Del
cortador insigne de la electricidad (y una teoría de la relatividad especial)
Luis
Barragán
Publicitada
en los cuarenta del XX, como la alternativa energética más segura, limpia y
barata, en un país encaminado a su inevitable urbanización, en las décadas
siguientes surgió la figura también temible del cortador de la luz eléctrica en
hogares y locales por falta de pago. Después de la construcción definitiva del
Complejo Hidroeléctrico de Guri, avanzando en la equidad de las tarifas que
tendía al subsidio de los sectores más pudientes a favor de los más
necesitados, el funcionario se convirtió en una excepción de finales de
centuria.
Pocos
hubiesen adivinado que, en el nuevo siglo, gracias a la destrucción de la
industria, sospechosamente deliberada por todas las numerosas advertencias
anticipadas, reiteradas y oportunas que se plantearon, el cortador tendría la
jerarquía, arrogancia y desfachatez que concede el ejercicio presidencial.
Esgrimiendo la habitual lógica, así como es preferible cerrar una escuela antes
que capturar y castigar a los delincuentes que la asedian, igualmente lo es
cancelar el servicio o incumplir el horario de racionamiento antes que
implementar las decisiones correctivas que se esperaban en los años, meses y
hasta días anteriores.
Elocuente
anuncio que refleja toda una concepción del poder oscurecedor de la propia
Constitución, Nicolás Maduro amenaza con el corte de energía a la propia Asamblea Nacional,
prohibiéndole trabajar como ha hecho con el resto de los venezolanos. Nada le importa la independencia de un
legítimo y relegitimado órgano del Poder Público, cuyas funciones están generando claros efectos pedagógicos de
un republicanismo olvidado, pues concibe la jefatura de Estado, con sus
relacionados, como el único ámbito privilegiado para el disfrute de la
electricidad en lugar de un hospital, por citar un único ejemplo.
Deshecha
la industria eléctrica en más de década y media de un XXI todavía distante, el
régimen nos conduce a una nueva ruralidad, afantasmando las ciudades en las que
escasea una modesta vela y el kerosene, otrora símbolo de la vieja pobreza, es
toda una extravagancia. Faltando poco, pretende que cada quien intente una
propia planta eléctrica, como si sobraran las divisas, luego de acabar con la
más grande y compleja que alguna vez heredamos gracias al esfuerzo de las
varias generaciones de especialistas que la levantaron, ahorrándole tiempo a
las nuevas que la debieron perfeccionarla.
Actualizando
una suerte de teoría de la relatividad especial que un poco abona y distorsiona
a la ideada por Einstein, por obra de la enunciada concepción del poder político,
el gobierno juega con el tiempo de los venezolanos, tomándose todo el que
necesita para preservar y extender sus prerrogativas, condenándonos a la
lentitud del suplicio, mientras que se aceleran las exigencias de una ya mera
supervivencia impuesta en esta otra era de la Venezuela Saudita. Podrá Maduro
aducir cualesquiera razones, como – en su momento – lo hizo el predecesor, pero
la medida que vuelve a la ficción legal adoptada por el presidente Leoni en
1965, nos antojamos, acarrea alguna dislocación en la agobiada psiquis
colectiva que ya repara en un triple absurdo: concebido y defendido como un
breve lapso, después de un larguísimo gobierno, éste promete hacer lo que no
pudo ni quiso en un plazo inmediato; adelantar otra vez media hora en los relojes, lo convierte – más allá de una medida que no
tiene implicaciones estacionarias, como en otros países – en dador y administrador de un
tiempo en el siglo que, por siempre, presumimos de una mejor calidad de vida;
e, induciendo la clausura o dificultad de acceso a un servicio de emergencia
hospitalaria en las horas más aciagas, en vez de perseguir y atrapar a los
hampones que aspiran a asaltarlo, le impone una agenda aún a nuestros más
elementales afanes por sobrevivirle.
02/05/2016
Fotografías: LB (04/2016).
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