Ni
siquiera da la hora
Luis
Barragán
Nicolás
Maduro es el beneficiario y fruto de la mejor hora que vivió el llamado
socialismo del siglo XXI, con los más altos ingresos petroleros que hemos
tenido en toda nuestra historia. Y es que, cuando apretaban las circunstancias,
a realazo limpio su predecesor solventaba las más inmediatas dificultades, sin
que respondiese estructuralmente a los problemas.
Ya,
en el ejercicio directo del poder, no tiene nada que dar a cambio de apoyo y,
lo poco que queda, lo lleva al más vulgar y confeso chantaje. Jamás mandatario
alguno lo había admitido públicamente, por lo menos, con la sinceridad y
desenfado que también se le agradece, pues, ideando para ello el carnet partidista y una tarjeta de
misiones socialistas destinados ambos a
beneficiar a los que comprobadamente le siguen y obedecen. Sin embargo, tampoco
alcanzarán porque la escasez y la propia crisis humanitaria no constituyen un
episodio meramente circunstancial.
Dudamos
demasiado en la capacidad técnica y administrativa del régimen para repartir lo
poco entre los suyos, porque si algo ha democratizado es la penuria, la miseria
y abandono: maduristas y no maduristas, sufrimos por igual todas las
consecuencias del nefasto modelo en curso, y el hambre y la enfermedad no se
detienen ante un carnet o una tarjeta.
Por lo demás, por aquello del que parte y reparte le toca la mejor parte,
comprobado el guiso como otra de las características históricas del régimen, la
pobreza también se convirtió en un negocio para quienes dijeron y dicen
atacarla con los bolsillos llenos.
Este
gobierno ya no tiene nada que dar, ni siquiera la hora que retrasa o adelanta
en treinta minutos, a menos que sus urgencias digan autorizarlo para cavar aún
más en la tumba común, ya que afanosa, pero infructuosamente, ha buscado
endeudarse aún más: simplemente, harto conocido, es riesgoso para cualquier
banco o país prestarnos más dinero, tanto que ni PDVSA misma logra ranquearse
como la mejor garantía. Eso sí, lo único
que le sobra al gobierno es el insulto, la descalificación personal, la
procacidad, pero no luce muy prometedor en este campo, pues, absolutamente
predecible, de escasa imaginación y famélico repertorio verbal, sólo le resta
explotar el angosto campo de las interjecciones.
De
un monumental fracaso histórico, al gobierno solo le contentaría gobernar para
sus más comprobados partidarios en cuanto a beneficios se refiere. Un detalle:
no le alcanza la cobija para los suyos-suyitos y esto a pesar de reducirse cada
vez más la legión – otrora inmensa – de sus adherentes.
02/05/2016
Ilustración: Fernando Vicente.
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