Hablar de Dios es hablar del Espíritu, porque Dios es Espíritu
Marcos
Rodríguez
La
fiesta de Pentecostés está encuadrada en la pascua, más aún, es la culminación
de todo el tiempo pascual. Las primeras comunidades tenían claro que todo lo
que estaba pasando en ellas era obra del Espíritu. Todo lo que había realizado
el Espíritu en Jesús, lo estaba realizando ahora en cada uno de ellos.
Todo
esto queda reflejado en la idea de Pentecostés. Es el símbolo de la acción
espectacular del Espíritu a través de Jesús. También para cada uno de nosotros,
celebrar la Pascua significa descubrir la presencia en nosotros del Espíritu,
que debe llevar a cabo la misma obra que en Jesús y en los primeros cristianos.
Ninguno
de los aspectos pascuales debemos considerarlos como acontecimientos
históricos ocurridos en Jesús. Todos ellos expresan realidades que no pueden
ser objeto de historia, sino solo de fe. No son fenómenos constatables por los
sentidos; son realidades de otro plano y por lo tanto no pueden afectar a las
realidades físicas entre las que se encuentran nuestros sentidos.
Sus
efectos sí son históricos en nosotros. Cuando empleamos conceptos y palabras
sólo adecuadas para expresar realidades terrenas, empieza el conflicto. Ni
podemos expresarlas adecuadamente, ni pueden ser objeto de nuestro
conocimiento racional. A estas verdades sólo se puede acceder por la
experiencia interior.
Creo que todos admitiréis la
extrema dificultad que supone ponernos a hablar del Espíritu Santo. Es
como querer sujetar el viento o congelar la vida en una imagen. ¡No hay manera!
De todas formas, siempre que hablamos de Dios, hablamos del Espíritu, porque
Dios es Espíritu.
Pentecostés era una fiesta judía
que conmemoraba la alianza del Sinaí (Ley), y que se celebraba a los cincuenta
días de la Pascua. Nosotros celebramos hoy la venida del Espíritu, también a
los cincuenta días de la Pascua. Queremos significar con ello que el fundamento
de la nueva comunidad no es la “Ley” sino el “Espíritu”.
Tanto el “ruah” hebreo como el “pneuma”
griego, significan, en primer lugar, viento. Estudios recientes han
demostrado que la raíz de esta palabra en todas las lenguas semíticas es rwh
que significa el espacio atmosférico existente entre el cielo y la tierra, que
puede estar en calma o en movimiento. Significaría el ambiente vital del que
los seres vivos beben la vida. En estas culturas el signo de vida era la
respiración. Ruah vino a significar soplo vital. Cuando Dios modela al hombre
de barro, le sopla en la nariz el hálito de vida.
En el
evangelio que hemos leído hoy, Jesús exhala su aliento para comunicar el
Espíritu. Para ellos todos los seres participaban de la vida. La misma tierra
era concebida como un ser vivo, el viento era su respiración. Su comparación
con la vida, sigue siendo el mejor camino para intentar comprender lo que
significa “Espíritu”. No sabemos qué es la vida, pero vivimos.
No es
tan corriente como suele creerse el uso específicamente teológico del término
"ruah" (espíritu). Solamente en 20 pasajes de las 389 que
aparece en el Antiguo Testamento, podemos encontrar este sentido.
En los
textos más antiguos se habla del espíritu de Dios que capacita puntualmente a
alguna persona, para llevar a cabo una misión concreta que salva al pueblo de
algún peligro. Con la monarquía el Espíritu se convierte en un don permanente
para el monarca (ungido). De aquí se pasa a hablar del Mesías como portador del
Espíritu. Solo después del exilio, se habla también del don del espíritu a todo
el pueblo.
En el
Nuevo Testamento, "espíritu" tiene un significado fluctuante, hasta
cierto punto, todavía judío. El mismo término "ruah" se presta a
asumir un significado figurado o simbólico. Solamente en algunos textos de Juan
parece tener el significado de una persona distinta de Dios o de Jesús.
"Os mandaré otro consolador."
El
Nuevo Testamento no determina con precisión la relación de la obra salvífica de
Jesús con la obra del Espíritu Santo. No está claro si el Pneuma es una entidad
personal o no. Jesús nace del Espíritu Santo, baja sobre él en el bautismo, es
conducido por él en al desierto, etc. No podemos pensar en un Jesús
teledirigido por otra entidad desde fuera de él.
Según
el Nuevo Testamento, Cristo y el Espíritu desempeñan evidentemente la misma
función. Dios es llamado Pneuma; y el mismo Cristo en algunas ocasiones. En
unos relatos lo promete, en otros lo comunica. Unas veces les dice que la
fuerza del Espíritu Santo está siempre con ellos, en otros dice que no les
dejara desamparados, que él mismo estará siempre con ellos.
Hoy sabemos que el
Espíritu Santo no es más que el mismo Dios bajo el aspecto de energía, fuerza,
motor de toda Vida. Por lo tanto, forma parte de nosotros mismos y no tiene que
venir de ninguna parte. Está en mí, antes de que yo mismo empezara a existir.
Es el fundamento de mi ser y la causa de todas mis posibilidades de crecer en
el orden espiritual. Nada puedo hacer sin él y nunca estaré privado de su
presencia.
Ni
siquiera es necesario el calificativo de Santo, porque eso supone que hay
espíritus malignos, y esto para nosotros no tiene mucho sentido. Todas las
oraciones encaminadas a pedir la venida del Espíritu, nacen de una ignorancia
de lo que queremos significar con ese término. Lo que tenemos que hacer es
tomar conciencia de su presencia y dejarle actuar en nosotros.
Está
siempre en nosotros, pero no somos conscientes de ello y como Dios no puede
violentar ninguna naturaleza, en realidad es como si no existiera para
nosotros.
Un
ejemplo puede ilustrar esta idea. En una semilla, hay vida, pero en estado
latente. Si no coloco la bellota en unas condiciones adecuadas, nunca se
convertirá en un roble. Para que la vida que hay en ella se desarrolle,
necesita una tierra, una humedad y una temperatura adecuada, así como una
ausencia de luz, sin la cual nunca desarrollará su potencialidad. Pero una vez
que se encuentra en las condiciones adecuadas, es ella la que germina; es ella
la que, desde dentro, desarrolla el árbol que llevaba en potencia.
Dios
(Espíritu) es el mismo en todos y tiene que empujar hacia la misma meta. Pero
como cada uno está en un “lugar” diferente, y a veces muy diverso, el camino
que nos obliga a recorrer, será siempre distinto. No son pues, los caminos los
que distinguen a los que se dejan mover por el Espíritu, sino la meta hacia la
que se dirigen. El labrador, el médico, el sacerdote tienen que tener el mismo
objetivo vital si están movidos por el mismo Espíritu. Pero su tarea es
completamente diferente.
¿Cuál
es la meta a la que empuja el Espíritu? Este es el nudo gordiano de la
cuestión. Una mayor humanidad es la manifestación de esa presencia del
Espíritu. La mayor preocupación por los demás, es la mejor muestra de que uno
se está dejando llevar por él. En cualquier persona que manifieste amor está el
Espíritu.
Si Dios
está en cada uno de nosotros a través del ser, está total y absolutamente como
lo que es, simple y a la vez, absoluto. No hay manera de imaginar que pueda
estar más en uno que en otro. En toda criatura se ha derramado todo el
Espíritu. En la posesión del Espíritu, no hay diferencia entre el campesino, el
maestro, el sacerdote o el obispo.
Esgrimir
el Espíritu como garantía de autoridad, es la mejor prueba de que uno no se ha
enterado de lo que tiene dentro. Porque tiene la fuerza del Espíritu, el
campesino será responsable y solícito en su trabajo y con su familia. En nombre
del mismo Espíritu, el obispo desempeñará las tareas propias de su cargo.
Siempre
que queremos imponernos a los demás con cualquier clase de violencia, incluida
la pretensión de hablar en nombre de Dios, estamos dejándonos llevar, no del
Espíritu, sino de nuestro espíritu raquítico.
La
presencia de Dios en nosotros, nos mueve a parecernos a Él. Pero si tenemos una
falsa idea de Dios, nos metemos por un callejón sin salida. Con una idea de
Dios que es poder, señorío y mando, que premia y castiga, intentaremos repetir
esas cualidades en nosotros en nombre de Dios.
El
intento de ser como Dios en el relato de la torre de Babel, queda contrarrestado
en este relato que nos habla de reunir y unificar lo que era diverso.
Si
descubrimos el Dios de Jesús que es amor y don total, intentaremos repetir en
nosotros ese Dios, amando, reconciliando y sirviendo a los demás. Esta es la
diferencia abismal entre seguir al Espíritu del que nos habla el evangelio, o
seguir lo que nos dicta nuestro propio espíritu en nombre de un falso dios.
Todas las religiones han caído en esta trampa.
Dios
llega a nosotros desde lo hondo del ser, y acomodándose totalmente a la manera
de ser de cada uno. Por eso la presencia del Espíritu nunca lleva a la
uniformidad, sino que potencia la pluralidad. Pablo lo vio con claridad
meridiana: formamos un solo cuerpo, pero cada uno es un miembro con una función
diferente e igualmente útil para el todo.
Si no
tenemos esto en cuenta, caeremos en la trampa de hacer clones en vez de
personas. Esa uniformidad pretendida por los superiores en nombre del Espíritu,
no tiene nada de evangélica, porque, lo que se intenta es que todos piensen y
actúen como el superior. Si todos tocaran el mismo instrumento y la misma nota,
no habría nunca sinfonía. Sólo la armonía de muchos sonidos diferentes nos
lleva a disfrutar de la música.
Meditación-contemplación
El Espíritu es la clave de la VIDA.
Mi verdadero ser es lo que hay de Dios en mí.
Dios en mí está como Espíritu que se me da.
Es el único y total Don de Dios a cada criatura.
………….
Desde nuestro ser aparente (lo que creemos ser),
debemos dar el salto a nuestra verdadera realidad.
Desde la parte reflejada del espejo,
tenemos que dar el salto al ser reflejado.
…………….
Mi verdadero ser y el ser de Dios
no son dos realidades separadas,
aunque yo sigo siendo yo y Dios sigue siendo Dios.
Para la razón es algo incomprensible.
Para el místico es la cosa más simple del mundo.
¡Inténtalo!
Iustración: Marc Chagall, “Abramo e i tre angeli” (1966).
No hay comentarios:
Publicar un comentario