martes, 31 de mayo de 2016

LA ADVERTIDA PERSPECTIVA DE UN MEDIO OFICIAL

En el país hay una subcultura de malandros para quienes matar da prestigio y poder

Vanessa Davies / 19 enero 2014
El psicólogo, director del Centro de Investigaciones Populares, teme que esos grupos de muchachos entren en conexión unos con otros y se conviertan en un poder. Asegura que no se puede intentar explicar la violencia criminal solo con el argumento de la pobreza y la exclusión


La discusión sobre la violencia criminal en Venezuela encuentra a Alejandro Moreno en su oficina y con sus armas en la mano, listas para ser desenfundadas. Armas que no son pistolas ni subametralladoras, sino libros, ideas, estudios y razonamientos. Y en su oficina en Caracas, este psicólogo, filósofo y teólogo, fundador y director del Centro de Investigaciones Populares, dispara argumentos -en conversación con el Correo del Orinoco- que pueden ser tan duros como proyectiles y que tienen como blanco a la sociedad, el Gobierno y el Estado.
Moreno alerta que las bandas de muchachos de no más de 25 años de edad se han convertido en una subcultura de hombres dispuestos a matar porque matar es poder y es un acto placentero para ellos.
Aun cuando considera que se puede hablar de crímenes atroces, señala que el asesinato de la actriz Mónica Spear y de su esposo, Thomas Berry, que ha levantado una polvareda nacional e internacional, “no es de lo más atroces; más bien es casi común”, porque los delincuentes “interfieren el desplazamiento de un vehículo y disparan”. Eso “está sucediendo abundantemente”, y según sus estimaciones, se volvió cotidiano desde hace cuatro o cinco años; el año 2013 “ha sido muy abundante en esto, lo que me hace temer que 2014 puede ser peor”.
Su preocupación es evidente al analizar que “hemos entrado en una espiral de lo que yo llamo los crímenes sin suficiente motivación. Hay crímenes con motivación banal: le dieron un pisotón, sacó la pistola y disparó”. Es “una motivación banal y perversa, porque por supuesto que ninguna motivación es justa en este caso, pero hay los que no tienen motivación, y lo que estamos descubriendo es que disparan y matan por matar”.
Con base en su conocimiento, advierte que se está formando “un grupo humano, con su propio mundo de vida, al margen de la forma de vida y del mundo de vida de la sociedad”, ya que “desarrolla sus propios valores, desarrolla sus propia manera de entender la realidad y de reaccionar ante ella, de buscarse los bienes”. Maneras que están “completamente fuera de lo aceptado en la convivencia social de la gente”.
Moreno ya lo había enunciado en la investigación Y salimos a matar gente: “El delincuente estructural ha convertido la violencia en su forma de vida, en una forma de vida”. Pero en ese momento lo había analizado como un fenómeno de los sujetos: “No se nos había presentado todavía como un fenómeno grupal”.
Aclara que son “grupos de panas”, que tienen “cierta jerarquía de prestigio”. Y asegura que es una subcultura, entendida como “la manera que tiene un grupo humano de habérselas con la humanidad”. Un grupo se comunica con otro, “y tienen la misma forma de vivir la vida”.
Moreno precisa que estos delincuentes violentos no son enfermos ni tienen daño cerebral o psicológico de por sí, pero sí están en una subcultura y tienen libertad de decisión. Va aún más allá: Esas personas “saben lo que hacen, quieren lo que hacen y lo comparten todos. Todos tienen el mismo punto de vista”. Por ahora, analiza, “son grupos aislados”, pero “en el futuro pueden conectarse y se pueden convertir en un poder”.
A fuego lento
El investigador sostiene que esa subcultura “se ha ido formando lentamente”, debido -entre otras razones- a la práctica de la violencia sin consecuencias “o con consecuencias banales”. Toma el ejemplo de la banda que asesinó a Spear y a su esposo: cuerpos de seguridad dijeron que la habían desintegrado varias veces, lo que Moreno critica porque “una banda se la desintegra una sola vez si eres policía y si eres el Estado”. El desorden “favorece que actúes libremente, jugando con los distintos desórdenes”, reprocha.
“Cuando un acontecimiento social como este se deja a su libre desarrollo, se desarrolla y se amplía”, advierte, “y va captando a otros. Por eso es peligrosísimo”.
Todo empieza por las prácticas: “atracas, en pequeños grupos o en conexión con otros compinches y no tiene consecuencias. Entonces te afirmas en lo que estás haciendo y te afirmas en la manera de entender y de pensar. Empiezas a pensar que las cosas son así, que hay una forma natural de hacer las cosas así; que es lícito, que es normal hacerlo”. Así se forma “una mentalidad, una manera de ver que acaba por convertirse en una subcultura. ‘Yo soy así’. De unos años para acá han empezado a jactarse. Es más: pertenecer a esa cultura se convierte en un logro, se convierte en motivo de orgullo”. Ahora es, no una postura individual, sino una posición de grupo.
La vida humana merece, para la sociedad, un gran respeto. No así para los integrantes de esta subcultura. Ser malandro es “tener poder, y tener poder quiere decir tener todas las jevas que yo quiera, tener todo el dinero que yo quiera, tener el dominio de todos los que yo quiera”, describe. Los estudios de Moreno revelan que la gran motivación de estos delincuentes es imponer el ser respetados. “¿Cómo ven la vida? La vida como poder”.
-¿Y cómo ven la vida del otro, a quien se la quitan?
-Si tienes poder, la vida del otro está sometida a tu poder. En sentir que tienes poder. Eso lo decía Alfredo, uno de los sujetos nuestros, y en los otros también se nota eso como gran motivación: el tener poder.
-¿Eso los lleva a matar?
-Claro. ¿Qué mayor poder que ser dueño de la vida y de la muerte de otro? A uno le cuesta mucho pensar que haya gente de esta manera, pero cuando se convierte en una manera común de entender, y compartida, pues parece normal. Y ni siquiera se plantean la pregunta.
-¿No hay conflicto ético?
-No. Quizá al principio. Uno de los sujetos con los que trabajamos nos dijo: “La primera noche, con el primero que yo maté, no dormí”. Pero más que conflicto ético, es miedo, por la superstición de que “me va a salir el muerto”.
Matar se convierte, para ellos, en algo normal. Moreno cuenta que en la carretera vieja Petare-Guarenas, en diciembre pasado, personas que esperaban el autobús fueron ametralladas. “Es matar a cualquiera, es matar por matar. Es tremendamente preocupante y se está convirtiendo en un valor en esa subcultura, porque da prestigio, porque da poder y produce placer”.
Las causas El investigador es muy crítico de la actuación del Gobierno y del Estado para atender este fenómeno. Cita a uno de los muchachos que analizó en sus trabajos: “Tenía 17 años (con cinco o seis asesinatos), cae preso con otro de 21 que tenía 13 muertos. A este lo llevan al Rodeo, a los tres meses sale. El muchacho de 17 años se escapa del centro juvenil donde estaba recluido y dice, tan tranquilo: ‘Seguimos matando gente”.
Hay, acusa, “una impunidad que viene de la justicia”, hasta el punto de que “los malandros han aprendido a tener un fondo de dinero para cuando caigan presos”.
Su experiencia con algunos cuerpos policiales cuando detienen a un malandro dista mucho de ser buena: “A una persona le dan vuelta y vuelta hasta que pague. Los primeros que inventaron, a mi parecer, el secuestro exprés son los policías, con el ruleteo para que les paguen”.
A su juicio, “en todos los gobiernos hubo lenidad y no hubo compromiso, pero en este gobierno no ha habido ninguno. En estos años ha sido desastroso, por unas razones supuestamente teóricas: Porque dicen que son víctimas de la sociedad, son pobrecitos, son del pueblo. Pero yo creo que hay que saber distinguir; no se puede analizar una realidad como esta con ligereza y sin una profundidad de análisis”. No se trata de tener “una ideología de catecismo”, resume.
-¿No son víctimas de la sociedad?
-También, pero eso es un factor más. Lo que hemos encontrado en nuestras investigaciones es que no tiene nada que ver la pobreza de origen con su conducta criminal, lo cual no quiere decir que la pobreza no sea un ambiente en el cual se pueden fomentar ciertas cosas, porque establece límites, cierra posibilidades; más que la pobreza personal, la pobreza ambiental. Pero no hay una relación directa, porque si no, todos los pobres serían malandros. Y desde el punto de vista ideológico, si tú eres de izquierda y estás diciendo que es por la pobreza, estás acusando a todos los pobres. La ideología ahí a veces juega al revés.
El modelaje
Moreno opina que también ha influido la relación entre Gobierno-oposición, especialmente “por las autoridades de mayor prestigio” que “han atacado de palabra, pero de una manera sumamente violenta, han mostrado públicamente la violencia” con palabras y gestos. “La psicología social nos ha enseñado muy bien que la mayoría de las conductas se aprenden por el modelaje” y que “las personas de mayor prestigio: un futbolista, un gran artista, un literato de importancia, un presidente, un gobernador, son las que tienen mayor probabilidad de que sus conductas sean reproducidas”. Puntualiza, no obstante, que esta reproducción “nunca es exacta” ni una copia al carbón, sino el resultado de un procesamiento. “Si muestras que puedes agredir al otro sin ninguna consecuencia”, enseñas que “eso se puede hacer”. El modelaje “facilita la emisión de conductas, facilita el aprendizaje de conductas”.
-¿Y la violencia de la exclusión?
-Las masas, que no son dirigentes o élites de los países, siempre han estado excluidas, y en Venezuela han estado excluidas siempre, marginadas, pero no había habido esta violencia. La exclusión hay que eliminarla por justicia, por derechos humanos y por dignidad humana, pero si vas a verla como fuente, como ambiente donde se da la violencia, puede ser, pero no es así en todos los lugares. La India, por ejemplo, y el mismo Haití, son ejemplo de ello. No se puede decir que haya una relación directa; hay otros factores que son más determinantes.
Moreno recuerda que en los años 80 del siglo XX “teníamos la tasa de homicidios común, el promedio mundial”, pero ahora, según cifras oficiales, el país cerró 2013 con una tasa oficial de 39 homicidios por cada 100 mil habitantes.
-¿Hay un punto de inflexión?
-Los puntos de inflexión son los momentos de desorden social, político y ético. Primer momento: 1989, con El Caracazo. Después de El Caracazo inmediatamente subió la tasa y se estabilizó. Otro momento: 1992, dos intentos de golpe. Hay un desorden institucional en sentido general: institución militar, institución política. Sube la tasa y se queda. Y luego, en 1998: ahí también hay un cambio completo, y sube.
El investigador habla, también, de la “imposibilidad de las instituciones”, y recalca que los jueces no tienen cómo atender tantos expedientes. “Es como una culebra que se muerde la cola, es un círculo vicioso”. Estima, además, que no hay una clara disposición del Gobierno “de tomar medidas en serio”.
Es verdad, añade, que la violencia “implica a toda la sociedad”, pero “cada uno hace lo que puede. La iglesia hace lo que puede con educación”, pero hace falta “un Gobierno que establezca los controles”. A su juicio, los planes implementados han fracasado. “¿Y voy a creer yo en otro plan?”, se pregunta.
Propuesta -¿Qué haría usted ya?
-La base para esto es algo que no se quiere hacer: distribuir el poder. No a las comunas, que no son poder autónomo, ni los Consejos Comunales, que no son poder. Me refiero a poder de la comunidad, poder autónomo de la comunidad.
Asegura: “Si yo tengo una especie de alcalde en mi barrio, con nombramiento y participación de toda la comunidad, con conexión con el Estado y con apoyo del Estado” será una forma de prevenir.
Un barrio “es una trama de relaciones”; allí el malandro tiene una mujer, los primos, los hermanos, los amigos. Esos vínculos sirven, por un lado, para ocultar, lo que “favorece la impunidad del malandro”, pero por otro lado sirve para influir y cambiar su personalidad, o encontrar formas “de neutralizar su acción”. La distribución del poder, argumenta, hace más manejable esa trama. Moreno cita los casos de Lima y de Bogotá, donde se crearon más municipios y “bajó la violencia”. Esa, aclara, “no es la solución total”, pero contribuye.
Igualmente incide la educación, que es eficaz como herramienta preventiva pero que hay personas a quienes no las cambiará. Se deben emprender acciones policiales, institucionales, pero “lo más importante sería la reforma completa de la justicia”.
¿Cómo desarticular la subcultura? “Eso requiere tiempo, y ahí es donde entra la difusión de valores, pero valores no solamente enseñados, sino practicados”, con la muestra de lo que es la otra sociedad. El problema, acota, es que “la otra sociedad” debe ser apetecible para ellos. “Debe ser apetecible para desarticular esa otra microsociedad, para que no tenga éxito y se muera por sí misma”. Pero también se debe garantizar que esa subcultura no tenga acceso a armas ni a drogas. “Es un trabajo completo, pero no ejercido por los ciudadanos comunes y corrientes, sino por el Estado”.
El rol de los medios
El crimen Spear-Berry puso en el tapete de nuevo la relación entre delincuencia y medios de comunicación. Sobre este tema, Moreno subraya que “algo tiene que influir”, pero precisa que una película violenta es vista como una película por la población. “Cuando procesas la violencia, no en el marco de la verdad, sino en el marco de la fantasía, se queda como fantasía en la mayoría de la gente. Cuando algunos tienen tendencias, les influye indudablemente. Uno sabe del malandro que ha ido a ver tres o cuatro veces la misma película para ver cómo se dispara”.
Como investigador, acota que se han hecho mucho estudios “y no se ha llegado a ninguna conclusión clara”, aun cuando “siempre hay una sospecha”.
No son tantos pero su capacidad de muerte "es asombrosa"
“Los malandros realmente activos en un barrio generalmente no pasan de 5 o 6, 10 cuando mucho. En un barrio de 8 mil habitantes 10 personas no es mucho. Es que la gente se cree que nosotros en Venezuela tenemos infinidad de malandros. No es verdad. No son tantos los malandros. Lo que pasa es que tienen una capacidad de muerte que es asombrosa. Tienen las armas que quieren, no tienen consecuencias negativas porque hay completa impunidad, tienen cómo moverse de un lado para otro. Tienen todas las facilidades. El porcentaje de delincuentes asesinos que nosotros tenemos no pasa del porcentaje de potenciales delincuentes de este tipo que pueda haber en cualquier sociedad. Lo que pasa es que en esas sociedades están controlados”.
"La pena de muerte no resulve nada"
Alejandro Moreno está en contra de la pena de muerte pero sabe que esos vientos soplan fuerte en una parte de la sociedad venezolana.
“Desgraciadamente cuando suceden hechos como el de Mónica Spear y su esposo, si preguntas si hay que poner la pena de muerte, más de 50% de los venezolanos te va a responder que sí”.
-¿Por qué usted les diría que no?
-La muerte de alguien nunca será justa. Además, no es necesario, para evitar el daño que cause una persona, matarla. Las instituciones y las sociedades modernas pueden tener medios para controlarlos. Si la persona está convertida en un criminal que se formó como tal, eso requiere un control especial, que puede ser la cárcel pero realmente cárceles. Nuestras cárceles son el mundo donde la violencia tiene su asiento, su difusión, su producción y su expansión.
La pena de muerte, insiste, “es injusta, porque no hay derecho a matar a nadie, sobre todo cuando se lo puede controlar”. Además, “la pena de muerte no resuelve nada; de hecho, en los países donde hay pena de muerte no ha disminuido la violencia, ni el eliminar la pena de muerte la ha aumentado, de manera que la pena de muerte no es eficiente”.
Moreno enfatiza que, por el contrario, la pena de muerte “puede servir para algo muy malo”, que es “el descargar la venganza no solamente de aquellos que son víctimas sino de la sociedad misma. La sociedad aprende que vengarse es lo que tiene que hacer, que vengarse es lo bueno, y eso difunde más violencia en el ánimo de la gran población, de la gran masa. La pena de muerte es dañina para la sociedad”.
El investigador entiende que esa sea la reacción, pero remarca que la pena de muerte no es lo justo. Por el contrario, subraya que se necesita control por parte del Estado.

Fotografías: Avelino Rodríguez.
Fuente:
http://www.correodelorinoco.gob.ve/tema-dia/pais-hay-una-subcultura-malandros-para-quienes-matar-da-prestigio-y-poder/

EL ESTADO DE FACTO

Alejandro Moreno asegura que los criminales imponen el Estado efectivo / Foto Wil Riera



Alejandro Moreno: De seguir como vamos, Venezuela desaparecerá como sociedad

La entrevista es con el Psicólogo, Teólogo y Doctor en Ciencias Sociales Alejandro Moreno, un hombre internado por décadas en los barrios de Caracas, quien asegura que la delincuencia es el nuevo Estado en Venezuela. Moreno ve con pesimismo el futuro del país,  y vaticina, si no hay correctivos pronto, la ruptura de la sociedad venezolana. Lea la entrevista que le hicieran Leo Felipe Campos y Hector Bujanda para el portal Contrapunto
 
La impunidad, la expansión de las redes delincuenciales, el discurso violento y la incomunicación entre las élites y los sectores populares han creado un escenario que amenaza con destruir el sentido de convivencia

Desde hace años sus perfiles del delincuente, sus investigaciones cualitativas sobre la violencia en estado de expansión, le han otorgado cierta fama de “oráculo de lo peor”. Una fama parcial, casi mediática, que no se corresponde con los tantos años de inmersión en la vida popular. Él ha desarrollado una sensibilidad única alrededor de la gente pobre y humilde, de quienes tiene siempre palabras generosas asociadas con valores como la vida y la convivencia.
Que el Seguro Social en Venezuela, un país con un tremendo sentido de la solidaridad, sean la familia y los amigos; que no esté de acuerdo con la palabra “marginal”; que sostenga que ha disminuido la edad de los asesinos y eso los hace más peligrosos; y que reconozca no saber cómo puede ganarse esta batalla contra la delincuencia, describen claramente la complejidad del padre Alejandro Moreno.
Dice eso y más: que no hay Estado o, peor, que actualmente el Estado efectivo es el que han ido imponiendo los grupos criminales.
Hay personas que se definen por sus formas, su atuendo o su entorno inmediato. A este cura salesiano lo describe mejor la investigación continuada sobre los modos de vida barrial y lo que ha sabido recoger y volcar, a partir de allí, en libros, ensayos, conversatorios y conferencias. Por ejemplo, la conclusión de que hay dos sectores de la sociedad que nunca se han comunicado, el que representa el cerro y el de los edificios.
Nació en España, pero desde hace más de 50 años vive en un barrio caraqueño, del que siempre ha preferido esconder exactitudes. Entrado hoy en los ochenta años y desde su modesta oficina arropada por libros, la mirada y la voz de Alejandro Moreno, psicólogo, teólogo, filósofo y doctor en ciencias sociales, se han vuelto como las aspas de ese pequeño ventilador que lo escolta detrás de su escritorio: casi anónimas para la dinámica turbia de la política y del juego de poder en Venezuela.
No es de extrañar, por eso, que mientras más habla en los medios menos lo buscan las instituciones y los actores políticos encargados de producir alguna solución sostenible a esta guerra nuestra, que ha empezado a devorarse al país. A chavistas y antichavistas por igual.
Los criminales imponen el Estado efectivo
–Comencemos con un diagnóstico, ¿en qué estatus estamos con respecto a la violencia criminal?
–El contexto de la violencia no es nuevo. Desde los años ochenta, la violencia en Venezuela ha tenido momentos críticos, el primero fue el Caracazo. Teníamos una tasa de homicidios que, más o menos, correspondía al promedio mundial, estábamos dentro de la normalidad, entre comillas, pero con el Caracazo esa cifra dio un salto y no bajó de ahí, se estabilizó.
El segundo momento crítico fueron los intentos de golpe de Estado de 1992, y ya tenemos implicados a los militares, a Chávez y a sus intenciones de transformación social. Pasó lo mismo, esa tasa subió y se estabilizó. Durante el período de Caldera, subió y bajó, pero no drásticamente. En 1998 y 1999, con el cambio de gobierno, dio otro salto y esa cifra se convirtió en una espiral ascendente.
En el año 1987, por ejemplo, estábamos en 8 asesinatos por cada 100 mil habitantes, más o menos. Hoy estamos en 83 y la población no se ha multiplicado por diez. Ese es el estado en el que estamos.
–¿Y cualitativamente, cuál es el estado de la delincuencia, especialmente la que se origina en los sectores populares?
–Quiero aclarar que en otros sectores sociales también hay crímenes, pero no tienen tanta publicidad. Ahora, hablando de lo popular, que es lo que estudiamos, lo primero –y gravísimo– es la drástica disminución de la edad de víctimas y victimarios. Quienes trabajamos en esta organización, que se deriva de la preocupación por entender el estilo de vida popular venezolano, vivimos en sectores populares desde hace años y lo vemos a diario.
Si en algún momento el promedio de edad del delincuente estuvo alrededor de los 18 o 20 años, ahora debe andar en torno a los 15 o 16 años, pero con una gran incidencia en edades menores. En nuestras investigaciones hemos encontrado que todos los sujetos dicen que su inclusión en la delincuencia violenta comienza, más o menos, a los 14 años. Se puede decir que hoy el inicio de muchos de los delincuentes está en torno a los 12. Hemos visto cosas tremendas.
–¿Qué consecuencias tiene esto?
–Muy graves, porque el preadolescente y el adolescente no tienen ni la experiencia ni la capacidad de procesar la realidad racionalmente, como pudiera tenerla un adulto. El adulto, aunque sea un delincuente, calcula peligros para él, circunstancias de riesgo, y hay un cierto control interno, aparte del control externo que pueda haber desde la comunidad o la familia.
Los preadolescentes no es que sean la irracionalidad pura, pero no tienen el razonamiento, la observación objetiva de la realidad en la cual se están moviendo. Predomina en ellos la impulsividad emocional y afectiva, de tal manera que por cualquier situación que les produzca rabia o un disgusto de cualquier tipo, es muy fácil que pasen del sentimiento a la acción, sin razonar ni calcular las consecuencias. Son mucho más peligrosos.
–¿Ha visto diferencias con lo que viene después del disparo entre un preadolescente y un adulto?
–El adolescente se libra de culpas fácilmente. Según nuestra experiencia, por el primer asesinato puede que no duerma esa noche. Quizás. Pero a las 24 horas ya ha entrado en un estado de indiferencia en relación con lo que hizo y eso se va a mantener, a menos que el joven tenga un acopio de experiencia ética, de familia establecida que le haya dado experiencias positivas. Esos casos también los hay, por supuesto, pero no son la mayoría. El adulto ya está avezado de por sí y lo que va a tener en cuenta es lo que le pueda producir peligro.
¿Cuáles son esos peligros? Caer en manos de la policía, aunque hay 94% de impunidad, de modo que no es gran problema, o provocar la reacción de otros –eso sí– las culebras. Al que está marcado, lo esperan y lo matan, el tiempo no cuenta, pueden pasar cuatro, cinco o diez años. De ahí que vengan los grandes enfrentamientos entre grupos. Yo no diría bandas.
–¿Por qué no?
–Porque una banda es algo organizado, donde hay un centro de poder y unos dependientes de ese centro de poder. Hay una organización muy rígida, como en las mafias de la droga, por ejemplo. En el caso de los muchachos, que son cada vez más jóvenes, ellos no están entrenados, se van entrenando. No son bandas organizadas de por sí; a veces son panas, que es algo muy venezolano, el “tú a tú” afectivo. Estos grupos son inestables, pierden a unos, vienen otros, o hay enfrentamientos internos y se matan. Pero lo grave y peligroso es cuando se comienzan a conectar. Siempre lo estuvieron, más o menos, pero en estos momentos se están conectando más y se están formando redes: los de un barrio con los de otros barrios. Y si siguen como van, en cualquier momento, van a dominar la sociedad.
–Pero una red implica un flujo de algo.
–Flujo de información. Flujo de armas, de técnicas, de ideas.
–¿Cree usted que está naciendo una red de pequeños ejércitos?
–Se está formando un Estado efectivo por debajo del Estado formal, inefectivo y vacío.
–¿Un paraestado?
–No, un Estado. ¿Qué es lo que hace el Estado? Rige la conducta y la manera de vivir de las personas. Estos grupos están rigiendo eso en casi cualquier barrio. A las seis de la tarde, la gente ya no está en la calle y cuando sale debe mirar a todos lados para ver qué pasa. No puedes vivir en tal sitio, tienes que mudarte. Incluso de afectividad: no puedo relacionarme con cierta muchacha… No sé si me explico. Y estos grupos, a medida que se vayan relacionando y tejiendo redes, van a construir un Estado completo. El Estado efectivo.
Los círculos de la violencia
–¿Hay criminales que tienen más poder que otros?
–Vamos ahora a ese aspecto. Yo estoy hablando de los muchachos o adultos jóvenes, porque normalmente el delincuente popular no pasa de los 25 años, al 70% los matan antes. Ellos consiguen lo que quieren y no tienen castigo o consecuencias negativas.
–¿Y qué quieren?
–Lo que los motiva, fundamentalmente, no es tener dinero, que también, sino el respeto de todos. Cartel, prestigio, importancia. Producir miedo, dominar un grupo.
–¿Mujeres?
–Claro, también, pero las chicas por el prestigio, no por las chicas. Tienen buenas motos porque producen respeto. Tienen buenas ropas de marca, las llevan muy mal, pero las tienen, y eso significa prestigio. Por ejemplo, cuando matan a alguien por un par de zapatos no es por el par de zapatos, sino por la marca.
Ahora, hay grupos de delito común que se van organizando y aquí ya se mezcla ese delito a partir del prestigio con el delito organizado, como el de las bandas de la droga, que están en estos momentos regidas por los pranes de las cárceles. Hay ciudades en Venezuela, enteras, gobernadas por los pranes de la cárcel que está en esa ciudad. Ellos allí son el gobierno efectivo. Tienen distribuidas las zonas, unas para usted y otras para usted, y no solo tienen ahí el lugar para sus controles delictivos, sino para el control sobre la gente.
–Hay especulaciones sobre el control que tiene el Picure en varias ciudades del estado Guárico, por ejemplo.
–Yo hablo de los pranes de la cárcel. El Picure está afuera y hasta donde sé, actúa en el campo, fundamentalmente.
–Volvamos a la edad de estos delincuentes cada vez más jóvenes, ¿es un fenómeno venezolano o una tendencia mundial?
–En América Latina es general, pero en Venezuela es crítico. Los motivos son varios, en primer lugar, por la impunidad, y con ella el modelaje. Uno reproduce las conductas exitosas que los modelos exhiben. En las comunidades y los barrios, los más exitosos son los malandros. Los malandros mayores, quiero decir, de 18 o 20 años, son los más exitosos: en jevas, en motos, en fiestas, en prestigio, en respeto. Incluso, algunos, tienen buenas relaciones con los policías.
–Pero mueren temprano.
–¿Y cómo mueren? Se matan entre ellos, los matan en las cárceles o los matan en un enfrentamiento con la policía. Las culebras son muy variadas, por una muchacha, porque me dijiste esto, porque me miraste mal. En un barrio, la violencia de origen se desarrolla en tres círculos más o menos definidos.
–¿Cómo son esos tres círculos?
–Primero, el de los profesionales. Siete u ocho mayores, entre 18 y 25 años, que han convertido el delito en su forma de vida. Tienen una manera de pensar, de concebir la realidad, de establecer las relaciones con la comunidad. Generalmente, en ese grupo hay un malandro mayor. Esto quiere decir, un muchacho que ha pasado los 25 años o es más inteligente, más cauto, y controla al grupito por prestigio y no por imposición propiamente. Alguien que es capaz de organizarlos para que planifiquen sus acciones fuera de la comunidad. Dentro de la comunidad protegen a los habitantes, no permiten el ingreso de otros grupos, son la auténtica policía, pero cuando matan al malandro mayor en un barrio, estalla un período de anarquía peligrosísimo, que puede durar dos o tres años hasta que otro crece y por algún motivo se logra imponer.
–¿Y los otros dos?
–En torno a este primer círculo hay otro de adolescentes entre 14 y 18 años, las edades, por supuesto, no son fijas sino referenciales. Este grupo puede estar integrado por una decena o más. Los del primer círculo le encargan a estos muchachos alguna acción. Son más seguros para el delito porque aún no son mayores de edad, así que no pagan cárcel o si acaso van a parar a algún centro correccional.
Estos del segundo círculo van entrando en la actividad, pero esto no quiere decir que todos vayan a acabar en el círculo de los profesionales. Aprenden a usar las armas, aunque normalmente no tienen mucha puntería, pero es porque se drogan, también. Y en torno a este segundo círculo está el tercero, más numeroso, de niños que tienen 10, 12, 14 años. Si el primero es el de los profesionales y el segundo es el de los aprendices, el tercero es el de los observadores.
–¿Qué observan?
–Estos niños oyen constantemente todas las hazañas que los del primer círculo le cuentan a los del segundo. Por supuesto, muchas veces son como los cuentos de los pescadores o los cazadores, que tienen mucho de invención, pero despiertan la atención de los más niños, porque son narraciones sugestivas, sugieren a los más pequeños que ellos pueden llegar allí. Les despiertan la fantasía y la imaginación. Por eso, hemos visto que algunos investigadores preguntan en las escuelas: ¿qué es lo que tú quieres ser cuando crezcas? Y un buen porcentaje de los niños responde: quiero ser malandro. Hay un modelaje amplio, si el modelo  fuera castigado no produciría ese efecto, no se imitaría. Pero si es exitoso, se convierte en una conducta imitable, que yo puedo reproducir. Y aquí hay una impunidad casi absoluta.
–¿Qué otros modelos hay en el barrio que permiten salir de estos círculos?
–En Venezuela la figura que puede dar normas de vida es la madre, no el padre, porque normalmente no existe, es una figura inestable, viene y va, tiene poca influencia. La madre, normalmente, se preocupa y trata de aconsejar al hijo, pero la madre venezolana necesita al hijo varón, necesita que no se le vaya, eso es ancestral, ¿por qué? Porque no tiene esposo. Incluso, teniendo una pareja transitoria o estable en la casa, esa figura masculina suele ser marginal. Hay que conocer a la familia popular venezolana para darse cuenta de esto. Ella entra en complicidad con el hijo para no perderlo. Le puede reclamar, darle consejos, pero si él llega con algo robado a la casa, se lo esconde. Se traza una norma ambigua.
He encontrado casos en los que la madre ha tomado tan mal que su hijo sea un delincuente, que se enferma. Existe esa expresión: “estás matando a tu mamá”, y eso sí hace reaccionar al muchacho, siempre y cuando no sea un malandro estructural, que tiene una personalidad que se ha hecho de violencia y no puede entender otra cosa en la vida.
–¿Y eso que usted llama los malandros estructurales, entonces, cómo se recuperan?
–Normalmente no se recuperan.
La razones de matar a un policía
–¿Qué puede hacer el Estado en las circunstancias actuales para revertir esta violencia?
–El Estado tiene que querer, y este Estado no quiere.
–¿Por qué no quiere?
–Se pueden elaborar muchas hipótesis.
–¿Por ejemplo?
–Por ejemplo, ideológicamente este Estado dice que el delincuente es una víctima de la sociedad capitalista, y mientras no exista la sociedad socialista no vale la pena hacer nada.
–En un modelo como el cubano, un asalto con una navaja puede generar un estado de asombro entre quienes presencian el hecho.
–Imagínate que el asaltante, en vez de tener una navaja, tuviera una pistola. Esa es la diferencia. En Venezuela las armas se consiguen con mucha facilidad, y se sabe de dónde vienen: de alguna institución del Estado, porque las armas, internacionalmente, se las venden las empresas fabricantes a los estados, salvo un 5% o por ahí, que circula ilegalmente, como parte del contrabando.
–¿Usted dice que el Estado tiene como política trasvasar esas armas?
–Cuando me dices que “tiene como política” yo no lo sé, porque no tengo datos para decir eso. Pero de que hay gran parte de miembros en instituciones del Estado que lo hacen, sí. Ellos mismos lo han dicho. Todos los casquillos de proyectiles son de Cavim.
–¿Y el policía qué papel juega?
–No lo sé, pero hay una gran parte de funcionarios que trasvasan esas armas, así no sea por motivos políticos. Por ahí tiene que haber algo, pero no me hagan ponerme mal con los policías.
–¿Los mismos policías no suben las armas y la droga a los barrios?
–Sí, pero tampoco es que tienen que subir las armas o las drogas, basta con indicar el sitio donde hay que ir a buscarlas.
–¿Y no ha habido un considerable número de asesinatos de policías en los últimos meses?
–Parece que ha habido un cierto control de armas, deduzco, que ya no circulan con tanta facilidad como circulaban antes, y por eso hay tantos policías que mueren o los matan para quitarles el arma.
–¿Puede tratarse de un rito de iniciación?
–Allí es donde está el problema, uno no sabe si los matan por la disminución de las armas o es por otra cosa. Una de las razones de matar a un policía es que te da prestigio, e incluso puede ser un rito de iniciación, que siempre se trata de un asesinato. Alguien le indicará al nuevo de la banda que debe matar a un policía. Le da el arma y le dice “mátalo”.
No se puede ganar esta guerra –¿El modelo dominante que se ha arraigado en el barrio, por tanto, es el bandidaje?
–No, hay otros modelos. Lo popular es muy amplio. Hay gente que tiene valores delincuenciales: el malandro. Eso no es un antivalor. El valor es algo que tu valorizas. Si el malandro da valor a matar a otro, ése es su valor. Y eso rige su conducta. Por otro lado, la madre intenta inculcar valores a sus hijos y lo logra en un 90% de los casos. Esa gran porción de la población popular no está dañada, lo que pasa es que el otro grupito, esos círculos de los que hablamos, tienen una gran capacidad de destrucción porque no hay quien los controle y por eso parece que dominaran absolutamente todo. De hecho dominan a la gente en el sentido de que infunden pavor y la obligan a encerrarse, pero no dominan sus mentes, su manera de pensar y su sistema de valores.
El sistema de valores del venezolano permanece, hay que tomar en cuenta que la delincuencia es un sector. ¿Va creciendo? Sí, porque si dejas un fenómeno social libre, a su propio arbitrio, se desarrolla, va captando y reclutando gente. El modelaje va influyendo y por eso tenemos más delincuentes de los que deberíamos tener.
–¿Con esos otros valores se puede ganar la batalla contra el Estado efectivo que se ha venido instaurando?
–Todos queremos que se gane esa batalla. Ahora, yo no veo por dónde se va a ganar. Eso que quede muy claro: no veo por dónde ganar esa batalla en muchos años. Todo eso pasa porque en Venezuela no tenemos Estado.
–¿Cuáles son esos otros grandes valores de lo popular? ¿El músico, el deportista?
–No, no, son valores mucho más de fondo. El valor de la vida, del respeto al prójimo, el de la solidaridad, que es tremendo. En Venezuela el Seguro Social no existe, el Seguro Social de un venezolano es su familia. La familia venezolana es muy grande, porque no es una familia nuclear. Y todos entran para ayudar o cooperar en una enfermedad que el seguro no puede cubrir.
El sentido de la solidaridad, que es un sentido muy cristiano, creo que se le metió adentro al venezolano y predomina. Está el valor de entenderse, el valor de conversar, de comunicarse. La convivencia. El venezolano es un hombre convivial, el europeo es un hombre económico. Ahora, lo que pasa es que la gente del barrio ha dejado de salir de casa, habla bajito, porque no sabe quién puede oír. Eso está dañando toda la convivencia y no sé a dónde vamos a ir a parar. Eso está desnaturalizando al venezolano.
–¿Estamos al borde del fracaso como sociedad?
–De seguir como seguimos, Venezuela desaparece como sociedad. No sé que va a venir, vendrá la anarquía, nos vamos a matar, no sé. Pero de seguir como seguimos, la sociedad como una integración, desaparecerá.
–Usted ha dicho que la violencia se contagia¿Estamos imposibilitados para la reconciliación?
–Esa es la reacción que consigues en Facebook, por ejemplo, cuando matan a un malandro. Lean los comentarios. Ya es normal que a alguien se le ocurra pensar “vamos a matar a esas mierdas, a esa basura”. Es normal que a uno se le ocurra una solución así, pero en el acto entran los valores, entran las convicciones éticas que te exigen buscar otra solución. Esa es, digamos, una reacción espontánea. Todo el mundo está en condiciones de someter esos hechos a la reflexión, en base a los valores y principios éticos. Pero hay gente que no. Hay gente que incluso puede justificar ese pensamiento como una autodefensa, como una legítima defensa: “si ellos están preparados para matarme, pues yo los mato primero”. No es una justificación adecuada, pero se consigue justificar. El año pasado teníamos una tasa de homicidios de 79 por cada cien mil, ahora la tenemos en 83. ¿Cuánto vamos a tener el año que viene?
Lo popular y las élites, dos mundos incomunicados
¿Cuál es la responsabilidad de la sociedad en general, en particular de las élites y la clase media profesional?
–Eso es bien complejo y nos llevaría tiempo responder. Para decir algo: la gente de los sectores populares ve a la gente de la que ustedes hablan, que tiene carros, que vive en zonas residenciales, las ve como “otros tipos”. No las ve como propias.
En Venezuela hay dos mundos que no se comunican: el mundo de la vida popular y el mundo de vida de las élites. Las élites no se acercan al mundo popular, y los sectores populares se acercan a las élites porque tienen que trabajar e intercambiar con ellas, pero consideran que pertenecen a otro mundo. Normalmente no se meten con ellas. Lo que existe son ciertas relaciones de familiaridad.
En Venezuela siempre ha habido esa cosa de tomar en consideración la parte personal, humana, de los otros, pero estableciendo diferencias. El mundo de las élites es el mundo moderno y para ciertos venezolanos ese mundo no es suyo en absoluto, de ninguna manera. Así que tenemos dos sectores, dos mundos, que no se encuentran y que en este momento están más separados que antes, porque le han infundido a los sectores populares ya no una distinción sino una voluntad de enfrentamiento.
Eso es propio de las revoluciones, extremar la lucha de clases, intensificar las contradicciones de clase para que se produzca la revolución.
¿Qué ha hecho la sociedad? Cuando digo sociedad me refiero a quienes la dominan: ha seguido con su rol, haciendo sus propios programas donde suponen que los otros deberían cumplir un papel determinado. Sólo piensan en lo que deberían hacer como propio y suponen lo que deberían hacer los demás. Ahí está la televisión, proyecta modelos de clase media, cuando eso no es lo que se desea en lo popular. En los sectores populares se desea lo que los otros tienen, pero no el sistema de relaciones, ni el sistema de pensamiento o valores que tienen las élites.
–Parte de esas élites también ha decidido irse del país.
–Y también se está yendo el pueblo, para que lo sepan.
¿Para dónde?
–Para España, por ejemplo. Podría decir que en mi barrio hay gente que se ha ido para España, para Panamá, para Colombia.
–¿Y de parte de la élite no ha habido también un lenguaje y una violencia contra lo popular?
–Sí, claro, pero la estigmatización sigue produciéndose desde los altos niveles del Gobierno, desde el primer momento. Los que elaboran sus discursos son los que se formaron en la misma estructura de las clase media venezolana. Lo dicen de otra manera, pero es el mismo contenido, el mismo significado. Ése es el problema. Yo creí que era otra cosa y voté por Chávez la primera vez, pero esto es peor. Y los significados son los mismos de exclusión, pero, además, hipócritas. Y perdonen que diga lo que pienso al respecto.
–¿Cuál es el plan de Alejandro Moreno para destrabar el cuadro de violencia?
–Hablamos de barrios y modelos, no lo hemos dicho todo. En todos los barrios hay gente que cuida a los niños, espontáneamente, y pone dinero de su propio bolsillo para hacer grupos de deporte, grupos de danza para muchachos y muchachas. La iglesia tiene presencia y tiene modelos muy importantes para la convivencia, pero,  ¿en qué porcentaje? ¿Hasta dónde puede llegar eso, si cualquier delincuente muestra sus éxitos y no le pasa nada?
Hay modelos, repito, hay instituciones que se mantienen, que son efectivas, como la escuela. Y hay modelos espontáneos de gente que trabaja con la comunidad: personas que son referencias, que hablan, que consiguen soluciones, que negocian y saben entenderse con los malandros. Ese modelo funciona y es respetado, incluso entre los malandros. Pero si no hay una intervención del Estado, poco se podrá hacer efectivamente, un Estado que haga cumplir su papel de defensor de la libertad y de la posibilidad de actuación de la gente.
–¿Cómo sería esa intervención? Desde los ochenta, Venezuela es una sociedad con diversos ensayos fallidos.
–La delincuencia hasta Chávez estuvo más o menos controlada. Teníamos una delincuencia inferior a la colombiana, a la brasileña, a la mexicana, a la salvadoreña. A partir de Chávez esto crece indefinidamente. Debe haber, entonces, un factor que lo favorece, no es que antes no hubiese un fracaso, pero no estábamos dentro de los países más violentos.
–¿Usted ha participado en algún proyecto gubernamental para ayudar a resolver el problema de la violencia?
–No, no, yo he sido invitado dos veces por el Ministerio del Interior, Justicia y Paz a participar en un foro, donde expuse algo y los otros invitados también. No han sido sesiones de trabajo. Si me invitan voy, para que no digan que uno no colabora. Yo he ido una sola vez a una sesión de trabajo y fue con el comando de campaña de Leopoldo López para las primarias de la oposición. La única vez. Me llaman, más bien, para pedirme información, solo eso.
–Con su edad y su experiencia, con lo que ha vivido en Caracas, ¿usted es optimista o pesimista?
–Sobre el venezolano soy muy optimista. Pero soy muy pesimista con las instituciones que generan las élites, que están divorciadas del sentido profundo de los verdaderos significados del venezolano. El venezolano me parece fenomenal, se ha formado de una manera distinta. Las élites de todo tipo, de izquierda, de derecha, cuando llegan a espacios de poder funcionan de una manera incompatible. Hubo un tiempo de la llamada Cuarta República en que parecía que caminábamos hacia una cada vez mejor organización del Estado, más comprensiva, más democrática. Esta situación interrumpió eso y, bueno…
–Pero este ha sido un período del arraigo a lo popular, de identificación y representación de los sectores populares con la política y la gestión de Gobierno.
–Los discursos del Gobierno son violentos. Son agresivos. Modelan violencia. Eso no es popular. Si ustedes creen que lo popular son las formas, el folclor, déjenme recordarles que también lo había antes. Pero el espíritu, el contenido, los significados, las emociones representadas por este gobierno no son populares.
–¿Ah, no? ¿Que serían entonces?
–Violentos, revolucionarios. Marxistas. Son discursos de enfrentamiento.

Fotografías: Wil Riera / Gil Montano, tomada de: http://www.la-croix.com/Religion/Actualite/Le-P.-Alejandro-Moreno-dans-les-barrios-de-Caracas-2014-01-07-1085659  / http://www.laverdad.com/politica/94739-hrw-denuncia-abusos-policiales-durante-olp-venezuela.html  / http://www.noticierodigital.com/2015/07/el-nacional-familiares-de-4-muertos-en-cota-905-niegan-que-hubo-enfrentamiento/
Fuente:
http://www.lapatilla.com/site/2015/04/22/alejandro-moreno-de-seguir-como-vamos-venezuela-desaparecera-como-sociedad/

HASTA DONDE HEMOS LLEGADO


Por ambos lados  
Alejandro Moreno  

Hace poco menos de un mes, escribí refiriéndome a las bandas criminales: “Periodistas e intelectuales que sobre ellos (los delincuentes) escriben o los investigan, en su mira”. Hoy me llega información de que un grupo de periodistas investigadores, los más destacados y valientes, están en la mira de ciertos organismos policiales. Les abrieron una investigación, porque, según el limitado cerebro de esos policías, no es posible que los malandros, cuando ellos llegan en su búsqueda, ya estén prevenidos. Eso, les dicen sus pocas neuronas, tiene que ser porque los periodistas les informan intencionalmente en sus artículos; no porque, cumpliendo con su deber informen, dicen –evasiva para ingenuos–, sino porque algunas de sus noticias parecen tener tinte político y porque puede ser que incluyan en ellas algún aviso a los delincuentes de modo que con eso llegan a entrabar la acción de la justicia. De este modo el periodismo serio, que nos muestra la realidad de la violencia para que todos estemos convenientemente informados y prevenidos, está “mirado” desde ambos lados. Se encuentra entre dos fuegos. ¿Cuál es más peligroso? No sé de nombres, pero me imagino que el amigo Javier Ignacio Mayorca debe ser uno de ellos. Menos mal que mi también amiga Thábata Molina está fuera, pero nunca se sabe; ciertas policías tienen las manos muy largas.
Esto asusta, pero más asusta todavía la ignorancia que muestran los organismos de seguridad sobre la realidad actual de las bandas criminales. Que se enteren: son grupos poderosos, muy bien organizados, expertos en negocios, con gran capacidad financiera, muy bien informados por equipos de inteligencia mejores, al parecer, que los que asesoran a las policías. Sus bandidos (viene de banda), no necesitan leer la prensa, aunque tampoco son analfabetas todos, para saber por dónde anda su enemigo. Y asusta al ciudadano común y honesto comprobar que los que tienen que defender su seguridad son incapaces, desinformados, mal preparados técnicamente y muy ligeros de cascos. Si en vez de andar por ahí buscando chivos expiatorios, para justificar su impericia e inferioridad mental, se preocuparan por prepararse bien en su oficio, leer, ellos sí, estudiar y pensar, quizás otro gallo nos cantaría.
Convertir a los periodistas en culpables y víctimas de persecuciones no sólo judiciales sino también criminales, ha caracterizado siempre a los regímenes dictatoriales. El nuestro no se aparta de esa ruta sino que nos sumerge cada día más profundamente, a pasos militares, en el abismo de la tiranía.
Fuente:

LA RAZÓN, Caracas, 17 de mayo de 2016
Alejandro Moreno: Las OLP “son un permiso para matar 
“En este momento hay muy pocos niños en situación de calle. ¿Sabes dónde están? Capturados por las bandas. Y en la banda se están formando”, advierte el sacerdote salesiano Alejandro Moreno, director del Centro de Investigaciones Populares 
Patricia Marcano
 
Desde hace más de tres décadas el padre Alejandro Moreno se ha encargado de investigar el estilo de vida en el barrio, pero no desde afuera.
Sus trabajos han partido de la propia experiencia de vivir en un sector popular caraqueño que prefiere no revelar, del compartir con vecinos, con los amigos de los vecinos y con sus familiares, a los que llegó a visitar; de ganarse la confianza de los propios malandros del barrio y comprender de qué van, de la convivencia con sus alumnos universitarios y de los jóvenes que atendía en su labor como sacerdote salesiano. En eso sigue.
Creó el Centro de Investigaciones Populares (hace 32 años) y conformó un equipo que se ha encargado de estudiar, junto con él, el modo de vida popular venezolano; comenzaron con un trabajo sobre la mujer y el hombre popular y en las indagaciones surgió la inquietud por la violencia.
“El perfil actual del homicida venezolano es matar por matar”
“Nos preocupamos por entender, desde adentro, qué tiene en la cabeza un muchacho de origen popular que se dedica al delito, fundamentalmente al homicidio”, algo que no se había hecho hasta entonces, explica Moreno, quien es teólogo, filósofo, psicólogo y doctor en Ciencias Sociales.
Por esa experiencia vivida e investigada, que quedó plasmada en el libro “Y salimos a matar gente” (2007) y en otros documentos que han seguido publicando, el padre habla con franqueza y sin reparo sobre una “cultura malandra” a la que nadie -asegura- ha querido prestarle atención.
Rechaza enfáticamente las opiniones que le atribuyen a los embarazos adolescentes y a la familia matricentral el aumento de la delincuencia y asesinatos, cuestiona los planes ejecutados para enfrentar a las bandas y evita dar soluciones puntuales –porque no existen ante tanta complejidad- para frenar el desborde de la violencia y del hampa en el país. “Aquí hay que meterle mano a todo, es una cuestión global”.
A rey muerto, rey puesto ¿Cuál es su lectura sobre la Operación de Liberación del Pueblo (OLP)? ¿Han funcionado?
Han tenido un resultado negativo totalmente, porque verdaderamente es un permiso para matar. Matan indiscriminadamente, siempre a los que tengan la apariencia de que son culpables pero sobre ningún culpable hay derecho a matarle. Además, muchas veces no son culpables sino que simplemente tienen cara de malandros, sobre todo si no la tienen muy blanca.
¿Y qué opina de esta nueva fase de las OLP?
Es una orden vieja que se ha dado hace tiempo, a un grupo determinado, para que persigan y maten a los llamados jefes de bandas, pero ahí se mete a todo el mundo, o a todos los que ellos consideren malandros. Esta fase no tiene nada de nueva, simplemente es una profundización, una insistencia y ampliación de lo puesto en marcha anteriormente.
El presidente Maduro le dio un plazo de 72 horas a las bandas criminales para que se entreguen. ¿Qué pasará?
Los llamados del presidente Maduro ya sabemos cómo son. Yo creo que ahí no vale la pena extenderse.
¿Las bandas delictivas han evolucionado en estos 30 años, según sus investigaciones?
Han ido evolucionando, no tanto el sujeto malandro en su estructura psicológica y manera de ser, sino el grupo, la banda. La banda típica del barrio es pequeña, de unos 6 u 8 componentes, muchachos entre 18 y 25 años que son los mayores, que después tienen un entorno de adolescentes que giran a  su alrededor y después un entorno de niños.
“no les han puesto coto en ningún momento”
El núcleo, o el primer círculo, son este grupo de malandros que podríamos llamar profesionales, que se dedican a la delincuencia y van captando jóvenes o por lo menos los van seduciendo, porque no quiere decir que todos los que están en torno a ellos acaben siendo malandros.
La mejor manera de definir a esas pequeñas bandas es como un grupo de panas que se dedican a las cosas malas, que se relacionan entre sí, son amigos, panas. Antes en cada barrio había una o dos bandas de este tipo que a veces se enfrentaban, incluso hoy sigue habiendo, especialmente en Petare donde no han surgido grandes bandas.
Pero ahora estos pequeños grupos han evolucionado hacia bandas mucho mayores, que constituyen las grandes bandas o macrobandas. Uno de los más típicos representantes de esas bandas ha sido El Picure y lo mataron.
¿Esa es la manera de acabar con las grandes bandas, matando al jefe?
En este momento hay una explosión de violencia del Estado contra las bandas. Hay grupos organizados para eso, con la orden de eliminar a los jefes de bandas y te lo digo casi con las palabras literales, ‘a los jefes de bandas estén donde estén’, y esa orden posiblemente viene del alto Gobierno.
“Uno no sabe hasta dónde van a llegar, uno no sabe si tienen intenciones políticas”
Eso no es ninguna solución, va contra los derechos humanos porque son ejecuciones extrajudiciales, favorece las venganzas personales, la corrupción. Que la gente espontáneamente diga ‘sí, está muy bien que los maten’, puede formar una conciencia violenta en la gran masa de la población que es terriblemente peligrosa. Eso es lo que está pasando con los linchamientos”.
Además, matan al Picure pero ya surgirá otro dentro de poco, porque a rey muerto, rey puesto. Esas no son bandas de un delincuente, son organizaciones completas, con gran financiación, con muchos negocios, desde narcotráfico hasta lavado de dinero, cobro de vacuna, extorsiones de todo tipo.
¿Qué está pasando con estas grandes bandas?
Están dando paso a algo mucho más complejo que ocupa amplios territorios. La banda del Picure ocupa desde Barlovento, Anzoátegui, Guárico, San Juan de Los Morros hasta los Valles del Tuy, y ese es un arco impresionante. Pero en Valles del Tuy se encuentra con El tren de Aragua, que es otra banda que viene desde Puerto Cabello, Valencia, Maracay hasta Las Tejerías, y ahí se encuentran, se ponen de acuerdo y atacan a Caracas desde la Cota 905 hasta muchos sectores de La Vega, El Cementerio, Coche, El Valle y prácticamente llegan hasta la avenida Fuerzas Armadas.
Uno no sabe hasta dónde van a llegar, uno no sabe si tienen intenciones políticas, intenciones de influir en alguna manera en elecciones. Esto ha ocurrido desde finales de 2014 y la mayor expansión ha sido desde enero para acá.
¿Y cómo lo han logrado? 
Rodríguez Chacín está diciendo ahora que El Picure era promovido por la derecha. Resulta que él fue el que apoyó al Picure en los primeros tiempos, siendo gobernador de Guárico. Que después El Picure se le separó es otra cosa.
¿Cuánto hay de conexiones de organismos del Estado, con líderes de movimientos del Estado, cuánto hay de conexión con los llamados colectivos? Ahí hay toda una connivencia entre unos y otros que han favorecido, han permitido que todo esto haya sucedido, porque no les han puesto coto en ningún momento.
“Se dice que El Lucifer compró armas por 10 millones de dólares”
Rodeados e invadidos ¿De dónde sacan las armas?
Con toda propiedad vienen de Cavim, no son armas que vienen del extranjero. Las empresas que producen armas internacionales las venden directamente a los Estados, a los Gobiernos, solamente se calcula un 5% de armas que se mueven por contrabando y otras vías, pero las armas internacionalmente son vendidas con muchos controles a los Gobiernos.
El Gobierno ha comprado fusiles de todo tipo y acaban en manos de los malandros. ¿Cómo los consigues? A veces roban, matan al policía para robarle una pistola. Este año ha habido intervenciones en lugares donde hay armamento, ha pasado en Los Teques, en Maracay, en varios sitios donde han robado este tipo de armas. Ya va para un mes que no se nombra nada de eso, quizás porque están comprándolas por otros lados, porque han adquirido dinero suficiente para no tener que hacer eso. ¿La abundancia de granadas en manos de ellos de dónde va a venir?
Se dice que El Lucifer compró armas por 10 millones de dólares y parece, según informaciones serias, que ahí estuvo presente un alto funcionario. Que ese alto funcionario representara al Gobierno o fuera por su propia cuenta es otra cosa. No sabemos. Pero hay conexiones. Además ahora no solo tienen armas, El Lucifer y esa gente tienen drones y han estado funcionando en El Cementerio. Uno tiene algunas informaciones.
¿Las zonas de paz llegaron a funcionar en algún momento?
Yo creo que empezaron siendo desde el primer momento un engaño. Un engaño de los malandros al viceministro Rangel Ávalos, que se encargaba de eso y lo publicitaron incluso por televisión.
Guerra interna
“En este momento, en la zona de El Valle y demás, estas bandas que vienen del Picure y con El Lucifer están ocupando esos espacios que tenían las viejas bandas, y esas banditas se están coaligando también para hacerles frente porque dicen  que son invadidos por la gente que usa alpargatas, por los que vienen del campo. Eso es muy complejo. En este momento hay una guerra interna entre bandas tradicionales que tienen todas las de perder. Es una situación muy seria porque estamos todos involucrados”
A uno de los que apareció en televisión lo mataron un mes o dos meses después. Yo decía, ¿cómo se puede fiar el viceministro de ese personaje? Andaba con su carpeta porque tenía un proyecto que sería financiado para recuperar a no sé cuántos, para actuar en las zonas en las cuales el Gobierno se comprometía a no meter a la policía, a no molestarlos, y ellos se comprometían a entregar las armas o al menos a no usarlas, a dedicarse a otro tipo de actividades y a trabajar con la comunidad.
Al mes ya se habían convertido en zonas de refugio de malandros de otras partes, el dinero que les daban para financiar proyectos lo convirtieron en armas. ¿Quién se va a fiar? ¿Había ingenuidad? Yo no sé, pero es posible que hubiera ingenuidad.
¿Terminaron siendo un espacio para que las bandas se aliaran?
Por supuesto, es lo que ha ido pasando. Si a las zonas que te he dicho del Picure, del Tren de Aragua y las que están en el suroeste de Caracas le sumas los sindicatos que dominan Maturín, que es la quinta ciudad más violenta de América en este momento (una ciudad relativamente pequeña, que estaba muy bien y ahora está dominada por estos sindicatos y es dominada desde la cárcel de La Pica); y a eso le añades todo lo que sucede en el sur del estado Bolívar con los sindicatos del oro, lo que sucede en Amazonas, en la frontera del Táchira, en la frontera de Apure y en la frontera del Zulia, mira, estamos rodeados e invadidos auténticamente por bandas, por auténticas organizaciones delictivas.
El malandro joven ¿El delincuente venezolano siempre ha sido joven, de 20 a 25 años?
Ha habido y hay viejos. Es muy distinto el malandro viejo del malandro nuevo, como se les conoce en el barrio. El viejo tiene cierto respeto. Uno de los que estudiamos había cometido más de 15 asesinatos y tenía cómo justificarlos todos, decía que si no los mataba lo hubieran matado a él. El joven no se preocupa en lo absoluto de justificar, es ‘me dio la gana de matarlo y lo maté’. Por eso estamos como estamos y es tan violenta y tan peligrosa la conducta de los delincuentes.
¿Cuál sería el perfil actual del homicida venezolano?
El perfil actual del homicida venezolano es matar por matar. Matan por venganza, porque otro le quitó la novia, y por razones banales como nos dijo uno de los que entrevistamos: ‘me dio una cachetada y yo le di cuatro tiros’. Y estos son testimonios de los 90. Ahora lo que estamos viendo es eso precisamente, lo que veíamos en el joven como una tendencia ahora se ha convertido en una realidad mucho más amplia. El malandro viejo ha desaparecido prácticamente, o porque se ha muerto o porque lo han matado. Lo que tenemos ahorita es el malandro joven.
“A menos años y más asesinatos, más respeto”
El malandro joven es toda una cultura, toda una manera de ser. No está loco, cuidado. No es un enfermo. Es una manera de ser, compartida con otros. Ahora, si estos otros ocupan medio país o todo el país, imagínate tú, tenemos una cultura malandra al lado de la cultura normal.
En este momento hay muy pocos niños en situación de calle. ¿Sabes dónde están? Capturados por las bandas. Y en la banda se están formando. Nosotros tenemos la Red de Casas Don Bosco para atender a esos muchachos y lo vemos, lo estamos notando. Podemos atender a los niños hasta los 10 años pero de 10 años para arriba ya están en las bandas. Es todo un problema, muy grave, que nadie toma en consideración.
¿Cómo empiezan a delinquir los adolescentes?
En robos. No robando cosas de necesidad sino cosas que dan respeto. El respeto es una motivación sumamente importante para el adolescente y para el delincuente en general. Respeto es que lo tomen en cuenta, es un concepto muy complejo. Pero eso de que roban por pobreza no es verdad, la motivación es destacarse en el grupo.
Yo elaboré en un momento determinado una fórmula del respeto para los adolescentes para jóvenes menores de 18 años. Es ‘número de asesinatos sobre número de años de edad’. A menos años y más asesinatos, más respeto.
Homicidios
“Colombia estuvo en condiciones parecidas y en este momento está mejor. La tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes al año es de 90 en Venezuela, la más alta del mundo. Colombia tuvo una tasa de 60 o 70 y ahora está en 30. Brasil tuvo otra tasa altísima y está en 25, si no me equivoco. En México, del cual se habla mucho, la tasa no pasa de 30. O sea, si el Estado realmente se preocupa, puede disminuir”.
¿Y después incursionarían en narcotráfico?
No necesariamente todos pero son capturados por el narcotráfico y eso para los jóvenes es muy peligroso, porque cuando entras en el narcotráfico te dan una cantidad para que la vendas y ese dinero tienes que devolverlo exacto.
Un joven fácilmente se gasta el dinero y después no lo puede entregar, y si no lo puede entregar, a la segunda o tercera vez, es muerte.
¿Cuál es la edad de los homicidas actuales?
Pueden empezar a los 12 años. Los que hemos estudiado empiezan a los 14, con la adolescencia. Cuando matan a alguien para robarle unos zapatos no es por los zapatos, es la marca; la marca es la que da el respeto.  Muchas veces las bandas lo exigen y como tienen que moverse dentro de la banda, ascender y adquirir respeto, acuden a eso. Héctor, uno de los que estudiamos, dijo que cuando tenía 15 años ya tenía 6 asesinatos encima, o sea, había empezado a los 14 y en un año ya había matado a seis.
¿Y la expectativa de vida de estos muchachos cuál es?
Ah, no, ellos saben que no van a pasar de los 25 años normalmente.
Se dice que el embarazo adolescente es una de las causas del incremento de estos homicidas. ¿Es así?
El embarazo adolescente no es nuevo. En Venezuela toda la vida ha sido así y no hemos tenido delitos de este tipo. Esto viene de los últimos años y si antes no los había y después los hay, algo ha cambiado. La mamá de Bolívar se casa con su papá a los 15 años.
Siempre quieren echarle la culpa a la familia, ella es la primera que paga. El cuento ese de que ‘como carece de padre y la madre sola no puede educarlo, se pierde’. Si fuera por eso todo el mundo sería malandro, porque la familia venezolana no tiene padre, la familia matricentrada, centrada en la figura materna, es la predominante en el país. Tendríamos a todos los venezolanos o a la mayoría de los venezolanos convertidos en malandros y no es así.
Hace un mes el dibujo de una niña donde se pintaba como malandra causó un revuelo. ¿Eso usted lo había visto antes?
“La violencia, el muerto y el asesinato se están convirtiendo en una cosa natural, sobre todo para los niños”
Claro, eso es común, eso no es nuevo. Cuando se han hecho investigaciones en escuelas, desgraciadamente, las respuestas a qué quieres ser de mayor es “yo quiero ser malandro”. No son todos los niños pero hay un número excesivo de respuestas de ese tipo.
¿Y qué es un malandro en el barrio? El malandro tiene buenas chaquetas, buenas pistolas, buenas motos. Es un modelo de éxito, es apetecible ser malandro para un niño porque allí esta viendo el éxito, desgraciadamente. Es un efecto modelo.  Para que ese modelo no se materialice esta la familia, la educación, tantas cosas.
¿Lo nuevo sería que ahora es más común ver malandros? 
Yo no sé si se están preocupando por entender lo que pasa con los niños. Los niños ven muertos en la calle, oyen los tiros y ven quién mata, saben quién es el que mató, cosa que también sabe la policía pero no hace nada. Los niños venezolanos están viviendo eso.
La violencia, el muerto y el asesinato se están convirtiendo en una cosa natural, sobre todo para los niños, porque para los mayores no es natural aunque tengan que aceptar el convivir con esa situación. Pero los niños pueden empezar a considerarlo como una cosa natural y normal. La consecuencia es que aumente el delito y el crimen por cualquier cosa.
Usted ha hablado de la existencia del asesino estructural y del circunstancial ¿Cómo llegó a esta precisión?
Ese es el resultado de nuestras investigaciones, los dos tipos fundamentales de asesinos, de delincuentes de origen popular. El estructural es aquel que se ha formado en la violencia desde la más pequeña infancia y la violencia se ha convertido en algo propio de su personalidad. Y ese parece que no se recupera, aunque toda persona puede recuperarse, cuidado, pero en su gran mayoría no se recuperan y hay que tenerle control.
“tenemos una cultura malandra al lado de la cultura normal”
El otro empieza a convertirse en un delincuente por circunstancias de ambiente, de grupo, sobre todo en la adolescencia cuando comienza a tener conflictos en la familia. Este nunca llega a ser un delincuente estructural, interiormente no está hecho de esa manera y se recupera muchas veces sin necesidad de ayuda.
Hay que saber distinguir y no meter en la cárcel a todos mezclados.
¿Cuál pudiera ser la medida más adecuada para afrontar la inseguridad?
No es una medida, hay muchas medidas que tomar, bien coordinadas, bien pensadas y bien ejecutadas, respetando los derechos humanos, respetando la ética pero siendo fuertes y firmes en el control de las fuerzas delincuenciales. Eso lo han hecho en muchos países. Aquí, en ningún lado.
Lo han hecho en Brasil con medidas muy represivas pero no necesariamente tiene que ser con medidas represivas, en Medellín lo hicieron de una manera mucho más pacífica, más respetuosa de los derechos humanos y de las personas. En esas medidas entraría todo, la educación, la sociedad, la iglesia, pero quien tiene el poder en sus manos es fundamentalmente el Estado.
Fuente:
Fotografías:: J.A López Hurtado.