El Universal, Caracas, 17/03/1953.
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domingo, 26 de noviembre de 2017
domingo, 4 de diciembre de 2016
PAVIMENTAR EL BOLSILLO
Escena para un Estado ausente
Luis Barragán
En días recientes, al salir de una sesión plenaria en la Asamblea Nacional, nos percatamos del curioso esfuerzo que, seguramente, se repite en todos los caseríos, pueblos y ciudades del país. Luego de hacer la mezcla correspondiente y de tapar cuidadosamente el cráter en una avenida de amplia y densa circulación, la tan voluntariosa persona convirtió un pote de hojalata en la deseada alcancía para la contribución de conductores y peatones que, nos parece, abundaron más en el gesto de agradecimiento que en el dinero depositado.
Aparecen nuevas oportunidades y oficios que reemplazan la mendicidad, sobre todo en el medio urbano. Uno de ellos, es el de prestar un servicio a la comunidad que el Estado deudor ni siquiera se molesta en dispensarlo o excusarlo, excepto la suscripción y pago de sendas contrataciones que suelen culminar en la taquilla bancaria, aunque el más elemental remiendo del pavimento queda pendiente para otra ocasión de negocios.
Frecuentemente, son los ciudadanos más sensibles y conscientes los que se ocupa de señalizar los huecos que exhibe la ciudad, permanentemente afectada por la lechina de la desidia gubernamental. El servicio anónimo del ciudadano espontáneo, tiende a evitar el accidente de personas y automóviles desprevenidos, cuando – cansados – los vecinos no arbitran sus escasos recursos para compartir el esfuerzo de una gratuita reparación de las vías que, por cierto, ha pagado por adelantado a través de los impuestos que rigurosa e inevitablemente paga, tal como lo ha hecho con el alumbrado público, pero – ornamentales los postes – debe aliviarlo y sufragarlo desde las casas, edificios y locales comerciales.
Una rápida lectura de la escena comentada, nos lleva – por una parte – a constatar la situación desesperada de quien, buscando llevar el pan a la casa, ingeniosamente se vale de las oportunidades que el Estado ausente abre. Hay un claro indicio del emprendimiento que lo cuestiona, haciéndolo simultáneamente con las condiciones de vida que rayan en lo inhumano, habida cuenta de la – antes impensable – crisis que padecemos.
E, igualmente, nos conduce – por otra – a constatar que, desde la fallida reforma constitucional de 2007, realizada luego inconstitucionalmente a través de leyes y reglamentos, ese Estado pretende transferir a las comunas subordinadas, siendo ésta una condición indispensable, los problemas fundamentales, aunque las excedan por su complejidad y profundidad, especialidad y necesidad de recursos. El poder central, a guisa de ilustración, no atiende – renunciándolas - las inmensas dificultades en materia de salubridad, seguridad personal y energía eléctrica, porque el exclusivo celo está en la preservación de sus reducidos elencos de conducción y de la jugosa inversión en la pólvora asimétrica.
Fotografías: LB, Caracas.
Luis Barragán
En días recientes, al salir de una sesión plenaria en la Asamblea Nacional, nos percatamos del curioso esfuerzo que, seguramente, se repite en todos los caseríos, pueblos y ciudades del país. Luego de hacer la mezcla correspondiente y de tapar cuidadosamente el cráter en una avenida de amplia y densa circulación, la tan voluntariosa persona convirtió un pote de hojalata en la deseada alcancía para la contribución de conductores y peatones que, nos parece, abundaron más en el gesto de agradecimiento que en el dinero depositado.
Aparecen nuevas oportunidades y oficios que reemplazan la mendicidad, sobre todo en el medio urbano. Uno de ellos, es el de prestar un servicio a la comunidad que el Estado deudor ni siquiera se molesta en dispensarlo o excusarlo, excepto la suscripción y pago de sendas contrataciones que suelen culminar en la taquilla bancaria, aunque el más elemental remiendo del pavimento queda pendiente para otra ocasión de negocios.
Frecuentemente, son los ciudadanos más sensibles y conscientes los que se ocupa de señalizar los huecos que exhibe la ciudad, permanentemente afectada por la lechina de la desidia gubernamental. El servicio anónimo del ciudadano espontáneo, tiende a evitar el accidente de personas y automóviles desprevenidos, cuando – cansados – los vecinos no arbitran sus escasos recursos para compartir el esfuerzo de una gratuita reparación de las vías que, por cierto, ha pagado por adelantado a través de los impuestos que rigurosa e inevitablemente paga, tal como lo ha hecho con el alumbrado público, pero – ornamentales los postes – debe aliviarlo y sufragarlo desde las casas, edificios y locales comerciales.
Una rápida lectura de la escena comentada, nos lleva – por una parte – a constatar la situación desesperada de quien, buscando llevar el pan a la casa, ingeniosamente se vale de las oportunidades que el Estado ausente abre. Hay un claro indicio del emprendimiento que lo cuestiona, haciéndolo simultáneamente con las condiciones de vida que rayan en lo inhumano, habida cuenta de la – antes impensable – crisis que padecemos.
E, igualmente, nos conduce – por otra – a constatar que, desde la fallida reforma constitucional de 2007, realizada luego inconstitucionalmente a través de leyes y reglamentos, ese Estado pretende transferir a las comunas subordinadas, siendo ésta una condición indispensable, los problemas fundamentales, aunque las excedan por su complejidad y profundidad, especialidad y necesidad de recursos. El poder central, a guisa de ilustración, no atiende – renunciándolas - las inmensas dificultades en materia de salubridad, seguridad personal y energía eléctrica, porque el exclusivo celo está en la preservación de sus reducidos elencos de conducción y de la jugosa inversión en la pólvora asimétrica.
Fotografías: LB, Caracas.
05/12/2016:
Etiquetas:
Ciudadanía,
Estado,
Infraestructura vial,
Luis Barragán,
Nuevos oficios,
Supervivencia,
Vialidad
lunes, 23 de mayo de 2016
¿UNA CAMPAÑA DE AUTO-PROTECCIÓN CIVIL?

Del
instinto de supervivencia
Luis
Barragán
Anunciados
y realizados – de un modo u otro - constantemente, los consabidos ejercicios
militares responden a objetivos eminentemente políticos de orden interno. No
existe un mínimo indicio de invasión de alguna potencia foránea, excepto el que
retóricamente ha inflado el régimen en ya casi veinte años, ni así lo ha
dictaminado el Consejo de Seguridad de la Nación, pues, que sepamos, no ha
celebrado la correspondiente sesión que requiere de la presencia del presidente
de la Asamblea Nacional para la debida conformación del quórum.
La
movilización militar se debe al proceso de convocatoria de un referéndum – ésta
vez – revocatorio que, contemplado nada más y nada menos que en la propia
Constitución de la República, no lo autoriza, pues, si lo hiciese, reconocería
la inexistencia misma de un Estado Constitucional. La adquisición y el empleo de
los llamados “drones”, costosísimos aparatos de alta tecnología, para
supervisar y filmar las movilizaciones ciudadanas a fin de solicitar legítimamente el cumplimiento de los
– subrayemos - trámites administrativos
del revocatorio, confirman el evidente objetivo político.
Peor,
mientras que tales artefactos se estrenan para estas jornadas cívicas y
pacíficas, manchando el firmamento, recabando la información que los servicios
de inteligencia procesarán para la saña represiva, la ciudadanía está olvidada
a su suerte en las inmensas colas para conseguir alimentos y medicamentos. No
hay uno de estos “drones” capaces de advertir las situaciones e identificar a
los delincuentes que actúan a sus anchas cuando las personas desesperan para
obtener una fórmula láctea, una pastilla para la hipertensión arterial o papel
higiénico, así como la fuerza militar – comprobado, la más inadecuada para
estas labores – no impide el asalto a mano armada, el secuestro o la muerte de
alguien que paga por el delito de no contar en el bolsillo con un par de
miserables cigarrillos.
Solamente,
el instinto de supervivencia nos explica a los venezolanos en las calles y en
las colas, procurando evadir milagrosamente al hampa, porque no hay autoridad -
y los colectivos armados no lo son -
capaz de garantizar un mínimo de orden y concierto con la confianza que
una limpia actuación suscita. No
quisiéramos siquiera imaginar un tímido movimiento sísmico, imposible de
imputar a la oposición, aunque seguramente la pobre imaginación oficial dirá
del imperio, así sea el dictador de Corea del Norte el que se entretiene con
sus juguetes nucleares: no contamos con servicios públicos mínimamente
eficientes, aunque todos gozan de la generosidad de un presupuesto que ya está
dilapidado.
Ese
instinto de supervivencia amerita de un apropiado desarrollo y muy bien la
oposición democrática puede iniciar una campaña de orientación en materia de
defensa civil que permita, en circunstancias difíciles y aún desastrosas, preverlas
y superarlas en todo lo posible. Por lo pronto, otra campaña, el de una afinada
prevención del delito, a falta de gobierno, puede encararla, porque en las
calles, como en las colas, coexisten las
personas decentes, pacíficas y honestas, con los delincuentes de la más diversa
ralea,
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