domingo, 22 de mayo de 2016

REALIDAD PARA VIVIRLA


Dios, una única realidad que es relación 
Marcos Rodríguez

De Dios no sabemos ni podemos saber absolutamente nada. Ni falta que nos hace, porque tampoco necesitamos saber lo que es la vida fisiológica, para poder tener una salud de hierro. La necesidad de explicar a Dios es fruto del yo individual que se siente fortalecido cuando se contrapone a todo bicho viviente, incluido Dios.

Cuando el primer cristianismo se encontró de bruces con la filosofía griega, aquellos grandes pensadores hicieron un esfuerzo sobrehumano para “explicar” el evangelio desde aquella arrolladora filosofía. Seguro que ellos se quedaron tan anchos, pero el evangelio no necesitaba de aquellas elucubraciones metafísicas, sino de una aceptación sencilla de las verdades más simples que eran capaces de transmitir la verdadera Vida.

El domingo pasado nos preguntábamos si hablábamos un lenguaje que todos pudieran entender. Pues bien, podemos decir que el lenguaje teológico de los primeros concilios, hoy no lo entiende nadie. Los conceptos metafísicos de “sustancia”, “naturaleza” “persona” etc. no dicen absolutamente nada al cristiano de hoy. Es inútil seguir empleándolos para explicar lo que es Dios o cómo debemos entender el mensaje de Jesús. Tenemos que volver a la simplicidad del lenguaje evangélico y a utilizar la parábola, la alegoría, la comparación, el ejemplo sencillo, como hacía Jesús.

Pero además, lo que la teología nos ha dicho de Dios Trino, se ha dejado entender por la gente sencilla de manera descabellada. En el tema de la Trinidad, la distinción de las tres “personas”, sólo se refiere a su relación interna (ab intra). Quiere decir que hay distinción entre ellas, sólo cuando se relacionan entre sí. Cuando la relación es con la creación (ad extra), no hay distinción ninguna; actúan siempre como UNO.

A nosotros solo llega la Trinidad, no cada una de las “personas” por separado. No estamos hablando de tres en uno sino de una única realidad que es relación.

Cuando se habla con mucho énfasis de la importancia que tiene la Trinidad en la vida espiritual de cada cristiano, se está dando una idea falsa de Dios. Lo único que nos proporciona la explicación trinitaria de Dios es una serie de imágenes útiles para nuestra imaginación, pero nunca debemos olvidar que son imágenes. Mi relación personal con Dios siempre será como única realidad.

Debemos superar la idea de que  “crea” el Padre, “salva” el Hijo y “santifica” el Espíritu. Esta manera de hablar es metafórica. Todo en nosotros es obra del único Dios. Decir que hay que tener devoción a cada una de las personas, es una “piadosa” interpretación del dogma. ¿Qué sentido puede tener, dirigir las oraciones al Padre Creyendo que es distinto del Hijo y del Espíritu?

Lo que experimentaron los primeros cristianos es que Dios podía ser a la vez y sin contradicción:
Dios que está por encima de nosotros (Padre);
Dios que se hace uno de nosotros (Hijo);
Dios que se identifica con cada uno de nosotros (Espíritu).

Nos están hablando de un Dios que no se encierra en sí mismo, sino que se relaciona dándose totalmente a todos y a la vez permaneciendo Él mismo. Un Dios que está por encima de lo uno y de lo múltiple.

El Dios de Jesús no es una verdad para pensar sino una realidad que hay que Vivir. No es una idea para rompernos la cabeza, sino la base y fundamento de nuestro ser. El pueblo judío no era un pueblo filósofo sino vitalista. Jesús quiso trasmitirnos que, para experimentar a Dios, el hombre tiene que aprender a:
mirar dentro de sí mismo (Espíritu),
mirar a los demás (Hijo)
y mirar a lo trascendente (Padre).

Lo más importante en esta fiesta que estamos celebrando, sería el purificar nuestra idea de Dios y ajustarla cada vez más a la idea que de Él quiso transmitirnos Jesús. Aquí sí que tenemos una amplia tarea por hacer.

Como buenos cartesianos, intentamos una y otra vez acercarnos a Dios por vía intelectual. Si nos empeñamos en continuar por ese camino, tenemos asegurado el fracaso. Creer que podemos encerrar a Dios en conceptos, aunque sean los muy sublimes de la filosofía griega, es tan ridículo que no merece la pena gastar un minuto en demostrarlo.

La realidad de Dios no podemos comprenderla, no porque sea complicada, sino porque es absolutamente simple, y nuestra manera de conocer es analizando y dividiendo la realidad. Toda la teología que se elaboró para explicar la realidad de Dios es absurda, porque Dios ni se puede ex-plicar, ni se puede com-plicar o im-plicar. Dios no tiene partes que podamos analizar por separado.

Entender a Dios como Padre, pero no como Madre, nos conduce por el camino del poder, de la omnipotencia y la capacidad absoluta de hacer lo que se le antoje. Todos los “poderosos de la tierra” han tenido mucho interés en desplegar esa idea de Dios. Según esa idea, lo mejor que puede hacer un ser humano es parecerse a Él, es decir intentar por todos los medios, ser más, ser grande, tener poder.

¡Cuantas cosas quedan explicadas desde esta perspectiva! Pero ¿de qué sirve ese Dios a la inmensa mayoría de los mortales que se sienten insignificantes? ¿Cómo podemos proponerles que su objetivo es identificarse con ese Dios? Por fortuna Jesús nos dice todo lo contrario, y el AT también, porque su Dios, empieza por estar al lado, no del faraón, sino del pueblo esclavo.

Un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, es verdaderamente útil para mantener a raya a todos los que no se quieren doblegar a las normas establecidas. Machacando a los que nos se amoldan, estoy imitando a Dios que hace lo mismo.

Cuando en nombre de Dios prometo el cielo (toda clase de bienes) estoy pensando en un dios que es amigo de los que le obedecen. Cuando amenazo con el infierno (toda clase de males) estoy pensando en un dios que, como haría cualquier mortal, se venga de los que no se someten.

Pensar que Dios utiliza el palo o la zanahoria con el ser humano como hacemos nosotros con los animales que queremos domesticar, es hacer a Dios a nuestra imagen y semejanza y ponernos a nosotros mismos al nivel de los animales.

Pero resulta que el evangelio dice todo lo contrario. Dios es amor incondicional y para todos. No nos ama porque seamos buenos sino porque Él es bueno. No nos ama cuando hacemos lo que Él quiere, sino siempre. Tampoco nos rechazará por muy malos que lleguemos a ser.

Un dios “que está en el cielo”, puede hacer por nosotros algo de vez en cuando, si se lo pedimos con mucha insistencia o nos portamos bien y lo merecemos. Pero el resto del tiempo nos deja abandonados a nuestra suerte. Los resultados lo estamos viendo todos los días. Pero ese miedo a que nos abandone a nuestra suerte es muy útil para que los que actúan en su nombre nos obliguen a obedecer y ser dóciles a sus directrices.

El Dios del evangelio está en lo hondo de nuestro ser identificado con nosotros mismos. Amándonos antes que nosotros mismos y más que nosotros mismos. Ese Dios no admite intermediarios y no es útil para ningún poder o institución. Pero ese es el Dios de Jesús. Ese es el Dios que siendo Espíritu, tiene como único objetivo llevarnos a la plenitud de la verdad. Y aquí “Verdad”, en contra de lo que se piensa, no es conocimiento, sino Vida. El Espíritu nos empuja a ser verdad, a ser auténticos. Llevarnos a la plenitud de la verdad es lo mismo que llevarnos a la cota más alta de ser, de Vida.

Un Dios que condiciona su benevolencia a lo que los seres humanos hagamos o dejemos de hacer, no es el Dios de Jesús. “El amor consiste, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó”.

Esta idea de que Dios sólo nos quiere cuando nos portamos bien, repetida por activa y por pasiva durante tres mil años, ha sido de las más útiles a la hora de conseguir la docilidad del ser humano a intereses de jerifaltes o de grupos.

Cuántas veces hemos oído: “pórtate bien Pepito, porque si no, Jesús no te quiere”. Esta idea, radicalmente contraria al evangelio ha provocado más sufrimiento y miedo que todas las guerras juntas. Sigue siendo la causa de las mayores ansiedades que no dejan a las personas ser ellas mismas.

Es una de las ideas que más rechazo sigue provocando de mi predicación. Cada vez que predico que Dios es amor incondicional, viene alguien a recordarme: pero es también justicia. Y esa justicia quiere decir para ellos: ¿Cómo puede querer Dios a ese desgraciado pecador igual que a mí, que cumplo todo lo que Él mandó?

Lo que acabamos de leer del evangelio de Juan, no hay que entenderlo como una profecía de Jesús antes de morir. Se trata de la experiencia de los cristianos que llevaban setenta años viviendo esa realidad del Espíritu en cada uno de ellos. Ellos sabían que gracias al Espíritu tenían la misma Vida de Jesús. Es el Espíritu el que haciéndoles vivir, les enseña lo que es la Vida. Esa Vida es la que desenmascara toda clase de muerte (injusticia, odio, opresión).

La experiencia pascual consistió en llegar a la misma vivencia interna de Dios que tuvo Jesús. Lo que intentó Jesús con su predicación y con su vida, fue hacer partícipes  a sus seguidores de esa vivencia.


Meditación-contemplación

Hoy lo mejor será recordar unas estrofas de S. Juan de la Cruz

Entreme donde no supe,
y quedeme no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.

Yo no supe donde entraba,
pero cuando allí me vi,
sin saber donde me estaba,
grandes cosas entendí;
no diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.

Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado,
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado,
y mi espíritu dotado
de un entender no entendiendo
toda ciencia trascendiendo.

El que allí llega de vero
de sí mismo desfallece;
cuanto sabía primero
Mucho bajo le parece,
y su ciencia tanto crece,
que se queda no sabiendo,
toda ciencia trascendiendo.

Este saber no sabiendo
es de tan alto poder,
que los sabios arguyendo
jamás lo podrán vencer,
que no llega su saber
a no entender entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.

Y si lo queréis oír,
consiste esta suma ciencia
en un subido sentir
de la divinal esencia;
es obra de su clemencia
hacer quedar no entendiendo,
toda ciencia trascendiendo.

Fuente:
Ilustración: Anónimo, “La Sainte Trinité et l'Arche d'Alliance” (1720).
Cfr.

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