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jueves, 25 de junio de 2020

TECH-GNOSIS ELECTORAL

Pitias o del “ganar-ganar”
José Rafael Herrera 

El microcosmos de la tech-gnosis electoral, su empeño en sobrevivir “a como dé lugar”, en medio de la difícil coyuntura que padece una Venezuela en crisis orgánica, profundamente empobrecida y secuestrada por un neo-régimen gansteril -o quizá, no sin cierta premeditación, a consecuencia de todo ello-, no parece tener límites gaseosos. Flatus vocis, dirían los latinos. Lo cierto es que los “numeritos” y “sondeos de opinión”, siempre acompañados de las inefables interpretaciones tautológicas de los pitonisos de rigor y de una que otra retropulsión “noticiosa”, propia del rumor del día, que se va apelmazando cual bola de nieve hasta devenir un tropel que, dos o tres días después, es sustituido por otro y por otro, hasta el “infinito malo” del que hablaba Hegel -es decir, un infinito de pésima calidad-, hacen la delicia del momento, especialmente entre quienes se hayan convencidos de que en una sociedad “polarizada” no queda otro remedio que dirimir las diferencias existentes mediante una “masiva participación electoral”.

Decía Goebbels, el genio detrás de la propaganda fascista, que cuando no se pueden negar las malas noticias es menester inventar otras que las distraigan. Y, mención aparte de los aparatos de propaganda del régimen cubano, bajo la sombra de tal principio se cubren de la luz de la verdad unos cuantos ideólogos, ciertos promotores de la “inmediatez de la noticia” y otros tantos pitones profesionales. El oráculo de Delfos fue uno de los principales centros sagrados de la antigua Grecia, recinto consagrado al dios Apolo, símbolo de inspiración profética y, curiosamente, amante de las serpientes. Cuenta la leyenda que el buen Apolo se reunía en el Párnaso junto con las musas mientras tocaba la lira y las divinidades cantaban. Su santuario fue construido en un lugar no muy distante del Párnaso, conocido como Pitón, la gran serpiente que anidaba en el subsuelo del valle del Pleisto, de donde proviene el nombre de las pitias o pitonisas, las sacerdotisas del templo que interpretaban, de un modo particular, los extraordinarios misterios o “eventos” de la vida, a través de señales, como el tintineo de campanillas, los sonidos del viento, los sacrificios de animales, etc. Las respuestas, ante las presurosas demandas solicitadas, consistían en enigmáticas oraciones, generalmente repletas de simbolismos. No fallaban. Más bien, eran infalibles sus respuestas. Verbigracia, “si te llegan a matar, morirás”. “Si pierdes, no ganarás”. O “tendrás una sorpresa inesperada”. Eran la delicia de mandatarios y líderes, quienes regularmente consultaban ante ellas sus acciones, sobre todo, antes de ir al combate.

Claro que hay versiones más recientes, adecuadas a las más novedosas y muy precisas técnicas metodológicas de la investigación contemporánea, ubicadas entre los linderos del neo-positivismo y la posverdad. Tal vez un tanto menos clásicas, en el estricto sentido tautológico del término, pero no por ello menos efectivas y ciertamente más precisas y contundentes respecto del misterioso y abigarrado arte oracular tradicional: “si no participas en los próximos comicios pautados, ni ganarás ni perderás. Pero tendrás más que perder y menos que ganar. Quedarás por fuera de la relación ‘ganar-ganar, en la que, como afirmaba el Musiú, ‘mientras más juegues más oportunidades tienes de ganar»”. Y es entonces que, justo en ese momento decisivo, cual Agamenón ante el sacrificio de Ifigenia, un escalofrío atraviesa la médula espinal del líder y su piel se comienza a poner de gallina. Pero aún el dirigente en cuestión no ha terminado de superar el shock cuando viene la otra terrible advertencia: “porque, así no cuentes, habrá conteo”. ¡Oh sorpresa! Realmente admirable. Con razón, Aristóteles afirmaba que la auténtica sabiduría comenzaba con el asombro.

En el año 2006, calificados científicos italianos del Instituto de Geofísica y Vulcanología, aseguraron haber revelado el misterio de las profecías de Delfos, al descubrir la existencia de emanaciones de gas metano y etileno que aún brotan, en pequeñas cantidades, del subsuelo desde donde, en su momento, las pitonisas en trance -en realidad, intoxicadas por los gases- ejercían su sagrada labor de divinari. Y bien valdría la pena preguntarse por la procedencia del tipo de gases que parecieran estar afectando el sano y experto juicio de los pitias del presente, especialmente en un país que posee la mayor cantidad de reservas probadas de gas natural, pero que, por desgracia, hace ya bastante tiempo que carece de toda capacidad para producirlo. Quizá la respuesta esté en los tóxicos del humo de los fogones en los que los más humildes se han visto en la necesidad de cocinar. Habrá que consultarle a los geofísicos italianos, a ver si logran obtener alguna respuesta satisfactoria que le permita a los prestigiosos facilitadores o influencers encontrar de una buena vez el punctum dollens entre el “escenario ideal” y el “escenario real”, a ver si de tantas certezas resulta, al menos, la sobria verdad.

“Es un grave error quedarse en la nada, porque las demás vías están descartadas”, afirman. Valdría la pena preguntarse qué  significa “quedarse en la nada”. Porque nada más abstracto que aquello que parece más real y nada más fantástico que lo que parece más tangible. El miserable “agarrando aunque sea fallo”, dentro de las actuales circunstancias políticas, económicas y sociales, sólo puede significar que el “fallo” resulte ser nada menos que la nada misma. Advierte Hegel que el afirmar que una entidad cualquiera “es” solo sirve para poner de relieve que ella “no es”, o lo que es igual, que no es más que la nada. Abstraer a los hombres de su contexto histórico-cultural, de su quehacer cotidiano, de sus necesidades radicales y de sus relaciones sociales, para convertirlos en una tabla comparativa con realidades y contextos que poco tienen que ver con su modo de ser es eso: la nada.

La banalidad del “ganar-ganar” solo muestra ser la expresión invertida, el reflejo del hipócrita humanismo de utilería. Hay momentos en los cuales la praxis política concentra sobre una determinación específica su devenir, y es sobre su constante perseverancia, sobre su énfasis, que se logra finalmente conquistar el resultado deseado, la ruptura definitiva con el pasado, signado por el desgarramiento, y la consecuente conquista de un estadio propicio para la reconstrucción del tejido ético-político de la sociedad. Cuando la llamada polarización política se ha desvanecido por completo para dar paso a la distinción entre políticos y criminales, la superación de la crisis no puede ser política sino de carácter policial. Subestimar la caracterización que del presente venezolano han hecho prestigiosos políticos mundiales, veteranos expresidentes y presidentes en ejercicio, intelectuales y auténticos expertos en confrontaciones políticas, es una afrenta a la sensatez. Seguir creyendo que la solución está en el “pulseo” del “justo medio”, aunque ya no existan extremos que lo sustenten en el sentido onto-histórico de rigor, es negarse a concebir la realidad más allá de los buenos deseos, manipulados por viscosos intereses ocultos tras declaraciones sofísticas y llamados a una racionalidad carente de toda razón. Quien crea en los diagnósticos de los pitonisos del presente, será que busca inhalar los gases que con tanto afán promueve el narcoterrorismo.

25/06/2020:
Composición gráfica: Misha Gordin.

sábado, 4 de abril de 2020

SUPUESTA POLARIZACIÓN PARA UN LUGAR MUY REAL

Venezuela Is the Eerie Endgame of Modern Politics
Anne Applebaum / The Atlantic Post Column

Last month, Juan Guaidó appeared in Washington in the role of political totem. Venezuela’s main opposition leader—the man who is recognized by that country’s National Assembly, millions of his fellow citizens, and several dozen foreign countries as the rightful president of Venezuela—was one of the special guests at the State of the Union address. President Donald Trump welcomed Guaidó as living evidence that his own administration was “standing up for freedom in our hemisphere” and had “reversed the failed policies of the previous administration”; he called Venezuela’s current leader, Nicolás Maduro, an illegitimate ruler whose “grip on tyranny will be smashed and broken.” He gave no details of how that would happen. Trump, who has never been to Venezuela or shown any prior interest in it—or, for that matter, shown any interest in freedom anywhere else —presumably knows that the country matters to some voters in South Florida. To their credit, members of Congress gave a bipartisan standing ovation to Guaidó nevertheless.
Trump is not the only world leader to cite Venezuela for self-serving ends. Regardless of what actually happens there, Venezuela—especially when it was run by Maduro’s predecessor, the late Hugo Chávez—has long been a symbolic cause for the Marxist left as well. More than a decade ago, Hans Modrow, one of the last East German Communist Party leaders and now an elder statesman of the far-left Die Linke party, told me that Chávez’s “Bolivarian socialism” represented his greatest hope: that Marxist ideas—which had driven East Germany into bankruptcy—might succeed, finally, in Latin America. Jeremy Corbyn, the far-left leader of the British Labour Party, was photographed with Chávez and has described his regime in Venezuela as an “inspiration to all of us fighting back against austerity and neoliberal economics.” Chávez’s rhetoric also helped inspire the Spanish Marxist Pablo Iglesias to create Podemos, Spain’s far-left party. Iglesias has long been suspected of taking Venezuelan money, though he denies it. Even now, the idea of Venezuela inspires defensiveness and anger wherever dedicated Marxists still gather, whether they are Code Pink activists vowing to “protect” the Venezuelan embassy in Washington from the Venezuelan opposition or French Marxists who refuse to call Maduro a dictator.
One of the three was Susana Raffalli, a widely recognized Venezuelan expert in nutrition and food security. During her long career, Raffalli has worked all over the world, never imagining that her skills would be necessary in Venezuela, which has large oil reserves and was long a middle-income country. Raffalli and I met in a deceptively chic restaurant in Altamira, one of the wealthiest neighborhoods in Caracas. Just around the corner stood one of the shiny new hard currency stores, where people with dollars can buy things like Cheerios or large bottles of Heinz ketchup. Imported goods like these had disappeared in recent years as hyperinflation rendered the Venezuelan bolívar almost worthless, and as international sanctions and Venezuela’s own import controls disrupted trade. Now they are again available—but only to those who have access to foreign currency.
Members of the Chavista-Madurista elite do indeed have such access, and the new dollarization of the Venezuelan economy has suddenly allowed them to flaunt their money. One academic I met described how shocked he was to see a woman reach into her handbag and pull out $3,000 in cash to buy a designer coat. “What kind of person,” he mused, “could have that kind of money?” By contrast, his elderly neighbors—formerly middle-class people, living on fixed pensions with no access to dollars—look thin and wasted. He himself had left his university to work for a foreign charity, because an academic salary paid in bolívares is no longer sufficient to buy food.
The glitzy evidence of dollarization also masks the deep crisis of the rural poor. Upon Chávez’s death in 2013, Corbyn thanked him on Twitter for “showing that the poor matter and wealth can be shared.” But neither Chávez nor Maduro has ever shown anything of the sort. Whatever progress the country made against poverty in the past was due to high oil prices, which have since slumped. Now Maduro presides over a disaster that is devastating the poor above all. Raffalli told me that the food-production system began to break down nearly a decade ago, thanks to the expropriation of land and the destruction of small agricultural companies, though a few big ones survive. Widespread malnutrition began a few years later. The Catholic charity Caritas believes that 78 percent of Venezuelans eat less than they used to, and 41 percent go whole days without eating. The side effects of hunger—higher rates of both chronic and infectious diseases—are spreading too. But if you haven’t heard about hunger in Venezuela, that’s not an accident: The government is going to great lengths to hide it.
The tactics of deception include the use of outdated nutrition measures, which help conceal the severity of the problem. Government departments have also resorted to euphemistic jargon. “Malnutrition” has become “nutrition vulnerability,” Raffalli said, and a system of health centers for starving children is now the Service for Nutritional Education. The country’s National Assembly, which is controlled by the opposition, passed special measures to address the health crisis; the Supreme Court, which is controlled by Maduro, rejected them. Most ominously, doctors in Venezuelan hospitals have faced pressure not to list malnutrition as either a cause of illness or a cause of death. Though the official media do not mention these policies, people know about them anyway. Raffalli herself witnessed an extraordinary scene in one hospital: The parents of a child who had died from starvation tried to give her the corpse, because they were afraid that state officials would take it away and hide it. She was also in a rural region where children leave school at midday to hunt for birds or iguanas to cook and eat for lunch.
To anyone who knows the long history of the relationship between Marxist regimes and famine, this development seems uncannily familiar. More than 80 years ago, in the winter of 1932–33, Stalin confiscated the food of Ukrainian peasants and did nothing while nearly 4 million died. Then he covered up their deaths, even altering Soviet population statistics and murdering census officials to disguise what had happened. To anyone who knows the long history of Communist countries’ use of food as a weapon, the Venezuelan regime’s manipulation of the food supply comes as no surprise, either. Most Venezuelans—80 percent according to a recent survey—now rely on boxes of food, containing staples such as rice, grain, or oil, from the government. Agencies known as Local Committees for Supply and Production hand the packages out to people who register for a Patria (“fatherland”) card or smartphone app, which are also used to monitor participation in elections. Raffalli has called this policy “not a food program, but a program of penetration and social domination.” The hungrier people get, the more control the government exerts, and the easier it is to prevent them from protesting or objecting in any other way. Even people who are not starving now spend most of their time just getting by—standing in lines, trying to fix broken generators, working second or third jobs to earn a little bit more—all activities that keep them from politics.
But when Raffalli’s voice broke, she was talking about something else: the indifference that was growing, both at home and abroad. The United Nations, perhaps thanks to some officials who admired Chávez—or who do not admire Trump—has not launched a major humanitarian-aid program in Venezuela. “The trauma here is that it is forgotten by outsiders, and also forgotten by us,” Raffalli said. “We are getting used to it … you have to keep saying, ‘No, it’s not normal!” This, she said, is what Venezuela has become: “a country with some of the world’s biggest rivers, and yet we have water shortages. A country with vast reserves of oil, and yet people are cooking food over wood fires.” In this type of protracted crisis, “people start to lose hope. Hunger co-exists with fatigue and lack of hope. And we are forgetting what we used to be.”
And yet, despite the clear historical echoes, the cause of the crisis in Venezuela is not merely the familiar, fanatical application of Marxist theory. If some elements of recent Venezuelan history sound amazingly like a replay of Soviet history, other elements strongly resemble the more recent histories of Russia, Turkey, and other illiberal nationalist regimes whose leaders slowly chipped away at civil rights, rule of law, democratic norms, and independent courts, eventually turning their democracies into kleptocracies. This process also took place in Venezuela. Like the destruction of the economy, the destruction of the political culture took some time, because there were several decades’ worth of democratic institutions to destroy. Writing in The New Yorker in 1965, not long after a round of successful elections, a visitor to the country observed, rather elegantly, that “the high-minded, steadfast enthusiasm for the republican ideal is one of the determining factors in Venezuelan history … the Venezuelan seeks the City of Justice as his forerunners sought the City of Gold, with the same dedication, the same indestructible hope, and the same splendid determination.”
But democracy became weaker in the 1990s, thanks to widespread corruption linked to the oil industry. Chávez broke the rule of law completely. His first attempt to take power was via a coup d’état, in 1992. He won a legitimate election in 1998, but once in power he slowly changed the rules, eventually making it almost impossible for anyone to beat him. In 2004, he packed the Supreme Court; in 2009, he altered the electoral system. Just like other illiberal governments, the Venezuelan regime also sought to undermine abstract ideas of justice—which might have protected ordinary people from the authoritarian state—by dismissing them as a Western plot. Rafael Uzcátegui, an activist who runs PROVEA (the Venezuelan Education-Action Program on Human Rights), told me that the country’s rulers had tried to redefine the problem: “They said everything that we understood as human rights was a ‘liberal hegemonic imposition.’” They also created parallel institutions—such as the Bolivarian Alliance for the Peoples of Our America, Chávez’s version of the Organization of American States—to limit the influence of established multinational bodies and global human-rights groups inside Venezuela.  
Having gained full control of his nation’s legal and judicial institutions, Chávez did not use it to benefit poor Venezuelans, contrary to the mythology spread by far-left admirers. Instead, Chávez began to transfer the wealth of the country to his cronies. This process was extraordinarily well documented, in real time, by many people. A Foreign Affairs article about Chávez in 2006 spoke of “blatant violations of the rule of law and the democratic process.” A 2008 article in the same publication noted that “neither official statistics nor independent estimates show any evidence that Chávez has reoriented state priorities to benefit the poor.” The slide into spectacular corruption grew worse under Maduro. In Caracas, I met at least a dozen academics and journalists who are still charting the regime’s dishonest social-media campaigns, infringements on what remains of the constitutional order, and stunning corruption, as well as its humanitarian disaster. Their ability to observe and describe all of these things has not necessarily helped them to stop them.
Some elements of Chávez’s method will seem strangely familiar to anyone who has studied other kleptocracies. The Venezuelan writer Moisés Naím has described his country’s political system as a “loose confederation of foreign and domestic criminal enterprises with the president in the role of mafia boss,” which makes it sound very much like Vladimir Putin’s Russia. In Caracas, I sat in a room full of people who were debating just exactly how much money the regime had stolen—$200 billion? $600 billion?—a parlor game that gets played in Moscow too. Scattered around the Venezuelan capital are several brand-new, completely empty apartment buildings that are reportedly a side effect of money laundering: Their owners are storing stolen money in glass and concrete, hoping that real-estate prices will rise someday. A couple of years ago, a court in Miami charged a network of Venezuelan officials with laundering $1.2 billion into property and assets in Florida and elsewhere. Investigations into that case and others still involve law-enforcement agencies all over the world.
How did Chávez get away with this level of theft? How can Maduro sustain it? Among other things, the two strongmen have made it almost impossible for the independent press to function, undermined the credibility of experts, and distracted supporters, both domestic and foreign, with a combination of fairy tales—how wonderful were the lives of the poor!—and conspiracy theories. For Americans, some elements of this story should hit uncomfortably close to home. At the height of his power, Chávez appeared every Sunday on his own surreal, unscripted reality-television program, called Aló Presidente. He would interview supporters, hire and fire ministers, insult people, even declare war while on air, using television much as President Trump uses Twitter, to shock and entertain, sometimes continuing for many hours. Chávez made up names for his enemies—“El Diablo” was one of several for President George W. Bush—and he was vulgar and rude. These traits convinced people that he was “authentic.” Just as Trump used to shout “You’re fired” as a kind of punch line on The Apprentice, Chávez would shout “Exprópiese!” at buildings and property, supposedly owned by rich people, that he intended to expropriate.
Over time, Chávez successfully polarized society into groups of fanatical supporters and equally dedicated enemies—warring tribes who felt they had little in common. Some of the differences were based on class or race, but not all. One Venezuelan I met—he owned a bookstore before people could no longer afford to buy books—told me that he fell out with a university friend who’d become a fanatical Chavista. They never made up.
Even now, polarization is built into the streetscape of Caracas. In the middle-class Chacao district, which is controlled by the opposition, the names of activists murdered by the regime are painted onto a fence that stands near a square where many anti-Maduro demonstrations have been held. In the working-class neighborhoods, one sees pro-regime murals and billboards, though many of these defy the clichés. Some of them, heavy on Venezuelan flags and “No Trump” slogans, could easily be described as nationalist rather than socialist. Others—the paintings of Chávez’s eyes, for example—belong more strictly to what can only be described as a cult of personality.
None of those signs and symbols necessarily means that the regime is popular. Most of the political scientists whom I met reckoned that Maduro has the support of no more than a quarter of the population—some of whom support him only for the food boxes or out of fear. Those who speak out, especially from the slums, are periodically subjected to violence too. In one poor neighborhood, I met a woman whose cousin had recorded a video of himself, draped in a Venezuelan flag, going to an anti-government demonstration, and posted it on Facebook. A neighbor recognized him and told the authorities—another act with Stalinist echoes. A couple of days later, police thugs from the Special Actions Force—a unit known as FAES, which Maduro created in 2017 supposedly to “fight terrorism” —abducted and murdered him.
Extrajudicial murders like this one are now common. An initiative called Mi Convive—whose mission is to monitor and reduce violence—registered 1,271 extrajudicial murders in Caracas alone from May 2017 to December 2019, out of more than 3,300 violent deaths in the city. Late last year, the UN high commissioner for human rights concluded that FAES and other police had killed 6,800 Venezuelans from January 2018 to May 2019, a period of sharp political conflict. The commissioner’s report included details of torture, such as electric-shock treatment and waterboarding. Precisely because those who criticize the government can be subjected to harassment or violence, especially if they come from the slums, I am withholding the names of some of the Venezuelans whom I met or interviewed.
But cynicism is just as powerful a demotivator as fear. Over and over again, people told me that while they don’t dislike Guaidó, they do not believe he can win. So what if the Trump administration recognizes him as the rightful president? The Venezuelan army does not. Democracy is broken, elections are unfair, the police can enter anyone’s house at any time, so how can the regime be brought down? One of Guaidó’s former teachers, a university professor, told me he had let his former student know that he would not come to any more demonstrations until he knew exactly what he was demonstrating for. What is the realistic path to change?
Polarization adds to this cynicism by creating suspicion and mistrust on both sides; people hear politicians shouting diametrically opposing slogans or presenting contradictory facts, and their instinct is to cover their ears. Then they retreat inward—or they leave, in vast numbers. The 4.5 million people who are thought to have left Venezuela in recent years have done so either by walking across the border into neighboring countries or by seeking to study or work abroad. Historically, Venezuela was a magnet for immigrants, not a source of refugees. The current exodus has left enormous gaps in many institutions, broken up families, and destroyed circles of friends.
The second person I met who started to cry was a translator. At one event, I responded in English to a question about the wave of Venezuelan refugees now spreading across South America, North America, and Europe. As the translator put my answer into Spanish, she broke down. “I suddenly thought of my nieces and nephews,” she told me afterward. “All of those hopeful young people, all gone.”
The third time someone cried was in rather different circumstances. I was in La Vega, one of the slums that cling to the hills around Caracas, a little bit like the favelas around Rio de Janeiro. The paved roads in La Vega attest to the money that was once available to spend on infrastructure; the jerry-rigged electricity cables and water pipelines attest to that infrastructure’s decline. We were sitting in a community kitchen created by a group called Alimenta la Solidaridad (a name that translates loosely to “food solidarity”), which serves regular meals to children in poor neighborhoods. This is one of a pair of initiatives originally conceived by Roberto Patiño, a young opposition politician turned humanitarian activist. The first one is Mi Convive, the group that monitors and mitigates violence; its name, also translated loosely, means “live together.” Patiño was a student leader who campaigned on behalf of a previous opposition leader, Henrique Capriles, who ran for president and lost by a tiny and probably fraudulent margin in 2013. As he traveled around the country, Patiño told me, he was shocked by the lack of faith that people had in the whole process. They didn’t hate Capriles; they just thought that “everything related to politics is a lie.”
Patiño’s organizations are not political, and they are not intended to affect election campaigns directly. Instead, they seek to undermine the polarization, and dampen the cynicism, that has frozen Venezuelan society. Propaganda divides people. Fear isolates them. By contrast, Alimenta and Mi Convive create projects that bring people together, regardless of their socioeconomic status or political views, building networks of friendship and support. The projects are staffed, in part, by educated, middle-class people in their 20s and 30s who have deliberately decided not to emigrate, though any of them could. Alberto Kabbabe, the co-founder and executive director of Alimenta, has a degree in chemical engineering; he says most of his university friends have left for the U.S. or Colombia. Back when he was in the student movement with Patiño, Kabbabe didn’t imagine himself running community kitchens, but then, none of the group did. “I thought I would be doing politics, but something more … sophisticated,” one told me. But in a society where sophisticated politics feel pointless and impossible, working to create links between wealthy and poor neighborhoods feels positive and creative. “The government made people believe that we are all different and enemies. In fact, we are all different, but we can work together,” Kabbabe told me.
A trio of them took me to see a couple of the kitchens in La Vega. We began with a visit to a Jesuit school. Alimenta has worked closely alongside the order, which has a particular interest in refugees and the very poor. The Jesuit fathers in Caracas—I met several—reminded me of the kinds of priests who used to work in Polish working-class neighborhoods in the 1980s, when the Catholic Church was a unifying national institution in Poland and not part, as it is now, of a divisive war over modern culture.
From the school we went to one of the community kitchens—in reality, a dining space set up on a dirt floor beneath a corrugated-tin roof. The women who worked there were all volunteers, some of whom had lost their access to the free government food boxes because they work for Alimenta. They said they didn’t care—the food served at the kitchens is healthier anyway—and there are other benefits. “We can do something to make a difference,” one of the volunteers told me, and that creates a kind of psychological satisfaction, even aside from the food. Some of the women have become advocates for their communities, speaking out about school closures, water shortages, and the other hardships that Venezuela’s decline has imposed on them.
Conditions were a little better in another section of La Vega, farther down the hillside. There, the community kitchen is inside a real building, connected to a convent. Posted on the walls are lists of daily menus; the space smells slightly of disinfectant and the floors positively shine. The volunteer who runs the kitchen—gray-haired, wearing blue jeans and an Alimenta la Solidaridad T-shirt—showed us around. She started to tell her life story, a tale of bad luck and crises, a son who was shot during local violence, another who died in an accident. But now she has had some success: Her daughters are studying, and she is feeding children—a role that allows her to keep an eye on local families in trouble. This is when she started to cry. One of the women from Alimenta—several decades younger, from a different neighborhood and a luckier family background—stood up and put her hand on her shoulder. The older woman stopped for a moment, and then resumed her story.
I am tempted to end here with a warning, because Venezuela does represent the conclusion to a lot of processes we see in the world today. Venezuela is the endgame of ideological Marxism; the culmination of the assault on democracy, courts, and the press now unfolding in so many countries; and the outer limit of the politics of polarization. But I don’t want, as so many have done, to treat Venezuela as just a symbol. It’s a real place, and the hardships faced by the people who live there have not ended, culminated, or been limited at all. Whatever the United States and other members of the international community do next in Venezuela, the goal should be to help real Venezuelans, not to further an ideological argument, especially as the humanitarian and political crises deepen and spread.

Fuente:
Fotografías:
Carlos García Rawlins (Reuters): Protestas en Caracas (2014).


Venezuela es el misterioso final de la política moderna
Anne Applebaum 

El mes pasado, Juan Guaidó apareció en Washington en el papel de tótem político. El principal líder de la oposición de Venezuela, el hombre que es reconocido por la Asamblea Nacional de ese país, millones de sus conciudadanos y varias docenas de países extranjeros como el presidente legítimo de Venezuela, fue uno de los invitados especiales en el discurso del Estado de la Unión. El presidente Donald Trump dio la bienvenida a Guaidó como evidencia viviente de que su propia administración estaba "defendiendo la libertad en nuestro hemisferio" y había "revertido las políticas fallidas de la administración anterior"; llamó al actual líder de Venezuela, Nicolás Maduro, un gobernante ilegítimo cuyo "control sobre la tiranía será aplastado y roto". No dio detalles de cómo sucedería eso. Trump, que nunca ha estado en Venezuela ni ha mostrado ningún interés previo en él, o, de hecho, ha mostrado interés en la libertad en cualquier otro lugar, presumiblemente sabe que el país es importante para algunos votantes en el sur de Florida. Para su crédito, los miembros del Congreso dieron una gran ovación bipartidista a Guaidó, sin embargo.
Trump no es el único líder mundial que cita a Venezuela para fines egoístas. Independientemente de lo que realmente sucede allí, Venezuela, especialmente cuando fue dirigida por el predecesor de Maduro, el fallecido Hugo Chávez, también ha sido durante mucho tiempo una causa simbólica para la izquierda marxista. Hace más de una década, Hans Modrow, uno de los últimos líderes del Partido Comunista de Alemania Oriental y ahora un anciano estadista del partido de extrema izquierda Die Linke, me dijo que el "socialismo bolivariano" de Chávez representaba su mayor esperanza: que las ideas marxistas, que había llevado a Alemania Oriental a la bancarrota, podría tener éxito, finalmente, en América Latina. Jeremy Corbyn, el líder de extrema izquierda del Partido Laborista británico, fue fotografiado con Chávez y describió su régimen en Venezuela como "una inspiración para todos nosotros luchando contra la austeridad y la economía neoliberal". La retórica de Chávez también ayudó a inspirar al marxista español Pablo Iglesias a crear Podemos, el partido de extrema izquierda de España. Desde hace tiempo se sospecha que Iglesias tomó dinero venezolano, aunque lo niega. Incluso ahora, la idea de Venezuela inspira defensa y enojo dondequiera que se reúnan marxistas dedicados, ya sean activistas del Código Rosa que prometen "proteger" a la embajada venezolana en Washington de la oposición venezolana o marxistas franceses que se niegan a llamar a Maduro un dictador .
Y sin embargo, Venezuela no es una idea. Es un lugar real, lleno de personas reales que están pasando por una crisis sin precedentes y, de alguna manera, muy inquietante. Si simboliza algo, es el poder distorsionador de los símbolos. En realidad, el país no ofrece consuelo a los marxistas juveniles ni a los antiimperialistas autodenominados, ni a los fanáticos de Donald Trump. Pasé unos días allí a principios de este mes, por invitación académica. Durante el curso de conversaciones ordinarias conmigo, tres personas se echaron a llorar mientras hablaban de su vida y su país.
Una de las tres fue Susana Raffalli, una reconocida experta venezolana en nutrición y seguridad alimentaria. Durante su larga carrera, Raffalli ha trabajado en todo el mundo, sin imaginar que sus habilidades serían necesarias en Venezuela, que tiene grandes reservas de petróleo y fue durante mucho tiempo un país de ingresos medios. Raffalli y yo nos conocimos en un restaurante engañosamente elegante en Altamira, uno de los barrios más ricos de Caracas. A la vuelta de la esquina estaba una de las nuevas y brillantes tiendas de divisas, donde las personas con dólares pueden comprar cosas como Cheerios o botellas grandes de ketchup Heinz. Los bienes importados como estos habían desaparecido en los últimos años cuando la hiperinflación hizo que el bolívar venezolano fuera casi inútil, y las sanciones internacionales y los propios controles de importación de Venezuela interrumpieron el comercio. Ahora están nuevamente disponibles, pero solo para aquellos que tienen acceso a moneda extranjera.
Los miembros de la élite chavista-madurista sí tienen ese acceso, y la nueva dolarización de la economía venezolana les ha permitido hacer alarde de su dinero. Un académico que conocí describió lo sorprendido que estaba al ver a una mujer meter la mano en su bolso y sacar $ 3,000 en efectivo para comprar un abrigo de diseñador. "¿Qué tipo de persona", reflexionó, "podría tener ese tipo de dinero?" Por el contrario, sus vecinos mayores, antes personas de clase media, que vivían con pensiones fijas sin acceso a dólares, se ven delgados y malgastados. Él mismo había dejado su universidad para trabajar para una organización benéfica extranjera, porque un salario académico pagado en bolívares ya no es suficiente para comprar comida.
La evidencia deslumbrante de la dolarización también oculta la profunda crisis de la población rural pobre. Tras la muerte de Chávez en 2013, Corbyn le agradeció en Twitter por "demostrar que los pobres y la riqueza se pueden compartir". Pero ni Chávez ni Maduro han mostrado nada por el estilo. Cualquier progreso realizado en el país contra la pobreza en el pasado se debió a los altos precios del petróleo, que desde entonces se han desplomado. Ahora Maduro preside un desastre que está devastando a los pobres sobre todo. Raffalli me dijo que el sistema de producción de alimentos comenzó a fallar hace casi una década, gracias a la expropiación de tierras y la destrucción de pequeñas empresas agrícolas, aunque sobreviven algunas grandes. La desnutrición generalizada comenzó unos años más tarde. La organización benéfica católica Caritas cree que el 78 por ciento de los venezolanos come menos de lo que solía y el 41 por ciento pasa días enteros sin comer. Los efectos secundarios del hambre (tasas más altas de enfermedades crónicas e infecciosas) también se están extendiendo. Pero si no ha oído hablar del hambre en Venezuela, eso no es un accidente: el gobierno hará todo lo posible para ocultarlo.
Las tácticas de engaño incluyen el uso de medidas nutricionales obsoletas, que ayudan a ocultar la gravedad del problema. Los departamentos gubernamentales también han recurrido a la jerga eufemística. La "desnutrición" se ha convertido en una "vulnerabilidad nutricional", dijo Raffalli, y un sistema de centros de salud para niños hambrientos es ahora el Servicio de Educación Nutricional. La Asamblea Nacional del país, controlada por la oposición, aprobó medidas especiales para abordar la crisis de salud; la Corte Suprema, controlada por Maduro, los rechazó. Lo más inquietante es que los médicos de los hospitales venezolanos se han visto presionados a no mencionar la desnutrición como causa de enfermedad o de muerte. Aunque los medios oficiales no mencionan estas políticas, la gente las conoce de todos modos. Raffalli misma fue testigo de una escena extraordinaria en un hospital: los padres de un niño que había muerto de hambre trataron de entregarle el cadáver, porque temían que los funcionarios estatales se lo llevaran y lo ocultaran. También estaba en una región rural donde los niños salen de la escuela al mediodía para cazar pájaros o iguanas para cocinar y almorzar.
Para cualquiera que conozca la larga historia de la relación entre los regímenes marxistas y la hambruna, este desarrollo parece extrañamente familiar. Hace más de 80 años, en el invierno de 1932–33, Stalin confiscó la comida de los campesinos ucranianos y no hizo nada mientras murieron casi 4 millones. Luego cubrió sus muertes, incluso alterando las estadísticas de la población soviética y asesinando a funcionarios del censo para ocultar lo que había sucedido. Para cualquiera que conozca la larga historia del uso de los alimentos por parte de los países comunistas, la manipulación del suministro de alimentos por parte del régimen venezolano tampoco es una sorpresa. La mayoría de los venezolanos —80 por ciento según una encuesta reciente— ahora dependen de cajas de alimentos, que contienen alimentos básicos como arroz, granos o aceite, del gobierno. Las agencias conocidas como Comités Locales de Abastecimiento y Producción entregan los paquetes a las personas que se registran para una tarjeta Patria ("patria") o una aplicación para teléfonos inteligentes, que también se utilizan para controlar la participación en las elecciones. Raffalli ha llamado a esta política "no un programa de alimentos, sino un programa de penetración y dominación social". Cuanto más hambrientos se sienten las personas, más control ejerce el gobierno y más fácil es evitar que protesten u objeten de cualquier otra manera. Incluso las personas que no se mueren de hambre ahora pasan la mayor parte de su tiempo simplemente haciendo cola, tratando de arreglar generadores rotos, trabajando en el segundo o tercer trabajo para ganar un poco más, todas las actividades que los alejan de la política.
Pero cuando la voz de Raffalli se quebró, estaba hablando de otra cosa: la indiferencia que estaba creciendo, tanto en casa como en el extranjero. Las Naciones Unidas, quizás gracias a algunos funcionarios que admiraban a Chávez, o que no admiran a Trump, no han lanzado un importante programa de ayuda humanitaria en Venezuela. "El trauma aquí es que es olvidado por extraños, y también olvidado por nosotros", dijo Raffalli. "Nos estamos acostumbrando a eso ... tienes que seguir diciendo, '¡No, no es normal!" Esto, dijo, es en lo que se ha convertido Venezuela: "un país con algunos de los ríos más grandes del mundo y, sin embargo, tenemos escasez de agua". Un país con vastas reservas de petróleo y, sin embargo, la gente está cocinando alimentos sobre fuegos de leña ”. En este tipo de crisis prolongada, “las personas comienzan a perder la esperanza. El hambre coexiste con la fatiga y la falta de esperanza. Y nos estamos olvidando de lo que solíamos ser ".
Y , sin embargo, a pesar de los claros ecos históricos, la causa de la crisis en Venezuela no es simplemente la aplicación familiar y fanática de la teoría marxista. Si algunos elementos de la historia venezolana reciente suenan asombrosamente como una repetición de la historia soviética, otros elementos se parecen mucho a las historias más recientes de Rusia, Turquía y otros regímenes nacionalistas iliberales cuyos líderes lentamente redujeron los derechos civiles, el estado de derecho, las normas democráticas, y tribunales independientes, que eventualmente convierten sus democracias en cleptocracias. Este proceso también tuvo lugar en Venezuela. Al igual que la destrucción de la economía, la destrucción de la cultura política tomó algún tiempo, porque había varias décadas de instituciones democráticas para destruir. Escribiendo en The New Yorker en 1965, no mucho después de una ronda de elecciones exitosas, un visitante del país observó, con elegancia, que "el entusiasmo firme y decidido por el ideal republicano es uno de los factores determinantes en la historia de Venezuela ... el venezolano busca la Ciudad de la Justicia como sus precursores buscaron la Ciudad del Oro, con la misma dedicación, la misma esperanza indestructible y la misma espléndida determinación ".
Pero la democracia se debilitó en la década de 1990, gracias a la corrupción generalizada vinculada a la industria petrolera. Chávez violó el estado de derecho por completo. Su primer intento de tomar el poder fue a través de un golpe de estado, en 1992. Ganó una elección legítima en 1998, pero una vez en el poder cambió lentamente las reglas, lo que eventualmente hizo casi imposible que alguien lo golpeara. En 2004, llenó la Corte Suprema; en 2009 alteró el sistema electoral . Al igual que otros gobiernos iliberales, el régimen venezolano también buscó socavar las ideas abstractas de justicia, que podrían haber protegido a la gente común del estado autoritario, al desestimarlas como un complot occidental. Rafael Uzcátegui, un activista que dirige PROVEA (el Programa Venezolano de Acción y Educación en Derechos Humanos), me dijo que los gobernantes del país habían tratado de redefinir el problema: "Dijeron que todo lo que entendíamos como derechos humanos era una" imposición hegemónica liberal. '”También crearon instituciones paralelas, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, la versión de Chávez de la Organización de Estados Americanos, para limitar la influencia de los organismos multinacionales establecidos y los grupos globales de derechos humanos dentro de Venezuela.
Habiendo obtenido el control total de las instituciones legales y judiciales de su país, Chávez no lo usó para beneficiar a los venezolanos pobres, en contra de la mitología difundida por los admiradores de extrema izquierda. En cambio, Chávez comenzó a transferir la riqueza del país a sus compinches. Este proceso fue extraordinariamente bien documentado, en tiempo real, por muchas personas. Un artículo de Asuntos Exteriores sobre Chávez en 2006 habló de "violaciones flagrantes del estado de derecho y el proceso democrático". Un artículo de 2008 en la misma publicación señaló que "ni las estadísticas oficiales ni las estimaciones independientes muestran ninguna evidencia de que Chávez haya reorientado las prioridades estatales para beneficiar a los pobres". La caída hacia la corrupción espectacular empeoró bajo Maduro. En Caracas, conocí al menos a una docena de académicos y periodistas que todavía están trazando las campañas de medios sociales deshonestas del régimen, las infracciones de lo que queda del orden constitucional y la corrupción deslumbrante, así como su desastre humanitario. Su habilidad para observar y describir todas estas cosas no necesariamente los ha ayudado a detenerlos.
Algunos elementos del método de Chávez le parecerán extrañamente familiares a cualquiera que haya estudiado otras cleptocracias. El escritor venezolano Moisés Naím describió el sistema político de su país como una "confederación informal de empresas criminales extranjeras y nacionales con el presidente en el papel de jefe de la mafia", lo que lo hace parecer muy parecido a la Rusia de Vladimir Putin. En Caracas, me senté en una habitación llena de personas que debatían exactamente cuánto dinero había robado el régimen: ¿ $ 200 mil millones? $ 600 mil millones? —Un juego de salón que también se juega en Moscú. Esparcidos por la capital venezolana hay varios edificios de apartamentos completamente nuevos y completamente vacíos que, según los informes, son un efecto secundario del lavado de dinero: sus propietarios almacenan dinero robado en vidrio y concreto, con la esperanza de que los precios inmobiliarios aumenten algún día. Hace un par de años, un tribunal de Miami acusó a una red de funcionarios venezolanos de lavar $ 1.2 mil millones en propiedades y activos en Florida y otros lugares . Las investigaciones sobre ese caso y otros aún involucran a agencias de aplicación de la ley en todo el mundo.
¿Cómo salió Chávez con este nivel de robo? ¿Cómo puede Maduro sostenerlo? Entre otras cosas, los dos hombres fuertes han hecho que sea casi imposible para la prensa independiente funcionar, socavando la credibilidad de los expertos y distraídos seguidores, tanto nacionales como extranjeros, con una combinación de cuentos de hadas: ¡cuán maravillosas fueron las vidas de los pobres! —Y teorías de la conspiración. Para los estadounidenses, algunos elementos de esta historia deberían ser incómodos cerca de casa. En el apogeo de su poder, Chávez apareció todos los domingos en su propio programa de televisión de realidad surrealista, sin guión, llamado Al ó Presidente . Entrevistó a simpatizantes, contrató y ministros de bomberos, insultó a la gente, incluso declaró la guerra mientras estaba en el aire, usando la televisión de la misma manera que el presidente Trump usa Twitter, para sorprender y entretener, a veces continuando durante muchas horas. Chávez inventó nombres para sus enemigos: "El Diablo" fue uno de varios para el presidente George W. Bush, y fue vulgar y grosero. Estos rasgos convencieron a la gente de que él era "auténtico". Al igual que Trump solía gritar "Estás despedido" como una especie de frase en The Apprentice , Chávez gritaba "¡ Exprópiese !" en edificios y propiedades, supuestamente propiedad de personas ricas, que pretendía expropiar.
Con el tiempo, Chávez polarizó con éxito a la sociedad en grupos de seguidores fanáticos y enemigos igualmente dedicados, tribus en guerra que sentían que tenían poco en común. Algunas de las diferencias se basaron en la clase o la raza, pero no todas. Un venezolano que conocí —él era dueño de una librería antes de que la gente ya no pudiera permitirse comprar libros— me dijo que se había peleado con un amigo de la universidad que se había convertido en un chavista fanático. Nunca se inventaron.
Incluso ahora, la polarización está integrada en el paisaje urbano de Caracas. En el distrito de clase media de Chacao, controlado por la oposición, los nombres de los activistas asesinados por el régimen están pintados en una cerca que se encuentra cerca de una plaza donde se han llevado a cabo muchas manifestaciones contra Maduro. En los vecindarios de la clase trabajadora, uno ve murales y carteles a favor del régimen, aunque muchos de estos desafían los clichés. Algunos de ellos, cargados de banderas venezolanas y lemas de "No Trump", podrían describirse fácilmente como nacionalistas en lugar de socialistas. Otros, las pinturas de los ojos de Chávez, por ejemplo, pertenecen más estrictamente a lo que solo puede describirse como un culto a la personalidad.
Ninguno de esos signos y símbolos significa necesariamente que el régimen es popular. La mayoría de los politólogos a quienes conocí reconocieron que Maduro tiene el apoyo de no más de una cuarta parte de la población, algunos de los cuales lo apoyan solo por las cajas de comida o por miedo. Quienes hablan, especialmente desde los barrios bajos, también son objeto de violencia periódicamente. En un barrio pobre, conocí a una mujer cuyo primo había grabado un video de sí mismo, envuelto en una bandera venezolana, yendo a una manifestación antigubernamental, y lo publicó en Facebook. Un vecino lo reconoció y le dijo a las autoridades: otro acto con ecos estalinistas. Un par de días después, matones policiales de la Fuerza de Acciones Especiales, una unidad conocida como FAES, que Maduro creó en 2017 supuestamente para "combatir el terrorismo", lo secuestraron y asesinaron.
Los asesinatos extrajudiciales como este ahora son comunes. Una iniciativa llamada Mi Convive, cuya misión es monitorear y reducir la violencia, registró 1,271 asesinatos extrajudiciales solo en Caracas desde mayo de 2017 hasta diciembre de 2019, de más de 3,300 muertes violentas en la ciudad. A fines del año pasado, el alto comisionado de la ONU para los derechos humanos concluyó que FAES y otros policías habían asesinado a 6.800 venezolanos desde enero de 2018 hasta mayo de 2019, un período de agudo conflicto político. El informe del comisionado incluía detalles de tortura , como el tratamiento de descargas eléctricas y el submarino. Precisamente porque quienes critican al gobierno pueden ser objeto de hostigamiento o violencia, especialmente si provienen de los barrios bajos, estoy reteniendo los nombres de algunos de los venezolanos a quienes conocí o entrevisté.
Pero el cinismo es un desmotivador tan poderoso como el miedo. Una y otra vez, la gente me dijo que aunque no les desagrada Guaidó, no creen que pueda ganar. Entonces, ¿qué pasa si la administración Trump lo reconoce como el presidente legítimo? El ejército venezolano no lo hace. La democracia está rota, las elecciones son injustas, la policía puede entrar a la casa de cualquier persona en cualquier momento, entonces, ¿cómo puede derribar el régimen? Uno de los antiguos maestros de Guaidó, un profesor universitario, me dijo que le había hecho saber a su antiguo alumno que no asistiría a más manifestaciones hasta que supiera exactamente por qué se estaba manifestando . ¿Cuál es el camino realista para cambiar?
La polarización se suma a este cinismo al crear sospecha y desconfianza en ambos lados; la gente escucha a los políticos gritar consignas diametralmente opuestas o presentar hechos contradictorios, y su instinto es cubrirse los oídos. Luego se retiran hacia adentro, o se van, en gran número. Los 4.5 millones de personas que se cree que abandonaron Venezuela en los últimos años lo han hecho cruzando la frontera hacia países vecinos o buscando estudiar o trabajar en el extranjero. Históricamente, Venezuela fue un imán para los inmigrantes, no una fuente de refugiados. El éxodo actual ha dejado enormes brechas en muchas instituciones, familias separadas y círculos de amigos destruidos.
La segunda persona que conocí que comenzó a llorar fue un traductor. En un evento, respondí en inglés a una pregunta sobre la ola de refugiados venezolanos que ahora se está extendiendo por América del Sur, América del Norte y Europa. Cuando la traductora puso mi respuesta al español, se vino abajo. "De repente pensé en mis sobrinas y sobrinos", me dijo después. "Todos esos jóvenes esperanzados, todos se fueron".
La tercera vez que alguien lloró fue en circunstancias bastante diferentes. Estaba en La Vega, uno de los barrios marginales que se aferran a las colinas alrededor de Caracas, un poco como las favelas alrededor de Río de Janeiro. Los caminos pavimentados en La Vega atestiguan el dinero que una vez estuvo disponible para gastar en infraestructura; Los cables de electricidad y las tuberías de agua manipulados por el tambor atestiguan el declive de esa infraestructura. Estábamos sentados en una cocina comunitaria creada por un grupo llamado Alimenta la Solidaridad (un nombre que se traduce libremente como "solidaridad alimentaria"), que sirve comidas regulares a niños en barrios pobres. Esta es una de un par de iniciativas originalmente concebidas por Roberto Patiño, un joven político opositor convertido en activista humanitario. El primero es Mi Convive, el grupo que monitorea y mitiga la violencia; su nombre, también traducido libremente, significa "vivir juntos". Patiño era un líder estudiantil que hizo campaña en nombre de un anterior líder de la oposición, Henrique Capriles, quien se postuló para presidente y perdió por un margen pequeño y probablemente fraudulento en 2013. Mientras viajaba por el país, Patiño me dijo que estaba sorprendido por la falta de fe que la gente tuvo en todo el proceso. No odiaban a Capriles; simplemente pensaron que "todo lo relacionado con la política es una mentira".
Las organizaciones de Patiño no son políticas, y no tienen la intención de afectar directamente las campañas electorales. En cambio, buscan socavar la polarización y amortiguar el cinismo que ha congelado a la sociedad venezolana. La propaganda divide a las personas. El miedo los aísla. Por el contrario, Alimenta y Mi Convive crean proyectos que unen a las personas, independientemente de su estatus socioeconómico o puntos de vista políticos, construyendo redes de amistad y apoyo. Los proyectos están integrados, en parte, por personas educadas de clase media de entre 20 y 30 años que han decidido deliberadamente no emigrar, aunque cualquiera de ellos podría hacerlo. Alberto Kabbabe, cofundador y director ejecutivo de Alimenta, es licenciado en ingeniería química; Él dice que la mayoría de sus amigos universitarios se han ido a los Estados Unidos o Colombia. Cuando estaba en el movimiento estudiantil con Patiño, Kabbabe no se imaginaba a sí mismo dirigiendo cocinas comunitarias, pero ninguno del grupo sí. "Pensé que estaría haciendo política, pero algo más ... sofisticado", me dijo uno. Pero en una sociedad donde la política sofisticada se siente inútil e imposible, trabajar para crear vínculos entre barrios ricos y pobres se siente positivo y creativo. “El gobierno hizo creer a la gente que todos somos diferentes y enemigos. De hecho, todos somos diferentes, pero podemos trabajar juntos ”, me dijo Kabbabe.
Un trío de ellos me llevó a ver un par de cocinas en La Vega. Comenzamos con una visita a una escuela jesuita. Alimenta ha trabajado en estrecha colaboración con la orden, que tiene un interés particular en los refugiados y los muy pobres. Los padres jesuitas en Caracas, conocí a varios, me recordaron los tipos de sacerdotes que solían trabajar en barrios de clase trabajadora polacos en la década de 1980, cuando la Iglesia Católica era una institución nacional unificadora en Polonia y no era parte, como lo es ahora. , de una guerra divisiva sobre la cultura moderna .
De la escuela fuimos a una de las cocinas comunitarias, en realidad, un espacio de comedor ubicado en un piso de tierra debajo de un techo de chapa ondulada. Las mujeres que trabajaban allí eran todas voluntarias, algunas de las cuales habían perdido su acceso a las cajas de comida gratuitas del gobierno porque trabajaban para Alimenta. Dijeron que no les importaba, la comida que se sirve en las cocinas es más saludable de todos modos, y hay otros beneficios. "Podemos hacer algo para marcar la diferencia", me dijo uno de los voluntarios, y eso crea una especie de satisfacción psicológica, incluso aparte de la comida. Algunas de las mujeres se han convertido en defensoras de sus comunidades, hablando sobre el cierre de escuelas, la escasez de agua y las otras dificultades que el declive de Venezuela les ha impuesto.
Las condiciones fueron un poco mejores en otra sección de La Vega, más abajo de la ladera. Allí, la cocina comunitaria está dentro de un edificio real, conectado a un convento. En las paredes hay listas de menús diarios; el espacio huele ligeramente a desinfectante y los pisos brillan positivamente. El voluntario que dirige la cocina, canoso, vestido con jeans azules y una camiseta de Alimenta la Solidaridad, nos mostró los alrededores. Ella comenzó a contar la historia de su vida, una historia de mala suerte y crisis, un hijo que recibió un disparo durante la violencia local, otro que murió en un accidente. Pero ahora ha tenido cierto éxito: sus hijas están estudiando y está alimentando a sus hijos, un papel que le permite vigilar a las familias locales en problemas. Esto es cuando ella comenzó a llorar. Una de las mujeres de Alimenta, varias décadas más joven, de un vecindario diferente y de una familia más afortunada, se levantó y le puso la mano en el hombro. La mujer mayor se detuvo por un momento y luego retomó su historia.
Estoy tentado a terminar aquí con una advertencia, porque Venezuela representa la conclusión de muchos procesos que vemos en el mundo de hoy. Venezuela es el final del marxismo ideológico; la culminación del asalto a la democracia, los tribunales y la prensa que ahora se desarrolla en tantos países; y el límite exterior de la política de polarización. Pero no quiero, como tantos lo han hecho, tratar a Venezuela como un simple símbolo. Es un lugar real, y las dificultades que enfrentan las personas que viven allí no han terminado, culminado o limitado en absoluto. Independientemente de lo que hagan los Estados Unidos y otros miembros de la comunidad internacional en Venezuela, el objetivo debe ser ayudar a los verdaderos venezolanos, no promover un argumento ideológico, especialmente a medida que las crisis humanitarias y políticas se profundizan y se extienden.

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domingo, 26 de noviembre de 2017

DEL "EQUILIBRIO POLARIZADOR"

Referendum a la vista
Luis Barragán

Llámese exploración, conversación, diálogo, negociación o encuentro casual e inadvertido, lo cierto es que la iniciativa también la imponen algunos factores de la oposición que la legitimarán o dirán legitimarla a través de la Asamblea Nacional.  En una ocasión, reniegan de la tal-constituyente, mientras que, en otra, prometen reconocerla, incierto el destino de las restantes materias de una misma o superior gravedad.

Además, innecesario problema, pero nada inútil a los fines de la dictadura, después de decidido inconsulta y unilateralmente el conversatorio de República Dominicana, la política de los hechos cumplidos aleja cualquier relación y desmiente todo compromiso de carácter unitario. Pretendiendo la adhesión automática para cualesquiera resoluciones y diligencias realizadas, añadidas ciertas temeridades personales, el Palacio Legislativo ha sido escenario de encuentro con un número limitado de sectores sociales que intuyen el cumplimiento de una mera formalidad, aunque sabemos del expreso malestar de los familiares de las personas asesinadas y malheridas en las consabidas protestas del presente año que igualmente inquieren respecto a los más obvios planteamientos, propósitos y detalles, condiciones y garantías, sumada la misma representatividad de los actores.

Avalados los comicios regionales y, ahora, municipales, con olvido de las instancias deliberantes,  preñados de toda suerte de irregularidades, surge la elección presidencial para los meses iniciales de 2018, bajo las peores reglas que sólo admiten cierta mejoría estética. O la apertura de un canal humanitario, cuya misma autorización dirá relevar al régimen no de las correcciones que les son ya imposibles, siendo responsable de la devastación social y económica que ha generado, sino del deber histórico que tiene de marcharse para ahorrarnos mayores calamidades y amarguras.  

Los actores de República Dominicana pueden arribar a un mínimo de acuerdos que muy bien saben que no satisfarán a las grandes mayorías, sumados los partidarios del chavismo originario, por lo que apelarán a una improvisada consulta referendaria que sellará una insólita y antihistórica alianza. Nadie – en su sano juicio – la desea, pero es el lógico desarrollo político de una propuesta de entendimiento asumida y celebrada en los términos y modos ya conocidos.

Al referéndum en cuestión, de suyo traumático y dislocador, puede unirse una elección presidencial que apueste por la literal depuración de la Asamblea Nacional, procurando el “equilibrio polarizador”, hallándole cupo a la desempleada y  cuestionada asamblea constituyente, para consagrar la cohabitación de lo más excelso de los liderazgos oficialista y opositor. Vale decir, una elección complementaria que purgue todo elemento incómodo en ambas aceras, dándole curso a la otra etapa del socialismo que, a la vuelta de la esquina, apuñalará a sus socios de ocasión, tragándose la República misma.

sábado, 2 de septiembre de 2017

DE UNA TREGUA INALCANZABLE

LA RAZÓN, Caracas.
Mireya Lozada: “Indefensión ante la arremetida autoritaria”
Mónica Duarte

La coordinadora de Unidad de Psicología Política de la Universidad Central de Venezuela afirma que la gente se siente “arrinconada” y eso se refleja “en el sufrimiento social y en los niveles de incertidumbre”

Junto a la precariedad de la vida diaria, la sociedad venezolana ha debido enfrentar los últimos meses una crisis política que amenaza con cambiar la forma del Estado, que ha trastocado la vida cotidiana y ha vulnerado los derechos humanos. Frente a esto, los vaivenes emocionales, que no han sido pocos, han terminado por agravar la conmoción colectiva y han producido una desesperanza generalizada.

Así lo sostiene Mireya Lozada, doctora en psicología social, docente investigadora y coordinadora de Unidad de Psicología Política de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Asegura que el drama social “es demasiado”.

“La gente se pregunta cuándo llegará la tregua. Las personas piden y necesitan una vida normal, porque ya se está afectando hasta el equilibrio básico de lo humano”. Y es que este “sufrimiento”, explica, tiene consecuencias en la salud de la población, que traduce el panorama político en afecciones individuales como impotencia, incertidumbre, frustración, dolor, miedo y tristeza.; y en malestar colectivo como descontento, indignación y hartazgo.

Es por ello que Lozada como especialista en procesos de paz y junto con el grupo Aquí Cabemos Todos, del que es miembro, ha promovido una serie de propuestas para el entendimiento público y la reestructuración del tejido social.

Lozada sostiene que estos procesos pasan necesariamente por la despolarización, reparación social y construcción de la ciudadanía. “Mucho de ese camino a construir ya empezó a andarse. Hay sectores sociales que ya están trabajando en conjunto dentro de su pluralidad, porque la vida cotidiana así lo exige”.

A principios de 2017 se hablaba de una conflictividad social inminente, de un drama contenido ¿Esperaba usted un estallido social, una explosión de la magnitud en la que se ha vivido este año?

—Sí, creo que era previsible a inicio de año la escalada de violencia sociopolítica y la crisis de gobernabilidad que se ha agudizado y ha generado unas consecuencias muy graves en la gobernabilidad y el contexto país. Hoy  tenemos una alta conmoción del ánimo colectivo, ha sido afectada la convivencia pacífica y democrática de la población.

Esa conmoción del ánimo colectivo que se tiene ahora afecta tanto o más que la dificultad para acceder a alimentos y medicinas que ya veníamos viviendo. La violación sistemática de los derechos humanos por organismos encargados de garantizarlos y las acciones anárquicas de grupos, individuos o bandas paramilitares causan un gran dolor, indignación e indefensión en los venezolanos con sus secuelas de ataques, saqueos y muertes.

¿Cómo se ha canalizado ese dolor e indefensión? ¿Ese malestar fue canalizado hacia un fin político?

—Todo confluye. Esto es una crisis general, una crisis humana, ética y estructural, pero a la vez es una crisis socioeconómica, política y social. En ese sentido es que hablamos de conmoción general, no solo del ánimo colectivo, del dolor y sufrimiento social, sino que se vive también la pérdida de legitimidad de las instituciones, la afectación de la gobernabilidad. Y como creación tenemos en estos últimos meses el funcionamiento de Estados paralelos. De una parte tenemos a la Asamblea Nacional y de la otra tenemos la Asamblea Nacional Constituyente de funcionamiento alterno. Igual pasa con la Fiscalía y las instancias que deberían ofrecer la seguridad y apoyo legal pero que están en una confrontación. El ciudadano no sabe a dónde recurrir ni a cuál instancia, porque las instituciones que se supone defienden los derechos civiles, políticos, económicos y sociales no están cumpliendo con ese deber, al contrario, se están negando y deslegitimizando desde el propio Estado.

¿Quiénes son los más afectados?

—Yo creo que todos sin excepción. Pero por supuesto los sectores populares mucho más porque tienen que enfrentar además los altos niveles de inflación, la escasez de medicinas y alimentos y tienen que tratar de sobrevivir en condiciones muy precarias en su vida cotidiana. Es tal el nivel de precariedad que la población está buscando comida en los desechos de la calle. Esa es la población más afectada. Además, grupos etarios como ancianos y niños están sufriendo consecuencias gravísimas que van a tener secuelas a largo plazo, porque se está afectando su sistema cognitivo y su aprendizaje.

Pero también las consecuencias de la violencia ya están afectando el propio espacio privado y familiar. El ataque de diferentes organizaciones y el daño se está causando no solo al patrimonio urbano sino al espacio privado, se viola ese derecho a la intimidad y las propias condiciones de vida. Llegan a los edificios con una violencia desmedida, causando daños a objetos, a bienes inmuebles, pero también a la vida de la población. La gente se siente acosada.

¿De todas esas expresiones de violencia política cuál es la más grave?

—Me preocupan en general todas pero hay una que tiene que ver con la indefensión ante la arremetida autoritaria y militar-policial que se está realizando. No hay ninguna forma de justificar semejantes acciones. Eso me preocupa porque ya se ha ido extendiendo la represión, el control y la violencia indiferenciada a todos los sectores sociales y regiones del país. Es una relación extremadamente desigual y asimétrica, es el poder militar y policial frente al ciudadano indefenso. La gente se siente arrinconada, eso se refleja en el sufrimiento social y en los niveles de descreimiento y desconfianza en estos organismos. Eso tiende a generar más formas anárquicas, porque si no se consigue respuesta legal o institucional a la defensa de los derechos, se va a tratar de defender con los medios que se tenga, que son precarios, y se van generando otras formas de agrupación y protección que en muchas ocasiones llevan al incremento de la violencia.

Eso ha pasado antes. Las experiencias de Centroamérica dan cuenta de cómo se van generando guetos, cómo se van armando sectores. Entonces, el irrespeto al juego democrático comienza a naturalizarse. Vemos también la territorialización del conflicto, cómo se dan formas de guerrilla urbana, formas de anarquía y anomia social, organizaciones que no necesariamente van a favorecer la convivencia pacífica y democrática sino que son la escalada de la violencia.

¿Esa escalada violenta puede llevar a una guerra civil?

—Se ha dicho y se cuestiona la noción de guerra civil dado el carácter asimétrico de quienes poseen las armas y el uso legítimos de ellas. Pero esas formas de confrontación, de resistencia y esos pequeños focos de violencia dan cuenta de otro tipo de guerra. Le tenemos miedo al término guerra civil, pero ya se está extendiendo de forma alarmante la resistencia, e incluso la confrontación y violencia en respuesta a esa arremetida del Gobierno. No hay que ir muy lejos para analizar que esas expresiones ya se han dado.

¿Y cómo se puede detener esas expresiones violentas?

—Con la vuelta al hilo constitucional, retomando el cauce democrático y respetando las formas pacíficas y democráticas de resolución de conflicto. Esta conflictividad, que además tiene muchísimos años, no se puede resolver por una imposición de una medida como la Asamblea Nacional Constituyente. Tiene que ser consensuada, tienen que darse espacios de negociación y lograr los acuerdos apoyados en instancias adecuadas con compromisos explícitos y eficientes en respeto a la convivencia democrática y los derechos humanos y, sobre todo, en torno a nuestro pacto social que es la Constitución de 1999. Eso supone disminuir la conflictividad e ir buscando la negociación para llegar a los acuerdos y lograr una salida. Para ello es necesario llevar una agenda de acciones que conduzcan a retomar el hilo Constitucional y que los compromisos que se establezcan sean respetados y no sea solo un juego de ganar tiempo.

¿Es posible llegar a ese entendimiento cuando se habla de responsabilidad de la crisis por parte de los actores políticos?

—Creo que esa responsabilidad de los sectores políticos en la conflictividad y en las estrategias para la confrontación y en la dificultad de llegar a acuerdos está allí y estamos viviendo las consecuencias de eso. Pero no hay que hacer pagar nada, justamente el tema de la retaliación no es una salida que conduzca a la paz. Está establecido al nivel de todos esos procesos de reconciliación, que se han dado en otros países, que tenemos que trabajar en la despolarización de la lucha, de la impunidad y en la reparación social, es decir, en todos los procesos de memoria, justicia y verdad. Y trabajar en la construcción de ciudadanía y cultura de paz. Esos son unas tareas y desafíos enormes que creo son retos muy grandes para los actores políticos y los actores sociales. También ha ocurrido que hemos sobredimensionado la acción política aun cuando la acción social y el movimiento de ciudadanos han ido creciendo y fortaleciéndose. Entonces, es tan importante la acción política como la acción de la ciudadanía que pone y establece también los límites de esa acción desbocada.

¿La consulta opositora del 16 de julio y la elección a constituyentes del 30 de julio cambiaron en algo el ánimo social?

—Creo que los dos eventos, tanto el del 16 de julio como el del 30, dan cuenta de la madurez que la población ha ido alcanzando, en el sentido de la diversa y plural participación ciudadana e incluso por los niveles de abstención que en uno de ellos se dio. La consulta electoral es un acto creativo que reivindica la democracia y la participación ciudadana y electoral, que apuesta a la resolución pacífica del conflicto. Ambos eventos son un referente que destacan símbolos, valores, maneras del proceder social que corresponden a una profundización de la democracia y que demandan valores como la dignidad, solidaridad, participación y autogestión, eso es una ganancia de este tiempo.

Todo este período ha sido fuerte desde el punto de vista de pérdida de vidas, de pérdida de legitimidad y crisis de gobernabilidad, pero también tiene un logro enorme, que nosotros todavía no vemos, en el nivel de alcance de esa acción ciudadana. Se está develando que nosotros como sociedad nos estamos haciendo cargo de nuestra responsabilidad en función del bien común y que aun cuando los intereses políticos y partidistas están en juego, que de una parte es un hecho natural y de otra es absolutamente instrumentalizado políticamente y a favor de algunos sectores, la población sigue trabajando y sigue avanzando a favor del rescate y la necesidad de volver al hilo democrático.

¿Qué efectos tiene en lo colectivo que se imponga una Constituyente con resultados dudosos y con alta abstención?

—La imposición de una ANC convocada por el Gobierno al margen de lo establecido en la Constitución y a través de maneras absolutamente cuestionables en relación su instrumentalización política de la voluntad popular, incluso con cierta coacción en el acceso a alimentos, no solo atenta contra la dignidad de las personas y del pueblo que se dice defender, sino que no es posible con ella alcanzar la paz, que es otro de los argumentos que se utiliza con relación a por qué se impone.

La paz en medio de unos niveles de conflictividad y polarización como los que tenemos desde hace unos años no es posible alcanzarla con la imposición de un solo lado. Al contrario, lo que está trayendo es más crisis de gobernabilidad y una serie de acciones que están negando la participación y las instituciones. Eso genera más deslegitimación, es una deriva que nos puede conducir a mayor confrontación y mayor violencia porque la población seguirá resistiendo, y en la medida que más niegues la participación más va a buscar cauces para expresarse y esas vías no tienen que ser pacíficas. Un Estado que irrespeta la voluntad popular por supuesto va a tener resistencia. Ese rechazo a la imposición ya se ha extendido a sectores que incluso se siguen reconociendo en lo que se llama chavismo desde una mirada crítica.

¿La conflictividad ha agravado la polarización?

—La polarización social y política en Venezuela ha tenido vaivenes, en función de la coyuntura y justo en esas coyunturas electorales, cuando está la lucha descarnada por el poder, es cuando la polarización se agudiza. Pero creo que en este contexto la polarización ha tomado otras formas, aparecen como referentes dos polos pero hay más que eso. Creo que el tema no es ahora la defensa o no de una postura ideológica, porque al menos en el sector gubernamental ese posicionamiento ideológico se ha ido diluyendo y ha quedado bastante desdibujado. Esto es una lucha por la democracia frente a la expoliación y apropiación patrimonial de los recursos.

¿Están dadas las condiciones para que surja un grupo, como identidad política, distinto a los que ya existen?

—Sí, es posible pero eso no garantiza que sea un grupo salvador. Ese tercer lado parte de los actores políticos, dentro de cada partido hay sectores así, incluso unos más radicales y otros menos radicales que están apostando a esa negociación. El modelo de negociación de la escuela de Harvard establece que en todo conflicto hay dos grupos enfrentados y luego está un tercer lado, formado por miembros de uno y otro grupo, que es favorable al diálogo, tiende puentes y facilita los encuentros. Y creo que en estos últimos tiempos han surgido algunas agrupaciones que apuestan y que llaman a que se sienten los actores políticos, que son favorables al entendimiento y la negociación, pero eso no quiere decir que sea un grupo sin posturas ideológicas.

¿Qué falta para que se concrete una negociación real?

—Me preocupa es que muchas de esas negociaciones no necesariamente son claras para la gente, y es verdad que, en general, esas acciones se realizan de bajo perfil y visibilidad pública pero llega un momento que ello toma una forma visible porque la población lo está necesitando. Estamos atravesando un momento de altísima incertidumbre, de caos y de anarquías y se necesitan mínimos referentes de certidumbre, saber a dónde se dirige esto, quién lo dirige, con qué intereses y cuáles son los objetivos que se persiguen. Es necesario ser claros ante la población. Entonces, creo que hay un juego de posiciones maniqueas, que tratan de poner un panorama excluyente entre acciones de calle, negociación y elecciones. Así mismo, me preocupa el arrastre o el cambio de estrategia frente a las tendencias de opinión en redes sociales. Entonces, ese vaivén incierto del cual se le notifica poco a la población tiene consecuencias en el desencanto generalizado, la impotencia y la desesperanza.

¿Cómo recuperar la confianza en la negociación política?

—Esta conflictividad y violencia sociopolítica han resquebrajado los cimientos de la convivencia social y han estimulado la desconfianza y la negación del otro, ha provocado rupturas de consensos sociales, de prácticas, normas y universos simbólicos compartidos; incluso ha territorializado el conflicto y ha segmentado a ciudades y espacios de la ciudad en los que se ha afectado la libre circulación. En ese contexto hay que pensar seriamente cuáles serían los programas a desarrollar para recuperar el mundo en común y el ejercicio de la política como el bienestar común. Es necesario ir diluyendo las fronteras espaciales, territoriales y simbólicas que se han creado entre nosotros. También hay que trabajar en resignificar los imaginarios sociales en torno a la convivencia, la paz y la democracia. Y es obligatorio crear ambientes, proyectos y programas que reconozcan la existencia de mayorías y minorías. En fin, hay que construir ciudadanía, pensar y apostar por Venezuela, en nosotros como identidad social, porque la gente ya ha venido afianzando ese sentimiento de lucha por Venezuela.

Fuente:
https://www.larazon.net/2017/08/mireya-lozada-indefension-ante-la-arremetida-autoritaria/
Fotografías: JALH.

domingo, 4 de octubre de 2015

NOTICIERO RETROSPECTIVO

-  Pedro Segnini La Cruz niega la polarización electoral. El Nacional, Caracas, 06/04/1973.
-  El general  Arnaldo Castro Hurtado y las elecciones. El Nacional, 20/05/81.
-  Hugo Briceño Salas. "Nos quedaremos sin recursos de inversión si no aplicamos política de austeridad frente a los gastos corrientes". Semanario COPEI, Caracas, 27/01/70.
-  Josefina Cedeño. "Política y sindicatos". Clarín, Caracas, 15/12/63.

Reproducción: "EN LA ESCUELA MILITAR. Concurrenciaque presenció las Pruebas prácticas de Infantería efectuadas por los cadetes y entre la cual anotamos a los señores doctor C. Jiménez Rebolledo, Encargado del Despacho de Guerra (X); al general José Vicente Gómez, Inspector General del Ejército (1) y al coronel Alí Gómez, Vicepresidente de Aragua (2). Fot. Guerra Toro". El Nuevo Diario, Caracas, 19/12/1916.

domingo, 31 de mayo de 2015

CAZA DE CITAS

"Los sujetos y las subjetividades que se construyen alrededor de 'sociedad civil' y 'revolucionario bolivariano' proyectan las ansiedades que le causan el Otro no reconocido. Ubicados ambos grupos en el contexto de la lucha por los espacios de poder, el no reconocimiento del Otro y su consecuente exclusión ubican el conflicto en el escenario de la violencia y de los opuestos irreconciliables: donde el que le pega al otro clama haber sido agredido"

Yolanda Salas

("La revolución bolivariana y la sociedad civil: la construcción de subjetividades nacionales en situación de conflicto", en:  Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, UCV, Caracas, nr. 2 de 2004: 107)

viernes, 27 de marzo de 2015

¿SALIDA O ENTRADA?

EL NACIONAL, Caracas, 27 de marzo de 2015
La nueva polarización
Andrés Cañizález

Escribo como un ciudadano convencido de la necesidad de cambios democráticos en Venezuela. No creo en soluciones mágicas (hoy vivimos la pesadilla de una solución mágica por la que apostó la mayoría del país en 1998), y la política, en el terreno de la lucha democrática, pasa necesariamente por la construcción de mayorías. Escribo como un ciudadano muy atento a la política sin tener lazos con un partido u organización en específico. Y debo decir que escribo como un ciudadano sumamente preocupado por el devenir de lo que prefiero llamar la alternativa democrática.
La crisis económica, que vivimos agudamente y que según analistas aún se mantendrá con nosotros por un largo tiempo, ha tenido severas implicaciones políticas. El más afectado es el presidente Maduro y su gobierno porque por primera vez se le adjudica responsabilidad directa en el desastre económico que padecemos todos los venezolanos. El discurso manido de la guerra económica no se lo creen ni los chavistas. Hoy el presidente Maduro cuenta con muy bajos niveles de popularidad.
Si viene cayendo la aceptación popular de Maduro y crecen de forma muy importante lo que podríamos denominar el chavismo descontento, qué es lo que está pasando en la acera opositora. Allí viene lo que llamo la nueva polarización. Las contradicciones entre nosotros y aquellos (los buenos y malos, la cuarta y la quinta), a las que tanto apeló en su mejor momento Hugo Chávez, hoy tienen poco sentido para el venezolano común. El descenso del respaldo popular hacia el chavismo ha tenido una lectura errónea en diversos actores políticos de la alternativa democrática, llevando a que la polarización ahora sea entre quienes adversan a Maduro.
Algunas lecturas erróneas del momento actual. Partidos que en el seno de la MUD se aferran a su dirigencia tradicional y amarran unas candidaturas de cara a las elecciones parlamentarias, asumiendo que la debilidad del chavismo les garantiza una victoria así sea con las caras de siempre. Los partidos como AD, Primero Justicia, Copei, UNT, Avanzada Progresista, entre otros, perdieron una oportunidad de oro para darle un mensaje de unidad y cambio al país.
En su momento María Corina Machado, Antonio Ledezma y Leopoldo López con “La Salida” y ahora especialmente María Corina con “La Transición”, quieren hacernos rehenes de sus propuestas y quien disienta de ellas entonces está en contra de los cambios democráticos. Una manera maniquea de entender la política.
No hay que ser rehén de la unidad, como dicen ahora muchos, pero debemos tener presente que todas las transformaciones políticas para superar regímenes autoritarios (y eso lo demuestra la experiencia histórica) solo fueron posibles cuando los factores democráticos actuaron de forma cohesionada.
Hoy la Mesa de la Unidad Democrática no recoge, efectivamente, todos los puntos de vista de la sociedad que apuesta por el cambio, ello se debe a su cooptación en aras de los intereses partidistas. Y desde mi punto de vista una transición posible pasa, en primer lugar, por hacerse de los escaños mayoritarios en la Asamblea Nacional y no al contrario como plantea MCM.
Lo prioritario, hoy, desde mi punto de vista como ciudadano, es recomponer una unidad genuina y representativa con capacidad para construir una hoja de ruta para el cambio democrático.
El gobierno sale ganando mientras la dirigencia política opositora (toda ella) esté enfrascada en sus dimes y diretes. Y el resultado podría ser, una Asamblea Nacional nuevamente dominada por el chavismo pese a que este proyecto político y su rostro visible, como lo es Maduro, estén en su peor momento en respaldo popular.

Fuente: http://www.el-nacional.com/andres_canizalez/nueva-polarizacion_0_598740297.html

sábado, 27 de abril de 2013

CONSIDERANDA

EL UNIVERSAL, Caracas, 24 de abril de 2013
José Vicente
La necesidad de un diálogo entre las 2 mitades de Venezuela para reconciliar a la nación
LUIS BELTRÁN GUERRA G. 

El aquilatado político José Vicente Rangel ha planteado, a raíz de las elecciones del 14.3.13, la necesidad de un diálogo entre las 2 mitades de Venezuela para reconciliar a la nación.
La moción ha de entenderse a la luz de las probabilidades: un pacto como el de Punto Fijo, el Acuerdo de Ancha Base y uno a ingeniar. En los 2 primeros las diferencias entre los partidos eran de logística, pues todas, exceptuando a los comunistas, estaban consustanciados con hacer posible la democracia. Ahora una mitad propicia el socialismo del siglo XXI, aun por descifrar, que la otra adversa patológicamente.
Las divergencias pasan, inclusive, por términos como los de oligarcas, burgueses y fascistas, sin saberse si quienes los pronuncian persiguen que no se los endilguen. Hasta se ha acudido al mundo animal (pajarito), a la vieja TV (Prof. Jirafales) y a la distinción entre mentirosos (Mentira Fresca). Un lenguaje que revela la crispación de un pueblo.
Rangel habla de una hoja de ruta, preguntándonos si la 3ª probabilidad sería la Mesa de Unidad Democrática presidida por el presidente Gaviria, un camino si hay conformidad en propiciar la integración democrática de la directiva de la AN, del Consejo Federal de Gobierno, un CNE con integración plural, el TSJ, la Fiscalía y Contraloría General apolíticos, respeto a la disidencia, libertad de los presos políticos y mecanismos de justicia transicional con temas a tratar. ¿Será posible JotaV.?
Los países, cuando estas instancias no son probables, acuden al pueblo para la recomposición social. Es esta la opción de la Asamblea Constituyente que prevén los artículos 347/349 constitucionales. ¿Tendremos Rangel coraje para propiciarla?
Suerte estimado amigo y a su disposición para ayudar.


EL UNIVERSAL, Caracas, 27 de abril de 2013
Los excluidos
Nunca es tarde para la reconciliación y el perdón, para la verdad y la transparencia
MONS. BALTAZAR PORRAS

No es mayor problema el que una sociedad esté dividida en dos partes que piensan y actúan distinto. La mayor parte de los países responden políticamente en forma binaria: conservadores-liberales, republicanos-demócratas, socialistas-populares; pero, como todos se sienten parte de un todo común, conviven, se toman en cuenta para las grandes decisiones. Esa actitud ayuda al progreso, al respeto y a la pluralidad.
Cuando las partes se repelen o ignoran la existencia del otro, amparados en tener más seguidores y el poder en la mano, surgen y se agravan los conflictos sociales. Aparece la polarización, concepto que la física define como la modificación mediante reflexión o refracción que impide reflejarse. Es decir, al no ver al otro, sencillamente, no existe.
Excluido es aquel que es silenciado, no tenido en cuenta en las grandes decisiones económicas, políticas o de otro tipo, a pesar de ser afectado por las mismas. Es el prescindible, aquel que puede incluso llegar a morir sin que nadie los añore; son un estorbo para los sistemas vigentes, en definitiva, son los nadies.
Las declaraciones, más aún, los hechos, de altos funcionarios públicos que pretenden imponer uniformidad ideológica en los empleados del Estado, es una aberración. Habría que preguntarse si ellos estuvieran en la otra orilla, ¿aceptarían ser marginados de cualquier cargo por no pensar igual que sus jefes?
El llamado incesante al diálogo y la concertación es el único camino para la paz. La dialéctica del odio y la exclusión es la vía a la anarquía y la violencia. Por ahí vamos al despeñadero. No dilapidemos el hermoso valor de la fraternidad y el servicio sin mirar a quien. Nunca es tarde para la reconciliación y el perdón, para la verdad y la trasparencia. Hay que respetar la alteridad y la dignidad del otro.

 EL UNIVERSAL, Caracas, 25 de abril de 2013
Ambos actores políticos, Gobierno y oposición, tienen que replantearse sus estrategias
FRANCISCO JOSÉ VIRTUOSO SJ 

Una sociedad dividida como la nuestra tiene ante sí el reto de reconocer sus diferencias para respetarlas y encontrar sus coincidencias para seguir avanzando como colectividad. El diálogo es el mecanismo más civilizado para ello. Como bien lo acaba de decir el Papa Francisco, se trata de establecer un diálogo basado en la verdad, de reconocimiento mutuo, en la búsqueda del bien común y el amor por la nación.
Lamentablemente, los representantes de los poderes públicos se oponen abiertamente al diálogo, asumiendo como política de Estado posturas de abierta confrontación, exclusión, rechazo y descalificación. La polarización sigue siendo vista como el instrumento más idóneo para fortalecer la identidad política del Gobierno, diluida en la votación del pasado 14 de abril.
La oposición formuló su legítimo reclamo ante el CNE, solicitando la verificación de los resultados electorales emitidos oficialmente. El directorio de esta institución acordó proceder a la auditoría del 46% de las cajas que contienen las papeletas de la votación. También fue admitida la solicitud de auditar los registros por mesa de la autenticación biométrica de los electores y la no duplicidad de las huellas dactilares. El acuerdo fue celebrado por el presidente de la OEA y los países miembros de Unasur.
Por los vientos que soplan parece que el CNE no quiere tomarse en serio sus propios acuerdos, quitándole importancia a las solicitudes formuladas y generando confusión con sus declaraciones. El camino que se perfila será el de proceder a la impugnación y a la denuncia internacional.
Al mismo tiempo, el resto de los órganos del Estado y su sistema de medios públicos sostiene que este reclamo es la causa de un conjunto de hechos violentos que han conmovido a la opinión pública, buscando con ello deslegitimar los derechos constitucionales de quienes reclaman.
¿Cómo salir de este callejón sin salida? Ambos actores políticos, Gobierno y oposición, tienen que replantearse sus estrategias. El Gobierno tiene que dar algunas señales de apertura, bajar el tono agresivo y excluyente, y dejar de lado la política de caza de brujas que lleva adelante entre los beneficiarios del empleo público y las políticas sociales.
Además de mantener su legítimo reclamo de verificación electoral, los dirigentes de oposición tienen que diseñar rutas de acción que favorezcan la consolidación de un amplio movimiento que se fortalezca como opción alternativa de poder en medio de los múltiples problemas que agobiaban a la gente. Salir del juego de la confrontación política para convertirse en instrumento de reivindicación social.

Fotografías e ilustración: José Vicente Rangel, Momento, Caracas,  Caracas, 29/03/64; Uncas, Ciudad Caracas, 27/04/13; y Hannah Arendt, representada en una escena de "Sólo sé de mí" de Virginia Aponte, El Nacional, Caracas, 06/03/12.