De
la Caracas para un infante difunto
Luis
Barragán
Cuidadosos,
muy lejos estamos de la especulación política sobre las desgracias ajenas.
Suficientemente advertida, la crisis humanitaria – un hecho incuestionable por
sus desgraciadas consecuencias – ha cobrado la vida misma de niños y recién
nacidos, levantando una legítima indignación en la Caracas que ha sintetizado
la tragedia padecida en todo el territorio nacional.
Consabido,
Oliver Sánchez de apenas ocho años de edad, falleció recientemente afectado por
un cáncer que tuvo por mejor aliado la dura crisis de la salud que nos está
devorando, faltando los más elementales medicamentos, mientras el régimen
incineró e incinera las divisas – vendiendo hasta el oro que conveniente y
estridentemente repatrió – en el altar de su propia supervivencia. Un hecho objetivo e
irrefutable, el infante había concurrido a una protesta escenificada en Plaza
Venezuela con un sencillo, pero demasiado elocuente cartel que nos llevó
inmediatamente a la comunión: “Quiero curarme. Paz. Salud”.
Nuestra
intención no es la de descalificar personalmente a los voceros gubernamentales,
quienes deben responder ante los sucesos que no eran frecuentes más de década y
media atrás, con la impunidad aparente de estos días en los que velan por no
asumir el natural e inexorable costo político que le es inherente. La muerte de
160 neonatos en el Hospital de la Universidad de Los Andes (HULA), solamente en
lo va de año, además de la profunda herida que ocasiona a nuestras
sensibilidades, legitima una huelga de los médicos que desesperan por salvar
vidas, arriesgando la propia, generando las obvias implicaciones políticas que
el régimen no puede atajar y ni siquiera intentarlo, a través de la censura y
el bloqueo informativo, la persecución y la represión.
En
el debate que la Asamblea Nacional lógicamente escenificó, poblado el hemiciclo
con las gráficas de Oliver, los diputados oficialistas Carmen Meléndez y Ramón
Lobo evadieron el fondo del problema, condenando la supuesta manipulación de la
imagen del infante difunto que los desagradó y abochornó, denunciando la
politización del problema, presumiéndola – en sí misma - como una huelga médica
además hecha por militantes de dos de los partidos opositores, prometiendo la
dotación de los centros hospitalarios y pidiendo unidad para resolver los problemas
con una conclusión pueril (“si todos los médicos se van a huelga, ¿quién va a
atender a las personas que vayan a los hospitales?”). Para la penosa
perplejidad de quienes les escuchamos in situ, como antes también personalmente
constatamos las condiciones precarias en las que se desenvuelve el hospital
merideño, no hallamos una respuesta y una refutación concreta a los alegatos
de la oposición democrática, añadida la
denuncia del diputado Carlos Bastardo, pues, la crisis de la salud revela – en
última instancia – un intento de sojuzgar a la población. Acotemos, desconocen
el sentido de responsabilidad, profesionalismo, honestidad, sacrificio y
desprendimiento de los galenos.
Por
muchísimo menos de lo que ahora acontece, esos elencos en el poder - décadas
atrás - hubiesen clamado a los cielos, rasgándose las vestiduras e incurriendo
en el peor de los dicterios y tremendismos, que la sola interpelación
ministerial en el Congreso canalizaba, incluyendo la debida interpelación,
moción de censura y el reemplazo de un titular del despacho de Sanidad, como
ocurrió en el segundo gobierno de Caldera por un brote epidémico en el estado
Zulia. Diciéndose fundadores del siglo XXI venezolano, amarrados a la Caracas y
al país que versiona Miraflores, recurren a los más trillados subterfugios,
pretendiendo – adicionalmente – devaluar todo debate político, por más
evidentes e inobjetables que sean “datos” como Oliver y los 160 neonatos de una
venezolanidad lamentablemente efímera.
Fotografía: LB, tallado de Cheo Perdomo, Turmero, estado Aragua.
30/05/2016
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/26493-de-la-caracas-para-un-infante-difunto
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