Del
mito político: A medio siglo de un suicidio
Luis Barragán
“Mi hermano
fue un fin de raza. Un personaje
que cabalgó en la transición del país
rural al país
urbano. Yo no, yo fui decididamente un
muchacho
urbano, un televidente, un profesional
de la democracia,
un posible agente del desarrollo que
se auguraba
a la caída de Pérez Jiménez. En fin,
mis mitos fueron otros”
[Torres, 1999: 86]
Fuentes:
http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/26336-del-mito-politico-a-medio-siglo-de-un-suicidio
Nota
previa I.- De la acuñación mítica II.-
Sucinta relación biográfica
III.- El contexto de una tragedia
IV.- Facetas de interés V.-
¿Emergencia de un mito?
Notas Referencias esenciales
A
mediados de la década de los sesenta del XX, la opinión pública venezolana
experimenta otro estremecimiento con el suicidio de Alirio Ugarte Pelayo, cuya
estelaridad en el escenario político resulta insospechada en el nuevo siglo.
Más que una mera crónica de la tragedia, intentamos una explicación inicial que
nos permita deducir y proyectar la
trascendencia del evento, partiendo de una básica noción del mito.
I.- De la acuñación mítica
Término
equívoco y polémico, optamos por la perspectiva del mito que ofrece Mircea
Eliade, entendida como una realidad cultural: historia sagrada, acontecimiento
del tiempo primordial, expresión de los “comienzos”. Tratamos del relato de una
“creación” con intervención “sobrenatural”, cuya función principal es la de
“revelar los modelos ejemplares de todos los ritos y actividades humanas
significativas” a los que debemos volver para corregir las situaciones actuales,
darle significación al mundo y a la existencia humana [Eliade:12-14, 151-153],
Constitutivo
del ser humano, el pensamiento mítico – por obra de los mass-media – cuenta con renovadas versiones y, apartando las
observaciones del autor sobre las sociedades de masas y el consumo cultural,
tomamos una expresión útil, como es la del “culto de la originalidad
extravagante”, dificultosa e incomprensible [Ibidem:196]. Inferimos, culto que
explica nuestra gesta independentista que exige continuidad para remediar los
males del presente, retornando a los esfuerzos y testimonios excepcionales que
nos fundaron como país.
El
eterno retorno, exacerbado por el régimen inaugurado en 1999, confundiendo al
mismo Chávez Frías con Bolívar, luce como una tentación impuesta por las
circunstancias ahora en curso. Hipotéticamente, al decaer el actual
régimen, hará inevitable la
revalorización de la democracia representativa y la de los actores políticos
que lo precedieron para otra acuñación mítica.
II.- Sucinta relación biográfica
Información
suficientemente consolidada, Alirio Ugarte Pelayo nació en Anzoátegui
(localidad del estado Lara), el 21/01/1921, y falleció en Caracas, el
19/05/1966, al suicidarse en su casa de habitación antes de dar una rueda de
prensa como el esperado preámbulo para
un nuevo derrotero político. Adoptado por Luis Horacio Ugarte y Hercilia
Pelayo, fue hijo biológico del general José Rafael Gabaldón y Romelia Tamayo, circunstancia que marcó toda
su vida, provocando no pocas especulaciones de los adversarios.
Presidió
el Consejo Supremo de la Federación de Estudiantes de Venezuela (1942),
asumiendo importantes responsabilidades políticas en el gobernante Partido
Democrático Venezolano (1943) del cual fue concejal por Caracas (1944). Luego
de la llamada Revolución de Octubre (1945), dos veces detenido, desempeña
actividades periodísticas para Últimas Noticias, El Heraldo y El Nacional,
recibiéndose como abogado por la Universidad Central de Venezuela, para
inmediatamente ejercer la docencia superior;
y, caído el gobierno de Rómulo Gallegos (1948), se convierte en
corredactor del Acta Constitutiva de la Junta Militar, director de Política del
ministerio de Relaciones Interiores y, al año siguiente, gobernador del estado
Monagas.
Después
del magnicidio de Carlos Delgado-Chalbaud, renuncia en 1952 por ante la Junta
de Gobierno y emprende un viaje voluntario a Europa y América del Norte hasta 1956, cuando regresa y cumple funciones de asesor legal para la Creole.
Contactado con la Junta Patriótica, al caer el gobierno de Marcos Pérez
Jiménez, es nombrado secretario con rango ministerial de la Junta Provisional
de Gobierno (1958), renunciando y descartando
la embajada venezolana en Francia a los muy pocos meses para aceptar la
invitación que le hace Jóvito Villalba, a objeto de integrarse a Unión
Republicana Democrática (URD), como su secretario de Doctrina y representante
por ante el Consejo Supremo Electoral (CSE), cumpliendo funciones de embajador
en México (1959-1961).
Ya
había perdido como candidato a senador por el estado Cojedes en los comicios de
1958, entidad poco promisoria para URD, no hallando cupo para una diputación y
soportando también una leyenda negra como cooperador de la dictadura. Empero,
fue exitoso su desempeño diplomático y regresó para reasumir sus nada
despreciables responsabilidades políticas en el partido y en el CSE.
De
nuevo en Venezuela, es detenido por supuestas vinculaciones conspirativas con
Carlos Savelli Maldonado, a la vez que es electo diputado por su estado natal
(1963), y – previa reforma estatutaria – se convierte en el subsecretario
general de URD, promoviendo el apoyo y
la incorporación al gobierno de Raú Leoni (1964), mediante la coalición
denominada Ancha Base, aunque hoy se
evidencian contradicciones al respecto. Presidente de la Cámara de Diputados y subsecretario
general de su partido (1965), encabezó la corriente opositora al gobernante
partido Acción Democrática que, entre otras vicisitudes, motivó la suspensión
de la militancia partidista, a la cual
definitivamente renunciaría (1966) con la finalidad de constituir el Movimiento
Democrático Independiente (MDI), cuyo anuncio formal se esperaba cuando decidió
quitarse la vida en la biblioteca hogareña: “Yo no me creo talentoso, pero
procuro serlo, no me creo bondadoso, pero procuro serlo”, señaló Ugarte Pelayo
en una entrevista de prensa tres meses antes
[Reinoso, 1966].
De
probadas inquietudes intelectuales, la Fundación Polar expone las siguientes
obras: “Coplas del amor ausente”,
Guanare, 1940; “Poemas”, Editorial
Artes Gráficas, Caracas, 1942; “Espacio
de mi tiempo, cantos nacionales y otros poemas”, Ávila Gráficas, Caracas,
1952; “32 meses de gobierno en el estado
Monagas”, Gobernación del Estado, Maturín, 1952; “Destino
democrático de Venezuela”, Unión
Republicana Democrática, Caracas, 1960;
“La cueva del Guácharo”, Ediciones del Bicentenario de Maturín, 1960;
“Discursos parlamentarios”, Cámara de Diputados, Caracas, 1966; y “América Latina ante Estados Unidos”, Universidad Central de Venezuela, Caracas,
1967. A la evidente inclinación poética, sumamos la de las artes plásticas como
una excepcional inquietud para un activo dirigente político palpable en los
textos de opinión de la época.
Valga
acotar el formidable impacto político que produjo el suicidio, obligando al
reacomodo de sus partidarios ya fuera de URD. E, igualmente, señalar que, con
el tiempo, el recuerdo de la destacada figura fue diluyéndose [1].
III.- El contexto de una tragedia
Para
mayo de 1966, Ugarte Pelayo es el centro de una severa y también clásica crisis
de un partido que está asociado al gobierno, suscitando toda la atracción que
ésta condición concede. Ocurre en el marco de un país todavía violento, pues,
convengamos, aún la insurrección armada no se sabe definitivamente derrotada
con los comicios de 1963, conmocionado por el hallazgo del cadáver de Alberto Lovera y el pavoroso homicidio de la
esposa de un diputado acción-democratista.
Curiosamente,
al relacionar la prensa de tres decenios caraqueños, Manuel Alfredo Rodríguez
finaliza su referencia al año (y al libro mismo), con un extenso obituario
dando cuenta del fallecimiento de las personalidades destacadas por causas
naturales y – asimismo – criminales, aunque esboza las obras de progreso que
adelanta el gobierno de Raúl Leoni [2]. Empero, sentimos que, políticamente, la
atención está centrada en las expectativas que generan las elecciones pautadas
para 1968, como solución a los problemas en desarrollo y a la clara competencia
por el liderazgo en la Venezuela que aún distaba de la polarización abierta en
1973.
Ugarte
Pelayo es un actor importante en el juego político y, por supuesto, en las
complejidades de la vida interna de los partidos de entonces que, además,
contrasta con la triste y grosera simplicidad del presente. Víctor Manuel
Reinoso dejó un testimonio periodístico que apunta muy bien al larense,
presumiéndolo bajo un control absoluto de sus emociones: “Alirio Ugarte Pelayo
no sólo ha sido el político de las últimas dos semanas. Ha sido el político del
mes. De repente se halló en las puertas de la expulsión del partido del cual es
Subsecretario, pero Alirio, en sus 42 años, ha aprendido mucho, sobre todo a
ser sereno (…) De Ugarte no es fácil decir algo nuevo. Los periodistas están
siempre detrás de él” [Reinoso, 1966].
IV.- Facetas de interés
Atendiendo
nuestro presupuesto conceptual, identificamos cinco aspectos en la vida de
Ugarte Pelayo que pueden suscitar el interés actual de legos y especialistas.
Atañen al compromiso político más remoto y al más reciente, acentuando su más
íntima preocupación y convicción sobre el tema militar, además de las
inevitables vertientes personales: el trauma que lo aquejó y su inquietud
intelectual.
1) Héroe trágico
Ugarte
Pelayo fue hijo extramatrimonial del reconocido general José Rafael Gabaldón y,
aunque “muchas veces analizó el problema de su nacimiento (…) jamás lo hizo
para juzgar a sus padres”, indica una importante biógrafa que, además, accedió a los archivos personales del
larense y publicó una parte de su correspondencia íntima. Autora que, por una
parte, nos remite a las costumbres de
las familias reputadas de la época,
probablemente justificando el comportamiento del militar calificado como
“jefe responsable de familia armoniosa y bien constituida”; y, por otra, apuntado el trauma inevitable de
una difícil crianza, advierte la “gallardía moral” de Ugarte Pelayo, quien
consideró innecesario llevar el apellido paterno, como lo deseaban sus hermanos
Gabaldón Márquez, siendo consecuente con la familia que lo acogió [Torres
Molina: 7,10].
Destaquemos
que esta circunstancia personalísima fue de dominio público, pues, la abordaba
con franqueza Ugarte Pelayo en los medios escritos y audiovisuales [Reinoso,
1966]. En la Venezuela previa a la
reforma del Código Civil de principios de los ochenta, fue amarga la distinción
entre los hijos legítimos y los naturales, por lo que la situación del larense
pudo enmarcarse en la de aquellos que, a pesar de las más adversas condiciones
que impuso el no-reconocimiento paternal y formal, dignos de emular, lograron
destacarse por sus realizaciones positivas así terminasen trágicamente su
trayectoria heroica y susceptible del mito que la explicase.
Además,
no por casualidad, Enrique Meléndez insiste en el profundo impacto que produjo
en Venezuela la versión de ”El derecho de nacer” de Félix
B. Caignet, melodrama que conjugaba elementos como los el racismo, los
prejuicios sociales y el amor, con un final infeliz y de visos shakespeareanos
en el caso de Ugarte Pelayo, calificándolo de “hombre sicótico”, capaz de pasar
de pasar de la “euforia a la depresión más absoluta”, de acuerdo al testimonio de Donato Villalba [Meléndez: 177, 217, 223, 225]. Incurriendo
en el obituario, damos cuenta que figuras estelares de la farándula
radiotelevisiva de mediados de los sesenta, como Edgar Jiménez (“El Suavecito”)
y Carlos Alcides González, fueron suicidas en un tiempo que constituyó un
fenómeno aparentemente recurrente y que, en el caso de la dirigencia política,
un destacado articulista que desempeñaba el oficio, anotó como una carencia de
lo llamado por los psicólogos “éxtasis emotivo” para afrontar las adversidades,
el miedo y el desencuentro [3].
2) El
compromiso político mediato
Nuestra contemporaneidad ha necesitado
de un tiempo referente, primordial o fundante que la legitime y, unos, lo
encuentran – derivado de la gesta independentista – en la llamada Revolución de
Octubre (1945), y, otros, en los gobiernos que la precedieron ejemplificando
una evolución segura y pacífica hacia la democracia. Aquélla fecha alcanza la
fuerza y el vigor del mito, siendo lo
“esencial” para las élites, no la historia de los dioses, sino la “situación
primordial” que produjo y a la que debe volverse (“regressus”), más por un
“esfuerzo del pensamiento” que por la vía de los rituales [Mircea: 119-121].
Ugarte
Pelayo, líder emergente en 1958, no pertenecía al “tiempo primordial” e,
incluso, como Arturo Uslar Pietri, fue víctima de los eventos, pero – ambos –
contribuyeron, voluntaria e involuntariamente, a redibujar el proyecto original
para hacerlo definitivamente viable a través del Pacto de Puntofijo. No
obstante, uno y otro, tuvieron que soportar igualmente la descalificación de
una adscripción que se hizo cada vez más remota.
Dirigente
de trayectoria, el larense fue director de la Federación de Estudiantes
Venezolanos (FEV) y victorioso concejal de Caracas, ya militante del gobernante
Partido Democrático Venezolano (PDV) y, ya caído Isaías Medina Angarita, tomando
la política “un camino de afro-cubano sabor rumbero”, como le dijo a Adolfo
Blonval López, convencido que “desgraciadamente” el depuesto presidente no
eliminó a los viejos oficiales ni admitió el voto directo [Cit. Torres Molina:
68 s., 161], se hará reportero de importantes diarios, culminará sus estudios de
derecho y ejercerá la docencia en la UCV. Al caer Rómulo Gallegos, por
influencia nunca negada de Luis Felipe LLovera Páez, desempeñará la dirección
de Política del ministerio de Relaciones Interiores y, después, la gobernación
del estado Monagas, suficientes para el posterior denuesto del que se hizo
acreedor.
Siendo
director de Política del aludido ministerio, desmiente los señalamientos hechos
sobre las condiciones en las que se encontraban los presos políticos y, al
citar a los medios, refirió, trató de alertar a la propia Junta de Gobierno [Reinoso,
1966]. Gobernador en 1949, con una obra
destacada, proclive a la consulta con el mismo Jóvito Villalba para algunos
nombramientos [Torres Molina: 235], el también profesor de secundaria, diligenciará ante Germán Suárez Flamerich,
sucesor del malogrado Carlos Delgado-Chalbaud,
y en la convención de gobernadores, la reapertura de la UCV, negándose a
destinar a los detenidos en el estado a Guasina y a inscribirse en el FEI,
partido gubernamental.
Ha
versado sobre un “frente de solidaridad nacional” con URD, COPEY (sic),
representantes del lopecismo y del medinismo, como del comercio, agro e
industria, intentando detener el fraude electoral de 1952, incluyendo diligencias
concretas como la de hablar e intentar comprometer al jefe de la Guarnición de
Caracas, coronel Hugo Fuentes, y al de la Guardia Nacional, mayor Oscar Tamayo
Suárez: “… Es fue secreto y yo no lo voy a revelar, sino cuando escriba mis
memorias. Todavía no pienso hacerlo (…) Creo que todo político debe escribir
las suyas, por bien de la historia” [Reinoso, 1966].
Removido
de la gobernación, sale al exilio voluntario en 1952 y, aludido por su
colaboración con el gobierno militar, dijo
“contribuir al enrumbamiento del país hacia una organización constitucional
equilibrada” para “frenar las violencias de una demagogia chillona” y los
“apetitos reaccionarios que de una vez quisieron monopolizar la voluntad
militar”, insistiendo en una gestión
autónoma como gobernador. Ugarte Pelayo se marcha y, en el borrador de una
carta dirigida a Jóvito Villalba, expresa que “siempre en acuerdo con usted,
incluso cuando resolví regresar al país” [Torres Molina: 163, 235].
3) Convicción sobre la corporación
castrense
Huelga
comentar sobre el mito militar en Venezuela, como exclusivo forjador de la
Independencia, beneficiario de otro como el del “gendarme necesario” e impoluto
árbitro de los destinos del país. A la caída de la dictadura perezjimenista
hubo reacciones extremas ante las Fuerzas Armadas, como la de rescindirlas
completamente, facturándolas por el soporte que le dio, o la de devolverlas al
poder, poniendo coto a todo desorden y anarquía.
Ugarte
Pelayo procurará ponderarlas en el marco de la institucionalidad necesaria,
propia del Estado de Derecho, dejando por sentada la incompatibilidad entre
democracia y militarismo, pero a la vez – a propósito del respaldo a la
candidatura presidencial del contralmirante Wolfgang Larrazábal, en 1958 –
busca la precisión política no menos necesaria: “… Consideramos incorrecto
proclamar que la democracia requiere un Presidente civil. Tan incorrecto y
abusivo como afirmar que la estabilidad de las instituciones demanda un
Presidente militar. La verdadera cuestión es otra. Venezuela necesita llevar a
la Presidencia de la República a un hombre con talla de estadista, con
sensibilidad histórica, con formación doctrinaria, con experiencia en el manejo
de los resortes de la vida pública” (Ugarte Pelayo, 1960: 27 ss., 32 ss., 37
ss.). Sin embargo, está muy consciente del rol que ha jugado la entidad armada,
demitificándola.
Entre
los documentos privados del larense, revelador de sus íntimas convicciones,
Torres Molina cita uno, suscrito en Madrid, en 1954, con el título
“Meditaciones” (Torres Molina: 151-163). Lo consideramos relevante al versar en
torno a “toda una concepción política del Estado, fundamentada sobre el
predominio militar”, con una interesante mirada sociológica, acaso, un secreto a voces, pues, las Fuerzas Armadas constituyeron y
constituyen un canal de ascenso social, como lo ilustra Ana Teresa Torres en
una escena de su novela, cuando el general Pardo vuelve a la casa en la cual
fue sirviente [Torres: 37 s.], Empero,
en el siglo XXI, la exacerbación de los privilegios que le concedió el
perezjimenato, traspasa las fronteras del delito.
Señala
Ugarte Pelayo un incremento de la
organización castrense, cuya hipertrofia significa una “carga pesada para el
régimen financiero de la Nación”, alcanzando las características de una
“verdadera casta”, ventajista, excluyente, aislada con sus familias e íntimos,
en urbanizaciones, edificios, escuelas, hospitales propios. Luce exagerado
considerar al Ejército, desnaturalizándose,
como la más elevada institución del país, además de originaria y capaz
de sustituir al Estado, convirtiéndose en árbitro permanente de la vida
venezolana.
Entre
el “instrumento personalista de un tirano” y el “instrumento técnico de un
Estado constituido conforme a derecho”, opta por el soldado profesional, una
institución armada de sólida estructura técnica, para la defensa nacional y
garante de las instituciones, prohibida la “inmiscuencia permanente en la vida
política”. Añade, “… No solamente es la República la que necesita de un
ejército profesional y técnico para garantía de su evolución normal, sino que
el Ejército necesita el Estado de Derecho para alcanzar su plano más alto”.
Llega
al escarnio, pues, al Ejército “se le convierte en cauda servil del afortunado
que habla arrogándose el derecho de adivinar la voluntad de un cuerpo que
carece de órganos precisos para analizar, formar y definir los elementos
doctrinarios y prácticos de lo que pudiera ser su verdadera voluntad”, dándonos
otra pista de una postura a reivindicar en el siglo XX. Y, a los fines del presente trabajo, importa
citar in extenso: “Históricamente, el Ejército venezolano es, mutatis mutandi,
nuevo. Una criatura del gobierno de Gómez. En cierto modo, una conquista
democrática en el camino hacia el Estado de Derecho. Por eso el Ejército
venezolano no tiene glorias, por eso Venezuela no tiene glorias militares.
Glorias guerreras que alcanzan dimensiones universales, sí. Pero eso fue otra cosa. Esas glorias son tan
de los actuales militares como de los periodistas o de los médicos o de los
apicultores. Aquello fue el pueblo en armas. O las porciones del pueblo que
sucesivamente se fueron sintiendo posesas
del genio de la libertad denominado Simón Bolívar, tomaron las armas y
se fueron a calentar con su corazón los hielos de los Andes y a vestir sus
desnudeces con los pendones arrogantes de los vencedores de Napoleón Bonaparte.
No digo estas cosas para menospreciar a los actuales integrantes de las fuerzas
armadas, ni para negar el valor de la función militar que el estamento
castrense tiene la oportunidad de cumplir ahora. Simplemente señalo unas
verdades por las cuales nadie debe ofenderse. Ni los escritores, ni los
comerciantes, ni os agricultores, ni los militares libertaron a Venezuela. La
libertó el pueblo, la libertó Bolívar; el pueblo de las montoneras y el Bolívar
de las proclamas”.
4) Inquietud intelectual
Hay
claves más importantes que otras en el desarrollo del liderazgo político y nos
preguntamos cuál fue la decisiva de
Ugarte Pelayo, susceptible de generar el mito correspondiente. Apartando otras
cualidades, quizá haya que sintetizarla en dos: una contrastante profundidad en el
planteamiento y el relacionamiento interpersonal. Acaso, en esto se parecía a
Domingo Alberto Rangel, cuya vocación por el estudio y su ascendencia en
determinaron sectores juveniles, le
dieron un sello distintivo y controversial.
Al
glosar las posturas del larense, a propósito de la participación comicial de los partidos ilegalizados, como el PCV y el MIR, en el seno del Consejo Supremo
Electoral del cual era representante de URD, Meléndez señala el testimonio
recogido por Torres Molina. La disertación revelaba al “hombre que se movía en
el terreno de la lógica y en el que no dejaba de estar presente el profundo
espíritu democrático (…) planteadas irrefutablemente, lo que aquel señor
expresaba, como cuando argumentaba, y lo que nos pone en evidencia a condición
de dirigente político que fue Ugarte Pelayo desde un punto de vista intelectual” [Meléndez:
210].
De
sólida formación y estilo propio, es el responsable de adoctrinar a las nuevas
generaciones surgidas de URD, surgidas al calor del llamado espíritu del 23 de
Enero. No obstante, hay otras facetas en el mismo ámbito de la inteligencia que
se expresa: “Este hombre fue un caso bien particular en la política venezolana.
Se trataba de un poeta prestado a la función pública: un hombre de verbo fluido
y profundo; lo que le había hecho labrarse un puesto en la arena pública en una
forma prematura, que le granjeó numerosas enemistades, producto de una cierta envidia
que genera” [Meléndez: 216].
Compartirá
gustos e inquietudes con muchos de sus coetáneos, pero – convengamos – ahora se
exhibiría como una “personalidad extravagante”. Torres Molina cuenta que hizo
un curso de historia de la pintura en el Museo del Prado y en la Escuela del
Louvre, redactando una obra inédita (“Lo abstracto y lo concreto en la historia
de la pintura”), lo cual explica algunos de los artículos que la vieja prensa recoge;
y agrega: “Amaba sus libros, sus muebles,
sus cuadros, sus esculturas”, pues, “los límites de su cultura y capacidad
creadora eran imponderables, imposibles de precisar” (Torres Molina: 43).
El
mito, expresado en un mitologema, está representado por imágenes y símbolos que
sobrepasan todo cuestionamiento conceptual y, como refiere la literatura
especializada, no es un mero relato, sino una realidad vivida. Probablemente,
por estas facetas enunciadas, como las que exhibió Ugarte Pelayo, podrá verse
reivindicado por estos años, sobre todo por razón del contraste que, en líneas generales, ofrece con el dirigente político de hoy con
escasas preocupaciones intelectuales, añadidos aquellos ámbitos como la música
o el arte.
El
emblema por excelencia de un líder culto fue Arturo Uslar Pietri y, ahora,
después de una excesiva banalidad de los dirigentes capturados por el solo
instante mediático, haya una recuperación de aquél que también genere confianza
por sus dotes personales. Independientemente de toda adscripción política e
ideológica. Mutatis mutandi, la actual atracción que ocasiona Henry Ramos
Allup, entendemos, no se debe solamente al “kilometraje político” que expone,
sino a la capacidad de argumentar qué es un delito, en medio del acalorado
debate parlamentario, juzgado como un aleccionador jurídico, por lo visto en
las redes sociales.
5) El compromiso político inmediato
Después
de 1958, se abre el otro tiempo primordial o fundante, dispuestos los actores
políticos a corregir los yerros del llamado Trienio Adeco. Ugarte Pelayo, quien
contactó a la Junta Patriótica y se convirtió en funcionario indispensable de
la Junta Provisional de Gobierno, desempeñará roles muy importantes en la
difícil transición política.
Después
de la detención de 1963, acusado de conspirador, ocupará una curul
parlamentaria al año siguiente. Presidirá la cámara de Diputados y,
simultáneamente la subsecretaría general de un partido decisivo, como URD. Hay
capacidad de despliegue en un juego político altamente competitivo, dentro y –
con mayor razón – fuera de la entidad amarilla que preside – nada más y nada
menos – el mítico Jóvito Villalba.
El
larense aludía hacia 1964: “La polémica política ha padecido en los últimos
años de un gran vicio: el de sustituir la información por la calumnia, el
argumento por el insulto, la razón por el odio. Y el país está cansado de eso.
Si los dirigentes de Partido permitimos que esa realidad negativa se prolongue,
los Partidos van a quedar al margen de los intereses históricos de la Nación y
las fuerzas sociales terminarán por buscar otro camino. O hacemos una política
constructiva desde el Gobierno y desde la Oposición, o el régimen democrático
quiebra”, expresando más adelante, sobre las candidaturas presidenciales, la
“necesidad de un entendimiento” a objeto de mantener las instituciones,
salvando así lo fundamental del proceso democrático (Cit. Torres Molina: 58
s.).
O,
empleando una retórica que, en el presente, puede convertirse en toda una seductora novedad, luego del envilecido lenguaje público, Ugarte
Pelayo manifestaba en la cámara hacia 1965: “El sentido del presente y la clave
de nuestro futuro están en la realización en el país de una democracia
funcional y de un venezolanismo
revolucionario, dando a la palabra revolución el sentido realizador de
la creación fecunda y no el catastrófico de la estéril destrucción; dando al
concepto de venezolanismo su alcance bolivariano de afirmación de lo patriótico
para lo universal; dando a la idea de funcional una significación pragmática de
operatividad a favor de las mayorías, sin el sacrificio de los valores
individuales y estamentales …” [Ugarte Pelayo, 1965: 115].
Hará
una vida intensa de partido hasta su expulsión, sugerida una línea de
deslealtad, como la de celebrar reuniones sociales nada inocentes, con
representación de los más diversos sectores políticos y económicos, añadidas
las personalidades de la extrema izquierda [4]. De insostenible posición,
buscará fundar otra organización política.
V.- ¿La
emergencia de un mito?
Políticamente,
el mito asegura la unidad, la participación, la claridad y la predisposición
favorable hacia una determinada causa tomada por histórica, primordial o
fundante. En la Venezuela del siglo XXI, agotada la versión que impulsó e
impuso Chávez Frías de un interesado bolivarianismo, se abre la posibilidad para una distinta
interpretación de lo que se concibe como una transición política que necesitará
de referentes, hechos y actores que faciliten la recuperación de valores, hazañas
y testimonios que la hagan viable.
Probablemente,
la experiencia democrático-representativa ofrezca una orientación indispensable
para la otra experiencia pendiente, propia de la nueva centuria, signada por una
radical incertidumbre. Hubo situaciones muy duras y complejas de zanjar,
líderes de cualidades a descubrir, como testimonios de lucha que comprender y
retomar, pero – de un lado – se trata de volver al espíritu de una época –
anterior a las grandes bonanzas petroleras –
a la que no da tiempo para abordajes racionales, importando una
interpretación que integre, movilice, esclarezca y estabilice; y – por otro –
sugiere un inventario, porque también generó una mitología de la ultraizquierda
que sepultó cualesquiera otras de las manifestaciones de centro, centro-derecha
y centro-izquierda, como un poco puede
apreciarse a lo largo de la obra de Ana Teresa Torres [5]. Es decir, la transición apunta a la producción
más o menos espontánea de un mitologema que le otorgue la certeza que la única
explicación racional no concede para los efectos políticos deseados.
1) El régimen mítico
La
sentencia popular de “éramos felices y no lo sabíamos” aporta a la hipótesis
planteada sobre la atención que podemos prestar a la década de los sesenta, en
la que comenzó a construirse la democracia representativa que derrotó, por
cierto, la subversión exportada desde Cuba. He acá la originalidad extravagante de Mircea, nuevamente magnificados
eventos, como los que nos dieron sello e
identidad: 23 de Enero de 1958 [6].
Se
dirá, retomaremos el curso de la historia, con el mito correspondiente de
renovación [Mircea: 42]. Ugarte Pelayo, incluso, emplea un lenguaje que puede
resultar atractivo para las nuevas generaciones hastiadas por las consignas,
colándose un propósito programático, pues, imputó la caída de Pérez Jiménez a
un “estado polifacético de conciencia”, en el que todos los sectores civiles y militares
“terminaron por paralizar al régimen” y, “a la hora de formar Gobierno no hubo
una avalancha de triunfadores enardecidos sino una composición de fuerzas
responsabilizadas”. Y ante los viejos rencores y posiciones excluyentes, “el
primer valor a defender es el de la estabilidad de las instituciones” (Ugarte
Pelayo, 1960: 23 ss.).
La
“edad de oro” cuenta con una poderosa fuerza didáctica, acaso insustituible al
tratarse de recuperar los niveles de calidad de vida que hemos perdido,
incluyendo el funcionamiento de los partidos políticos [7]. Al respecto, la trayectoria del larense,
añadido su heroísmo trágico, ayudará a reivindicar adicionalmente
instituciones como la de los medios de
comunicación a los que libremente podemos exponernos o el mismo parlamento,
como escenario de una polémica indomable.
2)
La personalidad mítica
Que
haya varias cuentas en Twitter, con el nombre de “Alirio Ugarte Pelayo”,
independientemente de sus contenidos, es algo revelador. Acaso, cumplimentan al
mito como suerte de póliza, pues, “garantiza al hombre que lo que se dispone a
hacer ha sido ya hecho, le ayuda a
borrar las dudas que pudiera concebir sobre el resultado de su empresa” [Mircea:
149].
La
trayectoria del larense, puede atraer a quienes – además – incursionan
actualmente en la política, aún sin tenerla, obviando algunas de sus
convicciones, como la favorable al centralismo democrático al escribir en 1959
en torno a casos marginales de indisciplina partidista [Ugarte Pelayo, 1960: 133], o aplaudiendo la
defensa del libre mercado. Intentando tomar a título de inventario algunas de
las vicisitudes políticas frecuentemente detestadas, como las intrigas
internas, las denuncias sobre un acercamiento con Pérez Jiménez, la oferta de
fusión de pequeños partidos, entre otros de múltiples aspectos inherentes a la
pasión política [Torres Molina: 244 s., 246 s., 249 s.]. Sin embargo, luego de
su desaparición física, el fundado MDI, dirigido por Raimundo Verde Rojas,
coincidió con el perezjimenismo, por añadidura, en reclamo de la libertad de
Laureano Vallenilla-Lanz [8].
Por
varias décadas, fue casi una hazaña que algún dirigente político se declarase
abiertamente como liberal. Ugarte
Pelayo, reclamaba para sí tal postura, adscrito al liberalismo popular
defendido por URD, “sin contradicciones”
frente a la “aberración impropiamente liberal” que acepta al hombre aislado, explotado y envilecido,
comprobando la “necesidad y aún la
conveniencia del desarrollo capitalista que cumple el país”, aunque –
nacionalista ortodoxo - es partidario del petróleo bajo control del Estado por
“conveniencia nacional”, ecléctico para “aprovechar lo mejor” del marxismo y
del capitalismo [Ugarte Pelayo, 1960: 9
ss.; Torres Molina: 230; Reinoso, 1966].
La
“estrella fugaz de la política” [Meléndez: 195], puede suscitar interés en
quienes buscan una personalidad mítica a la cual imitar, diferente a las que
suelen ponerse en la mesa en el nuevo siglo. Apartando la natural inquietud
histórica, quizá hablamos de un postrero poder carismático.
Notas
[1] Una rápida revisión de la prensa,
especialmente el diario El Nacional, Caracas, nos permite constatar que, al
celebrarse el primer mes del suicidio de Ugarte Pelayo, otras noticias se
imponen como la aprehensión y, luego, muerte de Fabricio Ojeda, en junio de
1966, añadido el agasajo que Jóvito Villalba le dispensara al visitante Carlos
Lleras Restrepo. En la edición del 19/05/76 del citado periódico, aparece –
además del obituario – un aviso pagado del Movimiento Alirista en los días que se
adelantaba un proyecto de reforma del
Código Civil, fuese reprimida la protesta de calle promovida por COPEI, o
siguiese el caso de William Niehous, recordado el décimo aniversario de la
muerte de Lucas Manzano y conmovida la opinión pública por el trágico accidente
de tránsito de Aquiles Nazoa. Para el 19/05/86, persiste el modesto
obituario, mientras se celebra al octogenario Arturo Uslar Pietri, está
planteado el Plan Eléctrico Nacional, se habla de guyaneses en territorio
venezolano y la Iglesia Católica difunde una importante carta.
[2] Rodríguez, Manuel Alfredo (1975) “Tres
décadas caraqueñas 1935-1966”, Editorial Fuentes, Caracas, 2004:
199-202.
[3] Al parecer, el suicidio fue una práctica
frecuente en Venezuela y, al explorar rápidamente la red, nos encontramos – por
ejemplo – con afirmaciones como la de “otro dato
importante es que desde el año 1965 al 1987 la incidencia de suicido entre los
adolescentes y los jóvenes se triplicó, y en los últimos 10 años este
porcentaje ha disminuido…”, en: S/f. “Suicidio,
signos y síntomas”, en: http://www.psicologiavenezuela.net/suicidio-signos-y-sintomas/).
A propósito de Ugarte Pelayo y Fabricio Ojeda, en el concierto de las
cada vez más escasas notas directas que suscitaba el larense, Cárdenas se
afianza en Ignacio Lepp para aseverar: “El triunfador presente puede ser el
olvidado del futuro. El político descalabrado hoy puede ser quien marque mañana
el paso de la historia” y “mientras el combatiente no ha agotado la esperanza
tiene fácil la lucha”, en: Cárdenas, Rodolfo José (1966) “Afrontamiento del combate
despiadado”, El Nacional, Caracas, 24/06.
[4] Hernández, Humberto J. (1966) “Afirma
Jóvito Villalba: La unidad interna de URD está más fuerte que nunca”,
La Esfera, Caracas, 22/01.
[5] Asegura García-Pelayo: “… Las
representaciones míticas pueden tener
también su punto de partida en personajes, acontecimientos o estructuras
históricas a las que, sin embargo, se imagina de modo que no corresponde a la
realidad o, al menos, que no satisfacen la prueba entre lo proclamado y la
realidad”; y, además (…) el mito no trata de satisfacer una necesidad de
conocimiento y de conducta racionales, sino una necesidad existencial de
instalación y de orientación ante las cosas, fundamentada en la emoción y en el
sentimiento y, en algunos casos, en profundas intuiciones, todo lo cual no
excluye que subsidiariamente el mitologema pueda incluir algunos componentes
racionales o que, sin ponerlo en cuestión, puedan desarrollarse, partiendo de
él, ciertos argumentos lógicos”. Vid. García.Pelayo, Manuel (1991) “Obras
completas”, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid,
2009, II: 1735 s.
[6] Independientemente de los hechos
realmente acaecidos, Dávila versa sobre la magnificación del mito de los
orígenes centrado en el 23-E, con la
vastedad de promesas para una nueva
sociedad. Vid. Dávila, Luis Ricardo. “Momentos
fundacionales del imaginario democrático venezolano”, en: AA. VV.
(2006) “Mitos políticos en las sociedades andinas. Orígenes, invenciones y
ficciones”, Equinoccio-Universidad de Marne-Vallée-Instituto Francés de
Estudios Andinos, Caracas: 152).- Las
crisis también se explican por las irracionalidades que emergen para
solventarlas. Al versar sobre aporte de García-Pelayo, Leáñez Sievert comenta –
por ejemplo - que “el mito explica lo que en nuestros tiempos corresponde a la
ciencia y sirve de norma a la vida”. Vid. Leáñez Sievert (2005) “Mito
y política medieval en la obra de García-Pelayo”. Fundación Manuel García Pelayo, Caracas: 14.-
Sin embargo, la experiencia venezolana de más de década y media, no está
avalada precisamente por la racionalidad del debate, así se diga de la
propuesta oficial del llamado socialismo del siglo XXI. Todo lo contrario,
hemos recobrado representaciones que – en un momento – se presumieron
superadas, amén de la continuamente debilitada influencia que ha tenido la
academia en el marco de una opinión pública controlada en todo lo posible por el régimen. A propósito de
Leáñez Siervet, constatamos que muy escasamente se recurre a la noción de una
sociedad sin clases, las invocaciones anti-imperialistas lucen indigeribles,
como la propia condena al Estado liberal-bugués, a favor del culto exacerbado a
la personalidad de Chávez Frías, trasunto del bolivariano, agregada otras
manifestaciones mágico-religiosas, que suscitan fascinación e integran
emocionalmente a sus partidarios. En la acera opuesta, desafiando la consabida
satanización hecha en torno a las décadas del puntofijismo, gana difusión
aquella convicción de que “éramos felices y no lo sabíamos”.
[7] El mito supone la búsqueda constante de
los orígenes que concedan una orientación masiva y coherente ante los retos
actuales, por la fuerza de sus representaciones. Orígenes susceptibles del
cuestionamiento que lleva – precisamente – a los esfuerzos parciales de
demitificación. En su sistemático, directo y quizá decisivo ensayo que deja
atrás otros intentos de análisis conocidos en los últimos años, Perera advierte
que “mirar al futuro sin ver para atrás es para acordarnos que no existió la
‘edad de oro’, que durante los gobiernos pasados, aunque sin duda en una escala
muy inferior, también presenciamos el cierre de periódicos, los asesinatos
políticos, el encarcelamiento de los periodistas y el allanamiento de
universidades”. Vid. Perera, Miguel Ángel (2012) “Venezuela ¿Nación o tribu? La
herencia de Chávez”, Universidad Central de Venezuela, Caracas: 298.-
Apartando cualquier matiz o discrepancia, convengamos en la necesidad de un
referente fundacional, siendo el más lejano el propio nacimiento a la vida
republicana y, el más cercano, el de la democracia representativa. O en todo
caso, siendo nuestra hipótesis, la recuperación de los hechos y de los líderes arquetípicos que los hicieron posible
de una forma u otra, incluyendo un elemento quizá inadvertido y también
innecesario cuando hay estabilidad institucional, como el del “mucho coraje
físico” observado en: Caballero, Manuel (1998) “Las crisis de la Venezuela contemporánea”,
Monte Ávila Editores-Contraloría General de la República, Caracas: 52.
[8] Formalizado como “Movimiento Alirista”,
en octubre de 1966, el MDI contó entre sus fundadores a “Villa Torres de
Molina”, por lo que descartamos que la obra de Torres Molina haya sido
meramente por encargo. Vid. Manuel Vicente Magallanes (1973) “Los
partidos políticos en la evolución histórica de Venezuela”, Ediciones
Centauro, Caracas, 1983: 497 s.- Llama
la atención que, incluso, en Wikileaks, haya registros de esa cercanía con el
perezjimenismo:
Referencias
esenciales:
Eliade,
Mircea (1963) “Mito y realidad”, Editorial Labor, Barcelona, 1992.
Meléndez,
Enrique (2007) “Mi partido y yo, yo y mi partido”, Editorial Venezelia,
Caracas.
Reinoso,
Víctor Manuel (1966) “!Sensacional! Alirio se confiesa”,
Élite, Caracas, nr. 2102 del 05/02;
Rivas
Aguilar, Ramón A. (1988) “Ugarte Pelayo, Alirio”, en:
Diccionario de Historia de Venezuela, Fundación Polar, Caracas, tomo III.
Torres,
Ana Teresa (1999) “Los últimos espectadores del acorazado Potemkin”, Monte Ávila
Editores Latinoamericana, Caracas.
Torres
Molina, Billha (1968) “Alirio”, Cromotip, Caracas.
Ugarte
Pelayo, Alirio (1960) “Destino democrático venezolano”,
Editorial América Nueva, México.
---
(1965) “Discursos parlamentarios”, Publicaciones de la Secretaría de la
Cámara de Diputados, Caracas.
Villegas,
Carlos (1966) “Ugarte Pelayo: No represento ninguna nueva corriente en URD”,
La Esfera, Caracas, 22/01.
Breve selección iconográfica:
La
primera y la segunda gráficas, fueron muy difundidas en la década de los
sesenta del XX, en los tiempos que Ugarte Pelayo desempeñó funciones de
gobierno a raíz del derrocamiento de Rómulo Gallegos. Incluso, con mayor
malicia, la segunda en la que se encuentra junto a Marcos Pérez Jiménez, Rubén
Corredor y Carlos Delgado Chalbaud (tomadas del reportaje con motivo del
suicidio, publicado por la revista Élite, Caracas, en 1966). La tercera,
pertenece a una crónica de la Convención de Gobernadores (Élite, 1951).
Fotografías
emblemáticas de los sesenta. La segunda, tomada de la obra de Bhilla Torres
Molina y, la tercera, cuyo autor fue Tony Rodríguez, de la edición de un
semanario caraqueño, pocos meses antes del trágico suceso (Élite, 1966).
La
primera, atribuida por Torres Molina a la sesión del directorio de URD que
expulsó al larense. La segunda, primera plana de un diario caraqueño (La
Esfera, 1966) y, la tercera, alusión en una sección de comentarios
confidenciales de un magazine (Momento, Caracas, 1966), antes del deceso.
La
primera fotografía, responde a la portada de un reportaje alusivo al suicidio
(Momento, 1966). La segunda, cuyo autor es Tony Rodríguez, respalda la
entrevista realizada por Víctor Manuel Reinoso (Élite, 1966). La tercera es un comunicado
del Movimiento Alirista, a diez años del deceso (El Nacional, 1976).
Quizá
una constante en la iconografía de Ugarte
Pelayo, es el cigarrillo, por cierto, algo natural para la época, como
lo ejemplifica la fotografía de Carlos Flores, publicada antes del suicidio
(Élite, 1966). E, igualmente, en la mecedora hogareña. Distinto a a los años recientes, por aquéllos
era normal que el liderazgo político también concediese entrevistas a los
periodistas, en la propia casa de habitación y se divulgase las gráficas de
familiares, sin riesgo.
Breve nota LB.- No sabíamos de estas versiones en Youtube https://www.youtube.com/watch?v=qwlp1rIjazo y https://www.youtube.com/watch?v=3h68CGo7f_s, descubiertas recientemente, ni de artículos como https://www.elnacional.com/author/col-adellachiesa/, uno de los productores del programa en la red citado (17/05/2021)
excelente trabajo. importante además para dar a conocer la trayectoria de uno de los políticos que llegó a generar considerable interés en la democracia que empezaba a formarse
ResponderEliminarHabrá ocasión de abundar sobre este y otros personajes olvidados.
ResponderEliminarLa vida de Alirio Ugarte Pelayo fue extraordinaria. Desde su llegada al mundo, el maravilloso hecho de tener 2 familias,6 hermanos, 2 padres, 2 madres, con una gran inteligencia, la cual mantenía enfocada a la evolución y al crecimiento sobre los temas que eran de su total interés, su sensibilidad innata que lo llevaría desde muy pequeño a incursionar en la política, en la poecia, en el estudio de las artes, idiomas, historia universal, etc le abrirían un mundo de oportunidades donde lograría expresar sus ideas vanguardistas, totalmente progresistas, democráticas y siempre basándose en los principios éticos y morales más elevados. Todos sabemos que fue un asesinato, fue una mala jugada proveniente de alguno de sus tantos adversarios, invadido por la envidia, la impotencia ante esa clara realidad de un líder que crecía a pasos agigantados, que atrajo al pueblo con sus pensamientos claros, los venezolanos vieron en Alirio a un ser humano claro, a pesar de su léxico y su porte sofisticado y culto, era Alirio quien despertaba el interés de miles de venezolanos decididos a apoyarlo en su ideal de país de un destino democrático de avanzada para sacar a Venezuela adelante, cambiar la turbulenta realidad nacional ya insostenible, por un destino de progreso. Indudablemente generaron la hipótesis de un conveniente suicidio, quedando el criminal libre pero el pueblo siempre supo y ha sabido que fue vilmente asesinado. Cezgaron la vida de un ser brillante abordados por las miserias que albergan muchos seres llenos de complejos. En la historia de la humanidad hemos visto innumerables personajes sanguinarios, mediocres, cobardes que han llegado a las acciones más atroces por ostentar poder. La historia jamás miente, la verdad siempre sale a la luz
ResponderEliminar