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lunes, 15 de junio de 2020

CENSURA DE ENFERMEDADES

De las otras urgencias médicas
Luis Barragán

Nadie sabe de la realidad pandémica del país, excepto las autoridades  usurpadoras que la emplean como un medio de control y chantaje social. Refieren más las redes sociales sobre el coronavirus y su curso en otras latitudes que en la nuestra, reconocida la precariedad angustiosa de las telecomunicaciones.

El peligroso huésped se acomoda en territorio venezolana con la anchura  que le brinda el desastre sanitario, desterrados – dentro y fuera -  los profesionales de la salud. El Covid19, sin dudas, es el protagonista estelar del ya largo momento de acuerdo al interés del régimen, aunque al resto de la población no le es dado hablar demasiado de él, como de las otras enfermedades que encubre.

Hace poco, a una persona le subió la tensión arterial, pero en la localidad mirandina  Paracotos no hubo posibilidad alguna de atenderla y prosiguió camino desesperado al estado Vargas en cuyo hospital no encontró ni siquiera una vía. Falleció y fue extremadamente penoso el regreso, en medio de la indecible crisis de la gasolina.

Otro testimonio recibido, nuestro amigo recorrió toda Caracas con su mujer a cuestas, aunque la urgencia fue realmente la  de dirimir los diferentes presupuestos superiores a 500 millones de bolívares, requisito ineludible, antes que la inmediata atención médica de la adolorida paciente. Inevitable, batió todas las marcas de endeudamiento en un brevísimo tiempo, para realizar la operación de apendicitis, pues, no encontró hospital público apto para este o cualesquiera servicios, excepto uno que sacaba a  varios fallecidos corono-virales. 

Nos referimos a dos eventos - décadas atrás -  adecuadamente tratables, y no queremos imaginar lo que ha de ocurrir con las otras emergencias médicas en la Venezuela profunda de la que ya recibimos noticias. Por cierto, tampoco se sabe del nombre del ministro usurpador de Salud y de todo el tren ministerial que ha de ocuparse de estos asuntos, porque – protagonista el Covid19 – se encuentran hábilmente escondidos para evitarlo y también evitar responderle al país.

jueves, 14 de mayo de 2020

EXPECTATIVAS

¿Reconstruir el país?
William Anseume 

La debacle generalizada en la que nos encontramos obliga a pensar acerca del futuro inmediato. ¿Qué nos depara? ¿Cómo haremos para una reconstitución? ¿Cómo será ese renovado proyecto nacional? ¿Este rasero donde nos han dejado permitirá que emerja un país nuevo o será firmemente reconstruido? ¿Sobre cuáles fundamentos?

Es indispensable que con la más sólida, solidaria, ayuda internacional surja un país distinto al finalizar la más criminal destrucción que hayamos atravesado. Bastante peor que la Guerra de
Independencia y la Guerra Federal. Aquellos no tenían un país próspero en sus manos. Aquellos no tuvieron los ingresos que hemos recibido como nación durante estos últimos veinte años. Hubo muertos. Hubo presos. Hubo hambre. Hubo caos. Todo eso lo hay en demasía aquí, ahora. Cabe bien traer a colación un pensador de los fundadores, Cecilio Acosta: «La fuerza bruta es quien ha destruido, borrado, raído de la sobrefaz de la Tierra tantas grandezas; a veces hasta los monumentos de estas grandezas; a veces hasta el nombre mismo y el rastro de las naciones sobre el suelo» (1846).

El país emergido deberá obligatoriamente poseer una tesitura distinta. Sin olvidar el pasado, deberá deslastrarse casi por completo de él. Más bien, ese pasado no tan remoto debería servirnos para esquivar con terror los profusos, profundos, errores. Tendremos que aspirar  a un conglomerado humano que finque sus opciones en sus manos; no en un poderío económico y de colocación internacional desmesurada; no en la concepción de un país aspirante a potencia mundial sin fundamentos. No, tampoco, al comunismo repartidor inconforme de la abundancia hasta agotarla; conculcador de los derechos humanos hasta acabarlos. No más del «ideal» comunista-socialista. Nunca más. Erradicado por siempre de nuestra concepción futura.

La idea de país rico debe desaparecer para siempre. Estamos obligados a reconocer la realidad, a aceptarla y moldearla a nuestras necesidades. El país que fundemos, renovado,  tendrá que orientarse, sí, por el trabajo y la educación como fundamentos para los fines del Estado, tal como señala la Constitución, soslayada todos estos años de tiranía. Trabajo productivo debe ser el norte, trabajo creador de país libre, endeudado. Material y moralmente endeudado. Clamamos por un país donde la propiedad privada sea sagrada. Intocable. Donde la educación se vigorice y se valore. Un país donde la libertad individual se desarrolle al máximo posible. Un país donde la legalidad, los acuerdos nacionales e internacionales se hagan de estricto, riguroso, cumplimiento. Un país que no se crea dueño de todo ni de todos. Sin padre en la «patria». De adultos, jóvenes y niños, libres e independientes con los límites legales mínimos. Un país signado por la máxima libertad de expresión; donde la opinión pública, por el contrario a lo que vivimos, sea control de las gestiones y difusión plena de las ideas. Un país que poco a poco logre sobreponerse, con sólidas bases, de las heridas mortales causadas por el socialismo del siglo XXI, pero que no concurra a imaginar un poderío económico y político que no supo basar ni defender. Debemos reconocer, a juro, que somos un país arruinado y pobre (arruinado y destruido por el cinismo y la crueldad cívico-militar imperante en las formas de los esbirros el día de hoy) que necesita laborar mucho para alcanzar la meta más inmediata de reflotar.

Esa modesta nación volverá indispensablemente a la tierra, a la producción, a la industria, al comercio nacional e internacional, al turismo, en busca de la estabilidad y la felicidad, extraviadas en los sueños de El Dorado. Extraviadas en las manos y mentes de caudillos y  megalómanos manipuladores. Ese país deberá ver retornar, obligatoriamente, a los militares a su función protectora, a su formación para evitar la guerra o para darla. El ideal deberá ser el de un lugar donde la burocracia y el Estado se reduzcan a un mínimo microscópico, donde se permita hacer fortuna para sí y para quienes contribuyan a su refundación promisoria.

De no ser de este modo, dependeremos siempre de unas dádivas que no siempre estarán allí. De no ser así, no habrá valido de nada esta permanente lucha por la sobrevivencia ante el poder destructor de la satrapía que hoy se agarra de la represión, del terror y de la muerte para contener el arrollamiento definitivo. Por cierto, con ellos será imposible tanto la transición como un nuevo gobierno. Que se alejen para siempre, que se queden algunos arrinconados y silentes, mientras otros se apresten a «descansar» sus días últimos en prisión o en un exilio colmado de miedos.

14/05/2020

martes, 5 de mayo de 2020

Y LO QUE FALTA ...

La economía antes y después del coronavirus
Abdón Vivas Terán

I
En la medida en que la terrible crisis global producida por el coronavirus sigue su macabro camino, asolando la salud y la vida de miles de ciudadanos alrededor del mundo, se adelanta paralelamente un intenso debate acerca de cuáles serán sus consecuencias económicas y cuáles serán las vías para superarlas.
Debido a la pandemia, se estima que la economía mundial caerá en una de las mayores depresiones de toda su historia y su hundimiento será súbito y agudo; todo ocurrirá entre los dos meses finales del primer trimestre de este año y los meses siguientes correspondientes al II Trimestre. La pandemia es percibida como una expresión inesperada de la globalización que hasta ahora abarcaba otras cosas cruciales tales como la cultura, la economía, las relaciones internacionales y las comunicaciones. Precisamente, son esos mecanismos modernos de interacción, transporte y comunicación responsables por la rápida propagación del virus. Sus consecuencias económicas serán devastadoras y se medirán en la pérdida de empleos, el aumento de la pobreza, la destrucción parcial del aparato productivo, el desquiciamiento de las cadenas productivas sectoriales e intersectoriales, el tremendo desbarajuste del comercio mundial y la estrepitosa caída del Producto Interno Bruto mundial y nacional.
Esta crisis es original no sólo en el hecho que su única causa es la pandemia producida por el coronavirus, sino que lo es, también por dos características notables. La primera, es que la respuesta que demos a ella admite una primera prioridad. Hay otras, pero vienen en segunda o tercer lugar. La prioridad de manera absoluta consiste en salvar la vida y proteger de enfermedades a tantos seres humanos cuanto nos sea posible. Para lograr este objetivo no podemos vacilar en aplicar todos los recursos económicos y científicos disponibles. La segunda característica es que, -en esto se diferencia de cualquier otra crisis económica durante toda la historia de la modernidad y, en particular, a partir de la Revolución industrial- ella golpea simultáneamente las dos expresiones de la actividad económica: Vale decir, cercena la demanda y ataca a fondo a la oferta. Esta situación es un fenómeno no corriente en el capitalismo, en especial en las economías avanzadas, y se constituye en una de las más serias dificultades de economía política y de técnica macroeconómica a ser consideradas para poder intentar una recuperación exitosa en el más corto plazo posible.
Unos días antes de presentarse la pandemia del coronavirus, la mayoría de los países habían presentado sus resultados en cuanto al comportamiento del PIB para el año anterior y guardaban un optimismo moderado en lo que podían esperar acerca el comportamiento de esta variable agregada básica en el año que transcurre. El pronóstico predominante era que durante este lapso no iba a presentarse ningún problema especial y que se podía esperar un crecimiento moderado por la estabilización de los ritmos de crecimiento de las economías más importantes del mundo. Así, los países y las instituciones económicas internacionales procedieron a entregar los datos del crecimiento porcentual del PIB correspondientes al año 2019. Veamos algunos que hemos seleccionado: Unión Europea (UE) 1,2%; United States of América (USA) 2,3%; Japón 0,7%; China (cifra correspondiente al año 2018), 6,8%; Alemania, 0,6%; Brasil, 1,3%; Rusia, 2,3% e India, 6,1%. Se pensaba que este ritmo se iba a mantener en el año presente o en el mejor escenario seria superado un tanto. En cuanto al PIB mundial, las estimaciones presentadas por la OCDE nos informan que esta Institución ha bajado sus expectativas sobre el crecimiento de la economía planetaria desde un 2,9% hasta el nivel de un 1,5% para el año que corre, estimación hecha antes de la pandemia, con la advertencia de que este ritmo de crecimiento pudiera llegar a ser más bajo.
Con la rápida extensión de la pandemia se ha dado paso a nuevos pronósticos que apuntan a un desbalance mundial que dejará atrás a cualquier otro desastre económico producido por crisis sistémicas anteriores. Esta aseveración incluye a la Gran Depresión que ocurrió en todo el Planeta a partir del año de 1930 y que se prolongó por casi toda esa década. Por lo tanto ofrezco una aproximación global a esta materia, refiriéndome al impacto de la pandemia en el PIB del mundo, basándome en el estudio que la gran firma alemana de Baviera, la Roland Gerber, ha presentado. Esta firma de consulta estratégica ha analizado esta situación a través de dos escenarios: El primero, se basa en suponer que los efectos disruptivos sobre la economía, causados por la pandemia duraran cuatro semanas; El segundo, sostiene que esos efectos pueden durar 12 semanas. Se trata de estimar cómo se comportará el PIB en el año 2020 en cada uno de ellos. En cuanto al Primer Escenario la firma mencionada obtiene resultados para el comportamiento del PIB de algunos países y bloques; estos son: Todo el Mundo, 0,2%; EE. UU, -2,5%; Unión Europea, -2,4%; China, 4,1%. En cuanto al Segundo Escenario los datos son los siguientes: Todo el Mundo, -1,9%; EEUU: -5,4%; Unión Europea, -4,8%; China, 2,7%. Observando estas cifras es de destacar que ambos escenarios, pero en especial el segundo que es a la vez el más probable de ambos, representan un severo retroceso para el desarrollo social y humano: más pobreza, menos trabajo, más desesperanza, más amargura, más lucha por sobrevivir. Es claro que el Segundo Escenario nos acerca, a una gran catástrofe planetaria.
II
Luego de esta breve reflexión en torno al coronavirus y la economía mundial cabe preguntarse cuál sería la situación en ese mismo ámbito, si nos enfocamos en particular sobre nuestro país. Para aproximarnos a esta materia comenzaremos con una afirmación concreta, demostrable e irrefutable. Se puede aseverar que la pandemia de coronavirus hará aún más grave la crisis terminal, global y profunda que el régimen chavista de Maduro ya ha desatado de manera planificada, consciente y metódica en todos estos últimos años con mucha antelación a la aparición de la pandemia. Esta crisis impuesta a Venezuela sería fatal incluso si no se hubiese presentado el coronavirus. En el caso de nuestro país el efecto de la pandemia es muy diferente al que ésta desatará sobre el resto de los países del mundo. En Venezuela no hay que esperar por ninguna catástrofe económica; esa catástrofe ya está aquí desde hace años y se ha extendido por todo el país y por el entorno de la economía. Y aunque hoy analizamos solamente la materia económica, es necesario señalar que la crisis es total, desde lo político, lo económico y el ecocidio sobre el medio ambiente, hasta lo que se ha dado en llamar con especial perspicacia y precisión sociológica “el mal antropológico”. Este mal antropológico es la deformación que se ha tratado de inculcar en los venezolanos, en su escala de valores, en su imaginario, en su conciencia cívica y su libertad personal, al pretender convertirlo en un ser sometido, dependiente absoluto del Estado, colonizándole culturalmente y sembrándole el terror de discrepar frente aquellos que están en el poder. La economía es uno de los campos más apetecidos, asimismo más propicios, para desarrollar la programada acción destructora del régimen. Apunta a destruir el aparato económico de la nación para campear sobre sus ruinas y asegurar así la eliminación de cualquier vestigio de oposición al proyecto de control político totalitario que buscan mantener. De esta manera imitan el ejemplo que miran continuamente, y que les ha dado Cuba, con la permanencia del Partido Comunista en el poder durante ya más de sesenta años.
La destrucción de la economía, antes de la irrupción del coronavirus, se manifiesta en Venezuela con claridad en hechos tales como la disminución dramática de la producción medida por la contracción drástica del PIB; el desmantelamiento de los sectores técnicos productivos primario, secundario y terciario; la expropiación de unidades productivas del sector privado; la depauperación creciente del complejo de empresas propiedad del estado; el exterminio de cualquier vestigio de organización sindical del mundo del trabajo; el sitio impuesto a cualquier emprendimiento que brote de ciudadanos libres y responsables; el estrangulamiento de las cadenas productivas sectoriales e intersectoriales; la ruina inminente de las cadenas de comercialización internas y con el exterior; la ruina en que ha dejado convertida a PDVSA; la enorme pobreza y desigualdad que cada día aprietan más al ciudadano y que roen su espíritu y su carne como dientes cargados de ponzoña; la pérdida de empleos en los sectores modernos de la producción; la avasallante y superabundante emisión inorgánica de dinero destinada a satisfacer el galopante gasto público; la hiperinflación que devora cada día que pasa el salario real de los trabajadores; la devastación de todos los servicios públicos; la destrucción de los equilibrios macro económicos que sostienen la armazón de cualquier economía moderna; el creciente peso de la deuda externa de la República y de PDVSA; la declaración de impago, default, de esa misma deuda lo que ha cerrado el crédito internacional a la nación; el sostenido déficit público que ha aparecido en las cuentas del estado desde hace ya años y que se empina más allá del 20% interanual en relación con el PIB etc. Es obvio que la existencia de este avanzado grado de destrucción del sistema económico nacional añade una pesada carga negativa a las necesarias, y costosas, medidas que hay que tomar para aminorar los efectos de la pandemia desde el punto de vista médico y sanitarios, así como desde el punto de vista social. Se conoce bien el conjunto de estas medidas ya que estas se han implementado correctamente, aun cuando con matices diferenciales, en todos los países que hoy las aplican que son, en muchos casos, economías modernas y prosperas pero que está funcionado bien en otras menos desarrolladas. Esta situación, que reina en general en el mundo, tiende a ser precisamente lo contrario en Venezuela, en donde el virus anuncia su llegada en un sistema de salud pública destruido casi hasta sus cimientos. Con hospitales descuidados, sin camas hospitalarias, sin provisión de medicinas e insumos, sin quirófanos adecuados disponibles, sin unidades de cuidados intensivos, con escasos profesiones de medicina y enfermería disponibles, sin respiradores suficientes, sin electricidad, servicios sanitarios y agua disponibles. En fin, en donde reina el caos.
Podemos, ahora, intentar estimar estos mismos datos del PIB en relación con Venezuela para ver la realidad y constatar cómo la feroz pandemia que azota al globo, agravará el desastre sustancial y radical en que el país ya estaba sumergido antes de que aquella hiciera su aparición; seguro que esto ocurrirá, a menos que causas sobrenaturales o causas naturales de reacción temprana y no conocidas, puedan proteger a la nación y a sus habitantes. Nada podemos esperar del régimen el cual ya ha tomado algunas medidas que son contraproducentes, en especial desde el lado de la oferta, y, ridículamente escasas o hasta negativas, desde el punto de vista de la demanda con relación a las acciones sociales y económicas adecuadas que deberían ser tomadas y que lucen cada día más urgentes e impostergables. Como demostración de la anterior aseveración podemos referirnos a recientes decisiones tomadas por el régimen de Nicolás Maduro, desde el lado de la oferta, y que afectan a todo el sector productivo. En particular destacamos la decisión de ocupación decretada de varias empresas que, aun en medio de las dificultades y hostilidades a que están sometidas desde el régimen, continúan produciendo alimentos básicos tales como Alimentos Polar, Plumrose, Coposa y el Matadero Industrial de Turmero. Desde el punto de vista de la demanda el régimen acaba de tomar, hace apenas pocos días, la decisión de aumentar, por decreto y mediante anuncio público del ministro del Trabajo Eduardo Piñate, la pensión del Seguro Social y el Salario Mínimo. La primera llegará hasta 400.000 Bs y el segundo se establece en 800.000 Bs. Estas cantidades son equivalentes, a 2,28 US$ para la pensión y de 4,55 US$ para el salario mínimo. Para obtener estas cifras hemos aplicado la tasa de cambio oficial del dólar al Bolivar publicada por el BCV el 29 de abril del 2020 que es 175.659,84 Bs/$. Solo citar estos ingresos para la pensión y para el salario mínimo que reciben millones y millones de venezolanos produce indignación y escalofríos al permitirnos constatar, más allá de cualquier duda, como se extiende la miseria a la que el régimen ha conducido a las grandes mayorías de trabajadores del país. Hace un par de párrafos nos referimos al comportamiento del PIB de algunos países y de ciertos bloques de ellos, antes de la presencia del coronavirus, y pudimos introducir una estimación acerca del comportamiento de sus economías medido por el comportamiento de sus PIB respectivos.
III
Examinaremos ahora, de manera somera, algunos elementos sobre el mismo tema relacionados con la economía de Venezuela. Para ello nos apoyaremos en las series estadísticas publicadas por el BCV que actúa como la Oficina de Asuntos Económicos del Régimen. (Tenga presente el lector que las estadísticas que, de vez en cuando, produce el BCV,- hay series de las cuales no se publican datos desde hace años- tienden a ser estimadas con desconfianza por la gran mayoría de la población; las usamos, por el simple hecho que a partir de ellas hemos obtenido resultados analíticos tan devastadores al interés nacional que vale la pena emplearlas). Calculamos de inmediato la variación porcentual del PIB en estos últimos años del régimen del señor Maduro. Son las siguientes: año 2015, -6,2%; año 2016, -17,1; año 2017, -15,7%; año 2018, -19,6%. La contracción del PIB de Venezuela, en estos cuatro años para los cuales tenemos información, llega a la insólita cifra de -58,6%; esta cifra es increíblemente elevada, aún para la consideración de cualquiera conocedor elemental de la economía, y constituye una meridiana demostración de la enorme miseria, pobreza y desesperanza que el régimen del socialismo del siglo XXI está desatando sobre la indefensa población de Venezuela. Una disminución tan catastrófica del PIB no se ha producido antes, ni siquiera en la era de las más grandes depresiones que se han manifestado en el sistema capitalista mundial, ni, tampoco, en aquellos países que han vivido procesos de cambio político radical dirigidos a hacerlos pasar del capitalismo tradicional al socialismo, como fueron los casos típicos de los países del Europa del Este o de Cuba en la época del Socialismo Real de la Unión Soviética. Para fundar esta aseveración, permítanme realizar dos comparaciones, sobre estas cifras del PIB de Venezuela, bajo el Gobierno de Maduro; la primera será con relación a los Estados Unidos; la segunda será en relación con Cuba.
Empecemos considerando el desarrollo del PIB de USA al inicio de la Gran Depresión que experimentó el capitalismo mundial al comenzar la década de los años de 1930 y que dejó tras su paso una amarga secuela de pobreza, desempleo y desesperanza. Esta Gran Depresión ha sido la más funesta de las crisis experimentadas por este modo de producción desde los albores de la Revolución Industrial y fue tan dramática que sirvió de acicate a Keynes, nada menos, para que creara su obra cumbre la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, la que se convirtió en una sólida fundamentación para una nueva interpretación del capitalismo, para un análisis potente del porqué la inversión es la palanca estratégica del desarrollo, para ampliar las vías acerca de la transformación del sistema y de cuáles son las políticas económicas a aplicar para garantizar su mejor y más suave funcionamiento. Pues bien, procederemos a señalar como fue el comportamiento del PIB de USA en los años desde 1930-1933, que fueron los más agudos de aquella hecatombe de la economía mundial, y las compararemos con los frutos obtenidos en esa misma variable por el régimen del socialismo del siglo XXI en los años 2015-2018 con el fin de acercarnos a una conclusión al respecto. Este fue el comportamiento del PIB en USA en aquella época: 1930, -8,5%; 1931, -6,4%; 1932, -12,9%; 1933, -8,5%. Esto nos informa que el total de la contracción del PIB en los EE. UU durante la Gran Depresión fue de -36,3%. La única conclusión: el régimen del socialismo del siglo xxi ha empobrecido a Venezuela dos veces más que lo que la Gran Depresión, la más grande catástrofe del capitalismo mundial en toda su existencia, empobreció a la economía de los EE.UU.
IV
Tomemos ahora el caso de la República de Cuba, que ha proclamado su apego al Socialismo Eterno. Veamos el comportamiento de su PIB en los mismos años que lo hicimos con relación al régimen que desgobierna en Venezuela. Encontramos los siguientes datos para el PIB cubano: año 2015, 4,4%; año 2016, 0,5%; año 2017, 1,8%; año 2018, 2,2%. La variación total del PIB cubano en estos años es de 8,9%%. Esta cifra no es, en ningún caso ni siquiera en el de Cuba, indicación de una gran expansión; pero sí indica que la economía cubana se fortalece muy modestamente, mientras que sus congéneres socialistas en Venezuela arruinan a nuestra patria hasta la medula de sus huesos. Esta última afirmación se deduce de inmediato si comparamos el modesto crecimiento del PIB de Cuba, ya mencionado, con la enorme contracción del PIB, -58,6%, que Venezuela experimentó durante los años 2015-2018 bajo la égida del socialismo del siglo XXI. Podemos complementar esta visión acudiendo a otro indicador de interés. Nos referimos, en este caso, al PIB Per/Cápita. En el año 2018 el PIB Per/Cápita de Venezuela montó a la cantidad de 3.233 US$; en el mismo año, este indicador fue para Cuba la cantidad de 8.822 US$. Es claro, según estos datos, que Venezuela pese a sus ingresos petroleros, peso a su excelente dotación de recursos naturales, y a sus empresarios y trabajadores preparados y modernizados es mucho más pobre que Cuba, a la que como si fuese poco, se le siguen enviando importantes volúmenes de petróleo y combustibles mientras el pueblo de Venezuela sigue siendo sometido a una depauperación generalizada y a una pobreza extrema por el régimen socialista de Maduro que le impone a este país ser casi tres veces más pobre, considerando el PIB Per/Cápita, que aquella isla socialista eterna a quien Chávez llamaba “el mar de la felicidad”.
Ahora demos un paso adelante para referirnos a otro aspecto que puede agravar más la funesta situación en que el régimen socialista del siglo XXI ha colocado a la economía venezolana: La producción y el precio del petróleo. El tema que ahora enfocaremos ya venía manifestándose antes de la aparición del coronavirus. Desde hace meses la demanda se venía debilitando; Rusia y Arabia Saudita, quienes en esa situación no pudieron concertarse en un acuerdo de disminución de la producción, rompieron amargamente y se desató entre ellos una feroz guerra de precios. La sobre oferta en el mercado mundial era evidente en esas circunstancias. Entonces llegó el coronavirus que agravó toda la situación desde el punto de vista de la demanda y precipitó al abismo el nivel de precios del petróleo en todo el mundo. Este declive, en las particulares circunstancias de sobre abastecimiento, escasez de facilidades para almacenarlo y presencia activa del coronavirus, llegó a manifestarse en una forma totalmente insólita; se afirma que esto no se había dado en el caso del petróleo con anterioridad, cuando el pasado 20 de abril el West Texas Intermediate llegó a ser cotizado en la Bolsa de Nueva York a un mínimo de -40,32 US$ para entregas a futuro en el mes de mayo. Estos hechos produjeron algunas respuestas con relativa rapidez. La OPEP+ se reunió telemáticamente el día 10 de abril, participaron 32 países, y llegaron a un acuerdo general para intentar, mediante una reducción programada de la producción, detener el desplome de los precios y buscar, en el corto y mediano plazo, suavizar su impacto. El acuerdo, que fue recibido por EE. UU con beneplácito, aun cuando no es miembro de OPEP+ y aun así se comprometió a reducir su propia producción en 300.000 b/día, consistió en líneas generales en acordar que, a partir del 1º de mayo, se reducirá la oferte petrolera en 9,7 millones de b/día y que esta reducción operará por los dos meses siguientes. De igual manera se ha adelantado que la reducción se mantendrá en el nivel de 8 millones de b/día en los meses de julio a diciembre de este año y que, luego, desde enero del 2021 hasta abril del 2022, se reducirá hasta los seis millones de b/día. Habrá que esperar que la OPEP+ ratifique estas últimas propuestas y esperar, asimismo, para ver si este esfuerzo logra levantar los precios del petróleo a niveles más aceptables para los productores.
Hemos traído el tema inmediato anterior a la mesa del análisis porque todo lo relacionado con el petróleo ha sido, desde hace ya más de un siglo muy importante para la economía y las finanzas públicas del país. En las circunstancias del coronavirus vuelve a ser importante para Venezuela considerar con cuidado el asunto del precio y de la cantidad de petróleo que puede ser diariamente producido y exportado. Veamos primero el asunto de la producción. El país ha visto mermar su producción diaria de petróleo a cifras realmente mínimas. La causa principal de este declive pronunciado está constituida por el conjunto de medidas que el régimen ha tomado sobre PDVSA y la situación de abandono y de postración gerencial, técnica y administrativa que el conjunto de ellas ha significado para esta, otrora, gran empresa. En artículos anteriores hemos tratado con cierta profundidad esta materia, razón por la cual no volveremos a hacerlo en esta oportunidad. Vale, sin embargo, señalar que, según fuentes oficiales de OPEP recogidas en su último informe mensual, la producción diaria de Venezuela para esta fecha ha llegado a ser 680.000 b/día. Si a la anterior cantidad restamos el consumo interno que, luego de la destrucción causada por el régimen, ha quedado reducido a la misérrima cifra de 80.000 b/día de los 700.000 b/día que no hace mucho tiempo llegó a utilizar el país, obtenemos entonces el monto máximo posible de exportación de petróleo desde Venezuela que es de 600.000 b/día. Conservemos esta cifra disponible en nuestra mente ya que la utilizaremos en lo que sigue. La caída abrupta hacia la baja de los precios del crudo en los mercados internacionales se debe, en buena medida, a las transformaciones económicas causadas por el coronavirus, pero la baja de la producción de Venezuela es causada totalmente por la gestión pésima del petróleo por parte del régimen del socialismo del siglo XXI.
Conviene que veamos, entonces, cuál sería la realidad de los ingresos en divisas que Venezuela puede recibir en este año suponiendo que exporte en su totalidad los mencionados 600.000 b/día. Proponemos utilizar, para el cálculo respectivo, el precio del WTI (West Texas Intermediate) y el precio de la Cesta de la OPEP para el día 29 de abril del 2020. El precio para esa fecha del WTI era de 15,39 US$/b y el de la Cesta OPEP era de 12,41 US$/b. Tomemos un respiro; para que esa venta produzca alguna utilidad, aun cuando sea mínima, la entidad vendedora, en este caso PDVSA o empresas asociadas, debe deducir el costo de producción de su petróleo de ese precio. Se tiene una información bastante precisa acerca del costo promedio de producir un barril de petróleo en Venezuela; ese costo promedio de producción puede estimarse con bastante precisión, para el año 2018, en 17,14 US$/b, esto sin tomar en cuenta el pago de la regalía correspondiente; probablemente a la fecha en que escribimos sea un poco más elevado. Si comparamos los precios anteriormente mencionados con el costo de producción promedio del petróleo de Venezuela observamos indubitablemente que el país perderá dinero si hace estas ventas, en las condiciones en que opera hoy el mercado internacional de hidrocarburos. De manera que, si no nos equivocamos y ojalá sea así, el país enfrentará una muy delicada situación en sus ingresos de divisas por exportaciones petroleras, como consecuencia de una combinación letal entre el coronavirus y la incompetencia y ceguera del régimen del socialismo del siglo xxi, en su gestión político y administrativa del oro negro nacional.
Dada la explicación que hemos consignado en los párrafos anteriores resulta sorprendente, y demuestra que el régimen está navegando en aguas muy procelosas, la declaración de Maduro de fecha 21 de abril según la cual “Estamos preparados y, nos hemos entrenado y a Venezuela no la detiene ni petróleo a diez, ni a menos de 10 dólares”. Ya analizamos anteriormente que, a precios internacionales del petróleo para el día de hoy, incluso un poco superiores a los que señala Maduro en sus declaraciones, cesa totalmente el flujo de divisas que Venezuela recibe por exportaciones petroleras. ¿Qué busca entonces el Jefe del régimen con esa mezcla de prepotencia, ignorancia, desafío, o mala orientación de sus asesores en esta área? La escasez evidente de divisas que, como venimos comentando, comienza a enfrentar el país puede tornarse aún más severa si incorporamos, en el análisis, otros factores adicionales todos ellos relacionados entre sí. Nos referimos a la declaración de default que el régimen bolivariano hizo sobre la deuda titularizada de la República y de PDVSA, lo que ha llevado a un cierre total de la nación para recurrir a los mercados internacionales de crédito. También señalemos la severa caída de las remesas en divisas que la diáspora venezolana, aventada a los cuatro puntos cardinales del Planeta, experimentará en el curso de este año debido precisamente a la irrupción en el escenario internacional de la pandemia y al efecto sobre los puestos de trabajo que aquella enorme comunidad de venezolanos está experimentando por su presencia. Paralelo a estas, nada gratas informaciones, es necesario apuntar adicionalmente al vertiginoso crecimiento de la deuda externa de la República y de PDVSA que el régimen ha impulsado en el curso de los últimos años. Se estima su monto en unos 180.000 mil millones de US$. De ellos se le deben a China unos 15.000 millones de US$ y la deuda con Rusia ha de amortizarse mediante el pago de unos 4.000 millones de US$ en el curso del 2020.
V
Todos esos factores, tomados en conjunto, más los anteriores elementos que hemos señalado, ponen de manifiesto que la causa básica de la descomunal ruina y la enorme pobreza en que, antes y después del coronavirus, está sumida la nación es responsabilidad atribuida totalmente al régimen por su ceguera ideológica, por su incompetencia, por sus erradas políticas, por su despilfarro, por su desorden y por la ola generalizada de corrupción que ha hecho su hábitat predilecto en las esferas de gobierno de la República. Para aproximarnos al final de esta exploración sobre la economía de Venezuela, me parece útil añadir otro factor que tiene, sin duda, un peso adicional sobre su situación antes y después del coronavirus. Nos referimos a la manera irresponsable, ligera e inconsciente con la cual el régimen ha manejado el tema de la base monetaria, la liquidez y la creación de dinero inorgánico a través de su Oficina de Asuntos Monetarios, el Banco Central de Venezuela. Uno de los aspectos a destacar en relación con lo que acabamos de apuntar es la actuación desquiciada que el régimen del socialismo del siglo XXI ha seguido en relación con la creación de cantidades fabulosas, astronómicas, de dinero inorgánico. El régimen viene financiando sus gastos ordinarios diarios, los de empresas del estado, incluida PDVSA, y sus déficits públicos a través de la creación de este tipo de dinero. Esta es una política de reciente factura y se puede situar hacia mediados del año 2019 la fecha en la cual el régimen socialista del siglo XXI perdió los frenos al respecto y enloqueció con su decisión de crear dinero inorgánico sin medida y sin paragón en toda nuestra historia. En efecto, desde esa fecha hasta el día 27 de marzo pasado el régimen había creado la increíble cantidad de, redondeando las cifras, 1.832 billones de Bolívares; esto es, escribiendo todo el número, la cantidad de 1.832.000.000.000.000 Bs. No se refiere esta cantidad a la circulación de billetes y monedas nuevas. No, en absoluto. Se refiere a la sumatorias de órdenes para apertura de cuentas corrientes en instituciones financieras del Estado o al aumento directo de los saldos de cuentas de empresas no financieras del estado en cifras descomunales mediante el mandato de algún burócrata de alto coturno. En medio de este increíble despelote financiero, el régimen ha subido a elevada velocidad la liquidez, la M2, pero a limites mucho menores que la emisión inorgánica. El volumen de la liquidez, para tenerlo a la vista, fue para el día 27 de marzo del 2020, de 74.192.3123.000.000 Bs. Esta manera de manejar la masa de dinero dentro de la política monetaria ha producido la evaporación del valor adquisitivo del Bolívar; para decirlo en palabras que Chávez solía aplicar para señalar el destino que, según él, les esperaba a sus adversarios, el régimen ha reducido el valor del Bolívar a “polvo cósmico”, ha pulverizado los salarios reales y ha extendido la pobreza de manera inmisericorde a lo largo y a lo ancho de la extensión de la patria venezolana.
Dejaremos en el tintero la exploración de otra serie de variables y de temas que hacen referencia al nivel económico del país por razones de escaso espacio y tiempo. Hemos mencionado algunos de ellos tales como las reservas internacionales, la hiper inflación, la desigualdad en la distribución del ingreso, la infraestructura de apoyo a las actividades productivas, las relaciones interindustriales y otras. En algunos ensayos que hemos publicado con anterioridad se encuentran enfoque que pudiesen resultar útiles para los amables lectores. A estas alturas del presente Trabajo dedicaremos un párrafo final a la conclusión de todas las materias que hemos expuesto a lo largo de estas páginas. Hemos demostrado, al menos creemos que hemos dado un apoyo sólido al planteamiento, que la economía de Venezuela antes de la pandemia, yacía postrada, en escombros, básicamente debido a la decisión programada del régimen de arruinar hasta llegar a la raíz a la economía nacional. Esta decisión se encuentra respaldada, en la visión del régimen, por una determinada adscripción a lo que este entiende por Socialismo del Siglo XXI que no es otra cosa que la aniquilación del actual sistema de economía de mercado que con todas sus imperfecciones ha prevalecido en Venezuela a lo largo de estos últimos cien años. A esta consciente decisión nosotros sumamos otros factores que caracterizan la actuación del socialismo del siglo XXI y que agravan aún más la terca adscripción al socialismo según lo entienden en Cuba: Incompetencia supina, políticas económicas deficientes y erróneas; desorden, derroche y despilfarro; prepotencia en el ejercicio del poder; corrupción generalizada. El objetivo perseguido a todo trance, será mantener el poder mientras van creando un estado totalitario en el cual surgirá una nueva clase constituida por los jefes del régimen, sus allegados del mundo privado por vinculaciones familiares o económicas y los militares participantes; clase que, ejercerá la conducción del Estado y de la sociedad, de manera totalitaria y permanente, en la búsqueda de sus particulares intereses.
Para llegar al final de nuestro texto, es necesario preguntarse: ¿Qué podemos prever, entonces, como posibilidad de recuperación para la economía venezolana, después de la pandemia, dadas las situaciones que hemos desplegado en las páginas precedentes? En las últimas semanas se ha viralizado en el mundo de la comunicación social, pero también en los estudiosos de este mismo tema a escala mundial, ofrecer como respuesta a preguntas iguales o similares a esta, una imagen construida a partir del uso de las letras del alfabeto para explicar cómo sería ese proceso de recuperación en los distintos países de la Tierra. Así, una recuperación en U significa una caída abrupta y una recuperación muy rápida de la economía, como ejemplo el caso de China y de EE. UU; una recuperación en V transmite la idea de una caída muy abrupta y una recuperación más prolongada, pero de duración relativamente definida, como ejemplo señalan a la Unión Europea y Japón. Una recuperación en L apunta a la idea de una economía que experimenta una caída fuerte y prolongada, que se estabiliza luego en un nivel mucho más bajo y que permanece en ese nivel por un espacio de tiempo prolongado. Tal vez sea esta, con las caracterizaciones específicas que demanda el estado actual de Venezuela, la imagen que podemos aplicar para el caso de la recuperación de la economía del país dada la fuerza destructora del agente básico constituido por el socialismo totalitario venezolano.
Se tiene hoy la convicción, en diversos medios de comunicación y en consultoras de mucho prestigio, que algunas economías del Planeta experimentaran el ultimo tipo de recuperación que acabamos de describir pero que, la base horizontal de la L, no será muy prolongada en el tiempo ya que entrarán en acción fuerzas combinadas, del sector público y privado, las cuales actuarán de manera conjunta e incidirán de esta manera para que la base horizontal recta de la L vuelva a emprender con relativa prontitud el ascenso. Este no será el caso de Venezuela. En nuestro país la caída ha sido abrupta desde antes de la presencia de la pandemia, pero se ha acelerado hacia abajo por sus consecuencias sobre todo el tejido social en especial el económico. Traduciendo esta descripción a la imagen que estamos usando, ello significa que la sección vertical de la L será mucho más larga que la que otros países de la tierra van a experimentar. Esa caída se prolongará hasta que el régimen esté satisfecho de su obra de destrucción del sistema productivo nacional. En ese punto, girara hacia la derecha para comenzar a construir la base horizontal de la línea en L, que es la imagen que aplicamos para describir el proceso de recuperación. Este segmento horizontal tenderá a alargarse indefinidamente en el tiempo y, sólo se interrumpirá ese curso, cuando irrumpan en el escenario nacional fuerzas exógenas que sean suficientemente potentes para que logren cambiar la orientación de ese segmento impulsándolo de nuevo hacia arriba; es decir, hacia una recuperación del tejido social. Se buscará un cambio de gobierno, de modelo, de perspectivas, de políticas públicas, de participación popular en el poder.
Ese renovado impulso deberá tener como función la creación de un sistema político de democracia integral, una economía ecológica y social de mercado, un cambio de perspectivas que harán posible le construcción de la sociedad moderna, equitativa, y productiva, basada en la eminente dignidad de la persona, celosa defensora de los derechos cívicos y humanos y que considera al trabajo de los ciudadanos como elemento esencial al desarrollo social y al proceso de producción de bienes y servicios.
Madrid, 30 de abril del 2020.

Ilustración: Chema Madoz.

(*) Abdón Vivas Terán: Economista UCV;  Doctor en Ciencias Políticas Universidad Complutense (Madrid); Ex-diputado al Congreso Nacional de Venezuela; Ex-Secretario Juvenil de COPEI; Ex-Gobernador del Distrito Federal; Ex-Embajador en Colombia. Analista y articulista en diversos medios académicos y de comunicación social. 

Breve nota LB: Remitido a nuestro correo por el autor.

domingo, 3 de mayo de 2020

NOTICIERO RETROSPECTIVO

- Maríahé Pabón entrevista a Fernando Paz Castillo. El Nacional, 29/10/1965,
- Antonio Reyes. "De la diligencia al avión". El Farol, Caracas, nr. IC de 08/47.
- Oscar Yánes y Julio César Martínez. "Si hubiese venido a Venezuela ... Jesús y los problemas venezolanos". Élite, Caracas, nr. 1803 del 16/04/60.
- Víctor Manuel Reinoso. Entrevista a Emilio Mosonyi, antropólogo venezolano de 26 años. "El cazador de idiomas indígenas". Élite, nr. 2076 del 10/07/65.
- "Escaparon dos mujeres de la cárcel de Los Teques. El Nacional, 24/10/57.

Fotografía: "El Espíritu Moderno 1950 : Edificio Banco Unión Calle Real de Sabana Grande, Arquitectos Vestuti, Guinand y Benacerraf". Tomada de la cuenta de Carlos Irazábal Arreaza / Facebbok
https://www.facebook.com/photo.php?fbid=10223713655371675&set=a.10203557459119366&type=3&theater

LA NARANJA ELECTRÓNICA

Covid19 y arte
Luis Barragán

Inesperada y también maliciosa, la temporada universal de la pandemia amenaza con extenderse y, seguramente,  dándole un íntimo sello humano a la experiencia, el arte no tardará en dar cuenta de sus dramas. Distinguiendo la propia naturaleza de los países afectados, se adelanta: en unos, corre el grafiterismo o el perfomance espontáneo en las entrañas de un vecindario que lo celebra y lo hace viral – término sospechoso o cáustico – en las redes, mientras que, en otros, el silencio es del espesor de la dictadura que sirve de anfitrión al huésped peligroso.

El impacto ha sido tan estremecedor en el mercado del arte, por lo menos, donde lo hay, y en principio – sólo en principio -  casas como Christie’s, Sotheby’s y Phillips, en uno y otro lado del Atlántico,  lograron una rápida adaptación por la vía digital, señalando los expertos que el sector ha sido históricamente capaz de soportar con éxito las más variadas recesiones y crisis financieras.  Reseña, por ejemplo, Ruth Fernández Sanabria que Sotheby’s cerró físicamente,  acatando las directrices de las autoridades británicas, pero  pudo colocar en el ciberespacio  valiosas piezas africanas;  además, entre una clientela menor a la cuarenta de edad y que, en un porcentaje significativo (30%),  jamás había pasado por esa casa (https://www.wiriko.org/artes-visuales/mercado-del-arte/).  

Consabido,  numerosas fueron las instituciones culturales oficiales de Occidente, nada casual, que ofrecieron visitas virtuales a sus colecciones, imitadas en lo posible por el sector privado, con o sin fines lucrativos, al principiar el coronavirus, manifestando las bondades de la llamada economía naranja.  Por supuesto, lo hemos expresado en otras ocasiones, no hay equivalente alguno en el caso venezolano en el que los referentes culturales que antes o muy antes gozaban de atención, prestigio y credibilidad, hoy están deliberadamente en escombros, manifestando apenas su precaria existencia: es más, puede aseverarse, el patrimonio artístico en manos del Estado es literalmente virtual, porque no tenemos conocimiento público de una auditoría confiable de las colecciones.

Acotemos, el Covid19 ha dado oportunidad para una vasta campaña de desinformación, interesadas Rusia y China en promover  el autoritarismo para contrastarlo a la presunta  ineficacia de las sociedades libres, añadido el interés de la potencia asiática en convertirse en líder de la ayuda humanitaria, como lo señaló Mira Milosevich-Juaristi (http://www.realinstitutoelcano.org/wps/portal/rielcano_es/contenido?WCM_GLOBAL_CONTEXT=/elcano/elcano_es/zonas_es/ari-58-2020-milosevich-analizar-y-comprender-campanas-desinformacion-china-rusia-covid-19). Luce importante el dato, pues, en su tesis doctoral, María Dolores Dopico Aneiros, a propósito de Luther Blissett, reseñó las acciones falsarias en el arte, legítimas en cuanto a arte, pero que, por el contexto, advierte que es “lógico que el fake actúe como un virus altamente pernicioso que se infiltra en el flujo de los procesos de comunicación y constitución del discurso que establece la gramática cultural, y la deja en suspenso, la interrumpe, abriendo grietas de dirección un tanto imprevisible” (http://www.sitioweb.com/lola_dopico/net_art.pdf), multiplicando – a nuestro juicio – las consecuencias nefastas de la pandemia.

De muy contadas excepciones, a los venezolanos nos ha sorprendido esta otra oportunidad que la virtualidad del flujo comercial ofrece,  porque ni siquiera fluyen en las redes piezas o ilustraciones de una aceptable dimensión y resolución que digan de nuestro arte. En todo caso, estamos a tiempo, aunque - como en otros ámbitos -  tarde o temprano revalidaremos aquello de lo accesorio que sigue a lo principal: el arte es eminentemente un fenómeno presencial,  con sus exposiciones, curadores, público, comentaristas, montadores, transportistas, periodistas, legos y especialistas que lo trastoca en el puzle maravilloso de siempre.

Fotografía: Mural en Dakar, Singapur,colectivo RBS Crew https://www.wiriko.org/artes-visuales/coronavirusdakar
Reproducción: Aviso aportado por María F. Sigillo a Caracas en Retrospectiva / Facebook. La Esfera, Caracas, 1946. Seguídamente, Renny Rangel colocó la ubicación del establecimiento caraqueño.
https://www.facebook.com/photo.php?fbid=10157280464628927&set=gm.10158255151353544&type=3&theater
Al respecto, Nicomedes Febres Luces comentó: "Alfredo Boulton en el primer tomo de su Historia de la Pintura en Venezuela hace un recuento del inventario sobre el arte colonial existente en venezuela pintado aqui o fuera. Luego hay una gran oscuridad salvo alguna cronica suelta de venta de obras de arte en sastrerias de Caracas como negocio anexo y eran los hombres solos quienes las adquirian, por lo que salvo prueba en contrario debe ser el primer aviso de un anticuario".
Cfr.

domingo, 26 de abril de 2020

VICISITUD Y VIVENCIA DE LA PANDEMIA

Del más allá y más acá
Luis Barragán

Extendida la  cuarentena, con todas sus vicisitudes y vivencias, seguramente se integrará a la tradición oral de cada  familia por varias generaciones, aún las más dispersas,  hasta diluirse en la grata e ingrata anécdota de ocasión.  A la postre, solapadas, serán diferentes las versiones que sobrevivan para explicar la suerte que nos ha tocado, como ningún antecesor en cien años a la redonda – sencillamente -  le tocó. 

Más allá, convengamos, al consabido hecho universal todavía de consecuencias impredecibles, sumaremos la muy  particular situación venezolana, bajo el yugo de la hiperinflación y del precio de la gasolina superior al del propio barril petrolero, por ejemplo. Huelga comentar, se evidencia  la ampliación del terrorismo psicológico que convierte al coronavirus en el extraordinario aliado de un régimen de  tan prolongada como asombrosa agonía.

Más acá, advirtamos, el encuentro con la intimidad hogareña quizá olvidada, reajustada por el impacto emocional de un enclaustramiento al que faltamos por las forzadas excusiones para hallar o tratar de hallar los alimentos necesarios y los medicamentos que sean – apenas – posibles.  Excursiones también de alto riesgo, no sólo por el COVID19 que nos apunta imperceptiblemente a todos, sino por la abusiva y brutal respuesta de los elementos represivos del vapuleado Estado ante el menor gesto de inconformidad.

Las inevitables relaciones de vecindad sufren de frecuentes alteraciones y aplacamientos, sobre todo en los condominios que no soportan los costos de mantenimiento, el desahogo estridente de alguna casa o apartamento, las faltas al protocolo mínimo y común de seguridad sanitaria, los atrevimientos del delincuente de la barriada o urbanización. Hay también  testimonios impresionantes de solidaridad con el que nada o muy poco tiene para comer o requiere urgentemente de algunas pastillas,  el anciano archivado en la soledad de sus penurias o  el odontólogo que no puede abrir su consultorio y el vendedor de cigarrillos detallados que tiene la calle vedada.

Cada quien tiene un testimonio  que ofrecer y, además, archivos digitales que preservar, prometiéndose reorientar la vida en la Venezuela aún petrolera en la que se ha querido convertir el asalto al erario público en una virtud revolucionaria. De cuál será el saldo de todas estas amargas experiencias, responderán mejor los poetas, cuentistas y novelistas  que los cientistas sociales, líderes políticos u opinantes que,  como el suscrito, es  incapaz de hallar las palabras necesarias para transmitir sus propias alteraciones y aplacamientos personales. .

sábado, 4 de abril de 2020

SUPUESTA POLARIZACIÓN PARA UN LUGAR MUY REAL

Venezuela Is the Eerie Endgame of Modern Politics
Anne Applebaum / The Atlantic Post Column

Last month, Juan Guaidó appeared in Washington in the role of political totem. Venezuela’s main opposition leader—the man who is recognized by that country’s National Assembly, millions of his fellow citizens, and several dozen foreign countries as the rightful president of Venezuela—was one of the special guests at the State of the Union address. President Donald Trump welcomed Guaidó as living evidence that his own administration was “standing up for freedom in our hemisphere” and had “reversed the failed policies of the previous administration”; he called Venezuela’s current leader, Nicolás Maduro, an illegitimate ruler whose “grip on tyranny will be smashed and broken.” He gave no details of how that would happen. Trump, who has never been to Venezuela or shown any prior interest in it—or, for that matter, shown any interest in freedom anywhere else —presumably knows that the country matters to some voters in South Florida. To their credit, members of Congress gave a bipartisan standing ovation to Guaidó nevertheless.
Trump is not the only world leader to cite Venezuela for self-serving ends. Regardless of what actually happens there, Venezuela—especially when it was run by Maduro’s predecessor, the late Hugo Chávez—has long been a symbolic cause for the Marxist left as well. More than a decade ago, Hans Modrow, one of the last East German Communist Party leaders and now an elder statesman of the far-left Die Linke party, told me that Chávez’s “Bolivarian socialism” represented his greatest hope: that Marxist ideas—which had driven East Germany into bankruptcy—might succeed, finally, in Latin America. Jeremy Corbyn, the far-left leader of the British Labour Party, was photographed with Chávez and has described his regime in Venezuela as an “inspiration to all of us fighting back against austerity and neoliberal economics.” Chávez’s rhetoric also helped inspire the Spanish Marxist Pablo Iglesias to create Podemos, Spain’s far-left party. Iglesias has long been suspected of taking Venezuelan money, though he denies it. Even now, the idea of Venezuela inspires defensiveness and anger wherever dedicated Marxists still gather, whether they are Code Pink activists vowing to “protect” the Venezuelan embassy in Washington from the Venezuelan opposition or French Marxists who refuse to call Maduro a dictator.
One of the three was Susana Raffalli, a widely recognized Venezuelan expert in nutrition and food security. During her long career, Raffalli has worked all over the world, never imagining that her skills would be necessary in Venezuela, which has large oil reserves and was long a middle-income country. Raffalli and I met in a deceptively chic restaurant in Altamira, one of the wealthiest neighborhoods in Caracas. Just around the corner stood one of the shiny new hard currency stores, where people with dollars can buy things like Cheerios or large bottles of Heinz ketchup. Imported goods like these had disappeared in recent years as hyperinflation rendered the Venezuelan bolívar almost worthless, and as international sanctions and Venezuela’s own import controls disrupted trade. Now they are again available—but only to those who have access to foreign currency.
Members of the Chavista-Madurista elite do indeed have such access, and the new dollarization of the Venezuelan economy has suddenly allowed them to flaunt their money. One academic I met described how shocked he was to see a woman reach into her handbag and pull out $3,000 in cash to buy a designer coat. “What kind of person,” he mused, “could have that kind of money?” By contrast, his elderly neighbors—formerly middle-class people, living on fixed pensions with no access to dollars—look thin and wasted. He himself had left his university to work for a foreign charity, because an academic salary paid in bolívares is no longer sufficient to buy food.
The glitzy evidence of dollarization also masks the deep crisis of the rural poor. Upon Chávez’s death in 2013, Corbyn thanked him on Twitter for “showing that the poor matter and wealth can be shared.” But neither Chávez nor Maduro has ever shown anything of the sort. Whatever progress the country made against poverty in the past was due to high oil prices, which have since slumped. Now Maduro presides over a disaster that is devastating the poor above all. Raffalli told me that the food-production system began to break down nearly a decade ago, thanks to the expropriation of land and the destruction of small agricultural companies, though a few big ones survive. Widespread malnutrition began a few years later. The Catholic charity Caritas believes that 78 percent of Venezuelans eat less than they used to, and 41 percent go whole days without eating. The side effects of hunger—higher rates of both chronic and infectious diseases—are spreading too. But if you haven’t heard about hunger in Venezuela, that’s not an accident: The government is going to great lengths to hide it.
The tactics of deception include the use of outdated nutrition measures, which help conceal the severity of the problem. Government departments have also resorted to euphemistic jargon. “Malnutrition” has become “nutrition vulnerability,” Raffalli said, and a system of health centers for starving children is now the Service for Nutritional Education. The country’s National Assembly, which is controlled by the opposition, passed special measures to address the health crisis; the Supreme Court, which is controlled by Maduro, rejected them. Most ominously, doctors in Venezuelan hospitals have faced pressure not to list malnutrition as either a cause of illness or a cause of death. Though the official media do not mention these policies, people know about them anyway. Raffalli herself witnessed an extraordinary scene in one hospital: The parents of a child who had died from starvation tried to give her the corpse, because they were afraid that state officials would take it away and hide it. She was also in a rural region where children leave school at midday to hunt for birds or iguanas to cook and eat for lunch.
To anyone who knows the long history of the relationship between Marxist regimes and famine, this development seems uncannily familiar. More than 80 years ago, in the winter of 1932–33, Stalin confiscated the food of Ukrainian peasants and did nothing while nearly 4 million died. Then he covered up their deaths, even altering Soviet population statistics and murdering census officials to disguise what had happened. To anyone who knows the long history of Communist countries’ use of food as a weapon, the Venezuelan regime’s manipulation of the food supply comes as no surprise, either. Most Venezuelans—80 percent according to a recent survey—now rely on boxes of food, containing staples such as rice, grain, or oil, from the government. Agencies known as Local Committees for Supply and Production hand the packages out to people who register for a Patria (“fatherland”) card or smartphone app, which are also used to monitor participation in elections. Raffalli has called this policy “not a food program, but a program of penetration and social domination.” The hungrier people get, the more control the government exerts, and the easier it is to prevent them from protesting or objecting in any other way. Even people who are not starving now spend most of their time just getting by—standing in lines, trying to fix broken generators, working second or third jobs to earn a little bit more—all activities that keep them from politics.
But when Raffalli’s voice broke, she was talking about something else: the indifference that was growing, both at home and abroad. The United Nations, perhaps thanks to some officials who admired Chávez—or who do not admire Trump—has not launched a major humanitarian-aid program in Venezuela. “The trauma here is that it is forgotten by outsiders, and also forgotten by us,” Raffalli said. “We are getting used to it … you have to keep saying, ‘No, it’s not normal!” This, she said, is what Venezuela has become: “a country with some of the world’s biggest rivers, and yet we have water shortages. A country with vast reserves of oil, and yet people are cooking food over wood fires.” In this type of protracted crisis, “people start to lose hope. Hunger co-exists with fatigue and lack of hope. And we are forgetting what we used to be.”
And yet, despite the clear historical echoes, the cause of the crisis in Venezuela is not merely the familiar, fanatical application of Marxist theory. If some elements of recent Venezuelan history sound amazingly like a replay of Soviet history, other elements strongly resemble the more recent histories of Russia, Turkey, and other illiberal nationalist regimes whose leaders slowly chipped away at civil rights, rule of law, democratic norms, and independent courts, eventually turning their democracies into kleptocracies. This process also took place in Venezuela. Like the destruction of the economy, the destruction of the political culture took some time, because there were several decades’ worth of democratic institutions to destroy. Writing in The New Yorker in 1965, not long after a round of successful elections, a visitor to the country observed, rather elegantly, that “the high-minded, steadfast enthusiasm for the republican ideal is one of the determining factors in Venezuelan history … the Venezuelan seeks the City of Justice as his forerunners sought the City of Gold, with the same dedication, the same indestructible hope, and the same splendid determination.”
But democracy became weaker in the 1990s, thanks to widespread corruption linked to the oil industry. Chávez broke the rule of law completely. His first attempt to take power was via a coup d’état, in 1992. He won a legitimate election in 1998, but once in power he slowly changed the rules, eventually making it almost impossible for anyone to beat him. In 2004, he packed the Supreme Court; in 2009, he altered the electoral system. Just like other illiberal governments, the Venezuelan regime also sought to undermine abstract ideas of justice—which might have protected ordinary people from the authoritarian state—by dismissing them as a Western plot. Rafael Uzcátegui, an activist who runs PROVEA (the Venezuelan Education-Action Program on Human Rights), told me that the country’s rulers had tried to redefine the problem: “They said everything that we understood as human rights was a ‘liberal hegemonic imposition.’” They also created parallel institutions—such as the Bolivarian Alliance for the Peoples of Our America, Chávez’s version of the Organization of American States—to limit the influence of established multinational bodies and global human-rights groups inside Venezuela.  
Having gained full control of his nation’s legal and judicial institutions, Chávez did not use it to benefit poor Venezuelans, contrary to the mythology spread by far-left admirers. Instead, Chávez began to transfer the wealth of the country to his cronies. This process was extraordinarily well documented, in real time, by many people. A Foreign Affairs article about Chávez in 2006 spoke of “blatant violations of the rule of law and the democratic process.” A 2008 article in the same publication noted that “neither official statistics nor independent estimates show any evidence that Chávez has reoriented state priorities to benefit the poor.” The slide into spectacular corruption grew worse under Maduro. In Caracas, I met at least a dozen academics and journalists who are still charting the regime’s dishonest social-media campaigns, infringements on what remains of the constitutional order, and stunning corruption, as well as its humanitarian disaster. Their ability to observe and describe all of these things has not necessarily helped them to stop them.
Some elements of Chávez’s method will seem strangely familiar to anyone who has studied other kleptocracies. The Venezuelan writer Moisés Naím has described his country’s political system as a “loose confederation of foreign and domestic criminal enterprises with the president in the role of mafia boss,” which makes it sound very much like Vladimir Putin’s Russia. In Caracas, I sat in a room full of people who were debating just exactly how much money the regime had stolen—$200 billion? $600 billion?—a parlor game that gets played in Moscow too. Scattered around the Venezuelan capital are several brand-new, completely empty apartment buildings that are reportedly a side effect of money laundering: Their owners are storing stolen money in glass and concrete, hoping that real-estate prices will rise someday. A couple of years ago, a court in Miami charged a network of Venezuelan officials with laundering $1.2 billion into property and assets in Florida and elsewhere. Investigations into that case and others still involve law-enforcement agencies all over the world.
How did Chávez get away with this level of theft? How can Maduro sustain it? Among other things, the two strongmen have made it almost impossible for the independent press to function, undermined the credibility of experts, and distracted supporters, both domestic and foreign, with a combination of fairy tales—how wonderful were the lives of the poor!—and conspiracy theories. For Americans, some elements of this story should hit uncomfortably close to home. At the height of his power, Chávez appeared every Sunday on his own surreal, unscripted reality-television program, called Aló Presidente. He would interview supporters, hire and fire ministers, insult people, even declare war while on air, using television much as President Trump uses Twitter, to shock and entertain, sometimes continuing for many hours. Chávez made up names for his enemies—“El Diablo” was one of several for President George W. Bush—and he was vulgar and rude. These traits convinced people that he was “authentic.” Just as Trump used to shout “You’re fired” as a kind of punch line on The Apprentice, Chávez would shout “Exprópiese!” at buildings and property, supposedly owned by rich people, that he intended to expropriate.
Over time, Chávez successfully polarized society into groups of fanatical supporters and equally dedicated enemies—warring tribes who felt they had little in common. Some of the differences were based on class or race, but not all. One Venezuelan I met—he owned a bookstore before people could no longer afford to buy books—told me that he fell out with a university friend who’d become a fanatical Chavista. They never made up.
Even now, polarization is built into the streetscape of Caracas. In the middle-class Chacao district, which is controlled by the opposition, the names of activists murdered by the regime are painted onto a fence that stands near a square where many anti-Maduro demonstrations have been held. In the working-class neighborhoods, one sees pro-regime murals and billboards, though many of these defy the clichés. Some of them, heavy on Venezuelan flags and “No Trump” slogans, could easily be described as nationalist rather than socialist. Others—the paintings of Chávez’s eyes, for example—belong more strictly to what can only be described as a cult of personality.
None of those signs and symbols necessarily means that the regime is popular. Most of the political scientists whom I met reckoned that Maduro has the support of no more than a quarter of the population—some of whom support him only for the food boxes or out of fear. Those who speak out, especially from the slums, are periodically subjected to violence too. In one poor neighborhood, I met a woman whose cousin had recorded a video of himself, draped in a Venezuelan flag, going to an anti-government demonstration, and posted it on Facebook. A neighbor recognized him and told the authorities—another act with Stalinist echoes. A couple of days later, police thugs from the Special Actions Force—a unit known as FAES, which Maduro created in 2017 supposedly to “fight terrorism” —abducted and murdered him.
Extrajudicial murders like this one are now common. An initiative called Mi Convive—whose mission is to monitor and reduce violence—registered 1,271 extrajudicial murders in Caracas alone from May 2017 to December 2019, out of more than 3,300 violent deaths in the city. Late last year, the UN high commissioner for human rights concluded that FAES and other police had killed 6,800 Venezuelans from January 2018 to May 2019, a period of sharp political conflict. The commissioner’s report included details of torture, such as electric-shock treatment and waterboarding. Precisely because those who criticize the government can be subjected to harassment or violence, especially if they come from the slums, I am withholding the names of some of the Venezuelans whom I met or interviewed.
But cynicism is just as powerful a demotivator as fear. Over and over again, people told me that while they don’t dislike Guaidó, they do not believe he can win. So what if the Trump administration recognizes him as the rightful president? The Venezuelan army does not. Democracy is broken, elections are unfair, the police can enter anyone’s house at any time, so how can the regime be brought down? One of Guaidó’s former teachers, a university professor, told me he had let his former student know that he would not come to any more demonstrations until he knew exactly what he was demonstrating for. What is the realistic path to change?
Polarization adds to this cynicism by creating suspicion and mistrust on both sides; people hear politicians shouting diametrically opposing slogans or presenting contradictory facts, and their instinct is to cover their ears. Then they retreat inward—or they leave, in vast numbers. The 4.5 million people who are thought to have left Venezuela in recent years have done so either by walking across the border into neighboring countries or by seeking to study or work abroad. Historically, Venezuela was a magnet for immigrants, not a source of refugees. The current exodus has left enormous gaps in many institutions, broken up families, and destroyed circles of friends.
The second person I met who started to cry was a translator. At one event, I responded in English to a question about the wave of Venezuelan refugees now spreading across South America, North America, and Europe. As the translator put my answer into Spanish, she broke down. “I suddenly thought of my nieces and nephews,” she told me afterward. “All of those hopeful young people, all gone.”
The third time someone cried was in rather different circumstances. I was in La Vega, one of the slums that cling to the hills around Caracas, a little bit like the favelas around Rio de Janeiro. The paved roads in La Vega attest to the money that was once available to spend on infrastructure; the jerry-rigged electricity cables and water pipelines attest to that infrastructure’s decline. We were sitting in a community kitchen created by a group called Alimenta la Solidaridad (a name that translates loosely to “food solidarity”), which serves regular meals to children in poor neighborhoods. This is one of a pair of initiatives originally conceived by Roberto Patiño, a young opposition politician turned humanitarian activist. The first one is Mi Convive, the group that monitors and mitigates violence; its name, also translated loosely, means “live together.” Patiño was a student leader who campaigned on behalf of a previous opposition leader, Henrique Capriles, who ran for president and lost by a tiny and probably fraudulent margin in 2013. As he traveled around the country, Patiño told me, he was shocked by the lack of faith that people had in the whole process. They didn’t hate Capriles; they just thought that “everything related to politics is a lie.”
Patiño’s organizations are not political, and they are not intended to affect election campaigns directly. Instead, they seek to undermine the polarization, and dampen the cynicism, that has frozen Venezuelan society. Propaganda divides people. Fear isolates them. By contrast, Alimenta and Mi Convive create projects that bring people together, regardless of their socioeconomic status or political views, building networks of friendship and support. The projects are staffed, in part, by educated, middle-class people in their 20s and 30s who have deliberately decided not to emigrate, though any of them could. Alberto Kabbabe, the co-founder and executive director of Alimenta, has a degree in chemical engineering; he says most of his university friends have left for the U.S. or Colombia. Back when he was in the student movement with Patiño, Kabbabe didn’t imagine himself running community kitchens, but then, none of the group did. “I thought I would be doing politics, but something more … sophisticated,” one told me. But in a society where sophisticated politics feel pointless and impossible, working to create links between wealthy and poor neighborhoods feels positive and creative. “The government made people believe that we are all different and enemies. In fact, we are all different, but we can work together,” Kabbabe told me.
A trio of them took me to see a couple of the kitchens in La Vega. We began with a visit to a Jesuit school. Alimenta has worked closely alongside the order, which has a particular interest in refugees and the very poor. The Jesuit fathers in Caracas—I met several—reminded me of the kinds of priests who used to work in Polish working-class neighborhoods in the 1980s, when the Catholic Church was a unifying national institution in Poland and not part, as it is now, of a divisive war over modern culture.
From the school we went to one of the community kitchens—in reality, a dining space set up on a dirt floor beneath a corrugated-tin roof. The women who worked there were all volunteers, some of whom had lost their access to the free government food boxes because they work for Alimenta. They said they didn’t care—the food served at the kitchens is healthier anyway—and there are other benefits. “We can do something to make a difference,” one of the volunteers told me, and that creates a kind of psychological satisfaction, even aside from the food. Some of the women have become advocates for their communities, speaking out about school closures, water shortages, and the other hardships that Venezuela’s decline has imposed on them.
Conditions were a little better in another section of La Vega, farther down the hillside. There, the community kitchen is inside a real building, connected to a convent. Posted on the walls are lists of daily menus; the space smells slightly of disinfectant and the floors positively shine. The volunteer who runs the kitchen—gray-haired, wearing blue jeans and an Alimenta la Solidaridad T-shirt—showed us around. She started to tell her life story, a tale of bad luck and crises, a son who was shot during local violence, another who died in an accident. But now she has had some success: Her daughters are studying, and she is feeding children—a role that allows her to keep an eye on local families in trouble. This is when she started to cry. One of the women from Alimenta—several decades younger, from a different neighborhood and a luckier family background—stood up and put her hand on her shoulder. The older woman stopped for a moment, and then resumed her story.
I am tempted to end here with a warning, because Venezuela does represent the conclusion to a lot of processes we see in the world today. Venezuela is the endgame of ideological Marxism; the culmination of the assault on democracy, courts, and the press now unfolding in so many countries; and the outer limit of the politics of polarization. But I don’t want, as so many have done, to treat Venezuela as just a symbol. It’s a real place, and the hardships faced by the people who live there have not ended, culminated, or been limited at all. Whatever the United States and other members of the international community do next in Venezuela, the goal should be to help real Venezuelans, not to further an ideological argument, especially as the humanitarian and political crises deepen and spread.

Fuente:
Fotografías:
Carlos García Rawlins (Reuters): Protestas en Caracas (2014).


Venezuela es el misterioso final de la política moderna
Anne Applebaum 

El mes pasado, Juan Guaidó apareció en Washington en el papel de tótem político. El principal líder de la oposición de Venezuela, el hombre que es reconocido por la Asamblea Nacional de ese país, millones de sus conciudadanos y varias docenas de países extranjeros como el presidente legítimo de Venezuela, fue uno de los invitados especiales en el discurso del Estado de la Unión. El presidente Donald Trump dio la bienvenida a Guaidó como evidencia viviente de que su propia administración estaba "defendiendo la libertad en nuestro hemisferio" y había "revertido las políticas fallidas de la administración anterior"; llamó al actual líder de Venezuela, Nicolás Maduro, un gobernante ilegítimo cuyo "control sobre la tiranía será aplastado y roto". No dio detalles de cómo sucedería eso. Trump, que nunca ha estado en Venezuela ni ha mostrado ningún interés previo en él, o, de hecho, ha mostrado interés en la libertad en cualquier otro lugar, presumiblemente sabe que el país es importante para algunos votantes en el sur de Florida. Para su crédito, los miembros del Congreso dieron una gran ovación bipartidista a Guaidó, sin embargo.
Trump no es el único líder mundial que cita a Venezuela para fines egoístas. Independientemente de lo que realmente sucede allí, Venezuela, especialmente cuando fue dirigida por el predecesor de Maduro, el fallecido Hugo Chávez, también ha sido durante mucho tiempo una causa simbólica para la izquierda marxista. Hace más de una década, Hans Modrow, uno de los últimos líderes del Partido Comunista de Alemania Oriental y ahora un anciano estadista del partido de extrema izquierda Die Linke, me dijo que el "socialismo bolivariano" de Chávez representaba su mayor esperanza: que las ideas marxistas, que había llevado a Alemania Oriental a la bancarrota, podría tener éxito, finalmente, en América Latina. Jeremy Corbyn, el líder de extrema izquierda del Partido Laborista británico, fue fotografiado con Chávez y describió su régimen en Venezuela como "una inspiración para todos nosotros luchando contra la austeridad y la economía neoliberal". La retórica de Chávez también ayudó a inspirar al marxista español Pablo Iglesias a crear Podemos, el partido de extrema izquierda de España. Desde hace tiempo se sospecha que Iglesias tomó dinero venezolano, aunque lo niega. Incluso ahora, la idea de Venezuela inspira defensa y enojo dondequiera que se reúnan marxistas dedicados, ya sean activistas del Código Rosa que prometen "proteger" a la embajada venezolana en Washington de la oposición venezolana o marxistas franceses que se niegan a llamar a Maduro un dictador .
Y sin embargo, Venezuela no es una idea. Es un lugar real, lleno de personas reales que están pasando por una crisis sin precedentes y, de alguna manera, muy inquietante. Si simboliza algo, es el poder distorsionador de los símbolos. En realidad, el país no ofrece consuelo a los marxistas juveniles ni a los antiimperialistas autodenominados, ni a los fanáticos de Donald Trump. Pasé unos días allí a principios de este mes, por invitación académica. Durante el curso de conversaciones ordinarias conmigo, tres personas se echaron a llorar mientras hablaban de su vida y su país.
Una de las tres fue Susana Raffalli, una reconocida experta venezolana en nutrición y seguridad alimentaria. Durante su larga carrera, Raffalli ha trabajado en todo el mundo, sin imaginar que sus habilidades serían necesarias en Venezuela, que tiene grandes reservas de petróleo y fue durante mucho tiempo un país de ingresos medios. Raffalli y yo nos conocimos en un restaurante engañosamente elegante en Altamira, uno de los barrios más ricos de Caracas. A la vuelta de la esquina estaba una de las nuevas y brillantes tiendas de divisas, donde las personas con dólares pueden comprar cosas como Cheerios o botellas grandes de ketchup Heinz. Los bienes importados como estos habían desaparecido en los últimos años cuando la hiperinflación hizo que el bolívar venezolano fuera casi inútil, y las sanciones internacionales y los propios controles de importación de Venezuela interrumpieron el comercio. Ahora están nuevamente disponibles, pero solo para aquellos que tienen acceso a moneda extranjera.
Los miembros de la élite chavista-madurista sí tienen ese acceso, y la nueva dolarización de la economía venezolana les ha permitido hacer alarde de su dinero. Un académico que conocí describió lo sorprendido que estaba al ver a una mujer meter la mano en su bolso y sacar $ 3,000 en efectivo para comprar un abrigo de diseñador. "¿Qué tipo de persona", reflexionó, "podría tener ese tipo de dinero?" Por el contrario, sus vecinos mayores, antes personas de clase media, que vivían con pensiones fijas sin acceso a dólares, se ven delgados y malgastados. Él mismo había dejado su universidad para trabajar para una organización benéfica extranjera, porque un salario académico pagado en bolívares ya no es suficiente para comprar comida.
La evidencia deslumbrante de la dolarización también oculta la profunda crisis de la población rural pobre. Tras la muerte de Chávez en 2013, Corbyn le agradeció en Twitter por "demostrar que los pobres y la riqueza se pueden compartir". Pero ni Chávez ni Maduro han mostrado nada por el estilo. Cualquier progreso realizado en el país contra la pobreza en el pasado se debió a los altos precios del petróleo, que desde entonces se han desplomado. Ahora Maduro preside un desastre que está devastando a los pobres sobre todo. Raffalli me dijo que el sistema de producción de alimentos comenzó a fallar hace casi una década, gracias a la expropiación de tierras y la destrucción de pequeñas empresas agrícolas, aunque sobreviven algunas grandes. La desnutrición generalizada comenzó unos años más tarde. La organización benéfica católica Caritas cree que el 78 por ciento de los venezolanos come menos de lo que solía y el 41 por ciento pasa días enteros sin comer. Los efectos secundarios del hambre (tasas más altas de enfermedades crónicas e infecciosas) también se están extendiendo. Pero si no ha oído hablar del hambre en Venezuela, eso no es un accidente: el gobierno hará todo lo posible para ocultarlo.
Las tácticas de engaño incluyen el uso de medidas nutricionales obsoletas, que ayudan a ocultar la gravedad del problema. Los departamentos gubernamentales también han recurrido a la jerga eufemística. La "desnutrición" se ha convertido en una "vulnerabilidad nutricional", dijo Raffalli, y un sistema de centros de salud para niños hambrientos es ahora el Servicio de Educación Nutricional. La Asamblea Nacional del país, controlada por la oposición, aprobó medidas especiales para abordar la crisis de salud; la Corte Suprema, controlada por Maduro, los rechazó. Lo más inquietante es que los médicos de los hospitales venezolanos se han visto presionados a no mencionar la desnutrición como causa de enfermedad o de muerte. Aunque los medios oficiales no mencionan estas políticas, la gente las conoce de todos modos. Raffalli misma fue testigo de una escena extraordinaria en un hospital: los padres de un niño que había muerto de hambre trataron de entregarle el cadáver, porque temían que los funcionarios estatales se lo llevaran y lo ocultaran. También estaba en una región rural donde los niños salen de la escuela al mediodía para cazar pájaros o iguanas para cocinar y almorzar.
Para cualquiera que conozca la larga historia de la relación entre los regímenes marxistas y la hambruna, este desarrollo parece extrañamente familiar. Hace más de 80 años, en el invierno de 1932–33, Stalin confiscó la comida de los campesinos ucranianos y no hizo nada mientras murieron casi 4 millones. Luego cubrió sus muertes, incluso alterando las estadísticas de la población soviética y asesinando a funcionarios del censo para ocultar lo que había sucedido. Para cualquiera que conozca la larga historia del uso de los alimentos por parte de los países comunistas, la manipulación del suministro de alimentos por parte del régimen venezolano tampoco es una sorpresa. La mayoría de los venezolanos —80 por ciento según una encuesta reciente— ahora dependen de cajas de alimentos, que contienen alimentos básicos como arroz, granos o aceite, del gobierno. Las agencias conocidas como Comités Locales de Abastecimiento y Producción entregan los paquetes a las personas que se registran para una tarjeta Patria ("patria") o una aplicación para teléfonos inteligentes, que también se utilizan para controlar la participación en las elecciones. Raffalli ha llamado a esta política "no un programa de alimentos, sino un programa de penetración y dominación social". Cuanto más hambrientos se sienten las personas, más control ejerce el gobierno y más fácil es evitar que protesten u objeten de cualquier otra manera. Incluso las personas que no se mueren de hambre ahora pasan la mayor parte de su tiempo simplemente haciendo cola, tratando de arreglar generadores rotos, trabajando en el segundo o tercer trabajo para ganar un poco más, todas las actividades que los alejan de la política.
Pero cuando la voz de Raffalli se quebró, estaba hablando de otra cosa: la indiferencia que estaba creciendo, tanto en casa como en el extranjero. Las Naciones Unidas, quizás gracias a algunos funcionarios que admiraban a Chávez, o que no admiran a Trump, no han lanzado un importante programa de ayuda humanitaria en Venezuela. "El trauma aquí es que es olvidado por extraños, y también olvidado por nosotros", dijo Raffalli. "Nos estamos acostumbrando a eso ... tienes que seguir diciendo, '¡No, no es normal!" Esto, dijo, es en lo que se ha convertido Venezuela: "un país con algunos de los ríos más grandes del mundo y, sin embargo, tenemos escasez de agua". Un país con vastas reservas de petróleo y, sin embargo, la gente está cocinando alimentos sobre fuegos de leña ”. En este tipo de crisis prolongada, “las personas comienzan a perder la esperanza. El hambre coexiste con la fatiga y la falta de esperanza. Y nos estamos olvidando de lo que solíamos ser ".
Y , sin embargo, a pesar de los claros ecos históricos, la causa de la crisis en Venezuela no es simplemente la aplicación familiar y fanática de la teoría marxista. Si algunos elementos de la historia venezolana reciente suenan asombrosamente como una repetición de la historia soviética, otros elementos se parecen mucho a las historias más recientes de Rusia, Turquía y otros regímenes nacionalistas iliberales cuyos líderes lentamente redujeron los derechos civiles, el estado de derecho, las normas democráticas, y tribunales independientes, que eventualmente convierten sus democracias en cleptocracias. Este proceso también tuvo lugar en Venezuela. Al igual que la destrucción de la economía, la destrucción de la cultura política tomó algún tiempo, porque había varias décadas de instituciones democráticas para destruir. Escribiendo en The New Yorker en 1965, no mucho después de una ronda de elecciones exitosas, un visitante del país observó, con elegancia, que "el entusiasmo firme y decidido por el ideal republicano es uno de los factores determinantes en la historia de Venezuela ... el venezolano busca la Ciudad de la Justicia como sus precursores buscaron la Ciudad del Oro, con la misma dedicación, la misma esperanza indestructible y la misma espléndida determinación ".
Pero la democracia se debilitó en la década de 1990, gracias a la corrupción generalizada vinculada a la industria petrolera. Chávez violó el estado de derecho por completo. Su primer intento de tomar el poder fue a través de un golpe de estado, en 1992. Ganó una elección legítima en 1998, pero una vez en el poder cambió lentamente las reglas, lo que eventualmente hizo casi imposible que alguien lo golpeara. En 2004, llenó la Corte Suprema; en 2009 alteró el sistema electoral . Al igual que otros gobiernos iliberales, el régimen venezolano también buscó socavar las ideas abstractas de justicia, que podrían haber protegido a la gente común del estado autoritario, al desestimarlas como un complot occidental. Rafael Uzcátegui, un activista que dirige PROVEA (el Programa Venezolano de Acción y Educación en Derechos Humanos), me dijo que los gobernantes del país habían tratado de redefinir el problema: "Dijeron que todo lo que entendíamos como derechos humanos era una" imposición hegemónica liberal. '”También crearon instituciones paralelas, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, la versión de Chávez de la Organización de Estados Americanos, para limitar la influencia de los organismos multinacionales establecidos y los grupos globales de derechos humanos dentro de Venezuela.
Habiendo obtenido el control total de las instituciones legales y judiciales de su país, Chávez no lo usó para beneficiar a los venezolanos pobres, en contra de la mitología difundida por los admiradores de extrema izquierda. En cambio, Chávez comenzó a transferir la riqueza del país a sus compinches. Este proceso fue extraordinariamente bien documentado, en tiempo real, por muchas personas. Un artículo de Asuntos Exteriores sobre Chávez en 2006 habló de "violaciones flagrantes del estado de derecho y el proceso democrático". Un artículo de 2008 en la misma publicación señaló que "ni las estadísticas oficiales ni las estimaciones independientes muestran ninguna evidencia de que Chávez haya reorientado las prioridades estatales para beneficiar a los pobres". La caída hacia la corrupción espectacular empeoró bajo Maduro. En Caracas, conocí al menos a una docena de académicos y periodistas que todavía están trazando las campañas de medios sociales deshonestas del régimen, las infracciones de lo que queda del orden constitucional y la corrupción deslumbrante, así como su desastre humanitario. Su habilidad para observar y describir todas estas cosas no necesariamente los ha ayudado a detenerlos.
Algunos elementos del método de Chávez le parecerán extrañamente familiares a cualquiera que haya estudiado otras cleptocracias. El escritor venezolano Moisés Naím describió el sistema político de su país como una "confederación informal de empresas criminales extranjeras y nacionales con el presidente en el papel de jefe de la mafia", lo que lo hace parecer muy parecido a la Rusia de Vladimir Putin. En Caracas, me senté en una habitación llena de personas que debatían exactamente cuánto dinero había robado el régimen: ¿ $ 200 mil millones? $ 600 mil millones? —Un juego de salón que también se juega en Moscú. Esparcidos por la capital venezolana hay varios edificios de apartamentos completamente nuevos y completamente vacíos que, según los informes, son un efecto secundario del lavado de dinero: sus propietarios almacenan dinero robado en vidrio y concreto, con la esperanza de que los precios inmobiliarios aumenten algún día. Hace un par de años, un tribunal de Miami acusó a una red de funcionarios venezolanos de lavar $ 1.2 mil millones en propiedades y activos en Florida y otros lugares . Las investigaciones sobre ese caso y otros aún involucran a agencias de aplicación de la ley en todo el mundo.
¿Cómo salió Chávez con este nivel de robo? ¿Cómo puede Maduro sostenerlo? Entre otras cosas, los dos hombres fuertes han hecho que sea casi imposible para la prensa independiente funcionar, socavando la credibilidad de los expertos y distraídos seguidores, tanto nacionales como extranjeros, con una combinación de cuentos de hadas: ¡cuán maravillosas fueron las vidas de los pobres! —Y teorías de la conspiración. Para los estadounidenses, algunos elementos de esta historia deberían ser incómodos cerca de casa. En el apogeo de su poder, Chávez apareció todos los domingos en su propio programa de televisión de realidad surrealista, sin guión, llamado Al ó Presidente . Entrevistó a simpatizantes, contrató y ministros de bomberos, insultó a la gente, incluso declaró la guerra mientras estaba en el aire, usando la televisión de la misma manera que el presidente Trump usa Twitter, para sorprender y entretener, a veces continuando durante muchas horas. Chávez inventó nombres para sus enemigos: "El Diablo" fue uno de varios para el presidente George W. Bush, y fue vulgar y grosero. Estos rasgos convencieron a la gente de que él era "auténtico". Al igual que Trump solía gritar "Estás despedido" como una especie de frase en The Apprentice , Chávez gritaba "¡ Exprópiese !" en edificios y propiedades, supuestamente propiedad de personas ricas, que pretendía expropiar.
Con el tiempo, Chávez polarizó con éxito a la sociedad en grupos de seguidores fanáticos y enemigos igualmente dedicados, tribus en guerra que sentían que tenían poco en común. Algunas de las diferencias se basaron en la clase o la raza, pero no todas. Un venezolano que conocí —él era dueño de una librería antes de que la gente ya no pudiera permitirse comprar libros— me dijo que se había peleado con un amigo de la universidad que se había convertido en un chavista fanático. Nunca se inventaron.
Incluso ahora, la polarización está integrada en el paisaje urbano de Caracas. En el distrito de clase media de Chacao, controlado por la oposición, los nombres de los activistas asesinados por el régimen están pintados en una cerca que se encuentra cerca de una plaza donde se han llevado a cabo muchas manifestaciones contra Maduro. En los vecindarios de la clase trabajadora, uno ve murales y carteles a favor del régimen, aunque muchos de estos desafían los clichés. Algunos de ellos, cargados de banderas venezolanas y lemas de "No Trump", podrían describirse fácilmente como nacionalistas en lugar de socialistas. Otros, las pinturas de los ojos de Chávez, por ejemplo, pertenecen más estrictamente a lo que solo puede describirse como un culto a la personalidad.
Ninguno de esos signos y símbolos significa necesariamente que el régimen es popular. La mayoría de los politólogos a quienes conocí reconocieron que Maduro tiene el apoyo de no más de una cuarta parte de la población, algunos de los cuales lo apoyan solo por las cajas de comida o por miedo. Quienes hablan, especialmente desde los barrios bajos, también son objeto de violencia periódicamente. En un barrio pobre, conocí a una mujer cuyo primo había grabado un video de sí mismo, envuelto en una bandera venezolana, yendo a una manifestación antigubernamental, y lo publicó en Facebook. Un vecino lo reconoció y le dijo a las autoridades: otro acto con ecos estalinistas. Un par de días después, matones policiales de la Fuerza de Acciones Especiales, una unidad conocida como FAES, que Maduro creó en 2017 supuestamente para "combatir el terrorismo", lo secuestraron y asesinaron.
Los asesinatos extrajudiciales como este ahora son comunes. Una iniciativa llamada Mi Convive, cuya misión es monitorear y reducir la violencia, registró 1,271 asesinatos extrajudiciales solo en Caracas desde mayo de 2017 hasta diciembre de 2019, de más de 3,300 muertes violentas en la ciudad. A fines del año pasado, el alto comisionado de la ONU para los derechos humanos concluyó que FAES y otros policías habían asesinado a 6.800 venezolanos desde enero de 2018 hasta mayo de 2019, un período de agudo conflicto político. El informe del comisionado incluía detalles de tortura , como el tratamiento de descargas eléctricas y el submarino. Precisamente porque quienes critican al gobierno pueden ser objeto de hostigamiento o violencia, especialmente si provienen de los barrios bajos, estoy reteniendo los nombres de algunos de los venezolanos a quienes conocí o entrevisté.
Pero el cinismo es un desmotivador tan poderoso como el miedo. Una y otra vez, la gente me dijo que aunque no les desagrada Guaidó, no creen que pueda ganar. Entonces, ¿qué pasa si la administración Trump lo reconoce como el presidente legítimo? El ejército venezolano no lo hace. La democracia está rota, las elecciones son injustas, la policía puede entrar a la casa de cualquier persona en cualquier momento, entonces, ¿cómo puede derribar el régimen? Uno de los antiguos maestros de Guaidó, un profesor universitario, me dijo que le había hecho saber a su antiguo alumno que no asistiría a más manifestaciones hasta que supiera exactamente por qué se estaba manifestando . ¿Cuál es el camino realista para cambiar?
La polarización se suma a este cinismo al crear sospecha y desconfianza en ambos lados; la gente escucha a los políticos gritar consignas diametralmente opuestas o presentar hechos contradictorios, y su instinto es cubrirse los oídos. Luego se retiran hacia adentro, o se van, en gran número. Los 4.5 millones de personas que se cree que abandonaron Venezuela en los últimos años lo han hecho cruzando la frontera hacia países vecinos o buscando estudiar o trabajar en el extranjero. Históricamente, Venezuela fue un imán para los inmigrantes, no una fuente de refugiados. El éxodo actual ha dejado enormes brechas en muchas instituciones, familias separadas y círculos de amigos destruidos.
La segunda persona que conocí que comenzó a llorar fue un traductor. En un evento, respondí en inglés a una pregunta sobre la ola de refugiados venezolanos que ahora se está extendiendo por América del Sur, América del Norte y Europa. Cuando la traductora puso mi respuesta al español, se vino abajo. "De repente pensé en mis sobrinas y sobrinos", me dijo después. "Todos esos jóvenes esperanzados, todos se fueron".
La tercera vez que alguien lloró fue en circunstancias bastante diferentes. Estaba en La Vega, uno de los barrios marginales que se aferran a las colinas alrededor de Caracas, un poco como las favelas alrededor de Río de Janeiro. Los caminos pavimentados en La Vega atestiguan el dinero que una vez estuvo disponible para gastar en infraestructura; Los cables de electricidad y las tuberías de agua manipulados por el tambor atestiguan el declive de esa infraestructura. Estábamos sentados en una cocina comunitaria creada por un grupo llamado Alimenta la Solidaridad (un nombre que se traduce libremente como "solidaridad alimentaria"), que sirve comidas regulares a niños en barrios pobres. Esta es una de un par de iniciativas originalmente concebidas por Roberto Patiño, un joven político opositor convertido en activista humanitario. El primero es Mi Convive, el grupo que monitorea y mitiga la violencia; su nombre, también traducido libremente, significa "vivir juntos". Patiño era un líder estudiantil que hizo campaña en nombre de un anterior líder de la oposición, Henrique Capriles, quien se postuló para presidente y perdió por un margen pequeño y probablemente fraudulento en 2013. Mientras viajaba por el país, Patiño me dijo que estaba sorprendido por la falta de fe que la gente tuvo en todo el proceso. No odiaban a Capriles; simplemente pensaron que "todo lo relacionado con la política es una mentira".
Las organizaciones de Patiño no son políticas, y no tienen la intención de afectar directamente las campañas electorales. En cambio, buscan socavar la polarización y amortiguar el cinismo que ha congelado a la sociedad venezolana. La propaganda divide a las personas. El miedo los aísla. Por el contrario, Alimenta y Mi Convive crean proyectos que unen a las personas, independientemente de su estatus socioeconómico o puntos de vista políticos, construyendo redes de amistad y apoyo. Los proyectos están integrados, en parte, por personas educadas de clase media de entre 20 y 30 años que han decidido deliberadamente no emigrar, aunque cualquiera de ellos podría hacerlo. Alberto Kabbabe, cofundador y director ejecutivo de Alimenta, es licenciado en ingeniería química; Él dice que la mayoría de sus amigos universitarios se han ido a los Estados Unidos o Colombia. Cuando estaba en el movimiento estudiantil con Patiño, Kabbabe no se imaginaba a sí mismo dirigiendo cocinas comunitarias, pero ninguno del grupo sí. "Pensé que estaría haciendo política, pero algo más ... sofisticado", me dijo uno. Pero en una sociedad donde la política sofisticada se siente inútil e imposible, trabajar para crear vínculos entre barrios ricos y pobres se siente positivo y creativo. “El gobierno hizo creer a la gente que todos somos diferentes y enemigos. De hecho, todos somos diferentes, pero podemos trabajar juntos ”, me dijo Kabbabe.
Un trío de ellos me llevó a ver un par de cocinas en La Vega. Comenzamos con una visita a una escuela jesuita. Alimenta ha trabajado en estrecha colaboración con la orden, que tiene un interés particular en los refugiados y los muy pobres. Los padres jesuitas en Caracas, conocí a varios, me recordaron los tipos de sacerdotes que solían trabajar en barrios de clase trabajadora polacos en la década de 1980, cuando la Iglesia Católica era una institución nacional unificadora en Polonia y no era parte, como lo es ahora. , de una guerra divisiva sobre la cultura moderna .
De la escuela fuimos a una de las cocinas comunitarias, en realidad, un espacio de comedor ubicado en un piso de tierra debajo de un techo de chapa ondulada. Las mujeres que trabajaban allí eran todas voluntarias, algunas de las cuales habían perdido su acceso a las cajas de comida gratuitas del gobierno porque trabajaban para Alimenta. Dijeron que no les importaba, la comida que se sirve en las cocinas es más saludable de todos modos, y hay otros beneficios. "Podemos hacer algo para marcar la diferencia", me dijo uno de los voluntarios, y eso crea una especie de satisfacción psicológica, incluso aparte de la comida. Algunas de las mujeres se han convertido en defensoras de sus comunidades, hablando sobre el cierre de escuelas, la escasez de agua y las otras dificultades que el declive de Venezuela les ha impuesto.
Las condiciones fueron un poco mejores en otra sección de La Vega, más abajo de la ladera. Allí, la cocina comunitaria está dentro de un edificio real, conectado a un convento. En las paredes hay listas de menús diarios; el espacio huele ligeramente a desinfectante y los pisos brillan positivamente. El voluntario que dirige la cocina, canoso, vestido con jeans azules y una camiseta de Alimenta la Solidaridad, nos mostró los alrededores. Ella comenzó a contar la historia de su vida, una historia de mala suerte y crisis, un hijo que recibió un disparo durante la violencia local, otro que murió en un accidente. Pero ahora ha tenido cierto éxito: sus hijas están estudiando y está alimentando a sus hijos, un papel que le permite vigilar a las familias locales en problemas. Esto es cuando ella comenzó a llorar. Una de las mujeres de Alimenta, varias décadas más joven, de un vecindario diferente y de una familia más afortunada, se levantó y le puso la mano en el hombro. La mujer mayor se detuvo por un momento y luego retomó su historia.
Estoy tentado a terminar aquí con una advertencia, porque Venezuela representa la conclusión de muchos procesos que vemos en el mundo de hoy. Venezuela es el final del marxismo ideológico; la culminación del asalto a la democracia, los tribunales y la prensa que ahora se desarrolla en tantos países; y el límite exterior de la política de polarización. Pero no quiero, como tantos lo han hecho, tratar a Venezuela como un simple símbolo. Es un lugar real, y las dificultades que enfrentan las personas que viven allí no han terminado, culminado o limitado en absoluto. Independientemente de lo que hagan los Estados Unidos y otros miembros de la comunidad internacional en Venezuela, el objetivo debe ser ayudar a los verdaderos venezolanos, no promover un argumento ideológico, especialmente a medida que las crisis humanitarias y políticas se profundizan y se extienden.

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