De
nuevo, la Ley del Monopolio Estatal de la Cultura (y la limpieza de un maltés)
Luis
Barragán
Recientemente,
aceptamos la invitación que nos hiciera la Secretaría Nacional de Cultura de
Acción Democrática para intercambiar ideas en torno a la – curiosamente –
vigente Ley Orgánica de Cultura. Nos llevamos una grata impresión por el
interés y dominio de la materia de un equipo que la está trabajando y, aunque
no constituye una prioridad frente a otras (permitido el plural), como las
leyes del TSJ, de Amnistía o del Bono, tarde o temprano debemos afrontar el
reto de su actualización.
A
principios del presente año, dejando constancia por escrito en la Comisión Permanente de Cultura de la
Asamblea Nacional, entre otras propuestas, sugerimos la necesidad de revisar la
citada Ley Orgánica, la cual consagra el monopolio cultural del Estado. Grosso modo, por la brevedad de una normativa
de la que escapan otros ámbitos del
fenómeno cultural, ampliando la potestad
reglamentaria del Ejecutivo Nacional; por la marcada, sectaria y reduccionista perspectiva
político-ideológica del texto legal que, a contra-natura, violenta las más
mínimas nociones de libertad y
pluralidad, claves de todo esfuerzo
creador; y por la razonable duda que tenemos respecto a su vigencia, ya que el
origen del instrumento radica en una sanción parlamentaria, incumplida su
promulgación o devolución por el presidente de la República, como incumplida la
diligencia que debió realizar la directiva asamblearia en el plazo
constitucional correspondiente, reapareciendo - año y medio después - mediante
una decreto-ley, aunque no constituía materia de la entonces habilitación
presidencial.
Luce
doblemente significativo que una entidad partidista aborde tan importante
labor, orientada a la propia definición de una política pública, valorando una
materia pretendidamente subestimada, al igual que invite al suscrito, militante
de otra organización, en atención a las responsabilidades parlamentarias que le
permitieron cuestionar las intenciones y pretensiones del gobierno, dejando un
modesto testimonio en las redes. Valga acotar, con todas sus fallas y equívocos,
la gestión cultural de las décadas que lo precedieron, luce muy superior al
desempeño del actual régimen, aunque – nada difícil de descubrir – no pocos de
sus figurones fueron sus beneficiarios a pesar del discurso de ocasión que no
ahorra denuestos para con sus mismos benefactores del pasado.
Importa
que las organizaciones partidistas asuman el problema, recobrando toda su
trascendencia, al igual que la sociedad civil. Por cierto, con motivo de la
discusión del entonces Proyecto de Ley Orgánica de Cultura supimos del
contraste entre determinadas individualidades y comunidades culturales
organizadas e independientes, pues, mientras recibimos el decidido apoyo y
asistencia de unos, otros poco o nada hicieron y, una vez aprobado el
instrumento, clamaron a los cielos rasgándose las vestiduras, como aquél
escritor reconocido que temió – antes – compartir una rueda de prensa o la
consultora legal que se quejó de un texto al que nunca contribuyó para su
enmienda.
Finalmente,
nos satisfizo mucho que, entre otros valiosos venezolanos, fuese designado el
rector Giuseppe Giannetto como miembro de la Soberana Orden militar y
hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta. Una distinción
significativa que, valga la humorada, habla un poco de su edad (la Orden data
del siglo XI), y apunta al más limpio de
los malteses (como él mismo lo comentó). Enhora buena.
02/05/2016
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