido del poder, pero también de sus límites... Escribo desde esa derecha» (pág. 317). Un Jocelyn-Holt que escribe desde esa derecha imaginaria o imaginada por él, quizá idealizada por él, nos hace finalmente una invitación que ni las críticas a la levedad de su análisis pueden llevarnos a rechazar ni la admiración por la brillantez de su estilo puede llevar a opacar: «Seamos [...] lo que históricamente nos corresponde. Volvamos a ser auténticamente optimistas. Seamos realistas, soñemos lo imposible, seamos moderados».
01/01/2000
1. La Concertación de Partidos por la Democracia es la coalición de tres partidos socialdemócratas y el partido Demócrata Cristiano que gobierna desde 1990 y que ha conducido el proceso de transición política. ↩
La Gran Desilusión del Socialismo, así con mayúsculas, desconcertó y desbandó a la intelectualidad de izquierda y restó beligerancia al debate ideológico. Los intelectuales escarmentados por el apoyo brindado a sueños utópicos que acabaron siendo cajas de Pandora, se retiraron quietamente de la praxis.
En la arena política, las ideas se homogenizaron también en Europa. Las izquierdas al intentar alejarse de las prácticas fallidas del derrotado socialismo, adoptaron discursos que en nada o en muy poco se diferenciaban del discurso de centro o incluso del de una derecha moderada. El resultado de este discurso político poco diferenciado y el carácter cada vez más frívolo de las campañas electorales, desgastó la confianza de la masa votante que se vio sin alternativas frente a un status quo aparentemente entronizado e inalterable. Llegadas al poder las dirigencias, sea cual fuera su discurso de campaña, se rendían ante las limitaciones impuestas por los márgenes de acción de las democracias constitucionales. Un gobierno de izquierda terminaba pareciéndose a uno de derecha, tanto en sus vicios como en la incapacidad de dar solución a los problemas de las mayorías. Esta situación originó cuestionamientos esporádicos sobre si no era acaso la misma democracia la que requería modificaciones, ¿no debía la democracia adaptarse al siglo XXI? La respuesta no surgió, ni de la Tercera Vía, ni de los intelectuales; la respuesta pragmática más clara fue la promulgación por Hugo Chávez en Venezuela de lo que llamó Socialismo del Siglo XXI. Los gobiernos surgidos bajo esta insignia en América Latina modificaron a su antojo las reglas del juego, instituciones y constituciones, aludiendo a la necesidad de empoderar a las masas. Con fórmulas vistosas como los Consejos de Poder Ciudadano, o slogans como “el pueblo Presidente,” el chavismo en Venezuela, el Orteguismo en Nicaragua, los gobiernos de Evo Morales, Rafael Correa y Cristina Kirchner reinventaron la democracia y la justicia social, decretando la zanahoria para sus partidarios y el garrote para sus críticos. Sonaron las trompetas anunciando la Tierra Prometida pero también los tambores de una declaratoria de guerra a los intelectuales díscolos. Se centralizó el poder y se montaron hábiles maquinarias de propaganda que satanizaron el disenso y excluyeron a los que tildaron de enemigos. En este Socialismo del Siglo XXI el que no es “leal” es peligroso. Sin duda que hay muchos aspectos positivos en la gestión de estos gobiernos, pero la aparición de una nueva nomenclatura dispuesta a imponer su verdad absoluta en nombre de la necesidad de los pueblos trae consigo el olor de viejas dictaduras. Acallar la crítica tiene consecuencias. Ya pasó, en América Latina, la época dorada de los intelectuales-políticos. Veremos qué pasa en España donde los intelectuales han vuelto a la palestra. Hay que cuidar que el sueño de la razón no produzca monstruos.

Fuente:
https://www.revistadelibros.com/articulos/chile-tomas-moulian-y-alfredo-jocelyn-holt

LUCHA ENTRE PULSIONES

Los intelectuales y la política
Ferrán Requejo
24/07/2017

La noción de “intelectual” es más europeocontinental que anglosajona. En el mundo de habla inglesa predomina más bien la figura del experto y es más escéptico respecto de las explicaciones y evaluaciones generales hechas por un mismo autor sobre temas políticos, sociales y culturales.
Por otra parte, las relaciones de los intelectuales con la política distan de ser una relación sencilla y unívoca. La experiencia del siglo XX muestra multitud de ejemplos de personas culturalmente reconocidas y socialmente influyentes que se han equivocado radicalmente sobre el significado, por ejemplo, del nazismo o el comunismo. Los totalitarismos han seducido a buena parte de los intelectuales europeos. Algunos los justificaban en términos de una necesidad temporal dentro de una lógica histórica de “progreso”. El añorado Manolo Vázquez Montalbán resumía estas alucinaciones teóricas con su ironía habitual: “¿ Cómo es posible que unas personas tan inteligentes puedan llegar a ser políticamente tan aleladas?”.
El tema del “impulso erótico” hacia la verdad se ha presentado desde los tiempos clásicos como una lucha entre las pulsiones moral-racionales en busca de la verdad y las pulsiones pasional-irracionales. La referencia es el diálogo Fedro de Platón. La alegoría es un auriga (la razón) que trata de controlar un carro tirado por dos caballos que representan aquellos dos tipos de pulsiones. Naturalmente, le cuesta mucho que los dos caballos avancen en una misma dirección hacia el deseado mundo de las ideas. La conducción siempre es ­difícil y el resultado incierto. Puede acabar en de­sastre.
Veamos algunos ejemplos dispares de esta tensión: Heidegger defiende una metafísica de Sery legitima el nazismo, dos cosas que hoy parecen lo bastante congruentes entre ellas. Sartre reflexiona con una indiscutible densidad en El ser pero justifica hasta muy tarde las atrocidades del estalinismo. Incluso Benjamin muestra un trasfondo intelectual errático, que va desde la influencia primigenia de Carl Schmitt hasta escritos marxistas que le son intelectualmente incómodos y que, de hecho, no se avienen mucho con sus lúcidas críticas del arte contemporáneo. La oleada de los maîtres-à-penser franceses (Fou- cault, Glucksman, Derrida, etcétera) apoyó a Mao o a la revolución iraní. Un aire de familia ­recorre los proyectos de milenaristas, puritanos, jacobinos, bolcheviques, fascistas, maoístas, fundamentalistas religiosos, et­cétera.
Como mínimo hay cuatro componentes, combinados en intensidades diferentes, que explican estas derivas: 1) Una “voluntad de poder” de influencia política, a menudo ­poco disimulada. 2) La tendencia a las dua­lidades analíticas de la “tiranía de la mente discontinua” ( R. Dawkins). 3) Una simple falta de conocimientos científicos o históricos, escondida por el hecho de razonar desde una supuesta superioridad analítica o moral, y 4) Las presunciones epistemológicas de la “falacia de la abstracción”.
Denomino falacia de la abstracción a la pretensión que un ra­zonamiento es analíticamente más profundo y definitivo cuando incluye los términos más abstractos posibles en el lenguaje de la argumentación. Se trata de una falacia que transita por dos vías que in­ducen a error: A) crear la sensación de que si se sube el grado de abstracción de los términos analíticos, el razonamiento tiene más alcance empírico (cosa notoriamente falsa), o B) construir una estrategia retórica que rehúye los puntos conflictivos bajo la apariencia que se ha llegado al meollo del problema. Estas dos vías se presentan a menudo como el paso de la “anécdota a la categoría”, un camino que no siempre resulta adecuado ya que hace perder la riqueza informativa inherente a los casos concretos que analizar. Algunos filósofos muestran una repetida tendencia a caer en esta falacia. Sin embargo, Hegel, precisamente Hegel (!), uno de los filósofos más abstractos y de lenguaje más oscuro, ya advertía sobre este espejismo epistemológico.
Naturalmente, en las democracias del siglo XX también ha habido intelectuales mucho mejor orientados en términos epistemológicos y políticos. La lista también es larga: Russell, Camus, Aron, Berlin, etcétera.
Platón se equivocaba en la alegoría. En el ámbito político no es conveniente que el auriga sea la razón teórica. Sabemos que la razón crea monstruos y que los productos teóricos del lenguaje producen espejismos que nos fascinan. Hace falta que el auriga sean las prácticas institucionales de las democracias liberales, estos productos históricos de aluvión que tanto ha costado conseguir. A pesar de todas sus limitaciones, son los mejores productos políticos que la humanidad ha sido capaz de generar. El foco de los análisis hay que situarlo en las realizaciones prácticas, no en las declaraciones ideológicas. Y eso se ha pensado mejor desde Amsterdam, Londres, Filadelfia o Toronto, que desde Berlín, París, Roma o Moscú.
Acabemos de una forma más estival. Una conocida definición dice: “Un intelectual es alguien que ha encontrado algo más inte­resante que el sexo” ( E. Wa­llace). ¡Muy buen verano!

Fuente:
https://www.lavanguardia.com/opinion/20170724/4351312766/los-intelectuales-y-la-politica.html
Pieza: Claes Oldenburg.

MIRARSE, MIRANDO

INTERPELACIÓN VIGENTE

El Nacional, Caracas, 06/03/2002.

MAESTRÍA

REPORTE GARAUDY


Breve nota LB: El caso Garaudy ha quedado pendiente desde hace mucho tiempo, pues, se le conoció en la prensa venezolana y, aunque ahora no podemos calibrar su importancia en ella, recordando - otro ejemplo - a Marcuse, tuvo un impacto importante. Además de reconocido intelectual en el otrora prestigioso PCF, fue un importante dirigente político que pasó por el parlamento. Posiblemente, pocos lograron atisbar esa conversión  al cristianismo que después lo llevó al islamismo.

Fue una autoridad para la polémica, contrariada por las autoridades ideológicas de la extinta URSS. Entre los varios títulos conservados en casa, está - a modo de ilustración - "El marxismo y el renegado Garaudy" de J. Momdzhián, nada menos que de Editorial Progreso (Moscú, 1974), en el que se lee: "Garaudy trata de persuadirnos de que el cristianismo moderno se ha depurado al fin de todo lo que, a menudo, hacía de él opio", citando el Concilio Vaticano II.

Descubrir al autor, finalizando los '70 del 'XX, se hizo entusiasmo y, a la vez, con el tiempo, interés por una tragedia personal del intelectual que hace la política cotidiana. Inadvertidamente, guardamos apuntes de la lectura de la vieja prensa y ha faltado tiempo para buscar las notas sobrevivientes y arribar a alguna conclusión respecto a su influencia en los cambios o supuestos cambios de una izquierda que emergió - una - de la derrota insurreccional, cuestionándose, y - la otra - deslizándose por debajo de la mesa hasta llegar al poder, por ironía, intacta en sus creencias y traumas, con el paso de las décadas.

Reproducción: Pancho Graells para una entrevista de Bertrand Poirot-Delpech a Roger Garaudy de 64 años de edad: "El porvenir es algo que se inventa". El Nacional, Caracas, 23/10/1977.

CLARO QUE LO ESTABA Y ESTÁ !

Y DEL ATAQUE HOMONÍMICO


Breve nota LB: Por ello, la marca.  Esto vale en la actividad política y de opinión, como en cualesquiera otras. Agreguemos, otras en curso, pues, la historia se encargará luego y muy luego de distinguir, si es necesario. Se supo de un Luis Aparicio El Grande (Aparicio Ortega) para dferenciarlo del hijo (Aparicio Montiel), por mucho que llegase al Salón de la Fama del Béisbol Mayor, por ejemplo. Quizá el suscrito hubiese tenido que añadir otra seña de publicar textos en México. No  obstante, si de homonímia se trata, recordamos un caso de abusiva e impúne manipulación. Hacia mediados de los '80 del 'XX,   hubo que responder a un ardid que inventó el otrora ministro de la OCI, en tiempos de Lusinchi: Carlos Croes. Éste señaló que Julio César Moreno gozaba de un contrato con el gobierno al que tanto atacaba o cuestionaba. El entonces diputado Julio César Moreno, presidente de la referida Comisión, localizó a su homónimo, un boxeador retirado que, en efecto, algún ingreso tenia con el miniterio, al parecer modesto,  porque vivía en la avenida Baralt, no precisamos ahora si en una pensión.  Nada pasó.

DEL OTRO PAÍS QUE FUIMOS

A{UN EN LAS TORRES DEL DESPRECIO

UN TIGRE MÁS QUE EL OTRO

PROCLIVIDAD AL CONSUMO

INCITACIÓN AL FASCISMO

Tribuna Popular, Caracas, 05 al 02/06/1967.

SIN EMBARGO, EL INH ...

CUADERNO DE BITÁCORA

Recordamos ese día.  Concurrimos no muchos opositores a la sesión y en ese momento se anunció el Orden del Día, como acostumbraba la mayoría oficialista.  Intervinimos para preguntar sobre el proyecto de Acuerdo de  una agenda sobrevida, según la costumbre que todavía no se ha perdido. Nos dijeron que estaba en camino. Planeaba intervenir, pues, tenía en mente no sólo a John Lee Anderson, a Jorge Castañeda y a Abel Posse que, por 1997, formaron parte de las lecturas aniversarias de Guevara, sino un artículo publicado por Aníbal Romero en El Diario de Caracas,  en torno a la criminalidad del cubano-argentino.  Pensaba hacerlo más con cautela que con prudencia, ya que sabía de las simpatías que despertaba entre los parlamentarios de la otrora MUD. Se me acercó la diputada Dihnora Figuera para que supiera que ella, médico también, tenía admiración por Guevara y, otro tanto,  el diputado Miguel Pizarro. En aquella ocasión, faltando un número más o menos importante de parlamentarios de la oposición, le consulté al diputado Edgar Zambrano, quien – en la práctica – coordinaba a la bancada, recomendándose no intervenir porque vendría otro tema que requería de una mayor compactación. Por supuesto, el planteamiento que hubiese hecho rompería el ánimo de la fracción unitaria, ya que, incluso, recordaba aquél discurso que pronunció Domingo Alberto Rangel en un acto del Aula Magna de la UCV el 08/10/1976,  al que fuimos – muchachos – por curiosidad (no olvidamos aquella ambientación de un lugar oloroso a madera vieja y noble, como alguna vez ostentó la Cinemateca Nacional).  A la postre, comprendimos que se trataba de purgar un fantasma tan inherente a una generación que lo exaltó. Dejamos el asunto así. No recordamos si Figuera, Pizarro u otro diputado opositor tomó la palabra, pues, hubo otro punto en el Orden del Día, controvertido.

Después de leer las notas, nos percatamos que no fue Pizarro (quien varias veces nos recomendó moderación para discursos que no fueron tan moderados), sino el diputado Julio Cesar Reyes.

Pieza: Ender Cepeda, Galería de Arte Nacional (Caracas, 12/10/14).

Notas consignadas cuatro años atrás:

LB: En efecto, fue planteado el Proyecto de Acuerdo sobre Ernesto Guevara, sin que circulara previamente el
impreso. Además que los términos eran de una grosera y acrítica lisonja que
constituía una evidente distracción para el debate de otros asuntos, sentimos
que no había consenso en la bancada para fijar una postura. Los diputados
Dinorah Figuera y Julio César Reyes, se me acercaron manifestando la admiración
que tienen por el Che, aparte de otros comentarios que escuchamos. Ya teníamos
listo el esquema para contra-argumentar, pero preferimos dejar pasar la
posterior ocasión (30/12/14).
Jose Hermoso Sierra: ¿Será que piensan trasladar algo de esa basura al panteón?
LB: ...
Nicomedes Febres Luces: Que pelucones son estos tipos
Luis Gomez Calcaño: ¿Diputados de oposición admirando al Che? Lo menos que deberían hacer es renunciar a la reelección o irse para el PSUV.
LB: Hay quienes lo admiran por una u otra razón y hasta a título de inventario. Deben inscribirse en el PSUV? Incluimos a Puerta Aponte? Será que hay fantasmas culturales que todavía aterrorizan, pavoneándose...
Luis Gomez Calcaño: Para mi, admirar al Che es ignorar la realidad de su acción y de su vida política, a menos que se sea fanático e identificado con su marxismo radical tropical. No fue un héroe y ni siquiera murió peleando, ya que se rindió. Un opositor que admire al Che es simplemente un gran ignorante y un gran inconsecuente con sus propias ideas.
LB:  Tratándose de un científico social, quizá se imponga una mejor comprensión del fenómeno. Por un lado, recordemos, fue tan exitoso el Che propagandeado, desde los inicios de un proceso al que emblematizó, que la muerte inexorablemente lo convirtió en m…Ver más
LB: Por otra, algún día busco la nota que hicimos rapidamente sobre Guevara. Más papistas que el papa, me parece absurdo desterrar a quienes todavía le hacen el guiño, mandándalos para el PSUV. No estamos de acuerdo, por lo menos, no sin antes mandar al PSUV a unos cuantos que colaboran con el régimen, tirando la piedra y escondiendo la mano. Ojo, no us con ud., posia....
LB: No se preocupe, que no lo tomo personalmente. Naturalmente, no creo que esos valiosos diputados deban irse al PSUV, pero me asombra la inconsistencia entre ser de oposición y admirar al Che, inconsistencia que atribuyo a que no se han tomado el trabajo…Ver más
Luis Gomez Calcaño: No se preocupe, que no lo tomo personalmente. Naturalmente, no creo que esos valiosos diputados deban irse al PSUV, pero me asombra la inconsistencia entre ser de oposición y admirar al Che, inconsistencia que atribuyo a que no se han tomado el trabajo de informarse bien sobre sus hechos. Como parte de la generación que estaba alrededor de los veinte años cuando se formó el mito, yo también fui parte del "culto". Pero, de no mediar una ciega identificación ideológica, seguir admirándolo a estas alturas es, para decir lo menos, anacrónico.
LB: Pues, de eso se trata. Somos divertidamente extemporáneos. Y es en todos los terrenos. He acá la crisis.
Nicomedes Febres Luces:  Luism conocí pequeño al Ché Guevara cuando era visitador médico en Caracas de un laboratorio gringo llamado Merck, Sharp & Dohme y como era muy hediondo porque no se bañaba, mi padre le pidió que no lo visitara más. Mediados de los años 1950. De aquí se fue para Guatemala y luego México.
LB: Deberías escribir largo al respecto.

Fuente:
https://www.facebook.com/photo.php?fbid=10204242904087354&set=a.10202145765060189&type=3&theater

domingo, 29 de diciembre de 2019

BREVE, PERO ELOCUENTE CRÓNICA

Nota de Víctor Pineda

El jueves 26, por estar cerca del lugar, pudimos visitar, en compañía de los amigos y colegas Alfredo Jurado y Daniel Terán, la espacios de la "Casona", otrora mansión presidencial y ahora trocada en "Casa Cultural Aquiles Nazoa". 

Interesante visita, pudimos acceder a las estancias del comedor, del Consejo de Ministros, del Salón de los Embajadores y contiguo, a ciertos patios internos, incluso se puede entrar a la "habitación del Comandante" (es un pequeño cuarto que tiene una pared de madera, detrás de la cual están la cama y un escritorio que supuestamente usó el eterno galáctico insepulto y que se pueden ver solo a través de una pantalla) y otras estancias más privadas (que no puedo publicar). 

Sin embargo, se nota el descuido de la edificación, patios llenos de hojas y tierra, muebles deteriorados, puertas sin manijas, personal sin preparación (puros muchachos menores de edad sin ninguna formación protocolar o museística), piezas dañadas, acceso libre a las áreas verdes y se piensa, nos dijeron, abrir la piscina y otras áreas al público en general. Ya veremos cuánto dura la antigua residencia de la "Casona", que fuese hogar de las familias presidenciales de Venezuela.

Fuente:

L' ENFANT TERRIBLE

Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
«Lo que nosotros tuvimos fue una dictadura exitosa»
Juan Manuel Vial

Lo que sigue es una larga y distendida entrevista con el autor de tantos libros clave para entender nuestro pasado y nuestra realidad actual. Con sus habituales graduaciones de intensidad —que van desde el énfasis irónico hasta el bufido exasperado— Jocelyn-Holt revisa aspectos no conocidos de su vida al tiempo que esclarece su linaje intelectual sin dejar, por cierto, de echarle un vistazo crítico a la contingencia.
A fines de los años 90 me topé por casualidad con Alfredo Jocelyn-Holt en el andén del metro Los Leones. Lo saludé, pues nos ubicábamos, y antes de ponernos a conversar de lo que fuera, él propuso con cierta inquietud que nos alejáramos de los rieles. Al percibir la ligera sorpresa que me causó su petición, se explicó: tengo demasiados enemigos por estos días, dijo, y a varios de ellos no les costaría nada pasar por detrás mío y darme un empujoncito mortal aprovechando que estoy distraído hablándote. De la sorpresa pasé al desconcierto, pero me recompuse: concluí que se trataba de una broma e intenté una sonrisa. Indudablemente calibré mal: su rostro no reveló asomo alguno de complicidad, por el contrario, se endureció, delatando lo frívola y desconsiderada que le parecía mi sonrisilla. En ese momento, y en otros posteriores, estimé que él exageraba. Transcurrido el tiempo, hoy pienso que Alfredo no dejaba de tener razón al protegerse de esa manera. Es tal la cantidad de enemigos que este historiador liberal de 63 años ha cultivado en las últimas décadas, que para algunos de sus cercanos resulta milagroso que siga en pie, profesionalmente activo y con tribuna en la prensa escrita y en la radio. Otros, los no cercanos, lo tildan de conflictivo, demente y paranoide. Los atributos clásicos, dicen, del francotirador. Lo indesmentible, cualquiera sea el caso, es que en su obra publicada abundan las invectivas dirigidas hacia los sujetos más poderosos de este país, algo que, por supuesto, le ha significado pagar los costos correspondientes.
-Hay gente que sostiene que como enemigo eres implacable. Yo creo que también eres un poco suicida. ¿Qué consecuencias trae pelearse con los poderosos de este país?
-Bueno, me han sacado de cuatro o cinco universidades.
-¿Y te han vetado en los medios de comunicación?
-Claro que sí. En El Mercurio, por ejemplo, estoy vetado por Cristián Zegers, pues dije que él era uno de los autores de El libro blanco de la dictadura y nunca me lo ha perdonado. A fines de los años 90 ciertas personas tenían veto en la televisión, gente como Armando Uribe, Manuel Antonio Garretón, Gabriel Salazar, Tomás Moulián, yo, que en ese entonces estábamos reflexionando una historia bastante crítica de la transición. Eso está comprobado.
-¿Cuál ha sido el mayor costo que has pagado?
-Cuando hay vetos, te marcan. En el pasado, cuando estaba marcado por la derecha, era muy querido por la gente de izquierda, porque yo era esa especie de cuico, esa especie de momio que criticaba la dictadura y la transición. Pero una vez que te marcan, puedes ser marcado para siempre por cualquiera. Y eso es nefasto, pues se genera la idea de que eres una persona difícil, un marginal, un francotirador. Mil veces me han calificado de francotirador, pero la gente que lo hace ni siquiera sabe utilizar el término con propiedad. Cuando me fui de la Universidad Diego Portales —entre que me echaron y me hice echar—, surgió la posibilidad de que me contratara otra universidad privada. Las gestiones las había hecho alguien a mis espaldas. Claro que cuando no resultaron, me contaron cómo había sido todo: en la universidad yo les caía muy bien, no tenían dudas de mis competencias, pero cualquier cosa que pudiese ocurrir conmigo iba a salir en la prensa. Ese era el resquemor. Curioso, ¿no? Ahí me di cuenta de que no podía permanecer en ningún otro lugar que no fuese la Universidad de Chile. Pero al estar marcado, gozas de muy poca movilidad. Y la universidad a la que aludo es totalmente derechista, entonces, imagínate: el veto de derecha todavía sigue en pie.
-En este país los intelectuales no son vistos como sujetos de fiar. ¿Tendrá que ver esto con lo tuyo?
-Efectivamente. Los intelectuales son marcados como gente no confiable. Me acuerdo que una vez le pregunté a Hernán Errázuriz Talavera —que en paz descansa— por qué teníamos los políticos que tenemos. Hernán era un personaje muy divertido, embajador en Londres, abogado de Dodi Al-Fayed, también parece que defendió al Señor de los Cielos, en fin, le hice esa pregunta en la época en que Frei Ruiz-Tagle era presidente. Y me respondió: «Es que él es confiable». Hernán no hablaba solo en función de sí mismo, pues había sido hijo del presidente del Partido Liberal, es decir, lo suyo era un conocimiento adquirido. Hay una cantidad de personas no confiables, pero no hemos sido convincentes en demostrar que somos necesarios (risas). Hemos sido muy torpes en eso: no hemos podido asegurar que, conforme, somos no confiables, pero podemos aportar en otro sentido. Ahora bien, que los intelectuales no sean confiables me parece muy razonable. A los grupos políticos les agradan los intelectuales a sueldo.
-Concederás en que no eres un tipo común dentro del orden de las relaciones profesionales, puesto que, si no eres un francotirador, al menos eres temerario. Y aquí lo que tiende a primar es la componenda más que el ataque.
-Es que no me formé en los patios de los colegios tradicionales chilenos.
-Pero tuviste las mismas ventajas de quienes sí se formaron en los colegios tradicionales.
-Por supuesto. Mis ventajas no son naturales, son sociales. Cuando me echan de alguna universidad, siempre me planteo que debo ser la primera generación de mi familia, en casi cuatrocientos años, que se queda cesante, con una mano por delante
y otra por detrás. Y eso como que no es aceptable, no solo para mí, sino que también para otra gente. Y me ayudan, me socorren. Cada vez que me ha sucedido algo tremendo, se abren al mismo tiempo perspectivas.
-Tú ganaste la beca Presidente de la República que entregaba Pinochet.
-Cuando me planteo por qué la dictadura militar me apoyó con una beca para obtener un doctorado en Oxford, siendo contrario al régimen, siempre concluyo que este país no es tonto, y que incluso la gente de la dictadura militar no era tonta: al existir personas con cierta preparación, simplemente no se puede prescindir de ellas. No es que me esté vanagloriando, pero la verdad es que en ese momento había muy pocos individuos que tenían mi educación. Yo estudié una licenciatura y un máster en cuatro años, en Estados Unidos, eso es bien notable. Lo normal es tardar seis años. Contaba además con una formación en Derecho, donde me había ido muy bien. A ver: postulantes así no se encuentran fácilmente. Alcancé a estar 16 años en una universidad, siendo universitario, que es más o menos lo que estudia un aspirante para convertirse en jesuita. Mira, no me gusta nada lo que piensan algunos de mis alumnos, ni tampoco sus militancias, pero debo reconocer que, si son habilosos, cometes un gravísimo error al perseguirlos. Las primeras veces que tuve dificultades en la universidad, supe decir que si me vetaban, me podía transformar en un Abimael Guzmán. Y creo que el país no quiere eso, hay que tener muchísimo cuidado.
-¿Eres de derecha?
-Sí, soy de derecha, pero ocurre algo curioso: en los años 90 yo siempre decía que era de derecha, pero nadie me creía. Lo notable es que ahora nadie duda que soy de derecha. Y yo no he cambiado (risas).
Exilio interno
La entrevista se desarrolla en la casa del historiador, una construcción de ladrillo ubicada en la comuna de Providencia. Él me recibe en el living, pintado de un elegante celeste pálido, un lugar plácido donde la principal decoración, además de algunos cuadros antiguos cuya procedencia no logro identificar, son los libros y un busto de José Manuel Balmaceda. Jocelyn-Holt es tataranieto del presidente suicida, pero no por ello lo defiende a brazo partido. De hecho, se declara parlamentarista, en oposición a uno de los principales legados de su ancestro, el presidencialismo.
-¿Cuántos libros tienes?
-No sé bien, he hecho cálculos, creo que entre 12 mil y 14 mil ejemplares. Pero Carmona dijo el otro día que tenía 7 mil libros y que valían 254 millones de pesos ¡Los tiene tasados! Sus libros son más caros que una propiedad de la que habló, que vale 80 millones de pesos. Los míos, debo admitir, son más baratitos.
-¿Te refieres a Carlos Carmona, el ex presidente del Tribunal Constitucional y académico de la Universidad de Chile, el que generó la toma feminista en la Facultad de Derecho, la toma que en rigor originó todo el movimiento feminista de nuestros días?
-Ese mismo, el sexual (carcajada). Dijo que tenía 7 mil libros, y, no sé, ha de tener incunabula o ejemplares muy especiales. Mi experiencia con los libros es que cuestan muy caros y nomás sales de la librería valen un tercio. No soy coleccionista de libros, mi biblioteca es estrictamente de uso. Entonces compro libros totalmente rayados, a veces porque son los únicos que encuentro. Y hay lectores que subrayan, incluso con lápiz pasta, que son extraordinarios, es decir, subrayan justo lo que uno debiera subrayar, te hacen la pega.
-Me imagino que en tu biblioteca también hay libros selectos, libros sobre los que siempre vuelves.
-Claro, hay conjuntos de lecturas. Yo me especialicé en Renacimiento italiano en la Universidad Johns Hopkins, por lo tanto para mí es muy importante el tema de los humanistas. El libro de Hans Baron sobre el humanismo cívico, por ejemplo, es crucial. Recuerdo que cuando fui alumno de Mario Góngora, se lo presté. Y cuando me lo devolvió, conversamos largo sobre él. Pero el gran autor, el que me introdujo en todo, fue Jacob Burckhardt. La cultura del Renacimiento en Italia es fundamental.
-A Burckhardt lo citas en tu Historia general de Chile.
-A ciertos autores los cito en todos mis libros.
-¿Tus padres leían?
-Mi madre es muy lectora, aunque curiosamente le gustan mucho las novelas del corazón. Mi padre, que era arquitecto, leía mucho y tenía una pequeña biblioteca dedicada a la arquitectura, que a su vez es la base de todos los libros de arquitectura que yo tengo. Entonces hay una cosa medio edípica ahí.
-¿Tu pasión por la arquitectura viene de él?
-Sí, de él. Y por dibujar también. Llegué a dibujar bastante bien.
-¿Sigues dibujando?
-No. Pero los libros siempre estuvieron presentes. La casa de mi bisabuelo Letelier tenía muchos libros, hartos libros jurídicos. En la casa de mi abuela todavía existían libros de Balmaceda, de la biblioteca que fue saqueada el 91, provenían de ahí, tenían los sellos. Y también en las casas de mis bisabuelas había mucha pintura. En la casa de mi bisabuela Velasco, por ejemplo, había un Dufy, dos Sorolla, un Rousseau, el Aduanero, pero era totalmente realista, debe haber sido uno de los pocos. Había una Venus de Milo bastante buena, un busto de Voltaire (Houdon auténtico), regalado por el embajador de Francia. Y la casa de mi bisabuela Balmaceda estaba llena de estatuas, repleta. Muchos bronces. Parece que algunos habían pertenecido al Presidente. Y pianos que no se tocaban. A esas alturas del juego, ya nadie tocaba el piano. Son mundos bastante potentes para sensibilizarte por la cosa artística. Me venía por todos lados.
-¿Qué otros conjuntos de lecturas te impresionaron?
-Hubo una época en que me dediqué profundamente a la historia intelectual, y ahí fue muy importante el grupo Bloomsbury. Yo quería entender un ambiente colectivo, no solo a una figura. Por supuesto que me interesaban mucho Lytton Strachey y Virginia Woolf. Pero todo lo que se produjo en torno a ellos durante los años 70 y 80 del siglo XX, las biografías colectivas que surgieron de ese grupo, Leon Edel, por ejemplo, o cuando Richard Ellmann se abocó a Oscar Wilde, ese material fue muy relevante para mí, puesto que trataba a una generación, a un grupo.
-¿Te hubiera gustado participar de un colectivo intelectual?
-Siempre tuve el anhelo de que existiera esa especie de colectivo, pero nunca he visto un colectivo en la vida real.
-Eso es un poco triste, ¿no?
-Sí, es triste. En consecuencia, yo trabajo bajo una suerte de exilio interno.
-¿Tu condición de profesor daría para formar grupos?
-Antes podría haberse dado, ya que en otra época el mundo académico era estimulante. Hoy por hoy me sorprendo cuando alguien me sugiere un título que desconozco, y créeme que los anoto. Pero antes me gustaba ser profesor justamente porque los alumnos me entregaban mucho conocimiento, no era solo yo el que impartía. Hoy no es así. Y las conversaciones con otros profesores son nulas. No creo que mi caso sea el único.
-¿En qué va tu Historia general de Chile?
-Está parada, hasta ahora. La escritura, digo, pues todos mis cursos los hago en función de la Historia general. Faltan tres volúmenes, otros tres ya se han publicado. Estoy en el período de la Independencia y de la Revolución Francesa. El próximo volumen me lleva hasta la Generación del 42, el quinto va de 1842 hasta los años 20, y finalmente arribo al siglo pasado.
-¿Hay algún historiador que te inspire para escribir tu historia de Chile?
-Escribir una «historia general» es hacer lo que muchos otros han hecho antes. Nuevamente esto tiene que ver con el Renacimiento: los pintores en el Renacimiento tenían que demostrar cierto tipo de avances para transformarse en maestros. Entonces pintaban predelas, que están en los altares menores, en las que son muy innovadores. Y después van subiendo y pintan santos, hasta que, al final, se gradúan, se titulan haciendo una crucifixión, por ejemplo, o una ascensión de la Virgen, o una serie mural. En Chile existe esta secuencia con los historiadores: todos escriben un libro sobre la Independencia, uno sobre Portales, uno sobre historia contemporánea, y todos terminan escribiendo una «historia general». Yo he seguido la línea al pie de la letra. Al principio no me di cuenta de que lo hacía, pero después caí en que eso es Encina, eso es Barros Arana, eso es Vicuña Mackenna. Todos lo hicieron de alguna u otra manera. En su momento le planteé una crítica a Gabriel Salazar, a quien estimo muchísimo: si seguía escribiendo nada más que del bajo pueblo, de la señora Peta y de la remolienda y demases, no iba a poder entrar en esta especie de canon. Y parece que me encontró razón, porque después escribió un libro sobre Portales y otro sobre la Independencia. Ha ido siguiendo la pauta.
-Tu Historia general de Chile tiene cierto componente imaginativo y audaz que no ha sido bien entendido por todos. ¿Has recibido críticas de tus pares por ello?
-Según algunos, soy un ensayista y no un historiador. El juicio es ridículo, porque ambos acercamientos no son excluyentes. Además, en Chile el género de la historia es el ensayo, el que ha gozado de mayor impacto. Como sea, lo bonito de mi profesión es contar un cuento que todo el mundo sabe, claro que relatado de un modo distinto, de un modo que te permita apreciar y ver cosas que no se habían visto antes. Por eso me entretiene escribir mi Historia general de Chile.
-¿Lees a tus pares?
-La verdad es que, cosa notable, me carga leer historiadores. Por lo demás, los historiadores académicos son un bodrio y no tienen idea de urdir un relato. Tenemos historiadores fenomenales, como Simon Schama, Alexis de Tocqueville, Jacob Burckhardt, Mario Góngora, pero la media del historiador es muy precaria, hay que evitarla. Los historiadores podrían ser audaces, tienen todas las herramientas para serlo. Al escribir uno tiene que darse cuenta de que le estás hablando a un público que es profesional y que es culto, pero no compuesto únicamente por historiadores. Eso es la perdición.
-¿La academia también te detesta?
-No tengo nada que ver con ellos. Aun así, me hacen sentir su rechazo. Ello explica, en parte, por qué me moví al mundo periodístico, en vista de que se cerraban puertas. Pero no los echo de menos, para nada. Nuestra academia produce cada vez más para revistas indexadas que nadie lee. Y sus miembros no escriben libros. Somos contadísimos los que escriben y publican. Y ello genera animadversiones. Estoy vetado en la Facultad de Historia de la Universidad Católica, y eso que no tengo ni el más mínimo interés en hacer clases allí. Estoy vetado en la Universidad de Chile, en la misma facultad donde soy profesor: no formo parte del Departamento de Historia porque tengo veto. Pero son tantos allí los acusados de acoso sexual, que la verdad es que no dan ganas de ser parte de eso (risas). Además, la gente podría pensar por asociación que uno es más sexy de lo que realmente es. En suma, no tengo ningún vínculo formal con el mundo historiográfico. Me invitan a charlas, conferencias, seminarios, pero no asisto.
-Eso con los historiadores chilenos. ¿Lees historiadores contemporáneos de otras nacionalidades?
-Para serte bien franco, leo mucha historia, pero, insisto, no me agrada leer historia. Eso sí, me encantan los historiadores con oficio. Últimamente me sorprendo leyendo historiadores de los años 30, 40, 50 del siglo pasado, historiadores generalistas, muy competentes. Te hablo de esas largas colecciones de períodos completos de la historia francesa, norteamericana o inglesa, que van poco menos que por décadas. Eso es un trabajo de oficio que me atrae muchísimo. Pero lo que más me estimula son los ensayistas y no los historiadores. Aunque evidentemente necesito leer demasiada historia.
Salazar, Góngora, Marx, Žižek
-A la gente le llama la atención tu amistad con Gabriel Salazar, dado que ambos representan extremos opuestos de una misma profesión, él en el flanco marxista y tú en el ala liberal de derecha.
-Gabriel es una persona generosa, tolerante con las opiniones ajenas y para mí es un historiador admirable. Resulta muy necesario tener gente a quien admirar, pues de otro modo te conviertes en un onanista feroz. Es fundamental. Con Gabriel somos historicistas, fuimos formados en una misma línea, y ahí hay un nexo común, que es Mario Góngora, de quien Gabriel fue ayudante. Yo no fui su ayudante, pero a mí él me marcó mucho. Gabriel y yo apreciamos la historia a partir de un sujeto privilegiado —en el caso suyo es el bajo pueblo, en el mío son las elites—, y tratamos de observar el fenómeno desde el interior de su propio contexto, no desde la perspectiva de hoy en día. Así entiendo un poco el historicismo. Lo curioso, dicho sea de paso, es que Gabriel se lleva mucho mejor con gente ubicada en el extremo opuesto de su pensamiento. Recordemos que se tuvo que ir de Humanidades en la Universidad de Chile espantado por las feministas: lo funaron, lo insultaron, incluso algunas de sus exalumnas. Y, bueno, se mandó a cambiar. A mí me parece que la izquierda es demasiado sectaria.
-¿Quedan todavía buenos historiadores marxistas en Chile? Pienso en gente de la talla del fallecido Armando de Ramón, por ejemplo.
-Aquí siempre hemos tenido buenos historiadores marxistas. Y hoy en día, aparte de Gabriel, tenemos a Julio Pinto, que también es muy excepcional. Armando de Ramón y Gabriel Salazar —eran íntimos amigos— armaron este asunto de la historia social, que fue muy importante hasta hace poco. Pero hoy en día se ha desperfilado. Uno piensa que las posturas de derecha son más proclives a desperfilarse, pero es fascinante ver cómo el progresismo pasa por encima de avances progresistas previos. Muy valioso observar un proceso basado en las ansias de figurar, en las ganas de hacerse con parte de la torta, de ocupar el espacio. Aquí no es que queden marginados únicamente los liberales, los moderados, los de derecha, llámalos como tú quieras. Hoy en día es todos contra todos.
-¿Leíste El Capital?
-Me temo que no. Pero El manifiesto comunista lo he leído enésimas veces.
-¿Cómo se juzga a Karl Marx hoy en día?
-Al igual que todas las autoridades intelectuales de peso, tenemos que estar volviendo a él permanentemente, es ineludible. Eso sí, debemos cuidarnos de sus divulgadores, de sus discípulos, de sus acólitos. Yo provengo de una generación en la que se descubrían distintas facetas de Marx, aspectos que no habían sido considerados por la ortodoxia, te hablo «del joven Marx», del Marx que sacaba a relucir Erich Fromm. Y eso era bastante rico. Tengo una muy buena opinión de Marx. Quienes atacan duramente a Marx nunca lo entendieron bien. Cada vez que lo leo, lo encuentro novedoso. Claro que no acepto la dialéctica, pues me parece una sobresimplificación de la historia.
-¿Qué te parece la obra de Slavoj Žižek, el historiador marxista del momento?
-Las partes que logro entender, las encuentro admirables.
-Claro, él recurre demasiado a Lacan, y Lacan es bastante incomprensible, ¿o no?
-A mí Lacan ciertamente me supera. A Žižek me cuesta seguirlo, muchísimo. Hay cosas que he logrado comprender, y las cito, porque encuentro que son como descubrir una perla, un diamante único. Tiene frases muy lúcidas, por cierto, pero es francamente agotador.
Liberalismo: malos entendidos
-¿Qué es ser liberal hoy por hoy en Chile? Te pregunto porque aquí consideran a Mario Vargas Llosa como el ícono del liberalismo contemporáneo, y a mí me parece que él es un personaje anclado en el siglo XX. No es una figura contemporánea.
-Bueno, los anacronismos suelen durar mucho (risas). Imagínate que Vargas Llosa dura más que el Premio Nobel: puede que el Premio Nobel de Literatura se extinga, pero a Vargas Llosa lo vamos a tener el próximo año hablando de derechas cavernarias (carcajada). Lo mejor del famoso último encuentro fue cuando él dijo que apoyaría un golpe militar en Venezuela, pero que ese gobierno fuera cortito (carcajada). Bueno, Eduardo Frei dijo lo mismo en 1973, pensaba que los militares iban a llamar a elecciones en 90 días. No es por defender a Axel Kaiser, pero me da la impresión de que Vargas Llosa no podía hacer una confesión pública de que hay dictaduras buenas, pero cortas. Volvamos mejor a tu pregunta: ¿liberales en Chile? Recuerdo que en los años 90 empezaron a aparecer encuestas en que más del 50 por ciento de los consultados, esto en revistas como Qué Pasa y otras, afirmaban ser liberales, lo cual me parecía muy sospechoso, porque en los años 60 y 70 nadie quería ser liberal. ¿Cómo pudo darse entonces un aggiornamento tan rápido? Era bastante raro. En Chile confunden liberalismo con progresismo. Es muy llamativo que desde los años 60 en adelante aquí no exista ningún progresista que no sea de izquierda. En consecuencia, ser liberal hoy en día significa adherir a una línea progresista en una serie de asuntos, adherir a una agenda. Por ejemplo: si estás a favor del aborto, eres liberal; si estás por no casarte y convivir, eres liberal; si asumes en forma pública una identidad de género o una sexualidad minoritaria, no las heterodoxas, eres liberal. Pero eso no tiene nada que ver con lo que tradicionalmente ha sido el liberalismo.
-¿Ves algún personaje público de nuestros días al que pudieras definir como un liberal de tomo y lomo?
-No, no veo a nadie así por los alrededores. En Chile no hay liberales hoy en día porque la fascinación con el poder y el querer adelantar intereses impide darse cuenta de que lo que le importa al liberalismo de verdad es la limitación del poder, la sospecha del poder.
-¿Ni siquiera algún liberal camuflado en las esferas del columnismo de prensa, de la radio, de la televisión?
-Nadie. Imagínate que un liberal, para ser realmente liberal, tiene que ser bastante ilustrado, y lo que hoy está en juego es el cuestionamiento de la ilustración, entonces si cuestionas la ilustración, ¿cómo no va a estar cuestionado el liberalismo? El liberalismo debe plantearse en términos muy de orden político, porque es estrictamente político.
-Y si se acabó el liberalismo, ¿qué fue lo que lo destruyó?
-Lo que deshizo al liberalismo en Chile fue el positivismo, hacia fines del siglo XIX y principios del XX. Y ese positivismo engendra sectores de izquierda, como el marxismo, sin ir más lejos. Muchas veces se ha señalado, con razón, que el marxismo tuvo tanta acogida en América Latina porque teníamos un pasado positivista muy fuerte. El positivismo es también toda esa línea técnica, tecnocrática, que entra en las lógicas desarrollistas de los años 60. En nuestro caso, la izquierda socialdemócrata, la Democracia Cristiana y luego el neoliberalismo. Hablamos entonces de ingenieros comerciales, de un positivismo con lógicas cercanas a Saint-Simon, según el cual debieran gobernarnos los ingenieros. En Chile se inventó una especie única de ingenieros. Yo soy profesor en Beauchef, la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, y mis alumnos siempre se ríen cuando les pregunto cómo ven a los ingenieros comerciales. Los ingenieros comerciales son un poco raros, pero sin duda son saintsimonianos en esa lógica constructivista, dirigista, y en que todo se mide a través de hechos y utilidades concretas. Son una especie de factismo. Pero no hay que olvidar que mataron al liberalismo y al romanticismo, que, bueno, habrán tenido sus pifias, como todas las ideologías, pero eran más nobles que el positivismo.
-¿Quién fue el gran liberal del siglo XIX chileno?
-Todos lo fueron. Absolutamente todos. Incluso los conservadores. Bilbao, Lastarria, el mismo Bello, que a veces es más conservador, otras veces liberal, Sarmiento, Alberdi, todos los argentinos. Ahí comienza. Realmente ahí comienza el liberalismo. Pero son todos, porque la hegemonía liberal en el siglo XIX es total. Hasta los conservadores pueden ser más liberales que los liberales, por ejemplo en materia económica.
-El neoliberalismo vendría a ser entonces una nomenclatura, pues del liberalismo clásico no parece tener mucho.
-El neoliberalismo es un hijo bastardo del liberalismo y es un liberalismo taquigráfico (bufido irónico), porque abrevia más de la cuenta los asuntos. Es muy económico en su visión del liberalismo. Súper económico. Como que elimina lo fundamental. Mira tú: el neoliberalismo en Chile sostenía que en realidad bastaba con el desarrollo económico para obviar el problema político. Y entonces estallan las protestas sociales del 2011. Esto ya era evidente en la dictadura, y era muy evidente bajo el consensualismo de los años 90. Vaya cuento, ¿no?
-En una de tus columnas propusiste que un paso vital para mejorar las universidades chilenas es un consenso nacional. ¿Es posible hoy en día alcanzar ese consenso?
-Impensable, impensable en un contexto donde la gente cree que hay que repensarlo todo. La maldita costumbre de fundarlo todo. Si la derecha ahora no está en esa parada, se debe únicamente a que durante la dictadura hizo exactamente eso, refundó todo. La derecha fue la primera en demostrar que ese modus operandi era exitoso: uno podía repensar un país desde cero, empezando por el bombardeo a La Moneda, para luego dejar nada más que los muros, pues con todo lo demás se arrasa. He ahí un modelo, que además triunfó.
Y por favor dejémonos de hablar de dictaduras buenas o malas, hablemos mejor de dictaduras exitosas o fracasadas, porque lo que nosotros tuvimos, y esto sí que es real, nos guste o no, y a mí francamente no me gusta, lo que nosotros tuvimos fue una dictadura exitosa, algo que explica muchas cosas. Y entonces la izquierda, que hoy día es gran lectora del nazi Carl Schmitt, dice «esto es papita pa’ Micifuz»: si les fue bien a ellos, ¿por qué no nos va a ir bien a nosotros? Todo bajo un sectarismo brutal. Y vuelvo a mi caso, pues resulta ilustrativo: si hoy día existiesen 20 becas para ir a Oxford con Becas Chile, alguien como yo no la gana.
-Y del neofeminismo actual, ¿qué puedes decir?
-El otro día recibí un correo que informaba de un seminario de historiadoras feministas. Tras leerlo, quedé con la impresión de que no podía asistir ningún hombre. Entiendo que en las asambleas de la toma feminista de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile pusieron vetos como condicionantes de quién podía asistir o no. Estamos frente a un estalinismo y maoísmo muy duro. Y en ese plano no tenemos nada qué hacer.

(*) Alfredo JocelynHolt, historiador, nació en Santiago de Chile en 1955. Hizo sus primeros estudios en la Johns Hopkins University, donde obtuvo una licenciatura en Historia del Arte y un máster en Estudios Humanísticos. Se licenció también en Derecho por la Universidad de Chile. Posteriormente se doctoró en la Universidad de Oxford. Es autor de varios libros, ensayos y, recientemente, publicó el libro La Casa del Museo, que estudia la historia de la casa Yarur Bascuñán, hito de la arquitectura moderna chilena y actual Museo de la Moda.

Fuente:
https://www.revistaatomo.com/es/2018/10/alfredo-jocelyn-holt-historiador/
Fotografías: Pablo Izquierdo.
Cfr.
https://www.latercera.com/la-tercera-pm/noticia/alfredo-jocelyn-holt-esta-nueva-constitucion-esta-viciada-surgira-bajo-amenazas-y-se-remontara-a-actos-terroristas/943701/
https://www.youtube.com/watch?v=kkOS8_nt7ls
https://www.youtube.com/watch?v=LSkgfmNoPsk
https://www.youtube.com/watch?v=pp71H2IV0gU
https://www.youtube.com/watch?v=zqe3LKendi8
En la cuenta facebookeana del historiador Víctor Pineda está la confiable, breve per elocuente crónica del historiador Víctor Pineda sobre la otrora residencia presidencial La Casona: https://facebook.com/victormigpineda