Del
instinto de supervivencia
Luis
Barragán
Anunciados
y realizados – de un modo u otro - constantemente, los consabidos ejercicios
militares responden a objetivos eminentemente políticos de orden interno. No
existe un mínimo indicio de invasión de alguna potencia foránea, excepto el que
retóricamente ha inflado el régimen en ya casi veinte años, ni así lo ha
dictaminado el Consejo de Seguridad de la Nación, pues, que sepamos, no ha
celebrado la correspondiente sesión que requiere de la presencia del presidente
de la Asamblea Nacional para la debida conformación del quórum.
La
movilización militar se debe al proceso de convocatoria de un referéndum – ésta
vez – revocatorio que, contemplado nada más y nada menos que en la propia
Constitución de la República, no lo autoriza, pues, si lo hiciese, reconocería
la inexistencia misma de un Estado Constitucional. La adquisición y el empleo de
los llamados “drones”, costosísimos aparatos de alta tecnología, para
supervisar y filmar las movilizaciones ciudadanas a fin de solicitar legítimamente el cumplimiento de los
– subrayemos - trámites administrativos
del revocatorio, confirman el evidente objetivo político.
Peor,
mientras que tales artefactos se estrenan para estas jornadas cívicas y
pacíficas, manchando el firmamento, recabando la información que los servicios
de inteligencia procesarán para la saña represiva, la ciudadanía está olvidada
a su suerte en las inmensas colas para conseguir alimentos y medicamentos. No
hay uno de estos “drones” capaces de advertir las situaciones e identificar a
los delincuentes que actúan a sus anchas cuando las personas desesperan para
obtener una fórmula láctea, una pastilla para la hipertensión arterial o papel
higiénico, así como la fuerza militar – comprobado, la más inadecuada para
estas labores – no impide el asalto a mano armada, el secuestro o la muerte de
alguien que paga por el delito de no contar en el bolsillo con un par de
miserables cigarrillos.
Solamente,
el instinto de supervivencia nos explica a los venezolanos en las calles y en
las colas, procurando evadir milagrosamente al hampa, porque no hay autoridad -
y los colectivos armados no lo son -
capaz de garantizar un mínimo de orden y concierto con la confianza que
una limpia actuación suscita. No
quisiéramos siquiera imaginar un tímido movimiento sísmico, imposible de
imputar a la oposición, aunque seguramente la pobre imaginación oficial dirá
del imperio, así sea el dictador de Corea del Norte el que se entretiene con
sus juguetes nucleares: no contamos con servicios públicos mínimamente
eficientes, aunque todos gozan de la generosidad de un presupuesto que ya está
dilapidado.
Ese
instinto de supervivencia amerita de un apropiado desarrollo y muy bien la
oposición democrática puede iniciar una campaña de orientación en materia de
defensa civil que permita, en circunstancias difíciles y aún desastrosas, preverlas
y superarlas en todo lo posible. Por lo pronto, otra campaña, el de una afinada
prevención del delito, a falta de gobierno, puede encararla, porque en las
calles, como en las colas, coexisten las
personas decentes, pacíficas y honestas, con los delincuentes de la más diversa
ralea,
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