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sábado, 8 de febrero de 2020

DEMOLIDO SECTOR CULTURAL

La cultura subalterna
Luis Barragán

Evidente, no ha habido ni habrá política cultural bajo el presente régimen excepto tengamos por  tal, la de un carácter burocrático y clientelar que pendió de la ya exhausta renta petrolera  y, ahora, revela el cuño cuartelario que, por siempre, la inspiró.  Confiscado el viejo legado, el Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles, por ejemplo, fue integrado a la poderosa maquinaria propagandística y publicitaria del oficialismo  (gestio pro heredere), tergiversando sus propósitos y alcances hasta lesionarlo severamente.

Rápido contraste, por lo menos, la Cuba de finales de los ’60 del ‘XX, auspició e instrumentó fenómenos, como el de la Nueva Trova, permitiéndole soslayar en todo lo posible casos, como el tristemente célebre de Heberto Padilla. Incorregibles, muy distantes están los socialistas de esta hora de algo parecido, por el corrompido modelo de negocios que los lleva a escenificar circunstanciales espectáculos musicales de burla a quienes los padecen, aniquilando cualquier esfuerzo del sector privado que, muy antes nos convirtió en un referente continental. Sin embargo, entre los más variados aspectos, cabe señalar la demolición que ha logrado del sector cultural, otrora vigoroso y solvente respecto al desempeño de  la gerencia, la plástica, el cine, el teatro, etc.

El frondoso ministerio usurpador de Cultura, no representa ni siquiera a los propios que lograron poblar sus nóminas. Negada toda libertad creadora, se resignan a emblematizarlo para la supervivencia en el cuadro generalizado de represión y (auto) censura que intenta sobrellevar la catástrofe humanitaria, creyéndola compensada por las regulares y soeces  descalificaciones, injurias y difamaciones aún de los más modestos disidentes.

Hacia finales de 2014, otro ejemplo, la dictadura impuso una  Ley de Protección Social Integral al Artista y Cultor Nacional que movió a las figuras - antes estelares de la televisión comercial - a la sede legislativa, festejándola amplia y desmesuradamente,  aun sabiéndola una promesa infundada, populista, demagógica e irresponsable. Tuvimos ocasión de denunciarla,  como una indecible pieza de la manipulación y, lamentablemente, el tiempo nos dio la razón y con creces: por cierto, ni los devotos del régimen se atreven a recordarla, por muy vigente que esté la normativa, dada las consecuencias predecibles del más distraído gesto de inconformidad.

Por entonces, cumplimos con nuestras responsabilidades como miembros de la Comisión Permanente de Cultura y Recreación de la Asamblea Nacional, por dos años y medio, ciertamente imprevista, porque el Reglamento Interior y de Debates deja en manos del presidente de la corporación legislativa el destino regular de trabajo de cada diputado, orientando todas nuestras energías a combatir la Ley Orgánica de Cultura del oficialismo que, luego, mediante la habilitante, Maduro Moros terminó de caricaturizarla a través de un decreto (http://leydecultura.blogspot.com). Ayer, como hoy, en los predios oficiales y en los de la misma oposición, es nuestra convicción, la cultura, la política y el sector culturales,  ostentan una importancia demasiado secundaria o escandalosamente terciaria en relación a los problemas del país, urgida de corregir.

Fotografía: Sesión de la Comisión Permanente de Cultura y Recreación (Caracas, 20/05/2015), encabezada por su vicepresidente diputado Cristóbal Jiménez.  Y, aunque el presidente de la Asamblea Nacional decidió cambiarlo a la Comisión de Política Exterior,  tras los intensos debates  sobre la Ley Orgánica de Cultura, en 2013,  el diputado Luis Barragán frecuentó la de Cultura, a veces como solitario opositor ante la mayoría oficialista, cuando la ocasión lo ameritaba, porque así lo  autorizaba el Reglamento Interior y de Debates.

20/02/2020:
Cfr.
https://puntodecorte.com/trabajadores-del-ministerio-de-cultura-estamos-pasando-hambre-y-necesidad/?fbclid=IwAR0qWSIEEwr3Wqxmfa3eQB1Wz-Nam0LpXsIdX5vdMCqYlI6Q3GuULTSzPYI
10/02/2020:
http://guayoyoenletras.net/2020/02/10/la-cultura-subalterna/

sábado, 10 de junio de 2017

SECAS RAMAS


De la cultura oficial y oficiosa

Luis Barragán

“Y la ironía tenía sus límites. Por ejemplo,

no podías ser un torturador irónico; o una

víctima irónica de la tortura. Asimismo, no podías

afiliarte al Partido irónicamente.

Podías hacerlo sinceramente o cínicamente:

eran las dos únicas posibilidades”

Julian Barnes (*)

Sumergidos en una pavorosa crisis humanitaria, licuada con pólvora por la dictadura, pocas veces alcanzan cupo en la turbada opinión pública algunos otros problemas específicos, decisivos y no menos relevantes. Por supuesto, agredida e interesadamente desconocida la Asamblea Nacional, no hay ocasión para evaluar la gestión gubernamental y ejercer los controles correspondientes, gozando los más altos funcionarios de la inédita ventaja de ejecutar un presupuesto inconstitucional, clandestino y arbitrario, presto al pillaje.

Uno de los mejores ejemplos reside en el sector cultura, bajo la conducción de un monstruo burocrático, realizador de los antivalores sembrados por el régimen en casi dos décadas. Suele moderar la publicidad, como otros despachos tan cuidadosos de la diatriba, a los que solamente les contenta corear las consignas de Maduro Moros, el benefactor de sus privilegios, evitándoles la interrogación misma de los compañeros de causa que compiten por los recursos. Sin embargo,  una que otra exposición de los siempre prevenidos intelectuales que le quedan al oficialismo, esbozan esa procesión oficiosa que llevan por dentro y por fuera.

El poeta Gustavo Pereira ha despachado un texto y una conferencia en la sede del Archivo General de la Nación, patrimonio exclusivo aunque subestimado por el PSUV, defendiendo la política cultural del régimen, sin que, por cierto, encuentre la oportuna y vehemente respuesta de los sectores especializados de la oposición, excepto las honrosas excepciones, como la del tweed lapidario y decidor del Prof. William Anseume, presidente la Asociación de Profesores de la Universidad Simón Bolívar (APUSB).  El poeta  y también abogado, defiende lo pautado en la Constitución de 1999 y, a la vez, celebra la realización de una inconstitucional convocatoria constituyentista.

Acaece en otros ámbitos, como el laboral o el municipal, el solo enunciado del articulado constitucional y de las leyes que origina en materia cultural, cumplidas  sólo a título de inventario, lo presumen como el diseño y realización del programa político mismo del régimen. Diciéndose adalides de la protección social del cultor y del artista, de los derechos del trabajador y de la participación comunitaria, por el único dictado de leyes que, luego, caprichosamente reglamentan,  a guisa de ilustración, no hay un actor que escape del empobrecimiento radical,   obrero al que le satisfaga las diligencias de las inspectorías del trabajo sobre todo al tratarse del Estado empleador, ni posibilidad alguna de respetar las decisiones de las asambleas de ciudadanos que, se suponen, tienen carácter vinculante, zarandeados todos por los órganos represivos de subir el tono a sus demandas.

Aguantando el papel todo, la formalidad legal se convierte en toda una conquista revolucionaria y, paradójicamente, el fenómeno nos remite a lo referido por Boaventura Sousa en torno a los instrumentos jurídicos que, pretendiendo responder a los problemas, banalizan las soluciones. Digamos, se convierten en una formalidad política a defender, negando los hechos que abiertamente la contradicen.

Los cuatro artículos constitucionales que directamente atañen a la cultura, no soportan la dura prueba de las realidades. Enunciados, no hay libertades culturales, ni autonomía administrativa y funcional de los órganos estatales y, como el resto del país, existe un absoluto desamparo social de los trabajadores culturales y el propio gobierno es el único intérprete y portador de la información cultural, según su ferviente deseo, ejerciendo insignemente la censura y el bloqueo.

El terrorismo psicológico del Estado, adelantado sin cortapisas mientras orwellianamente brega por una identidad que desea definir y realizar gracias al culto de la personalidad (pugnando por ella, Bolívar y Zamora, Chávez y Maduro), se traduce en el esfuerzo por  afianzar y  normalizar el miedo, la resignación, el revanchismo, el estereotipo y la obediencia. Ni siquiera el actual poder establecido tiene intereses estéticos que defender, por la orgullosa ignorancia e insensibilidad que lo caracteriza, apuntando a la sociedad ágrafa en la que, apenas, el tuerto pueda descubrir una mina de intereses crematísticos para los ciegos que la buscan.

Nada casual, el ultrarrentismo del siglo XXI tiene a sus cómodos burócratas instalados en un ministerio improductivo, como el de Cultura, dictando u oyendo la cátedra de los interesados.  Están más cerca de Heberto Padilla que de Dmitri Shostakóvich, si fuere el caso, porque acá no hay un Josep Stalin con veleidades musicales, importándoles un bledo el ramo, salvo los reales que amarren a José Antonio Abreu.

Pereira dijo que “donde hay cultura, no hay miseria”, una arenga de confesión, pues, de fácil refutación, la cultura de la muerte, de la agresión y, en definitiva, de la violencia contra la cual luchamos, no expresa solamente al poder y al lenguaje del poder que la exalta, sino las propias realizaciones que, con irresponsable comodidad, imputa al capitalismo manchesteriano que dice suceder. A la quiebra económica y social del país que el gobierno, un mismo gobierno para toda la  centuria, ha generado se suman las aproximadamente 30 mil muertes anuales, injustas y prematuras,  y  el vil asesinato de más de sesenta jóvenes en, apenas, dos meses de una cruda represión de la protesta pacífica que espontáneamente puebla las calles. O, mejor, lo sintetiza la vanguardia revolucionaria de los llamados colectivos armados, amparados por la GNB y la PNB, que reprimen y disparan, arrebatando las pertenencias personales de sus víctimas.

 Entonces, al ultrarrentismo se une, celebrándolo,  el asombroso vandalismo político que no merece una línea, por modesta que sea, de los intelectuales que le quedan al régimen, confiados en que algún día los proveerán de un cargo consular o diplomático, así el Estado no los publique, pues tampoco se sabe de la (s) imprenta (s) que importó Farruco Sesto, el otrora y augusto ministro que conferencia ahora en Vigo, con capacidad de un tiraje de veinte millones de ejemplares y que, seguramente, sirvió para la frondosa edición de afiches de campaña, antes que el pillaje – el otro pillaje – hiciera de los repuestos, la tinta y el papel, un negocio subrepticio. Puede citarse, en una distraída conferencia, a Rodolfo Quintero y su más célebre trabajo sobre la cultura del petróleo en Venezuela, dándole prestancia al orador, o – acaso – garantizar una “nueva filosofía de vida”, pero lo cierto es que la retórica en boga, no reporta novedad alguna: el poder pretende asfixiarnos con sus eufemismos

Nota involuntariamente ya extensa, señalemos brevemente la otra faceta de la reciente historia cultural venezolana: la Ley Orgánica de Cultura. Despachada en, apenas, dos sesiones por la Asamblea Nacional en 2013, bajo dominio oficialista, contrariando la Constitución, no la promulgó a tiempo Maduro y, amoldada a sus precarios antojos, la despachó mediante un abusivo y muy tardío decreto habilitante, abofeteando a sus propios diputados tal como hoy, con la tal asamblea constituyente que desea imponer por la vía de la represión, escupe al rostro del constituyentista de 1999 y, siéndolo él mismo, sabemos lo que ocurre con el gargajo vertical.

(*) “El ruido del tiempo”, Anagrama, 2016: únicamente disponible en las redes, mientras no las coarten lo suficiente, pues, Venezuela está aislada culturalmente de todas las novedades y también vejeces: http://assets.espapdf.com/b/Julian%20Barnes/El%20ruido%20del%20tiempo%20(12071)/El%20ruido%20del%20tiempo%20-%20Julian%20Barnes.pdf
Fotografías: LB, El Cafetal (08/06/17). 
Reproducción intermedia: Captura de pantalla Tweed oficial sobre la Carreño.

12/06/2017

lunes, 1 de agosto de 2016

PERSPECTIVAS



Quiebra cultural

"En materia cultural, inevitable, el gobierno agotó la feroz demagogia populista que ha cultivado por todos estos años y ello lo prueba el  descarado incumplimiento de leyes como la de  Protección Social Integral al Artista y Cultor, sancionada dos años atrás, en los tiempos idos de una Asamblea Nacional que actuaba como oficina subalterna de Miraflores”, señaló el diputado opositor  Luis Barragán al concluir la exposición guiada del artista Julio Pacheco Rivas, en los espacios del BOD.

“En este mes de agosto, se cumplen tres años de sancionada la Ley Orgánica de Cultura por aquél parlamento dócil que, incumpliendo con la Constitución, no fue oportunamente promulgada o devuelta por Nicolás Maduro y, faltando poco,  año y medio después  la convirtió en  decreto-ley, así no lo contemplase la habilitación presidencial que por entonces le obsequiaron, violentando de nuevo el texto constitucional. Asumido el fenómeno cultural bajo la equivocada perspectiva de la doctrina de seguridad nacional que nos domina, convertidos en enemigos  los que claman y reclaman a favor de las libertades culturales, el instrumento ha marcado un dramático retroceso. Somos un país en franca desindustrialización cultural, burlada la vocación y el talento de los venezolanos gracias a la gigantesca burocracia que se indigestó de petrodólares, cuya única preocupación era y es aún la de combatir la disidencia de los artistas, escritores, cineastas o músicos que, entre otros, se ven forzados a emigrar. La oficial, es una versión errada, interesada y reduccionista de la cultura e identidad popular amarrada a un anacrónico culto a la personalidad, como se vio en  ese inmenso basurero que llamaron Feria del Libro, en la que por cada ejemplar de la Carta de Jamaica hubo cien ejemplares de propaganda madurista, a sabiendas que la moneda falsa no circula sin la verdadera. La transición democrática debe partir de lo que constituye su mejor garantía: la recuperación espiritual de todo un país que haga de la libertad su mejor e insustituible experiencia creadora, fundada en la dignidad de la persona humana, la sensibilidad,  la tolerancia, el respeto, la solidaridad”.

Señaló el diputado de Vente Venezuela que Julio Pacheco Rivas es un valor del arte venezolano que inspirará esa transición: “Un creador que no se detiene y de cuyo talento ha quedado testimonio en los sectores populares de Petare, como en los espacios de instituciones privadas que abren sus puertas gratuitamente para legos y entendidos, curiosos y especialistas. Hemos disfrutado hoy de una importante muestra de sus piezas, aventajada por la personal orientación que dio, junto a la curadora Susana Benko, permitiéndonos reflexionar libremente en torno a sus hallazgos.  Una iniciativa a contracorriente que alivia un poco más las angustias que genera  la difícil coyuntura actual, permitiéndonos cobrar fuerzas para propiciar el cambio histórico que nos merecemos”.

Finalizó el diputado Barragán: “A la debacle social y económica se añade la cultural de un régimen que desea sojuzgarnos a todo trance, condenándonos a sus hueras consignas. Suele ocurrir con las dictaduras, procurando de la ignorancia y la insensibilidad su mejor soporte, pero ya todo esto se está acabando y, más allá del revocatorio, se abre el horizonte hacia una definitiva transición”.

31/07/2016

sábado, 7 de mayo de 2016

INADVERTIDO RANGO MILITAR



De nuevo, la Ley del Monopolio Estatal de la Cultura (y la limpieza de un maltés)

Luis Barragán

Recientemente, aceptamos la invitación que nos hiciera la Secretaría Nacional de Cultura de Acción Democrática para intercambiar ideas en torno a la – curiosamente – vigente Ley Orgánica de Cultura. Nos llevamos una grata impresión por el interés y dominio de la materia de un equipo que la está trabajando y, aunque no constituye una prioridad frente a otras (permitido el plural), como las leyes del TSJ, de Amnistía o del Bono, tarde o temprano debemos afrontar el reto de su actualización.

A principios del presente año, dejando constancia por escrito en  la Comisión Permanente de Cultura de la Asamblea Nacional, entre otras propuestas, sugerimos la necesidad de revisar la citada Ley Orgánica, la cual consagra el monopolio cultural del Estado.  Grosso modo, por la brevedad de una normativa de la que escapan otros  ámbitos del fenómeno cultural, ampliando la  potestad reglamentaria del Ejecutivo Nacional; por la marcada, sectaria  y reduccionista perspectiva político-ideológica del texto legal que, a contra-natura, violenta las más mínimas nociones de  libertad y pluralidad,  claves de todo esfuerzo creador; y por la razonable duda que tenemos respecto a su vigencia, ya que el origen del instrumento radica en una sanción parlamentaria, incumplida su promulgación o devolución por el presidente de la República, como incumplida la diligencia que debió realizar la directiva asamblearia en el plazo constitucional correspondiente, reapareciendo - año y medio después - mediante una decreto-ley, aunque no constituía materia de la entonces habilitación presidencial.

Luce doblemente significativo que una entidad partidista aborde tan importante labor, orientada a la propia definición de una política pública, valorando una materia pretendidamente subestimada, al igual que invite al suscrito, militante de otra organización, en atención a las responsabilidades parlamentarias que le permitieron cuestionar las intenciones y pretensiones del gobierno, dejando un modesto testimonio en las redes. Valga acotar, con todas sus fallas y equívocos, la gestión cultural de las décadas que lo precedieron, luce muy superior al desempeño del actual régimen, aunque – nada difícil de descubrir – no pocos de sus figurones fueron sus beneficiarios a pesar del discurso de ocasión que no ahorra denuestos para con sus mismos benefactores del pasado.

Importa que las organizaciones partidistas asuman el problema, recobrando toda su trascendencia, al igual que la sociedad civil. Por cierto, con motivo de la discusión del entonces Proyecto de Ley Orgánica de Cultura supimos del contraste entre determinadas individualidades y comunidades culturales organizadas e independientes, pues, mientras recibimos el decidido apoyo y asistencia de unos, otros poco o nada hicieron y, una vez aprobado el instrumento, clamaron a los cielos rasgándose las vestiduras, como aquél escritor reconocido que temió – antes – compartir una rueda de prensa o la consultora legal que se quejó de un texto al que nunca contribuyó para su enmienda.

Finalmente, nos satisfizo mucho que, entre otros valiosos venezolanos, fuese designado el rector Giuseppe Giannetto como miembro de la Soberana Orden militar y hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta. Una distinción significativa que, valga la humorada, habla un poco de su edad (la Orden data del siglo XI),  y apunta al más limpio de los malteses (como él mismo lo comentó). Enhora buena.

02/05/2016