La lección de la Eucaristía
Marcos Rodríguez
Es
muy difícil no caer en la tentación de decir sobre la eucaristía lo políticamente
correcto y dispensarnos de un verdadero análisis del sacramento más
importante de nuestra fe. Son tantos los aspectos que habría que analizar, y
tantas las desviaciones que hay que corregir, que solo el tener que
planteármelo, me asusta.
Después
de toda una vida intentando profundizar en el mensaje de Jesús, os puedo
asegurar, sin ningún género de duda, que hemos tergiversado hasta tal punto el
evangelio, que lo hemos convertido en algo totalmente ineficaz para una
verdadera vida espiritual.
No
me resisto a contaros, una vez más, el relato que oí una vez a Tony de Melo. Es
el mejor resumen de todo lo que me gustaría trasmitiros sobre la eucaristía.
En
una tribu de primitivos seres humanos, el más espabilado descubrió un día la
manera de hacer fuego. La manipulación del fuego ha sido el invento que más ha
contribuido al avance de la civilización humana. El inventor quiso hacer
partícipes a otras tribus de aquellas ventajas; así que cogió los bártulos y se
fue a la tribu más cercana.
Reunió
a la comunidad y les explicó la manera de hacer fuego y como se podía utilizar
para mejorar la calidad de vida. La gente se quedó admirada al ver aparecer el
fuego, como por arte de magia. Todo eran muestras de admiración y
agradecimiento. El visitante, les dejó los aperos de hacer fuego y se volvió a
su tribu.
Unos
años después, volvió por la aldea y les preguntó por las ventajas que habían
logrado con la utilización del fuego. Cuando lo vieron llegar, todos mostraban
su alegría y le condujeron a una pequeña colina apartada del poblado, donde
habían construido una plataforma y en lo más alto habían colocado una preciosa
urna, donde habían guardado con devoción los instrumentos de hacer fuego que
les había regalado.
Toda
la tribu se reunía allí con frecuencia, para adorar e incensar aquellos
instrumentos tan valiosos. Pero… ni rastros de fuego en toda la aldea.
Su vida seguía exactamente igual que antes. Ninguna ventaja había extraído de
sus enseñanzas. Seguían sin atreverse a usar el fuego.
Con
los conocimientos que hoy tengo, os puedo asegurar que lo último que se le
hubiera ocurrido a Jesús, es pedir que los demás seres humanos se pusieran de
rodillas ante él y lo adoraran.
Él
si se arrodilló ante sus discípulos para lavarles los pies; y al terminar esa
tarea de esclavos, les dijo:
“Vosotros
me llamáis el Maestro y el Señor. Pues si yo, el Maestro y el Señor os he
lavado los pies, vosotros tenéis que hacer lo mismo”.
Esa
lección nunca nos ha interesado.
Es más cómodo convertirle en objeto de adoración, que imitarle en el servicio y
la disponibilidad para con todos los marginados.
Hemos
convertido la eucaristía en un rito puramente cultual que ni es fruto de una
vivencia ni produce en nosotros la más mínima chispa de Vida. En la mayoría de
los casos no es más que una pesada obligación que nos quitaríamos de encima si
pudiésemos. Se ha convertido en una ceremonia rutinaria y monótona, incluso
repetida una y otra vez con un soniquete que demuestra la falta absoluta
de convicción y compromiso.
La
eucaristía era para las primeras comunidades el acto más subversivo que nos
podamos imaginar. Los cristianos que la celebraban se sentían comprometidos a
vivir lo que el sacramento significaba. Eran conscientes de que recordaban
lo que Jesús había sido durante su vida y se comprometían a vivir como vivió
Jesús.
El
mayor problema de este sacramento hoy, es que se ha desorbitado la importancia
de aspectos secundarios (sacrificio, adoración) y se ha olvidado totalmente la
esencia de la eucaristía, que es precisamente su aspecto sacramental.
La
eucaristía es un sacramento. Los sacramentos ni son ritos mágicos ni son
milagros. Los sacramentos son la unión de un signo con una realidad
significada.
El
signo.
Lo
que es un signo lo sabemos muy bien, porque toda la capacidad de comunicación,
que los seres humanos hemos desplegado, es a base de signos. Todas las formas
de lenguaje no son más que una intrincada maraña de signos. Con esta
estratagema hacemos presentes mentalmente las realidades que no están al
alcance de nuestros sentidos. En la eucaristía manejamos dos signos.
El
Pan partido y
preparado para ser comido, es el signo de lo que fue Jesús toda su vida. El
signo no está en el pan como cosa, sino en el hecho de que está partido
y re-partido, es decir en la disponibilidad en la que se encuentra para
poder ser comido. Jesús estuvo siempre preparado para que todo el que se
acercara a él pudiera hacer suyo todo lo que él era. Se dejó partir, se dejó
comer, se dejó asimilar; aunque esa actitud tuvo como consecuencia última que
fuera aniquilado por los oficiales de su religión.
La
sangre derramada. Es muy importante tomar conciencia de que para los
judíos, la sangre era la vida. No se trataba de un signo de vida, como
puede serlo para nosotros hoy, sino que era la vida misma. De tal modo
que tenían terminantemente prohibido comer la sangre de los animales, porque la
vida era propiedad exclusiva de Dios. Con esta perspectiva, la sangre derramada
está haciendo alusión a la vida de Jesús que estuvo siempre a disposición de
los demás.
No
es la muerte la que nos salva, sino su vida humana que estuvo siempre
disponible para todo el que lo necesitaba. El valor sacrificial que se le ha
dado al sacramente no pertenece a lo esencial. Se trata de una connotación
secundaria que no añade nada al verdadero significado del signo.
La
realidad significada.
Se
trata de una realidad trascendente, y está siempre fuera del alcance de los
sentidos; por esa razón, siempre que queremos hacerla presente, tenemos que
utilizar los signos. De aquí proviene la necesidad que tenemos de los
sacramentos. Dios no los necesita, pero nosotros sí, porque no tenemos otra
manera de acceder mentalmente a esas realidades.
Esas
realidades son eternas y no se pueden ni crear ni destruir; ni traer ni llevar;
ni poner ni quitar. Están siempre ahí. En lo que fue Jesús durante su vida,
podemos descubrir esa realidad, la presencia de Dios en él. En el don
total de sí mismo descubrimos a Dios que es Don absoluto y eterno.
El
primero y principal objetivo al celebrar este sacramento, es tomar conciencia
de la realidad divina en Jesús y en nosotros. Pero esa toma de conciencia tiene
que llevarnos a vivir esa misma realidad como la vivió Jesús. Toda
celebración que no alcance, aunque sea mínimamente, este objetivo, se
convierte en completamente inútil.
Celebrar
la eucaristía pensando que me añadirá algo (gracia) automáticamente, sin
exigirme la entrega al servicio de los demás, no es más que una ilusión y un
autoengaño.
En la
eucaristía se concentra todo el mensaje de Jesús, que es el AMOR. El Amor que es Dios
manifestado en el don de sí mismo que hizo Jesús durante su vida. Esto soy yo:
Don total, Amor total, sin límites.
Al
comer el pan y beber el vino consagrados, estoy completando el signo. Lo que
quiere decir es que hago mía su vida y me comprometo a identificarme con lo que
fue e hizo Jesús, y a ser y hacer yo lo mismo.
El
pan que me da la Vida no es el pan que como, sino el pan que doy. Soy
cristiano, no cuando “como a Jesús”, sino cuando me dejo comer, como hizo él.
El ser
humano no tiene que liberar o salvar su "ego", a partir de ejercicios
de piedad, que consigan de Dios mayor reconocimiento, sino liberarse del
"ego" y tomar conciencia de que todo lo que es, está en lo que hay de
Dios en él.
Intentar
potenciar el “yo”, aunque sea a través de ejercicios de devoción, es
precisamente el camino opuesto al evangelio. Sólo cuando hayamos descubierto
nuestro verdadero ser, descubriremos la falsedad de nuestra religiosidad que
solo pretende acrecentar el yo, y para siempre.
La
comunión no tiene ningún valor si la desligamos del signo sacramental. El gesto
de comer el pan y beber el vino consagrados es el signo de nuestra aceptación
de lo que significa el sacramento. Comulgar significa el compromiso de hacer
nuestro todo lo que ES Jesús.
Significa
que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, no muriendo, sino
estando siempre disponible para todo aquel que me pueda necesitar.
Todas
las muestras de respeto hacia las especies consagradas están muy bien. Pero
arrodillarse ante el Santísimo y seguir humillando y despreciando, o
simplemente ignorando al vecino, es sencillamente un sarcasmo. Si en nuestra
vida no reflejamos la actitud de Jesús ante todo el que sufre, la celebración
de la eucaristía seguirá siendo magia barata para tranquilizar nuestra
conciencia.
A
Jesús hay que descubrirlo en todo aquel que espera algo de nosotros, en todo
aquél a quien puedo ayudar a ser él mismo, comprendiendo que esa
es la única manera de llegar a ser yo mismo en mi verdadero ser.
Meditación-contemplación
La Única Realidad es el Amor
(Agape) que es Dios y está siempre en ti.
Los signos son sólo medios para llegar
a la realidad significada;
Pero son indispensables para nosotros
los humanos.
Lo esencial es descubrir esa Realidad
y vivirla.
........................
Si descubro que ese AMOR me identifica
con Él,
mi verdadero ser ya no soy yo sino Él.
Mi actuar no será ya mío, sino el de
Él.
Sólo por ese camino entraré en la
dinámica del amor.
..................
En cada eucaristía que celebre,
debo sentir dentro de mí lo que se
significa en el rito.
Al comulgar, manifiesto y fortalezco
la intención
de ser como Jesús, pan que se
deja comer.
Fuente:
Cfr.
Enrique Martínez Lozano: http://www.feadulta.com/anterior/Ev-EML_63-lc-9-11-17.htm
Antonio J. López Castillo: http://www.elimpulso.com/opinion/arquidiocesana/arquidocesana-29-05-16
Ilustración: Ladislav Záborský.
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