La
militarización de la política
Luis
Barragán
La
crisis social y económica trastocada en humanitaria, ya pisa los terrenos de la
seguridad y defensa. Por una parte, irresponsablemente llegamos al nada
envidiable estadio, por la evidente incapacidad gubernamental de aplicar las
medidas más sensatas y de contar con un enfoque realista de las circunstancias
que reiteran el fracaso de un modelo; y, por la otra, tenemos el deliberado
esfuerzo de Maduro Moros para plantear la situación en los términos de una
inaudita guerra civil que lo conduce al más grosero chantaje: nos resignamos a
morir de hambre, o de todos modos lo haremos a través de un conflicto de
consecuencias inimaginables.
Dato
importante para el ascenso al poder en 1999, la antipolítica ha tenido como
correlato la necropolítica, explotada hasta la saciedad por un régimen que
todavía intentar inflar el culto a una personalidad cada vez más olvida, ajena
a nuestra propia identidad de pueblo, como quiso y sus especialistas
pretendieron sembrar en el imaginario social. Limitados por una realidad
insobornable, ahora intentan responder tozudamente con los hechos de fuerza,
militarizando cada vez más el lenguaje.
No
existe el más mínimo esfuerzo de comprender el dato económico, ni la evidencia
social y, así, la inflación, la insólita cifra mensual de muertes violentas,
las epidemias, el desabastecimiento o cualesquiera otras materias que se
elijan, tienen por justificación la conspiración del enemigo preferiblemente
interno, porque el tal imperio a veces luce indiferente y hasta indolente, que
amerita de una nada virtual desaparición de los deslealmente competidos
adversarios. La propia “guerra económica”, un artefacto verbal que lo releva de
la consideración del drama humano que nos aqueja, lleva a Maduro Moros a
adoptar decisiones que únicamente se explican por el empleo abusivo de la
Fuerza Armada, pues, a cascazo limpio cederá la inflación.
La
política militarizada que teme del debate sobrio y abierto en la instancia
parlamentaria que se hizo naturalmente para el verbo y la razón, fundada en la
contraposición de amigo y enemigo, identificando con éste al más tímido
disidente, se afinca en una relación vertical de todos los actores, el fiel
cumplimiento del dogma en boga, el uso de la fuerza para zanjar las
diferencias. En la cúspide, está el improvisado e inseguro Maduro Moros que se
entiende frente a un gran teatro de operaciones y, dado su talante
autoritario, concibe las soluciones en
términos de movilización, logística y maniobra táctica, mas no en el orden de
las estrategias que otros concebirán y aconsejarán: creemos, nunca fue un
dirigente político de alta competencia, puede decirse, sino un activista con
una muy buena estrella y, siguiendo el símil, sus peroratas dibujan más al
envalentonado infante de marina que al oficial de estado mayor.
El
lenguaje y la política de la civilidad le son extraños a quienes, por cosas del
destino, alcanzaron un buen día la colina, no otra que el Estado, y para
defender la posición dictamina con la elegancia de la que es capaz: si me
joden, se joden todos. Por cierto, a propósito de la sentencia inevitable de
Pepe Mujica, no por casualidad, emulando quizá una escena de la “Venezuela
heroica” de Eduardo Blanco, se dice loco de amor por Chávez Frías, inconsciente
prisionero Nicolás de la más farragosa cursilería.
Ilustración: José Lara (exposición Biblioteca Nacional, Caracas, 11/03/2016).
23/05/2016
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