Venezuela: El desafío ineludible para Occidente
María Corina Machado
La bandera iraní ya ondea en el centro de Caracas. El liderazgo democrático del hemisferio no puede ignorarlo. Es una provocación que nos obliga a actuar.
La devastación de la Nación venezolana es profunda y la explosividad de la situación está crudamente expuesta: violación masiva y sistemática de los derechos humanos, pandemia en medio de un drama humanitario, colapso de la economía y de todos los servicios públicos, una irresoluble crisis energética en un país que fue paradigma mundial de la industria petrolera.
Venezuela es un Estado fallido. La tragedia está a la vista y no admite ingenuidad o indiferencia: ausencia total de Estado de Derecho, pérdida incremental del control sobre el territorio y la imposibilidad de garantizar un mínimo de seguridad humana en cualquiera de sus múltiples dimensiones.
Venezuela es, además, una nación ocupada. La anarquía crece con la multiplicidad de grupos criminales, incluida las guerrillas colombianas, los carteles de la droga y células de Hezbolá, que se disputan vastas extensiones de territorio y recursos estratégicos del país.
Desde muy temprano en su acción destructora, el régimen chavista dio paso a una creciente vulneración de la soberanía nacional. Numerosos e insondables convenios con Cuba aseguraron el saqueo sistemático de las riquezas y de los activos, y asentaron el progresivo control cubano de la Fuerza Armada Nacional y del aparato de inteligencia y represión de la tiranía.
La convergencia de regímenes autoritarios y organizaciones terroristas y criminales transnacionales configura un secuestro con vocación de saqueo de toda una nación, en alianza con un conglomerado internacional de sedicentes empresarios y financistas depredadores que hacen vida y esconden sus capitales en las metrópolis de los países más desarrollados. Simultáneamente, estos grupos se esconden tras el ropaje de “reivindicaciones sociales” y construyen fachadas políticas como el Foro de Sao Paulo o el Grupo de Puebla para conspirar contra las instituciones de los países que los oponen.
El propósito financiero y criminal de ocupar a Venezuela, adquiere una dimensión geopolítica crítica al entender el grado de participación que tienen los regímenes ruso, chino e iraní en la dinámica venezolana y su evidente propósito de expandir su influencia y acciones en el hemisferio, para desestabilizar a las democracias occidentales. La ahora explícita presencia iraní en Venezuela demuestra la radicalización de las alianzas del cartel que tiraniza al país y su decisión de atrincherarse en el poder.
A nivel hemisférico, esta situación impacta los intereses más fundamentales de las democracias de las Américas. Occidente no puede permitir un Estado fallido y criminal, ocupado por potencias antidemocráticas y grupos terroristas ajenos a la región, en el corazón del continente. A nivel global esto representa una agresión al corazón mismo de la noción civilizadora de democracia liberal y representativa, y a los valores de la cultura occidental. Sólo basta con ver el avance del ataque institucional en España.
Los venezolanos hemos intentado todo para derrotar al régimen en 21 años de lucha. Y los resultados nos obligan a descartar mecanismos que sólo han servido para atornillarlos al poder. Esto hemos intentado:
1.- Elecciones. Llevamos 29 procesos electorales y 15 referendos en 22 años y cada vez el control del régimen sobre los resultados ha crecido hasta el punto de desconocer por vías ilegítimas aquellos que les han sido adversos. Si no hay soberanía nacional, no hay posibilidad de soberanía popular. Mientras el régimen esté en el poder no habrá elecciones, sólo farsas.
2.- Diálogos. Llegamos a una docena de iniciativas de diálogo promovidos con el fin de lograr una “solución negociada” con la tiranía. En sucesivos episodios de “diálogos” con algunos representantes de la oposición venezolana, el régimen se burló del Vaticano, de la Unión Europea y de los cancilleres de Latinoamérica; nunca pretendió cumplir los acuerdos, solo querían ganar tiempo. Lo lograron. En realidad, el propósito de estas conversaciones era eliminar las sanciones impuestas por la comunidad internacional, que limitan los movimientos de los miembros de las diferentes mafias y su entramado de testaferros, y que constriñen los flujos financieros del Estado forajido.
3.- Insurrección militar. Las Fuerzas Armadas venezolanas son una institución en proceso de disolución con un precario apresto operacional. La implacable infiltración de agentes cubanos y rusos, y la degeneración mafiosa de su estructura, han logrado neutralizar a los miembros que conservan convicciones democráticas. La verdadera efectividad de estas fuerzas es que están armadas para la inteligencia, la represión y la propaganda. Esta red de vigilancia y control se vierte también hacia su interior, por lo que los múltiples intentos de insurrección llevados a cabo por militares institucionales para desconocer al régimen criminal han sido infiltrados desde sus gestaciones, con consecuencias brutales en prisión, tortura y muerte para sus promotores.
4.- Insurrección popular. Esta fuerza la hemos ejercido durante los 21 años de régimen chavista. Los venezolanos, valientemente, nos hemos confrontado con esta corporación criminal multinacional y hemos desplegado todas las modalidades de lucha ciudadana, a pesar de la represión, el control social y la violencia sistemática contra ciudadanos indefensos, que han dejado miles de heridos y muertos. Hoy, la sociedad venezolana sigue igualmente dispuesta a luchar, pero tiene muy claro que es suicida hacerlo sin el respaldo de las fuerzas democráticas de Occidente, acompañando una acción conjunta.
Por todo esto, queda una única alternativa para desalojar definitivamente al conglomerado criminal que desarrolla un conflicto no convencional y totalmente asimétrico en contra de los venezolanos, y es la conformación de una coalición internacional que despliegue una Operación de Paz y Estabilización en Venezuela (OPE).
Nuestro país está invadido y ocupado; la Nación secuestrada, brutalizada y saqueada. Cada día que pasa el sufrimiento de los venezolanos se incrementa con pérdidas incalculables y el régimen avanza en la desestabilización del hemisferio. Si bien no existe un “derecho de intervención”, sí es legítima la “obligación a intervenir y el Derecho a Proteger” (R2P). Oponerse a la presencia en Venezuela de una fuerza de paz internacional que asista a lo que queda de nuestras instituciones, incluyendo a los restos de la FAN profesional a recuperar el control y pacificar el país, es condenar a nuestra Nación a sucumbir al dominio total de las mafias.
Una Operación de Paz y Estabilización (OPE) conlleva el reto de controlar el territorio y la neutralización de una compleja y organizada red de bandas criminales y grupos irregulares, mientras se estabiliza el país y se recuperan sus capacidades productivas y el Estado de Derecho. Es, por lo tanto, una «operación de paz multifacética» que debe incluir por lo menos:
1.- Control del territorio, seguridad y desarme;
2.- Asistencia humanitaria primaria;
3.- Reconstrucción de la infraestructura de emergencia y de los servicios públicos;
4.- Restauración de la ley y el orden;
5.- Promoción del Estado de Derecho;
6.- Reinstitucionalización democrática del país.
Desde un punto de vista causal, el éxito de cada uno de estos objetivos es prerrequisito para el éxito de los otros.
Por ello, lo ideal es que esta operación de paz multifacética no esté bajo la égida de una sola organización, sino conformada por una coalición de aliados con disposición y legitimidad regional en el marco del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), contando con la participación de organizaciones y países con distintas tareas complementarias. Para los asuntos de seguridad y desarme, apoyarnos en la plataforma del TIAR (que establece la obligación de mutua ayuda y de defensa común de las Repúblicas Americanas), para lo concerniente a salud y alimentación, las agencias de la ONU, para la reconstrucción de la infraestructura, apoyarnos en los diferentes mecanismos interamericanos, y contar con la OEA, la UE y la ONU para la vigilancia de los derechos humanos y la reconstrucción de nuestro sistema electoral.
En la historia hay múltiples ejemplos de intervenciones internacionales exitosas, pero también hay muchos casos donde el auxilio llegó demasiado tarde. Mientras más tarde, más larga, compleja y costosa se hace la operación y eso es precisamente lo que está sucediendo en Venezuela.
El hemisferio se ha movido en la dirección correcta al aplicar sanciones a los jerarcas del régimen y a las empresas del Estado utilizadas para oxigenar el aparato criminal. Las recientes imputaciones emitidas por la justicia de los Estados Unidos contra los más altos jerarcas del régimen por cargos de narcotráfico y terrorismo, así como, la operación multinacional antinarcóticos recientemente desplegada, integrada por 22 países, son pasos firmes en la construcción de una amenaza real a la tiranía. Ello ubica nuestra lucha en el plano correcto: las fuerzas democráticas frente a un conglomerado criminal.
Sin embargo, hay que acelerar el paso y proceder con nuevas acciones:
El urgente bloqueo total de los flujos financieros y materiales de Venezuela hacia Cuba, así como la interrupción de la injerencista red de telecomunicaciones entre los dos regímenes, la cual soporta el control y la presencia de agentes cubanos en las instituciones neurálgicas del Estado venezolano: los servicios de inteligencia, los puertos, la gestión de la represión, las fuerzas armadas, las notarías, el sistema de identificación nacional y, por ende, en el sistema electoral.
Expandir las capacidades y el alcance de la operación multinacional antinarcóticos actualmente desplegada en el Caribe, para incluir en sus atribuciones el bloqueo naval y aéreo de toda actividad de saqueo y colaboración del régimen venezolano con potencias extra-continentales y antidemocráticas.
Combatir el sistema de censura y propaganda del régimen a través de medios de alta tecnología.
Liderar una coalición para la conformación de una operación de paz multifacética para la recuperación y transición democrática en Venezuela.
El fenómeno emergente de la pandemia ha provocado enormes exigencias internas a nuestros aliados. Sin duda, una operación de paz y estabilización en Venezuela representa el mayor desafío para Occidente, con sus riesgos y costos asociados. Este reto se justifica y se hace impostergable ante las consecuencias devastadoras que tendría para la seguridad hemisférica mantener a un régimen criminal que cada día avanza en su propósito de socavar las democracias y las sociedades libres.
Los venezolanos no descansaremos hasta lograr la libertad plena y la soberanía de nuestro país. Transformaremos a Venezuela desde el enclave del crimen mundial que es hoy, a una vigorosa nación que fomente la convivencia democrática, la justicia, las inversiones, el comercio y el bienestar de todos sus ciudadanos.
Liberar a Venezuela es indispensable para detener la operación de las fuerzas del crimen mundial contra Occidente. No se trata sólo de ser solidario con los venezolanos. Se trata de que cada quien asuma su responsabilidad histórica o sucumba ante el avance de tan inescrupulosa alianza. En nuestras manos está impedirla, por eso debemos actuar juntos, y hacerlo ya.
08/06/2020:
http://www.ventevenezuela.org/2020/06/08/venezuela-el-desafio-ineludible-para-occidente-por-maria-corina-machado/
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lunes, 15 de junio de 2020
sábado, 2 de mayo de 2020
¿Y AHORA?
¿Estado o sociedad fallida?
Aníbal Romero
Diversos comentaristas se han referido al actual Estado venezolano como un “Estado fallido”. En lo que sigue argumentaré que el Estado “bolivariano” no es un Estado fallido, aunque creo razonable afirmar que la sociedad venezolana sí lo es.
Empecemos por definir de manera concisa qué es un Estado. Según Max Weber, para empezar, el Estado es una instancia de poder que “reclama para sí, dentro de un determinado territorio, el monopolio de la violencia física legítima”. Cabe constatar que el Estado “bolivariano” (y uso el término “bolivariano” tan solo para designarle, sin contenido conceptual, histórico o moral alguno), no solamente reclama para sí el control de la violencia legítima sino también de la ilegítima, mediante la acción de los llamados “colectivos” y otras organizaciones para-militares colocadas fuera de la ley, dirigidas a intimidar y reprimir al “enemigo interno”.
Los analistas que caracterizan al actual Estado venezolano como “fallido” tienden a confundir el aspecto estrictamente empírico (es decir, el problema de lo que el Estado es), con el aspecto ético o normativo (es decir, lo que debería ser el Estado). Según Thomas Hobbes el Estado, en este ultimo sentido, se define en función de la relación entre protección y obediencia, o expresado en otros términos, en función de la misión de garantizar la seguridad de los ciudadanos a cambio de su obediencia. Desde luego, en el contexto de lo que hoy entendemos como Estado de Derecho esa obediencia no se refiere a un tirano absolutista, sino a las leyes; pero está claro que la misión de la ley es igualmente la de proteger a la ciudadanía a cambio de su legítima aceptación de la misma.
Lo que afirma Hobbes se refiere a lo que un Estado debe lograr. Sin embargo, hay que tiomar en cuenta que un Estado es también un sistema de dominio y control politicos, que en numerosas ocasiones es empleado por quienes detentan el poder para someter a una sociedad y así garantizar su perdurabilidad en el mando. En ese orden de ideas, el actual Estado “bolivariano” cumple hasta ahora a cabalidad su propósito de desplazar, intimidar, reprimir, someter o expulsar a una sustancial parte de la población, que se muestra inconforme con la situación del país y sus perspectivas.
En otras palabras, el Estado “bolivariano” cumple el objetivo de aplicar con éxito un sistema de dominación y control, que no solamente no protege a un amplio sector de la población, sino que de manera activa procura dejarle desprotegido y en lo posible paralizado, echando por tierra la prescripción hobbesiana, pero a la vez consolidando un modelo de sujeción politica que está lejos de ser “fallido”.
Si adicionalmente recordamos que de acuerdo con Carl Schmitt, el concepto de soberanía es parte fundamental del concepto de Estado, y que según este autor “soberano es el que decide sobre el estado de excepción”, debemos en consecuencia concluir que el Estado “bolivariano” cumple de modo sobradamente eficaz con el criterio esbozado. Lo sostengo de ese modo pues en Venezuela se vive una situación de excepción permanente, es decir, una suspension permanente de la Constitución y las leyes. Resulta patente que el grupo civil-militar que gobierna ejerce un poder arbitrario y enlazado exclusivamente a sus intereses de perdurabilidad en el mando. Es un modelo que violenta todos los límites que caracterizan un genuino Estado de Derecho.
De modo pues que si bien el Estado “bolivariano” no satisface los criterios normativos establecidos en algunas de las definiciones citadas, sí debemos admitir que como sistema de dominio y control politicos es un Estado bastante exitoso. No estamos hablando, con relación a la actual Venezuela, de un Estado fallido como podrían ser los casos de Libia, Iraq o Siria. Por el contrario, el Estado “bolivariano” es una instancia de mando político que ejerce sin controles ni límites constitucionales el poder, convirtiendo la prueba de la soberanía (la definición de la situación de excepción de Schmitt), en una vivencia permanente dentro de la sociedad venezolana. Ese sistema o modelo de
dominio ha sido en no poca medida calcado de la experiencia revolucionaria cubana, y seguramente recibe un sólido asesoramiento y respaldo desde la (SIC) Habana y su red de inteligencia en Venezuela.
Algunos de los rasgos de tal modelo aplicado en nuestro país son éstos: 1) Incorpora a un importante sector castrense al ejercicio del poder y al disfrute de sus privilegios (en Cuba los militares controlan la economía). 2) Da respuesta a las necesidades legitimadoras de la izquierda radical, mediante la retórica anti-imperialista y socialista. 3) Desmoviliza paulatinamente a la población pobre a través de la propaganda y la hegemonía comunicacional, la represión y la dependencia alimentaria, como ocurre en Cuba. 4) Expulsa o somete a la clase media a través de la destrucción de sus expectativas de progreso y libertad. 5) Doblega o domestica al sector opositor mediante el encarcelamiento de sus más auténticos líderes, la preservación de una esperanza siempre repetida de alternabilidad en el poder --pero con mecanismos electorales arbitrarios y/o fraudulentos--, y el otorgamiento parcial y bajo constante amenaza de “espacios”, a los que llega intermitentemente el dinero que el régimen, en última instancia, manipula.
Quizás Hobbes nos diría: El Estado “bolivariano” no es un verdadero Estado. Quizás Weber nos diría: El Estado “bolivariano” no es un Estado de Derecho. Quizás Schmitt nos diría: Una situación de excepción permanente como la existente en Venezuela es una contradicción. Pero me temo que el grupo civil- militar en el poder en Venezuela no tiene excesivo interés en la teoría política. Lo que sí les interesa es la práctica política, en todo lo que tenga que ver con el control sobre una sociedad fallida. A ese grupo civil-militar le interesa el poder, no las encuestas.
Afirmo que la sociedad venezolana es fallida en dos sentidos: En primer lugar, se trata de una sociedad que se ha mostrado incapaz de superarse decisivamente en los planos de la educación, la productividad y la competitividad en el mundo de hoy. La nuestra es una sociedad en la que hace rato se rompió el vínculo entre trabajo y bienestar, que ni siquiera concibe asumir el aumento del precio de la gasolina, el más bajo del planeta, aunque resulta obvio que estamos hablando de una gigantesca distorsión económica, una distorsión que nos revela ausentes y ajenos a las realidades y exigencias contemporáneas. Vivimos del petróleo y queremos seguir haciéndolo.
En segundo lugar, la sociedad venezolana es fallida pues ha permitido que una isla empobrecida y aplastada como la Cuba actual, una isla, sin embargo, cuyo régimen despótico está conducido por una élite politico-militar con objetivos claros y férrea voluntad, nos subordine y explote, mediante la subalternización psíquica e ideológica del grupo civil-militar que nominalmente manda en Venezuela, y ante la mirada impasible de una dirigencia de oposición que en general ni siquiera toca el tema, y pasa a su lado en resonante silencio. Ello sin olvidar a tantos analistas y comentaristas para quienes el reto de la influencia de la Cuba castrista en Venezuela pareciera ser tabú, por razones que francamente ignoro.
El “Estado bolivariano” no es un Estado fallido, ni un narco-Estado ni un Estado
forajido, aunque presente rasgos que nos permiten atribuírle tales calificativos en el plano ético, en el plano de lo normativo. La sociedad venezolana (la sociedad, no el Estado) sí es una sociedad fallida, que se autoengaña sobre su realidad, se hunde cada día más en el atraso en todos los órdenes de la existencia nacional, y admite, con honorables excepciones individuales y momentos de lucha colectiva, su subalternización al régimen tiránico en Cuba.
En términos de modelo de dominación, encontramos entonces que el desarrollado por el gupo civil-militar en el poder en Venezuela, en alianza con el régimen castrista en Cuba, se caracteriza hasta ahora por su eficacia en cuanto a su tarea principal: perpetuarse en el poder.
Pero nada humano es eterno, ni siquiera los “comandantes”. Lo expuesto en estas notas no implica que el Estado “bolivariano” sea invulnerable, o que Venezuela será para siempre una sociedad fallida. El futuro está abierto, y para repetir el lugar común, el futuro tendrá que ver con lo que digamos y hagamos, o dejemos de decir y hacer, en el presente.
(El Nacional, 22 de octubre 2014)
Cfr.
Fotografía: Christian Verón (Reuters).
Cfr.
http://lbarragan.blogspot.com/2020/05/guerra-no-convencional.html
Cfr.
http://lbarragan.blogspot.com/2020/05/guerra-no-convencional.html
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domingo, 26 de abril de 2020
NOTICIERO RETROSPECTIVO

- Arturo Uslar Pietri. "Pizarrón: Políticos y dinero". El Nacional, Caracas, 27/10/68.
- Orlando Araujo. "Venezuela, petróleo y miedo". Deslinde, Caracas, 15/05/69.
- Reyna Rivas. "Famosos festivales de música". El Nacional, 07/01/89.
- Rházes Hernández López. "Un requiem para (Alejandro) Manzoni". El Nacional, 03/06/73.
Reproducción: Fotografía de Miguel Moreno para un reporaje de Arístides Bastidas sobre el aniversario del golpe del 24/11/1948. El Nacional, Caracas, 26/11/1958.
sábado, 4 de abril de 2020
OTRO LUGAR MUY REAL
Carta a Caro Cox
Laureano Márquez
@laureanomar
Le escribo porque vi su llamada de auxilio realizada desde Cuba, en estos duros tiempos de coronavirus, solicitando al gobierno chileno su traslado a casa. Me conduelo con usted y su angustia, pues como diría Ramos Sucre: “los dolores pasados y presentes me conmueven…”. Tiene que ser duro en estos momentos estar lejos de los suyos, porque son tiempos de tribulación global.
Ojalá pueda volver pronto a Chile, tanto usted, como sus paisanos varados allá y estar en su tierra, en un país en el cual se puede estar en contra del gobierno y a la vez exigirle –como le corresponde con todo derecho– amparo, protección y auxilio.
Su video se ha viralizado –como dicen ahora– y los comentarios no han sido del todo favorables, por no decir bastante negativos, entiendo que por tal razón, ha cerrado usted su cuenta de twitter. Seguramente el origen de tanta indignación hay que buscarlo en la evidente contradicción que se produce en regímenes como el cubano (¡y el venezolano!) entre las ideas que se proclama defender y la radical negación de las mismas en las prácticas de los sistemas políticos que los sustentan.
Una de las cosas que hemos aprendido en la tierra de Bolívar, luego de más de 20 años de chavismo, es que ser comunista es maravilloso, pero solo si se vive lejos, en un país medianamente libre, con democracia, medios de comunicación plurales y vigilancia por el respeto a los derechos humanos.
También es maravilloso si se pertenece a la nomenclatura dirigente, gozando de todo aquello de lo que al resto de la población le está vedado, pero lo difícil es serlo en las naciones donde esta ideología se aplica con ausencia de todo lo señalado. En Cuba y Venezuela, oponerse al gobierno ocasiona prisión, tortura y muerte, sin que haya en los dirigentes petición de perdón por nada, ni rectificación de las políticas criminales y destructivas del bienestar colectivo. A los que manifiestan en las calles se les lanza a militares con armas de fuego con elevado saldo de víctimas fatales y nadie destruye el metro, porque ya el propio gobierno se encargó de hacerlo.
Cualquier cubano o venezolano podría decirle que todas esas cosas de las cuales usted se queja en su video son la cotidianidad de un régimen que, por otra parte, supongo a usted le simpatiza y lo defiende.
En Venezuela desde hace 20 años y en Cuba desde hace 60, el jabón escasea y el papel higiénico todo, tenemos las cuentas bloqueadas, no nos funcionan las tarjetas, no existen las monedas, tampoco internet, ni hay agua, ni comida, ni salud y para colmo de males no hay gasolina en el país con las mayores reservas petroleras del planeta. Los pobres, en cuyo nombre se actuó, terminaron no solo más pobres, sino comprometiendo obligatoria lealtad a cambio de una mínima posibilidad de supervivencia.
A usted le ha tocado padecer, dolorosamente, lo que es habitual para millones de ciudadanos que no tienen gobiernos a los que acudir, porque tienen las certeza de que serán desoídos y para quienes exigir derechos es un inadmisible conspiración contrarrevolucionaria que terminará etiquetándoles como fascistas y/o aliados de los gringos, con duras consecuencias.
Bueno solo le hacía estos comentarios para animarle a comprender la oleada de indignación que su mensaje ha causado.
Hay cosas que solo uno entiende bien cuando se padecen en carne propia. A usted le tocó ver –desafortunadamente– el verdadero rostro de la revolución.
Deseo de corazón que se haga realidad su ruego y consiga un vuelo para salir de Cuba muy pronto de manera segura y sin problemas, cosa que desde hace tantos años los cubanos no pueden hacer, porque deben sumar a la lista de dificultades que usted enumera, la de los tiburones en el estrecho de la Florida.
Fotografía: referente googleano de https://www.youtube.com/watch?v=m34jCHEPc1c
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Laureano Márquez
jueves, 2 de abril de 2020
TRISTEZA
Desde el malecón
No todos podemos quedarnos en casa
Abraham Jiménez Enoa
“Los que como yo no tienen ni refrigerador, los de los campos, los de la Cuba profunda, nos vamos a extinguir”.
A Eugenia Flores no le gusta beber agua fría. Cuando lo hace, el cuerpo se le estremece, siente latigazos debajo de la piel, como si el líquido le provocase cortocircuitos a su sistema nervioso. La sensación la remueve, la hace enrollarse y desenrollarse en su cuerpo arrugado por la vejez. Eugenia tiene 74 años y en sus últimos siete ha bebido agua fría tres veces. Siempre fuera de casa, lo tiene bien claro: aquella vez que visitó a Gerardo porque el cáncer lo tenía al borde de la muerte, el domingo del año pasado que fue a jugar cartas a casa de Marta y hace un mes cuando salió apurada, sin desayunar, porque José le avisó que acababan de descargar salchichas en la tienda y al regreso se fatigó por el sol fuerte, esa última vez unos vecinos le empinaron un pomo plástico para espabilarla.
“Todo en la vida tiene su justificación, el que te diga lo contrario miente. Si no pruebas un sorbo de agua fría en años, claro que el cuerpo se te desacostumbra, te dice: eh, quién es este intruso que entró aquí”, dice Eugenia Flores sentada en un sillón, el único mueble de su casa. La señora está a solo unos metros de mí y no le logro ver el rostro con nitidez. Se balancea y se balancea mientras habla a una gran velocidad. No capto sus gestos. No sé si lo que dice lo expresa desde un arrebato de molestia, desde la ironía o el desparpajo. La casa solo tiene un bombillo, cae del techo enredado entre viejos cables de electricidad y telarañas. Si uno tuviera que definir la palabra penumbra, la casa de Eugenia Flores sería un ejemplo perfecto. A mí alrededor solo veo sombras que se mueven por todos lados. Eugenia es una sombra que me habla.
Estaba en Zulueta, un pueblo intrincado en el centro de Cuba, en la provincia Villa Clara. Trabajaba como fixer para unos periodistas españoles del programa de televisión Informe Robinson, que filmaban un reportaje sobre el auge del fútbol en la isla. El equipo, después de unos días en La Habana y Pinar del Río, decidió ir a Zulueta, donde la gente transpira fútbol. Es la segunda vez que estoy en ese pueblo y siempre he sentido la misma sensación: la vida aquí transcurre a una velocidad distinta que en el resto del país. La gente camina sin prisa, con la cabeza levantada. Van a caballo, en bicicletas. Llevan sombreros de guano, gorras. Te miran siempre a los ojos. Pero las calles, por lo general, viven vacías. Zulueta parece un pueblo fantasma, un pueblo parado en el tiempo, bien que pudiéramos estar en la Cuba rural de los años cuarenta o cincuenta. Las calles de Zulueta parecen locaciones de un western estadounidense, sus habitantes parecen negados a que el tiempo les pase. Las casas son coloniales. Muchas son de madera. Las calles no tienen asfalto. Tienen una radio base que se escucha todas las mañanas en el centro del pueblo a través de bocinas que les mandan saludos a los habitantes y los exhortan a llegar temprano al trabajo y cumplir con sus cometidos. También les programan música para que lleguen contentos a sus puestos laborales. En Zulueta hay un campo de fútbol hermoso, dos o tres cafeterías de fiambres y poco más. .
El segundo de los tres días que estuvimos filmando allí, me topé con Eugenia Flores. Estábamos en el centro del pueblo, el sol rajaba las piedras y tenía la camisa pegada al cuerpo por el sudor. No había donde comprar alguna botella de agua, busqué en dos o tres cafeterías y no tenían. Decidí caminar a una sombra y recargarme en una columna para tranquilizar la sed. Intenté pensar en otra cosa para que pasara el momento, pero no lo logré. Un arranque de desespero me hizo gritar al cielo y maldecir a Zulueta. A unos metros de mí escuché: “ustedes los habaneritos no están hecho para pasar trabajos”. Volteé mi cuerpo y Eugenia reía en la puerta de su hogar. Qué te hace falta, me dijo. Un poco de agua, le respondí.
Me invitó a pasar. Dentro me aclaró: “lo que te puedo brindar es agua del tiempo, no está fría, no tengo agua fría porque hace siete años que se me rompió el refrigerador y no he podido arreglarlo, ahí está, míralo, me sirve al menos para almacenar trastes”.
La casa de Eugenia Flores es pequeña y oscura, bien oscura. Hay montañas de libros que suben del piso por todos lados, hay tres gatos, uno negro con blanco y dos amarillentos que juguetean y se posan en los libros. Hay un sillón de madera y un radio soviético marca VEF 206 encima de una mesa metálica con un mantel a cuadros. La cocina está inundada de calderos y cazuelas quemadas. En la meseta están los pomos plásticos con agua de la pila, cuidadosamente colocados, como un escuadrón militar.
Eugenia tomó uno de ellos y me llenó una jarra a la que le faltaba el asa. Me la ofreció luego. La bebí de un tirón. Puedo tomar otra más, le pregunté. “Claro, el agua no se niega”, respondió antes de agregar, “si quieres, también puedes ir al baño”. El baño está al fondo de la casa, a la intemperie, en un patio de tierra. Son cuatro tablones de madera apuntalados al suelo y cubiertos con una tabla más fina que hace de techo, un espacio que rodea un hueco en plena tierra cavado a pico y pala, donde va a parar todo el excremento.
“Prefiero estar sola que mal acompañada. A mi edad ya me adapté, no me molesta estar sola. Tengo tres nietos y dos hijos, ellos de vez en cuando me dan una vuelta para ver cómo estoy, pero nunca se quedan, ellos tienen su vida y tienen que preocuparse por ella. Yo resuelvo la mía, mi vida es mi problema. No me gusta cargar a las demás personas con asuntos míos. Si un día no tengo jabón para bañarme, si un día no tengo comida, si un día no tengo pastillas o si no tengo televisor y lo único que hago es oír la radio, ese es mi problema, no el de mi familia. No puedo condicionarles la vida a ellos, sería egoísta de mi parte. Yo ya estoy terminando y ellos les queda camino por recorrer aún. Me adapté a luchar por mí desde pequeña y desde que me divorcié hace veinte años, me dije que no iba a meter más a ningún hombre en la casa. Yo tengo mis principios, mis valores y eso es lo único que no violo. Todo lo demás, me da lo mismo, todo lo demás se ha ido derrumbando poco a poco. Decía Marx: todo lo sólido se desvanece. No hay verdad más absoluta que esa. Siempre se los decía a mis alumnos. Sí, sé que no lo parece, pero así es. Fui profesora, durante 41 años de mi vida, 41 años que le regale a este país. El primer día de clase siempre les decía a los chicos: `crean en lo que ven y no en lo que dicen, la verdad es relativa y siempre es del que la dice. Aprendan, aprendan mucho, que eso es lo único realmente valioso que tenemos los seres humanos, todo lo demás no depende de nosotros`. Entonces, seguramente tú, cuando me viste, debiste haber pensado: pobre vieja, que está sola, vive en una cueva sin luz, sin televisor, sin familia. Pero es todo lo contrario, yo soy feliz con mis gatos, con mis libros. Los días me pasan así: leyendo, fumando, oyendo radio y hablando con los vecinos. Es que, mira, muchacho, en Cuba no puedes aspirar a más. Y el que aspira a más termina volviéndose loco o en la cárcel, porque no hay manera de alcanzar tus sueños en este país. Cuba no está hecho para personas decentes, para personas de bien, los que sobreviven son todos unos hijos de puta y sobreviven por eso. Ya yo colgué los guantes, hace años. La vida se me fue enseñando y estoy orgullosa de eso, pero eso no quita que me sienta defraudada y engañada. A mí me prometieron otro país, otra vida. Y nunca vi que se concretara eso. Bajo esa idea fue que participé en la campaña de alfabetización. Cuando en este país la gente era analfabeta en 1959, cuando triunfó la Revolución, yo di el paso al frente ante el llamado de subir para las montañas y enseñar a los campesinos a leer y a escribir. Siendo una niña aún, estuve casi seis meses sin regresar a mi casa, durmiendo en hamacas, comiendo lo que sea. Luego seguí en el llano, dando clase y más clase, enseñando y enseñando. Y mira hoy. Mira para qué fue. Para nada, en vano. No lo digo por mis condiciones, porque tengo que hacer caca en la tierra, porque no tengo televisor, porque no tengo casi electricidad a la altura de 2020, lo digo por los que están peor que yo. Incluso, así, cómo está esta casa, yo soy una privilegiada. Camina este pueblo o camina monte adentro, para oriente, para que veas lo que es Cuba de verdad”.
Eugenia Flores habla de Cuba desde el desenfado. Alejada de la irritación, del desprecio, de la reprimenda. No es una pose que diga que no está molesta, que ya dejo ir todo lo que un día soñó. Sabe que hipotecó su vida por un proyecto de nación fallido, pero encuentra sosiego en la utopía soñada. Se siente parte de la masa que creyó en una guía errada y perversa, que entregó lo que no tenía por una causa noble que no se concretó.
Le agradezco a Eugenia su amabilidad, la corta charla, los dos vasos de agua y el baño. Me despido diciéndole que antes de regresar a La Habana pasaré de nuevo a saludarla. En la calle, segundos después de dejar la casa, siento que me grita: habanerito, habanerito. Cuando regreso, tiene el radio VEF 206 encendido, lo sujeta con una mano y me dice: escucha. En ese instante el gobierno anuncia los primeros casos de coronavirus en la isla. La pandemia covid-19 llegó.
Ese día descubrieron los primeros enfermos: tres turistas italianos. Hoy, una semana después, ya suman 40 las personas infectadas. Murió uno y hay 1036 ciudadanos ingresados por sospechas epidemiológicas. El gobierno con bastante retraso ha comenzado a tomar medidas para contrarrestar la pandemia. Que las personas se queden en casa y eviten el contacto social es quizás la medida más importante y la más repetida por la radio y la televisión. Eugenia Flores piensa que en Cuba ese será el fin.
“Te imaginas, dime, cómo hago, qué invento, cómo me las arreglo. Menos mal que todavía no es una orden y que se puede salir, todavía es un consejo. Pero cuando sea una orden se jodió este país, se fue a la mierda. Aquí hay mucha hambre, mucha necesidad, hay mucha gente pasando trabajo para que venga a pasar esto. Yo entiendo que la orden es para cuidarnos, pero es que es imposible, porque hay un sector de la sociedad, los jubilados, los obreros, los viejitos, que no pueden darse el lujo de no salir a la calle a buscarse el día a día, porque si no quedan, se mueren de necesidad. Es cierto que esto es mundial, que no es culpa del gobierno de Cuba, eso lo entiendo. Pero lo que sí es culpa de este gobierno es que han pasado 60 años, ha habido una revolución y aun así estemos en el mismo punto que en 1959: las personas no tienen cubiertas las necesidades básicas. Lo que define a Cuba es eso, esa incoherencia, esa malformación: que los que tengan que vivir luchando, peleando el día a día, sean los viejitos, los más pobres, los desamparados. Eso una Revolución no se lo puede permitir. Si el coronavirus se expande por Cuba aquí no va a quedar títere con cabeza, van a quedar vivos solo los que puedan darse el lujo de quedarse en casa porque tienen el refrigerador lleno de comida, los que tengan el escaparate lleno de jabones. Los que como yo no tienen ni refrigerador, los de los campos, los de la Cuba profunda, nos vamos a extinguir. Suena duro y pesimista, pero esa es la realidad y no se puede negar. Yo al mes ganó 458 pesos -19 dólares y monedas-, esa es mi pensión como jubilada. No tengo otra entrada y con eso tendré que arreglármelas, imagínate. Es cierto que la salud en Cuba es buena, pero no hay condiciones para aguantar un fenómeno de esta magnitud. Mira España, mira Italia, mira China, cada vez que oigo las noticias los muertos se multiplican. Te repito, entiendo la idea de que la única manera de combatir el virus es evitar salir a la calle, pero en Cuba no todos podemos quedarnos en casa”.
Un estudio de 2019 del Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH) declara que el 55.4 % de los hogares de la isla ingresa menos de 100 dólares al mes en un país donde el salario mínimo ronda los 50 dólares mensuales. El documento explica que una de cada cuatro familias ingresa entre 50 y 100 dólares, mientras que alrededor del 12 % de los hogares no llega siquiera a los 20 dólares. En Cuba, el 70% de la población son trabajadores estatales y los bajos salarios representan la principal causa de riesgo en una situación como esta.
Según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), Cuba es hoy el país más envejecido de Latinoamérica. De sus 11.2 millones de habitantes el 20.1 % pertenece a la tercera edad. Se prevé que para 2030, un tercio de la población pertenezca a ese segmento poblacional.
Un día antes de lo previsto tuvimos que marcharnos de Zulueta. España estaba a punto de cerrar las fronteras por la pandemia y los periodistas españoles tuvieron que largarse de inmediato para poder ingresar a su país. Al final de la filmación, me despegué del equipo un instante. Quería dejarle un presente a Eugenia Flores, pero no encontré nada que me agradara y que pudiese conmover a la señora. A las seis y tanto de la tarde en Zulueta solo había pan con croquetas, pan con mayonesa, galleticas dulces, refrescos, cervezas y unos pomos plásticos de ron de una marca local que no recuerdo. Me decidí por dos latas de refresco de cola y dos paqueticos de galletas de chocolate con crema. Llegué a su casa corriendo y la encontré cerrada. Toqué y toqué y nadie respondió. Grité su nombre dos veces y me contestó el mismo silencio. De la casa de al lado salió una señora que debió tener la misma edad de Eugenia Flores. “Ella salió a comprar pan”, me dijo. Se demorara, le pregunté. “Sí, porque ella todos los martes después de buscar el pan en la tarde pasa por el teléfono público para llamar a sus nietos”. No pude esperarla, el equipo esperaba por mí. Le pedí a la vecina que le entregara los refrescos y las galleticas. Y que por favor, las latas las dejara fuera de refrigeración.
*Los datos de muertes, contagios e ingresos por coronavirus en Cuba variarán por día debido a la propagación de la pandemia en Cuba. De ahí a que las cifras utilizadas en este texto no serán las exactas en el momento en que usted lea estas líneas.
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martes, 10 de marzo de 2020
SERVICIO EXTERIOR

Luis Marcano Salazar
No se puede empezar un amor sobre ruinas y tumbas y esperar que florezca un jardín de rosas.
La Tiranía militarista que ha destruido la esencia del trabajo y las instituciones en Venezuela va a caer de una manera memorable y el títere bobalicón deberá asumir la responsabilidad de responder a la familia venezolana por tanta muerte, por tantas lágrimas y actos delictivos, destruyendo la bandera de la izquierda que ha servido de mampara para el establecimiento de una corporación delincuencial que secuestró a una nación. Los venezolanos saldremos, a la hora que conozcamos la noticia en cualquier lugar del mundo, a vitorear el desplome de la impiedad, del crimen organizado y la victoria del deseo que tenemos de construir un país nuevo, sobre estructuras que permitan el desarrollo de una democracia estable y duradera sobre la base de la honestidad, el deber de mayordomía pública y la justicia social.
El órgano que por excelencia dirige la política exterior de Venezuela no escapa de la destrucción y maledicencia que durante 21 años ha desmontado el sistema de vida de los venezolanos. Lo peor de esta maldición que se enquistó en los asuntos públicos venezolanos ha sido el engaño. Un clamor de la academia durante los años 80s y 90s fue la profesionalización del servicio exterior. Desde el inicio del régimen político democrático en 1959, se tomó muy en cuenta a los profesionales de la escuela de Estudios Internacionales, tanto, que el gobierno de Rómulo Betancourt (1959-1964), asimiló al servicio diplomático a toda una promoción de brillantes estudiantes que luego, serían los dignos embajadores de una democracia pujante que, entre errores y aciertos, se enorgullecía de llevar la bandera de la libertad en toda América. En efecto, el desarrollo de concursos de oposición para legitimar el ingreso al servicio exterior no se detuvo y sólo cuando se suspendió por 5 años (1979-1984), ingresarían a la cancillería hombres y mujeres con suficientes credenciales de méritos académicos que ilustrarían la función pública con brillo y honorabilidad.
Una de las promesas del mitómano de Barinas en la campaña presidencial de 1998, fue hacer énfasis en la profesionalización del servicio exterior, tema que llamó la atención de muchos jóvenes académicos que confiaron en esa promesa dirigida en ampliar las oportunidades de concurso a profesionales de otras disciplinas: el Derecho, Historia, Geografía, Comunicación Social, Ciencias Políticas, extendiéndose la edad para participar más allá de los 30 años.
Oferta atractiva para quienes, desde la academia en el área de las relaciones internacionales, apostaban en iniciar una carrera de servicio público en la más noble de las funciones de un Estado: la diplomacia. Sin embargo, el diseño malévolo estaba consumado. No se trataba de permitir que profesionales de varias disciplinas pudieran concursar, la grosera y vil intención era ideologizar, lavar cerebros para “crear cuadros diplomáticos” de una “supuesta revolución humanista” sobre la base de la preparación de 3 concursos de oposición, jugando con el proyecto de vida de gente joven, cuya única aspiración era servir a Venezuela.
Parte importante de esos postulantes estaban alineados con las macabras intenciones preparadas en Cuba, evidenciado luego de un año cuando, un grupo selecto de esos “terceros secretarios” fueron enviados a Cuba para ser adoctrinados y adiestrados por las huestes fidelistas para servir de manera radical, a la mal denominada revolución.
Para algunos de los nuevos terceros secretarios, previamente identificados en un laboratorio de “limpieza ideológica” en donde participaron sus compañeros como sapos y soplones, su destino final en la función pública estaba determinado. Concluyó la voraz tarea de extirpación un macabro personaje, como traído de una novela de Kafka, o de la serie “Barnabas Collins” o el peor de las figuras de Vargas Llosa en “la Fiesta del Chivo”, de nombre José Luis Perisse Seoane, mal recordado arquitecto postrado a los pies del comunismo cubano que invadía a Venezuela, usurpador de un rango de embajador, que aún hoy crispa la piel cuando es recordado por sus víctimas. Ejerció las funciones de verdugo de los sueños y el proyecto de vida de un grupo importante de jóvenes venezolanos. Muy lamentable, para su memoria final como ser humano, se sentó en silla de escarnecedores y lo hizo con eficiencia, usó el poder para dañar la vida de profesionales honestos y se convirtió en bufón de la tiranía. La historia y la justicia, sabrá cobrarle a este individuo, en la oportunidad que corresponda, en sus bienes y su libertad, el daño generado. No habrá impunidad.
El desmontaje y destrucción de la cancillería lo reforzaría de manera contundente el mismo Tirano que ha destruido a Venezuela. Bastaron pocos años para que nada de lo que la democracia hizo en recursos de formación profesional y tantos esfuerzos, quedara de pié. Es muy lamentable que hoy, profesionales de carrera que aún quedan, hayan convalidado a la Tiranía que hoy mata a las familias venezolanas, aceptando ascensos y traslados. No crean que no se les contará su cuota de responsabilidad como cómplices y cohabitadores con la Tiranía. No será venganza, será justicia y vendrá ciega.
En este triste camino de 21 años de destrucción quedaron la vida y las profesiones de honorables embajadores de carrera, de funcionarios diplomáticos de todos los rangos que no bajaron su cabeza ante la embestida de un poder diabólico y ajeno a la nobleza y a la virtud. Honrosos diplomáticos, hombres y mujeres de alta calificación pública, que fueron desechados por estos delincuentes no deberían ser olvidados. Por justicia y honor, cuando esta Tiranía grosera de Maduro se desplome, será meritorio y honesto que, en un acto de resarcimiento público, encabezado por el primer canciller de la nueva democracia, se les confiera los rangos y funciones que les correspondan, asignándole los destinos que como servidores públicos merecen desempeñar, al servicio de una nueva etapa democrática de amplio espectro de vida, si la honestidad se convierte en el faro que nos guie y se abandona la triste tendencia de nombrar en los cargos a adeptos de los partidos y compañeros de la política.
Nombramientos a dedo, sin la previa precalificación profesional y por motivaciones partidistas, sería la otra cara de la misma moneda de lodo desgastada en lo que han convertido a Venezuela estos delincuentes. Iniciar una “nueva cancillería” con gente “nueva”, sin tomar en consideración a hombres y mujeres lastimados por 21 años de oprobio, sería como iniciar un amor sobre tumbas y llantos. La lista no es corta, y afortunadamente, la juventud y la experiencia los acompaña, para que, en una entrada triunfal a su casa amarilla, después de tantos años, tengan un reencuentro memorable con la diplomacia de la que fueron arrancados u obligados a marcharse, de manera soez. Por justicia y honor, la diplomacia que viene, tiene causahabientes.
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/36511-diplomacia
Ilustración: Jordi Jové Viñes.
martes, 25 de febrero de 2020
EXTEMPORANEIDAD
La onerosa cronicidad de Cuba
Juan Jesús Aznarez
El recrudecimiento del embargo a Cuba, y su aplicación extraterritorial, es el eje de la política de Trump para rendir la isla y construir en ella una democracia alineada con los intereses de Estados Unidos, objetivo fundamental de un castigo comercial, económico y financiero que comenzó en octubre de 1960 como respuesta a las expropiaciones revolucionarias de propiedades norteamericanas. La apertura política es un desiderátum que difícilmente llegará con las sanciones inspiradas en la Ley de Comercio con el Enemigo de 1917 (TWEA, por sus siglas en inglés), que autorizó a la Casa Blanca prohibir el comercio con el enemigo, o aliados del enemigo, en tiempo de guerra o emergencia. La sucesión de acosos y el atrincheramiento han resultado baldíos, más allá de multiplicar la emigración y las penalidades. Las palancas de Cuba para sobrellevar el trance son sobradamente conocidas: más iniciativa privada y más inversión extranjera, lastradas por los candados internos y el temor a las represalias norteamericanas.
El concepto de democracia y libertad choca en la mayor de la Antillas con el antimperialismo inculcado desde la escuela, ignorando que nacionalismo, soberanía y democracia son compatibles. A la espera de que Washington regrese al deshielo ensayado por Obama, y La Habana asuma que la división poderes no significa la pérdida de independencia nacional, el país afronta nuevos hostigamientos si Trump es reelegido. Pero el pluralismo político no será fruto de una persecución que prohíbe utilizar el dólar y acceder al mercado norteamericano, y obliga a echar mano de intermediarios y pechar con el encarecimiento de fletes, seguros y financiación por el temor de proveedores y prestamistas al incumplimiento de los contratos.
La coyuntura empeora y regresa la pesadilla de la escasez de alimentos, medicamentos y combustibles. De abril de 2018 a marzo de 2019, el embargo causó 4.300 millones dólares en pérdidas de empresas, bancos y embajadas, obligadas a las triangulaciones, cuando no a la prestidigitación, en sus operaciones financieras. Observando que el castigo surte efecto, la Casa Blanca lo endureció ampliando la relación de entidades objeto de sanciones; restringió viajes y estancias y echó mano de la Helms Burton para que los tribunales norteamericanos puedan juzgar demandas contra empresas o personas relacionadas comercialmente con propiedades nacionalizadas después de 1959.
El propósito es la asfixia de una nación que imparte cultura marxista depende de mercados capitalistas y arrostra los pagos de deuda acordados en 2015 con el Club de París. Difícilmente saldrá del estancamiento sin reconvertir una economía lastrada por la improductividad, la pobreza salarial y un igualitarismo tan imposible como improbable es el cumplimiento de los planes de desarrollo oficiales previstos hasta 2030. La Unión Europea y los organismos internacionales de ayuda al desarrollo algo podrán hacer para soslayar los imperativos de Washington y posibilitar las transformaciones que Cuba necesita para solucionar crisis que son crónicas porque crónico es el fracaso del partido único y la estatización.
Fuente:
Fotografía: Kriangkrai Thitimakorn (Getty).
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Juan Jesús Aznarez
domingo, 23 de febrero de 2020
NOTICIERO RETROSPECTIVO
- S/f. "Estudios sobre las obras de carretera de Valencia a Puerto Cabello y su importancia comercial". El Nuevo Diario, Caracas, 15/06/1925.
- S/f. "Betancourt en su discurso anticipa la agresión: Cuba dispuesta a rechazar la agresión". Izquierda, Caracas, nr. 26 del 04/11/60.
- Bautizado "Allá en Caracas" de Laureano Vallenilla Lanz, en los talleres de la Tipografía arrido. Biliken, Caracas, nr. 2013, 10/54.
- Mario Szichman. "¡Bravo Soledad!". Momento, Caracas, nr. 619 del 26/05/68.
Reprodución: Primer Juez femenino del Distrito Federal: Dra. Celia Delgado. El Nacional, Caracas, 08/08/1953.
- S/f. "Betancourt en su discurso anticipa la agresión: Cuba dispuesta a rechazar la agresión". Izquierda, Caracas, nr. 26 del 04/11/60.
- Bautizado "Allá en Caracas" de Laureano Vallenilla Lanz, en los talleres de la Tipografía arrido. Biliken, Caracas, nr. 2013, 10/54.
- Mario Szichman. "¡Bravo Soledad!". Momento, Caracas, nr. 619 del 26/05/68.
Reprodución: Primer Juez femenino del Distrito Federal: Dra. Celia Delgado. El Nacional, Caracas, 08/08/1953.
sábado, 22 de febrero de 2020
LA DEBE
El costo humano del castrismo
Pedro Corzo
En Cuba se fusiló, se masacró en sitios inimaginables, no solo en campamentos militares o lugares previamente designados para tan macabra acción. Las ejecuciones tuvieron lugar en patios de escuelas, en curvas de carreteras, en parques, farallones de las sierras, en cementerios y patios de viviendas, en esa gestión fueron alumnos aventajados del nazismo y del estalinismo, los engendradores del totalitarismo cubano.
Matar para el régimen castrista fue una especie de acto de purificación porque la muerte de los otros le afianzaba en el poder, en consecuencia, cuando el pueblo cubano pueda acceder sin restricciones al conocimiento pleno de los trágicos sucesos con los que la dictadura dinástica de los hermanos Castro ha marcado al país, de seguro quedara profundamente conmovido ante el costo humano a la nación del experimento revolucionario.
Conmoción que tendrá que sumar a las ya acumuladas precarias condiciones de vida que padece, a la destrucción material del país y a los constantes fracasos de todos los proyectos gubernamentales, a pesar del gran esfuerzo realizado por el sector de la población que creyó fervientemente en las promesas del Caudillo.
No pocos “compañeros” participaron en las depredaciones de la dictadura, pero son escasos los que tienen una visión integral del pasado sangriento, ya que el control ejercido sobre la información ha sido muy estricto a la vez que ha estado fundamentado sistemáticamente en una campaña de intimidación de la que se requiere mucha entereza para sustraerse.
Esa puede ser una de las causas por las que más de un victimario cree ciegamente que los abusos fueron aislados y los crímenes inexistentes, tal y como muchos respetables ciudadanos alemanes negaron frenéticamente el Holocausto.
Los crímenes de sangre de la dictadura castrista se remontan a las numerosas ejecuciones realizadas en el periodo insurreccional en llanos y montañas, también, a los actos terroristas contra la población civil que ejecutaron los insurgentes, sin embargo, después del triunfo de la insurrección, cuando el país estaba presto para sembrar la paz y cosecharla abundantemente, la nación se introdujo en una vorágine de asesinatos masivos, apuntalados en ejecuciones sumarias individuales, razón por la cual los expresos políticos Miguel Guevara y Santiago Díaz Bouza, escribieron un libro que titularon “La Muerte se viste de Verde”, ya que aquellos horrendo asesinatos colectivos se apuntalaban en ejecuciones individuales, encierros de miles de personas además del desplazamiento forzoso de campesinos.
El primer asesinato en masa del nuevo régimen ocurrió en la madrugada del 11 de enero de 1959. Raúl Castro, ordeno la ejecución de 71 personas acusadas de haber cometido crímenes durante su asociación al depuesto régimen de Fulgencio Batista. La orden fue cumplida. Varias excavadora abrieron una zanja, los hombres fueron parados ante la misma y asesinados despiadadamente, después, la tumba colectiva fue cubierta con tierras por las misma maquinas que la habían abierto.
Dos años después, abril de 1961, fueron fusilados en el Panteón Nacional de La Cabaña ocho patriotas, una cifra superior al promedio diario de los hombres que allí eran ejecutados. En 1962, según diferentes fuentes, entre decenas y centenares de cubanos fueron fusilados como consecuencia de los arrestos de los complotados en la fracasada conspiración cívico-militar de agosto de ese año.
En junio de 1963, los fusilamientos eran prácticamente diarios, 21 hombres fueron ametrallados frente a una loma de hierba y tierra en la Ceiba, montañas del Escambray. Llevaban casi tres años presos sin juicio.
En 1964 la Fortaleza de La Cabaña fue sede de otro fusilamiento en masa. Catorce guerrilleros, algunos llevaban más de cuatro años alzados en armas, fueron capturados gracias a una hábil maniobra de la seguridad del estado castrista y a la traición de uno de los colaboradores de los insurgentes, el tristemente famoso Alberto Delgado y Delgado.
La ejecución de 1964, al parecer, fue la última masacre ante el paredón, aunque los crímenes de grandes grupos continuaron como se puede apreciar en el asesinato de más de cincuenta personas al hundir la embarcación XX Aniversario en el Rio Canimar, 1980, y posteriormente los 41 asesinados, entre ellos 10 niño, embarcados en Remolcador Trece de Marzo el 13 de julio de 1994.
Fuente:
https://adribosch.wordpress.com/2020/02/17/el-costo-humano-del-castrismo/?fbclid=IwAR1-IXoU8Ums3P40da1ANSjQj85Dfb1bPfamsRgiE2FtHk_UYWx5rIhxYzE
Imágenes:
https://www.gettyimages.es/fotos/cuba?sort=mostpopular&mediatype=photography&phrase=cuba
Pedro Corzo
En Cuba se fusiló, se masacró en sitios inimaginables, no solo en campamentos militares o lugares previamente designados para tan macabra acción. Las ejecuciones tuvieron lugar en patios de escuelas, en curvas de carreteras, en parques, farallones de las sierras, en cementerios y patios de viviendas, en esa gestión fueron alumnos aventajados del nazismo y del estalinismo, los engendradores del totalitarismo cubano.
Matar para el régimen castrista fue una especie de acto de purificación porque la muerte de los otros le afianzaba en el poder, en consecuencia, cuando el pueblo cubano pueda acceder sin restricciones al conocimiento pleno de los trágicos sucesos con los que la dictadura dinástica de los hermanos Castro ha marcado al país, de seguro quedara profundamente conmovido ante el costo humano a la nación del experimento revolucionario.
Conmoción que tendrá que sumar a las ya acumuladas precarias condiciones de vida que padece, a la destrucción material del país y a los constantes fracasos de todos los proyectos gubernamentales, a pesar del gran esfuerzo realizado por el sector de la población que creyó fervientemente en las promesas del Caudillo.
No pocos “compañeros” participaron en las depredaciones de la dictadura, pero son escasos los que tienen una visión integral del pasado sangriento, ya que el control ejercido sobre la información ha sido muy estricto a la vez que ha estado fundamentado sistemáticamente en una campaña de intimidación de la que se requiere mucha entereza para sustraerse.
Esa puede ser una de las causas por las que más de un victimario cree ciegamente que los abusos fueron aislados y los crímenes inexistentes, tal y como muchos respetables ciudadanos alemanes negaron frenéticamente el Holocausto.
Los crímenes de sangre de la dictadura castrista se remontan a las numerosas ejecuciones realizadas en el periodo insurreccional en llanos y montañas, también, a los actos terroristas contra la población civil que ejecutaron los insurgentes, sin embargo, después del triunfo de la insurrección, cuando el país estaba presto para sembrar la paz y cosecharla abundantemente, la nación se introdujo en una vorágine de asesinatos masivos, apuntalados en ejecuciones sumarias individuales, razón por la cual los expresos políticos Miguel Guevara y Santiago Díaz Bouza, escribieron un libro que titularon “La Muerte se viste de Verde”, ya que aquellos horrendo asesinatos colectivos se apuntalaban en ejecuciones individuales, encierros de miles de personas además del desplazamiento forzoso de campesinos.
El primer asesinato en masa del nuevo régimen ocurrió en la madrugada del 11 de enero de 1959. Raúl Castro, ordeno la ejecución de 71 personas acusadas de haber cometido crímenes durante su asociación al depuesto régimen de Fulgencio Batista. La orden fue cumplida. Varias excavadora abrieron una zanja, los hombres fueron parados ante la misma y asesinados despiadadamente, después, la tumba colectiva fue cubierta con tierras por las misma maquinas que la habían abierto.
Dos años después, abril de 1961, fueron fusilados en el Panteón Nacional de La Cabaña ocho patriotas, una cifra superior al promedio diario de los hombres que allí eran ejecutados. En 1962, según diferentes fuentes, entre decenas y centenares de cubanos fueron fusilados como consecuencia de los arrestos de los complotados en la fracasada conspiración cívico-militar de agosto de ese año.
En junio de 1963, los fusilamientos eran prácticamente diarios, 21 hombres fueron ametrallados frente a una loma de hierba y tierra en la Ceiba, montañas del Escambray. Llevaban casi tres años presos sin juicio.
En 1964 la Fortaleza de La Cabaña fue sede de otro fusilamiento en masa. Catorce guerrilleros, algunos llevaban más de cuatro años alzados en armas, fueron capturados gracias a una hábil maniobra de la seguridad del estado castrista y a la traición de uno de los colaboradores de los insurgentes, el tristemente famoso Alberto Delgado y Delgado.
La ejecución de 1964, al parecer, fue la última masacre ante el paredón, aunque los crímenes de grandes grupos continuaron como se puede apreciar en el asesinato de más de cincuenta personas al hundir la embarcación XX Aniversario en el Rio Canimar, 1980, y posteriormente los 41 asesinados, entre ellos 10 niño, embarcados en Remolcador Trece de Marzo el 13 de julio de 1994.
Fuente:
https://adribosch.wordpress.com/2020/02/17/el-costo-humano-del-castrismo/?fbclid=IwAR1-IXoU8Ums3P40da1ANSjQj85Dfb1bPfamsRgiE2FtHk_UYWx5rIhxYzE
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https://www.gettyimages.es/fotos/cuba?sort=mostpopular&mediatype=photography&phrase=cuba
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sábado, 8 de febrero de 2020
QUEJUMBRE, QUEJADERA O QUEJADUMBRE
(Anti) retórica parlamentaria
Luis Barragán
Cada vez que se juramentaba la directiva, durante el pasado mandato legislativo, soportábamos un largo espectáculo que, sin dudas, burlaba la buena fe de los grupos de invitados para tomarlo. A veces, procedentes de alguna comunidad de indígenas y, otras, de cualesquiera otras comunidades urbanas, según el antojo de un raro protocolo que paradójicamente informalizaba el evento.
La solemnidad del acto, prontamente se perdía en nombre del tal poder popular que, al menos, en un viejo libro, Kim Il-sung profusamente glosaba, por lo que nada novedoso reporta en Cuba y en Venezuela. En una ocasión, con motivo de una de las discusiones del entonces proyecto de Ley Orgánica de Cultura, en 2013, cuestionamos severamente la pretendida existencia de ese tan etéreo poder que nadie elige, excepto quienes ejercen el poder real, adedándolo, ahorrándonos la inútil consideración de las teorías de la representación.
El régimen ha hecho un ritual del llamado poder popular y no hay norma que haya dictado, con pretensiones jurídicas, sin que intente - complicándolo - explicarlo, aunque – en última instancia - aspira, a lo sumo, convenientemente numerosos los integrantes de la no menos tal constituyente venezolana, imitar a la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba. Ella, en propiedad, no es un parlamento, por su férreo origen monopartidista, ausencia de garantías, períodos de sesiones, entre otros aspectos; por cierto, encabezada por el también presidente del Consejo de Estado y máximo jerarca nominal del Partido Comunista. Ergo, está predestinada a la retórica asaz fastidiosa que gravita en la órbita de las consignas oficiales.
Sostenemos que la actual Asamblea Nacional, en lo que va de siglo venezolano, padece aún la poderosa influencia del modelo chavista, por darle algún calificativo, y varias veces resultan frondosas sus sesiones, por más que itinere en la ciudad capital, con sacrificio de las iniciativas prácticas que explican el uso correspondiente de las herramientas parlamentarias. Esto es, tendiendo a parlar, extendiéndose con el testimonio de invitados que gozan del favor del G-4, y no a parlamentar y concretar las opciones.
Es necesario decirlo, la Fracción Parlamentaria 16 de Julio hace un uso anti-retórico del debate necesario, específico y de fondo, como ha ocurrido con el problema de las universidades, pues, denunciándolo y colocándolo en una indispensable perspectiva, ofrece alternativas a través de sendas propuestas de acuerdo, proyectos de ley, comisiones especiales. Es el caso, hace poco, se filtró un documento de trabajo de las autoridades de la UCV en el que, para la ruta electoral, plantea una reforma puntual de la Ley de Universidades: doble retórica, porque el parlamento ha debido, encarar el asunto, como lo reclamamos, desde 2016, a la vez que lo hacía con el consabido colapso político nacional, como también las casas de estudios debieron imponerse a tiempo de los proyectos legales varias veces aludidos, por minoritarios que fuesen los proponentes, en lugar de la quejumbre (gustamos más de expresiones como “quejadumbre” y “quejadera”) caracterizadora de las élites políticas del país.
Fotografía: Fidel Castro se dirige al Congreso Nacional que lo ovacionó (Caracas 1959),
10/02/2020:
https://www.noticierodigital.com/2020/02/anti-retorica-parlamentaria/
https://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=146426
Luis Barragán
Cada vez que se juramentaba la directiva, durante el pasado mandato legislativo, soportábamos un largo espectáculo que, sin dudas, burlaba la buena fe de los grupos de invitados para tomarlo. A veces, procedentes de alguna comunidad de indígenas y, otras, de cualesquiera otras comunidades urbanas, según el antojo de un raro protocolo que paradójicamente informalizaba el evento.
La solemnidad del acto, prontamente se perdía en nombre del tal poder popular que, al menos, en un viejo libro, Kim Il-sung profusamente glosaba, por lo que nada novedoso reporta en Cuba y en Venezuela. En una ocasión, con motivo de una de las discusiones del entonces proyecto de Ley Orgánica de Cultura, en 2013, cuestionamos severamente la pretendida existencia de ese tan etéreo poder que nadie elige, excepto quienes ejercen el poder real, adedándolo, ahorrándonos la inútil consideración de las teorías de la representación.
El régimen ha hecho un ritual del llamado poder popular y no hay norma que haya dictado, con pretensiones jurídicas, sin que intente - complicándolo - explicarlo, aunque – en última instancia - aspira, a lo sumo, convenientemente numerosos los integrantes de la no menos tal constituyente venezolana, imitar a la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba. Ella, en propiedad, no es un parlamento, por su férreo origen monopartidista, ausencia de garantías, períodos de sesiones, entre otros aspectos; por cierto, encabezada por el también presidente del Consejo de Estado y máximo jerarca nominal del Partido Comunista. Ergo, está predestinada a la retórica asaz fastidiosa que gravita en la órbita de las consignas oficiales.
Sostenemos que la actual Asamblea Nacional, en lo que va de siglo venezolano, padece aún la poderosa influencia del modelo chavista, por darle algún calificativo, y varias veces resultan frondosas sus sesiones, por más que itinere en la ciudad capital, con sacrificio de las iniciativas prácticas que explican el uso correspondiente de las herramientas parlamentarias. Esto es, tendiendo a parlar, extendiéndose con el testimonio de invitados que gozan del favor del G-4, y no a parlamentar y concretar las opciones.
Es necesario decirlo, la Fracción Parlamentaria 16 de Julio hace un uso anti-retórico del debate necesario, específico y de fondo, como ha ocurrido con el problema de las universidades, pues, denunciándolo y colocándolo en una indispensable perspectiva, ofrece alternativas a través de sendas propuestas de acuerdo, proyectos de ley, comisiones especiales. Es el caso, hace poco, se filtró un documento de trabajo de las autoridades de la UCV en el que, para la ruta electoral, plantea una reforma puntual de la Ley de Universidades: doble retórica, porque el parlamento ha debido, encarar el asunto, como lo reclamamos, desde 2016, a la vez que lo hacía con el consabido colapso político nacional, como también las casas de estudios debieron imponerse a tiempo de los proyectos legales varias veces aludidos, por minoritarios que fuesen los proponentes, en lugar de la quejumbre (gustamos más de expresiones como “quejadumbre” y “quejadera”) caracterizadora de las élites políticas del país.
Fotografía: Fidel Castro se dirige al Congreso Nacional que lo ovacionó (Caracas 1959),
10/02/2020:
https://www.noticierodigital.com/2020/02/anti-retorica-parlamentaria/
https://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=146426
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Venezuela
domingo, 26 de enero de 2020
CONFEDERALIDAD SOCIALISTA
Luis Barragán
Recordamos el comentario: lo más impresionante de la visita realizada al ministerio de la usurpación dedicado a la educación superior, fue apreciar sobre el escritor del viceministro una banderita cubana. No había otra en todo el despacho al recibir a la directiva de la FAPUV, quedando el asunto como algo más que una anécdota.
Ahora, Maduro Moros habla de la incorporación del embajador isleño al consejo de ministros, a quien debe fastidiarle la idea de intervenir directamente en una instancia que seguro conoce, con las supuestas formalidades que sugiere su presencia. Quienes, décadas atrás, rasgaban sus vestiduras por la presencia de la misión militar estadounidense, jamás hubiesen imaginado que Betancourt o alguno de sus sucesores, públicamente incurrieran en algo semejante con el embajador del norte: huelga agregar, absolutamente impensable para todos.
Luce obvio que el solo comentario miraflorino avala la ocupación cubana del país y la sistemática intromisión en cualesquiera de los despachos gubernamentales, pues, el ilustrado viceministro aludido (¿de apellido León?), por muy entusiasta revolucionario que fuese, sabe lo que implica tamaña devoción; además, la banderita, servirá de supersticiosa credencial, contraseña o quién sabe qué para aquellos que osen sospechar de alguna veleidad disidente. Las obviedades remiten inmediatamente a casos de traición a la patria, entrega a una potencia extranjera, al régimen como la mayor vulnerabilidad en relación a nuestra seguridad y defensa, por lo que la banderita o el anuncio en cuestión parecen una nimiedad.

Cualquier “boutade” la celebran, porque jamás responderán a algún periodista impertinente que asedie a los prohombres del poder establecido. Esta posibilidad está descartada, facilitando esta u otras travesuras que la molicie autorice.
Iustración: Ana Black (Facebook).
27/01/2020:
viernes, 31 de agosto de 2018
viernes, 13 de julio de 2018
INEVITABLE CONCLUSIÓN
EL NACIONAL, Caracas, 7 de julio de 2018
El castrocomunismo (primera parte)
Antonio Sánchez García
Mire a su alrededor y observe a los partidos comunistas, a los autodenominados Frentes Amplios, a los movimientos revolucionarios bregando codo a codo con los partidos democráticos por el favor de los electores. Con el firme y decidido propósito de hacer polvo la Constitución y sembrar la división y el odio. ¿Quién convive de tan buena manera con el cáncer o con el sida, que no sea una sociedad irresponsable, que ha extraviado el rumbo?
“Absurdo sería pretender que un gobernante venezolano, violando una ley histórica, se hiciese comunista”
Ramón Díaz Sánchez, Guzmán: Elipse de una ambición de poder
Inolvidable el día en que Teodoro Petkoff –corría el año 2003– montó en cólera porque osé alertar a los miembros de la Comisión Asesora de la Coordinadora Democrática, que presidía Alberto Quirós Corradi y en la que participábamos Pedro Nikken, Cecilia Sosa Gómez, Adolfo Salgueiro, Marco Tulio Bruni Celli, Pedro Pablo Aguilar, Alejandro Armas, Hiram Gaviria y otros, contra la amenaza castrocomunista que se cernía sobre Venezuela de la mano del golpismo chavista que acababa de asaltar el poder, ante el general beneplácito de una sociedad alienada hasta la médula. Nuestro por entonces buen amigo mostró su furia y su indignación por el uso irresponsable que hacíamos quienes empleábamos una categoría como esa, tan reaccionaria y propia de la guerra fría. Al decir de Petkoff no era que Cuba no fuera castrocomunista, que nadie podía negarlo: es que a él no le parecía en absoluto censurable que lo fuera. Muy por el contrario: a él, el que lo fuera, le parecía una señal de gloriosa y máxima identidad. En nuestros labios, en cambio, el concepto era absolutamente censurable, refería a un rechazo total, alertaba ante el infierno encubierto tras el término y dejaba caer una cortina de desprecio y maldiciones sobre la isla embrujada por la hoz y el martillo. Ante la que había que precaverse. Pero a sus admiradores, como a Petkoff y los suyos, tan emparentados con quienes acababan de hacerse con el poder, esa antes que una maldición era una aspiración que deseaban ver cumplirse en toda América Latina. Ser castrocomunista no era un delito. Muy por el contrario, subrayaba, como solía señalarlo un gigantesco letrero que se exhibía a la salida del aeropuerto José Martí, que Cuba era el Primer Territorio Libre de América.
Era la indicación a la que obedecía la progresía venezolana. Como que hacía una década y contra todo pronóstico, que más de novecientas personalidades venezolanas de todo jaez y condición pero contando entre ellos con no pocos afamados historiadores que continúan en funciones, académicos y doctores de todas las ramas, gentes de teatro y del espectáculo, escritores, guionistas y de ese cuanto hay que le da vida a una sociedad democrática, así como otros representantes de esa cosa deletérea, nebulosa y amorfa llamada cultura, habían considerado a Fidel Castro un ejemplo de dignidad e integridad política del más alto nivel de nuestra América, merecedor de toda nuestra admiración. Ser castrocomunista era un lujo. Significaba pertenecer a la cofradía de iluminados por el destino, ir a la vanguardia de la historia. Cuesta creer que tras más de treinta años de tiranía, persecución, encarcelamiento y miserias, tras el brutal ejercicio del poder más atrabiliario y demoledor del que se tuviera conocimiento en América Latina, y habiendo superado ya el récord de duración de 27 años, tras los cuales se muriera el caudillo, general y dictador venezolano Juan Vicente Gómez, una pléyade de buenas gentes elevaran al tirano aún más longevo con admirativas loas a las más egregias e inmarcesibles alturas de su gloria. En el colmo de la alienación y la locura, ser castrocomunista no acarreaba daño alguno. Era algo de que sentirse orgulloso. Lo más deseable a lo que un ciudadano podía aspirar en América Latina. La democracia, en cambio, era una plasta, un bofe, una miseria, una pérdida. Así han transcurrido sesenta años para los latinoamericanos: gozando de la libertad plena de regímenes libres, progresistas y prósperos, pero maldiciéndolos porque no se acomodaban al régimen tiránico del castrocomunismo cubano.
Acababan de cumplirse treinta años del primer asalto al poder en Cuba, no se veían las menores señales de que la tiranía militarizada que controlaba y esclavizaba a los cubanos mostrara la menor disposición a hacer mutis, apenas se habían cumplido quince años desde el desembarco de sus tropas de élite en el occidente y en el oriente de Venezuela, y jamás había renunciado la dictadura cubana a su propósito de asaltar el poder de la primera reserva petrolífera de occidente, cumplir con el magno objetivo que se propusiera Fidel Castro desde la Sierra Maestra: asaltar Venezuela por las buenas o a la brava, hacerse con su petróleo y expandirse por toda la región, imponer el comunismo en toda Latinoamérica y combatir a muerte a Estados Unidos, su letal enemigo de toda la vida. Pasara lo que pasara en la Unión Soviética y en China, Cuba jamás dejaría de ser comunista ni de luchar empeñosa y fervientemente por hundir a todas las democracias latinoamericanas en mortales crisis de dominación, asaltar el poder de la mano de las izquierdas locales, como ya lo intentara en Bolivia, en Chile, en Uruguay y en Argentina y nada ni nadie le impediría combatir a Estados Unidos hasta agotar sus fuerzas. América Latina sería castrocomunista, o no sería. Vale decir: no comunista a lo Molotov o a lo Brezschniev, a lo Tito o a lo Joseph Stalin, sino a lo Castro: castrocomunista, para más señas.
Quienes compartimos desde nuestras organizaciones marxistas –yo en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, el MIR chileno en tiempos de la fracasada Unidad Popular– esos propósitos, sabíamos que lucharíamos hasta la muerte por imponer el comunismo en la región. Que el tiempo no sería obstáculo. Y que tarde o temprano terminaríamos por imponernos a lo largo y ancho de nuestra región. Para eso se había constituido en La Habana una suerte de Cuarta Internacional Comunista llamada Tricontinental, que intentaba coordinar todos los Movimientos Revolucionarios de Asia, África y América Latina. En una guerra abierta y declarada, sin hacer los menores ambages, organizando, alfabetizando, instruyendo, educando y preparando a los ejércitos de liberación nacional. Y a pesar del fracaso estruendoso del socialismo en todo el mundo, del derrumbe del Estado soviético y la caída del Muro de Berlín, en América Latina ya había surgido la debida organización encargada de coordinar nuestros movimientos revolucionarios a nivel regional, inventado por Fidel Castro y Lula da Silva, en el año 1990, llamado Foro de Sao Paulo. El viejo topo es tenaz y es porfiado y no tiene otro objetivo que demoler las bases fundacionales de la democracia y derribar los muros del edificio del Estado de Derecho para imponer el colectivismo, generalizar la miseria y el hambre y convertir a sus respectivas sociedades en campos de concentración. Todo ello a plena luz del día y en la mayor impunidad, como si anarquizar siglos de historia y disgregar sociedades compuestas a lo largo de siglos y siglos de historia fuera la cosa más normal y fructífera del mundo. Mire a su alrededor y vea a los partidos comunistas, a los frentes amplios, a los movimientos revolucionarios bregando codo a codo con los partidos democráticos por el favor de los electores. Con el firme y decidido propósito de hacer polvo la Constitución y sembrar la división y el odio. ¿Quién convive de tan buena manera con el cáncer o con el sida, que no sea una sociedad que ha perdido el rumbo?
Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/castrocomunismo-primera-parte_242466
EL NACIONAL, Caracas, 8 de julio de 2018
El castrocomunismo (segunda parte)
Antonio Sánchez García
Va siendo hora de que el mundo sepa que ha sido el castrocomunismo el que ha devastado a Venezuela, que nos ha saqueado nuestras riquezas, que acecha a todas las sociedades latinoamericanas para corromperlas, pervertirlas y aniquilarlas. Y que llegó la hora de enfrentarlo para ponerle un fin definitivo. No tenemos otra alternativa. Como diría Shakespeare: el resto es silencio.
Jamás olvidaré el asombro que se dibujó en el rostro de mi amigo y ex compañero de trabajo y de partido, el brasileño Marco Aurelio García, con quien viniera desde París por primera vez a Venezuela en junio de 1977 y a quien no veía desde esos años setenta, cuando al recogerlo en Maiquetía quince años después –venía en representación de Lula da Silva, el dirigente sindical, líder de su partido y futuro presidente de Brasil, a las ceremonias de la segunda transmisión de mando de Hugo Chávez en el año 2000– y ante mis reservas frente a la barbarie que veía dibujarse en el proyecto estratégico del teniente coronel Hugo Chávez, habiendo yo entretanto aprendido a valorar en toda su plenitud el valor de la democracia, me espetara asombrado: “¿Qué objeciones estéticas tienes ante Hugo Chávez? ¿O fue que olvidaste el juramento martiano que sellamos con sangre cuando Allende?”.
—¿Qué juramento?– le pregunté sorprendido, sin entender a qué se refería.
Me miró indignado y me dijo: “Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar…”
Supe entonces, como en una revelación, que Chávez era castrocomunista, que Lula también lo era, y que a Venezuela, a Brasil y a todo el continente le esperaban tiempos siniestros.
El comunismo a lomos de Fidel Castro y la Cuba castrista había renacido en la región, gracias a la infinita irresponsabilidad del pueblo venezolano y la traición de sus fuerzas armadas y sus élites políticas e intelectuales, para no dejar volar su presa. Chávez servía a los intereses cubanos, Venezuela se había convertido en su cabecera de playa para la reconquista del continente. Y cuyo botín a no soltar jamás, por los siglos de los siglos, se llamaba Pdvsa. Para eso servía el Departamento de Estado: para presenciar impasible la conquista de la región por el comunismo internacional.
Ante la absoluta impavidez de los demócratas de todos los matices, que aceptaban como un hecho irreversible los derechos a representación política de los grupos marxistas, aun a sabiendas de que su política de mediano y largo plazo no puede ser otra que destruir las bases democráticas de la sociedad, asaltar el poder e instaurar regímenes totalitarios.
Si salvo rarísimas excepciones todos mis antiguos compañeros chilenos continuaban militando en los partidos de la izquierda marxista y muy pocos eran quienes habían extraído las dolorosas enseñanzas de un largo y angustioso destierro, comprendiendo y asumiendo el incalculable valor de la libertad y la convivencia democrática –Marco Aurelio moriría hace un par de años sin haber recapitulado un ápice en sus convicciones castristas y su servicio a Lula y la tiranía cubana en sus afanes expansionistas y antidemocráticos, como cuando mediara en el Cahuán o interviniera como representante brasileño en la ronda de diálogos organizados por la OEA y el Centro Carter en Caracas– tampoco en Venezuela advertí una verdadera toma de conciencia de quienes habían militado en los partidos marxistas, entre ellos Teodoro Petkoff, como para comprender la inmensa, la gigantesca gravedad que entrañaba y continúa entrañando el castrocomunismo chavista en nuestro país. Ahora travestido con los ropajes del bolivarianismo y empoderados con las incalculables riquezas del petróleo. Y si se habían distanciado de la militancia extrema, no por ello habían asumido la lucha contra el invasor en los radicales términos que demandaban las circunstancias.
Ni siquiera Estados Unidos era verdaderamente consciente y estaba advertida de lo que el chavismo y sobre todo el Foro de Sao Paulo se traían entre manos. Un imbécil llamado John Maisto, que fungía de embajador de Estados Unidos en Caracas, recomendaba por entonces atender las manos, no las palabras del teniente coronel. Juraba que Chávez no era más que un bocón, cuya farsantería terminaba en meras bravuconadas. Agrupados en los viejos partidos socialistas y o revolucionarios, ex guerrilleros de regreso del monte o socialdemócratas y socialcristianos de sindicato sobreviviendo a las sombras del Estado, los partidos del establecimiento continuaban y continúan sirviendo de alcahuetas del régimen, de agentes del castrocomunismo y enemigos jurados de cualquier forma de liberalismo antimarxista. Ya se hallen en Acción Democrática, en Copei, en el MAS o en cualquier otra organización política o de la sociedad civil hábil pronta a colaborar con el régimen. Como volviera a quedar una vez más de manifiesto mediante la farsa del 20 de mayo, cuando dos ex candidatos presidenciales de los dos enclaves políticos más importantes del viejo sistema –Claudio Fermín y Eduardo Fernández– se sumaran dichosos a la comedia del ex militar chavista Henri Falcón.
Nada de qué extrañarse. Pues de mi personal experiencia y tras más de sesenta años de vida política deduzco y comprendo la gigantesca, la inmensa y casi insuperable dificultad que entraña liberarse de los prejuicios y lugares comunes que lastran las inclinaciones políticas latinoamericanas, y poder distanciarse a plenitud y renunciar así a las ideologías marxistas, populistas y revolucionarias con las que nos emancipáramos e ingresáramos a la adultez. Tanto o más determinantes que las creencias religiosas en que fuéramos educados desde niños y tan difíciles de superar críticamente como renunciar consciente y plenamente a cualquiera de esas religiones formativas. ¿Quién podrá a estas alturas sacarnos de la cabeza que antes pasa un camello por el ojo de una aguja que un rico entra al reino de los cielos?
Son dos milenios de certidumbres o supuestas verdades acuñadas por el cristianismo, cinco siglos de prejuicios, odios y rencores acumulados desde que iniciáramos esta andadura civilizatoria, la telúrica conmoción provocada por las guerras civiles independentistas, dos siglos de repúblicas aéreas y toda una vida comprometida con juramentos de lealtad y compromiso político que nos impiden ver la prístina verdad de los hechos y servir, a nuestro pesar, a la reiteración de nuestros más graves errores. De todos ellos, el peor, más devastador y aparentemente invencible, pues los condensa a todos, por lo menos en América Latina: el del castrocomunismo. Petro acaba de arrastrar con su narrativa a 40% de los votos. De la más ilustrada y nada ignorante clase media colombiana. Y Pérez Obrador en México, abriendo tras suyo los portones a cualquier desafuero, de esos capaces de derrumbar países, como sucediera en Venezuela. ¿O es que la Virgen de la Guadalupe protegerá a los mexicanos de caer en los pantanales del más feroz populismo antiimperialista? Desde luego, esos millones de votantes no eran comunistas: les servirán con mayor desvelo. Solo tú, estupidez, eres eterna.
Nadie quiere vérselas con el comunismo, el fantasma que recorre a América Latina y a España: ni Barack Obama ni el papa Francisco, ni Juan Manuel Santos. Tampoco quisieron vérselas con él Carlos Andrés Pérez, César Gaviria o Felipe González. No se diga José Luis Rodríguez Zapatero. Es el convidado de piedra, Don Juan Tenorio, el espía que vino del frío. El tótem y el tabú freudiano de nuestras neurosis políticas. Desde Eisenhower y John F. Kennedy en adelante, todos le esquivaron el cuerpo. Se murió y es como si no se hubiera muerto. Tras la guerra fría se hizo de buenos modales no mencionarlo en la mesa. Solo el venezolano Rómulo Betancourt tuvo el coraje, la lucidez y la inteligencia como para enfrentársele y derrotarlo. Más nadie. Todo el resto de la clase política venezolana terminó rindiéndole pleitesía. Carlos Andrés Pérez, de todos ellos, fue el que cargó con el mayor peso. Va siendo hora de que el mundo sepa que ha sido el castrocomunismo el que ha devastado a Venezuela, quien nos ha saqueado nuestras riquezas, que acecha a todas las sociedades latinoamericanas para corromperlas, pervertirlas y aniquilarlas. Y que llegó la hora de enfrentarlo para ponerle un fin definitivo. No tenemos otra alternativa.
Como diría Shakespeare: el resto es silencio.
Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/castrocomunismo-segunda-parte_242588
EL NACIONAL, Caracas, 12 de julio de 2018
El castrocomunismo (tercera parte)
Antonio Sánchez García
Vivimos un giro copernicano. Por primera vez, desde el primero de enero de 1959, América Latina toma plena conciencia del horror del castrocomunismo y del espanto que les espera a sus sociedades si no reaccionan contra sus propulsores, los combate frontalmente y los arranca de raíz de las perversiones políticas dominantes. En Venezuela, si no hay otra alternativa, recurriendo a la intervención humanitaria de Estados Unidos al frente de la OEA y la comunidad democrática de naciones. Supondría un recomienzo tan trascendental como el que nos echara al mundo como naciones independientes. Es el imperativo categórico que la historia nos impone. Terminar por abrirnos a la sociedad liberal.
Si la insólita tragedia venezolana, la más absurda automutilación vivida por sociedad latinoamericana alguna en toda su historia, sirve de ejemplo demostrativo de los verdaderos propósitos que han animado, consciente o inconscientemente, al castrocomunismo desde su implantación luego del asalto al poder del Estado cubano por el caudillo Fidel Castro y su tropa de barbudos, se le habrá rescatado algo de sentido. Lo que dada la clásica irracionalidad de nuestra cultura no es algo de lo que podamos estar seguros. La raza cósmica del mexicano José Vasconcelos no parece muy dada a la autocrítica y la regeneración intelectual. Se comprende: los genes de esta tragedia fueron implantados hace más de dos siglos en nuestro país y expandidos a toda la región por la escuálida y delirante aristocracia venezolana al frente del llaneraje salvaje de la mano de su máximo prohombre, Simón Bolívar. Resucitado en mala hora por uno de sus adoradores brotado del fondo de su barbarie cuartelera, con el saldo de todos conocidos. En veinte años desencajó los cimientos de un esfuerzo descomunal por torcerle el rumbo caudillesco y autocrático a una sociedad primitiva y salvaje, echó por la borda los extraordinarios logros civilizatorios de la generación nacida en 1928 de la mano de Rómulo Betancourt y trituró los dones que Dios y la naturaleza le acordaran a un país que parecía no haber hecho mayores merecimientos para recibirlos. De estar a la cabeza de la región, en menos de veinte años se encuentra a la cola de Haití. Un milagro invertido.
La insaciable ambición de poder del hijo de un gallego llegado a fines del siglo XIX a la isla, último bastión del colonialismo español, a reforzar sus pretensiones imperiales, tan megalómano y narcisista, sociópata, racista y desmesurado como el llamado Libertador, terminó por torcerle el rumbo a ese continente aprisionado entre el delirio y la razón. No dándole otro objetivo histórico que odiar la propiedad privada, detestar la riqueza ajena y el progreso de todos, ensalzar la miseria, enfrentarse a Estados Unidos, hacerse el harakiri, y promover el rencor y el odio entre las razas, colores y clases de sus habitantes. Poniendo al frente de sus huestes a un argentino tanto o más sociopático que él, que amara la guerra y cultivara la muerte, porque en el fragor de las batallas descubrió que le fascinaba asesinar a sus semejantes, como se lo contara sin pudor alguno a su padre: “Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar”. Digno del Dr. Mengele.
Solo la proverbial ignorancia caribeña pudo tomar por marxista y emancipador lo que era profundamente nazi y reaccionario: el amor a la sangre derramada, a la pólvora y al fusilamiento, a la cuchillada, al asalto, a la violencia fratricida. El odio a los doctores civiles y el ensalzamiento de los dulces guerreros armados, marca de fábrica del joven aristócrata que le encontró sentido a su vida librando una Guerra a Muerte. Y así, mientras el mundo civilizado venía de regreso del Blut und Boden, la adoración hitleriana del suelo y la sangre como formas primitivas de la identidad nacional, un rosarino asmático fiel a la mitomanía bolivariana enamoraba a los latinoamericanos con la aventura de la guerra, el embriagador atractivo de la enemistad, la fascinación del degüelle, la economía política del odio. La Guerra a Muerte – ese monstruoso recurso a la liberación mediante la violencia extrema, un metafísico quid pro quo que marcaría para siempre al Caribe: asesinar sin cuenta ni medida para conquistar el derecho a la vida– sería la secreta aspiración de la política en la América española.
Desde el primero de enero de 1959, el paredón se convertiría en ideal de justicia y de convivencia para las izquierdas progresistas latinoamericanas. Ser castrocomunista, vale decir: derribar las instituciones tradicionales, liquidar la convivencia pacífica, desencajar las estructuras de poder, infiltrar y corromper a las fuerzas armadas, denigrar y despreciar las tradiciones históricas, atacar la esencia de nuestra identidad nacional, rechazar el emprendimiento y las bases materiales que permitieran el progreso económico y la prosperidad de nuestras sociedades, impedir la cohesión social y el entendimiento identitario, se convirtieron en motivo y máxima aspiración de quienes se sumaron a la cruzada del castrocomunismo: liquidar cinco siglos de progreso y densidad política y económica, provocar la desintegración social, universalizar la miseria y hacer tabula rasa de la historia para construir la sociedad perfecta: el socialismo. Mire a su derredor: es lo que comunistas, frenteamplistas y radicales predican, sin que a nadie se le arrugue el semblante. Es lo que han conquistado con sangrienta prodigalidad en uno de los territorios potencialmente más ricos del planeta.
Tan profunda es la alienación que ha provocado el castrocomunismo, que a pesar de las abrumadoras pruebas de su vocación depredadora, mutiladora, homicida y suicida, negando las evidencias de su fracaso en donde se impusiera al costo de decenas y decenas de millones de cadáveres, guerras civiles e incluso guerras mundiales, continúa genéticamente adosado al espíritu del hombre latinoamericano. La secreta realidad de Jeckill y Hyde que carga consigo todo militante marxista. Gozar y disfrutar de la realidad liberal democrática, gozando de suculentos sueldos y salarios en sus cargos de elección popular, aspirando secreta y no tan secretamente a destruirla ante el primer descuido. En el caso de Venezuela, saquear miles de millones de dólares para depositarlos en bancos capitalistas y disfrutar de la riqueza adquirida de la mano de Fidel Castro, mientras condenan a la miseria y la muerte a quienes los eligieron. En Cuba solo fue capaz de aherrojar y esclavizar a un pueblo entero, durante sesenta años, sin siquiera darle a cambio con qué comer. Aniquilándole toda esperanza de libertad y progreso. En Nicaragua se salda tras décadas en la más espantosa crueldad. Bajo la locura de un matrimonio digno de las perversiones del Marqués de Sade. En Venezuela logró en tiempo récord el milagro de terminar con su fastuosa riqueza petrolera, siendo el primer reservorio petrolífero del planeta. Y en Chile, donde demostró una abrumadora incapacidad de gobierno y una vocación de suicidio ejemplarmente expresada por su máximo representante, Salvador Allende, renace de sus ruinas sin despertar el más mínimo escándalo público. Negándose a comprender lo que no requiere de anteojos: la insólita prosperidad que hoy vive la sociedad chilena fue construida no solo a pesar del castrocomunismo, sino combatiéndolo y aplastándolo con las armas. Frente a quienes se niegan a comprenderlo solo cabe recordar la maravillosa frase que encontráramos en los escritos del filósofo italiano Antonio Labriola, maestro del fundador del Partido Comunista italiano Antonio Gramsci: “Solo tú, estupidez, eres eterna.”
Vivimos un giro copernicano. Por primera vez, desde el primero de enero de 1959, América Latina toma plena conciencia del horror del castrocomunismo y del espanto que les espera a sus sociedades si no reaccionan frontalmente contra sus propulsores, los combate mortalmente y los arranca de raíz de las perversiones políticas dominantes. En Venezuela, si no hay otra alternativa, recurriendo a la intervención humanitaria de Estados Unidos al frente de la OEA y la comunidad democrática de naciones. Supondría un recomienzo tan trascendental como el que nos echara al mundo como naciones independientes. Es el imperativo categórico que la historia hoy nos impone. Terminar por abrirnos al liberalismo, el único sistema de convivencia que permite el progreso de las naciones.
Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/castrocomunismo-tercera-parte_243309
EL NACIONAL, Caracas, 29 de junio de 2018
Castrocomunismo y guerra civil: Venezuela en la encrucijada
Antonio Sánchez García
A Luis Almagro
1
Se trata de una documentación del Foro de Sao Paulo que ahora mismo circula libremente por la red, que puede ser consultada por cualquier hijo de vecino y que demuestra la absoluta impunidad con que el castrocomunismo, asentado en Cuba desde hace sesenta años, llama a la insurgencia de sus seguidores de la izquierda latinoamericana ante el silencio, la tolerancia e incluso la complicidad de todos los poderes fácticos de Occidente y que no ha cesado un solo instante de conspirar y poner todos sus esfuerzos en la liquidación del Estado de Derecho y la expansión del comunismo en América Latina, terminando por lograr su máximo objetivo: dominar todas las naciones de la región y cumplir con el mandato vocacional que Fidel Castro le jurara en junio de 1958 a su amante Celia Sánchez desde la Sierra Maestra: combatir hasta la muerte a Estados Unidos y no descansar un solo día en crear las condiciones para llevar a efecto ese máximo anhelo.
Salvo en esos años de extrema virulencia de la guerra de guerrillas y la lucha armada contra las democracias, cuando el Che intentara su extravagante y suicida aventura en Bolivia, los movimientos de ultraizquierda intentaran asaltar el poder en Brasil, Uruguay, Argentina y Perú y Salvador Allende pretendiera dislocar la historia republicana chilena e imponer una dictadura proletaria en la que fuera una de las más notables democracias de Occidente, cuando el gobierno republicano de Richard Nixon y su canciller Henry Kissinger apostaran todas sus fuerzas a combatir el embate del castrocomunismo en la región, lo único cierto es que tras el éxito de esa contraofensiva de los años setenta y ochenta, la región se durmió en sus laureles, los ejércitos se replegaron como avergonzados de haber cumplido con su deber y el despeje de las fuerzas del establecimiento, adormilados por la caída del Muro y la aparente derrota universal del comunismo soviético, permitieron el regreso “a paso de vencedores” de las fuerzas de la desintegración, la disolución y la anarquía, reorganizadas desde La Habana –el cáncer congénito y aparentemente invencible del castrismo– fortalecidas por la victoria del golpismo militarista en Venezuela, rebotada gracias a sus fabulosos ingresos petroleros en las victorias electorales en Ecuador, en Bolivia, en Perú, en Brasil, en Uruguay, en Argentina, en Colombia y en Chile. Alcanzando a coronarse incluso con la Secretaría General de la OEA, que por primera vez en su historia pasó a manos de un marxista: el socialista chileno José Miguel Insulza. Se dice fácil: es una hazaña de perseverancia y porfía, dictada por un objetivo estratégico superior que jamás ha dejado de alimentar a las izquierdas del continente. Así sus detractores no se hayan atrevido a sacar sus cabezas y asumir el desafío durante todos estos sesenta años de tolerancia.
2
Echo este largo cuento pensando en la preocupante advertencia del canciller chileno que citamos,[1] para que se comprendan algunos puntos de esencial importancia y poder valorar así la grave circunstancia que vivimos no solo los venezolanos, sino todos los países de la región, y las inmensas dificultades que se encuentran en el camino de hacerles frente si dicha misión estratégica no es asumida plenamente por la comunidad internacional, como lo plantea el secretario general de la OEA y el Departamento de Estado de Estados Unidos, dejándola recaer en un solo país, el más castigado por esta crisis de índole multinacional, Venezuela:
1) el proyecto expansionista y totalitario del castrocomunismo sigue vivo y en plena actividad, más allá de la caída del Muro de Berlín, la debacle de las dictaduras satélites y la conversión de la tiranía china en un gigantesco emporio capitalista de Estado; la muerte de Fidel Castro, su principal gestor y la desaparición de la escena pública de su hermano Raúl Castro, primer heredero;
2) constituye el primer principio del tenaz y persistente mal del totalitarismo que amenaza a toda América Latina, anclado en los partidos comunistas y sus frentes de lucha legales e ilegales en cada uno de dichos países;
3) se ha anclado ya y ha echado raíces ante la absoluta pasividad internacional en Nicaragua y en Venezuela, zonas cuya liberación impedirá, como lo viene demostrando a diario, con todas sus fuerzas, aún al precio de masacres colectivas y a riesgo de su propia aniquilación;
4) es un problema de naturaleza regional, que no puede ni debe ser enfrentado localmente, exactamente como el mal que se quiere erradicar: un mal intrínsecamente regional de orden global y planetario. Que debe encontrar una adecuada respuesta a esos mismos niveles.
De allí la profunda preocupación que nos causan las declaraciones del ministro chileno de Relaciones Exteriores, Roberto Ampuero, cuando obedeciendo posiblemente a la ya superada y convencional doctrina de la no injerencia en los asuntos internos de nuestras naciones, que ha regido en el pasado, retrocede respecto de la que ya es doctrina sentada por la OEA y reforzada por la permanente prédica de su secretario general, el uruguayo Luis Almagro: nuestra comunidad de naciones debe impedir de manera activa, militante y categórica la deriva totalitaria y la pérdida de los principios democráticos asentados en nuestra carta democrática. Una doctrina que adquiere plena vigencia cuando una nación, como es el caso de Venezuela, se encuentra aherrojada por una tiranía que ha secuestrado todas las instituciones, ha pervertido la esencia de sus fuerzas armadas y dispone de todo el poder de fuego para afianzar la tiranía hasta la práctica extinción de las fuerzas opositoras. Máxime cuando dicha extinción ha sido precedida y facilitada por la brutal intervención de las fuerzas armadas cubanas y el control de nuestro aparato de Estado por sus altas autoridades. ¿Permitir la invasión de fuerzas de ocupación y no responder con los mismos medios, la misma fuerza y la misma presteza, escudándose en la no injerencia?
3
No significa esto que desconozcamos el centro axial de su argumentación: obviamente el peso fundamental de la lucha contra la dictadura de Nicolás Maduro recae en las propias fuerzas opositoras venezolanas, por menoscabadas que se encuentren. En particular en aquellas que jamás han perdido de vista la naturaleza dictatorial del régimen negándose por principio a alimentar falsas ilusiones, participar en diálogos inconducentes y servir de parapeto legitimador del tirano. Naturalmente, el paquete de sanciones y las medidas que tome la comunidad internacional por castigar, aislar y combatir a la tiranía solo son el natural y necesario complemento para la propia lucha de liberación de los demócratas venezolanos. Pero en el contexto que mencionamos, la lucha combinada de las fuerzas internacionales y las fuerzas externas e internas de la propia oposición son de vital necesidad. Como lo vienen demostrando las sanciones, que si bien no agotan el abanico de posibles acciones, han contribuido y seguirán contribuyendo no sólo al aislamiento internacional de la tiranía sino al socavamiento de sus bases materiales y financieras. Empujándola incluso a una eventual retirada.
Estamos ante una exigencia, por cierto, refrendada por los sectores más conscientes y democráticos de nuestra sociedad, que reclaman a gritos por una intervención humanitaria, dada la crisis, falencia, fractura o inexistencia de fuerzas internas capaces de enfrentar el aparato político militar de la dictadura castrocomunista venezolana. Un hecho producto de la extrema crueldad con que ha procedido la tiranía, asesinando, persiguiendo, encarcelando, desterrando o imponiendo el exilio a quienes se ven obligados a huir para salvar sus vidas. Una trágica situación que se hiciera irreversible y algunos de nosotros reconociéramos ya a comienzos del año 2015, cuando manifestáramos que ante el virtual acuerdo del gobierno de Obama y del Vaticano en respaldar abierta o solapadamente a la dictadura de Nicolás Maduro nos veríamos obligados a recurrir al socorro de nuestras fuerzas amigas y poder así restablecer el Estado de Derecho en Venezuela. Situación que antes que disminuir, se ha agravado trágicamente en estos tres años transcurridos.
Si bien es cierto que en estos tres años ha habido notables cambios en la conformación política de la región –la salida de Barack Obama y Hillary Clinton del gobierno de Estados Unidos, de Rousseff y Kirchner, de Pepe Mujica, de Rafael Correa y de Michelle Bachelet al frente de algunos gobiernos de la región– y el afianzamiento del liberalismo, en su más amplia expresión, han logrado importantes avances con los triunfos electorales de Mauricio Macri y Sebastián Piñera, consolidados recientemente con la elección del candidato del Centro Democrático Iván Duque en Colombia, no es menos cierto que el muy probable éxito de las fuerzas filo castristas mexicanas en la figura de López Obrador vuelve a poner de extrema actualidad el embate castrocomunista más regresivo y retardatario en uno de los tradicionales enclaves del populismo en América Latina. En ese toma y daca del enfrentamiento ya secular entre dictadura o democracia se gana un espacio y se pierden dos. Es la tragedia de una región genéticamente enferma de populismo estatista.
Es el contexto macro político que se debe tener presente en todo momento y en todo lugar, para así acertar en el diagnóstico y el tratamiento de nuestra grave crisis regional: la lucha contra el castrocomunismo debe ser integral, amplia, constante y permanente. Librándose en todos los frentes. Y debe saber recurrir a todos los medios existentes, para vencerla sin dejar lugar a engaños. Es una guerra por nuestra supervivencia. Acertar y no equivocarnos es nuestro imperativo categórico y moral.
Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/castrocomunismo-guerra-civil-venezuela-encrucijada_241968
Fotografías:
Fidel Castro habla en el Congreso venezolano, 1959 (UPI): http://www.embajadacuba.com.ve/noticias/fidel-tomo-a-caracas-fotos/attachment/fidel-habla-en-el-congreso-de-venezuela-fotoupi-25-de-enero-de-1959/
Fidel Castro y Hugo Chávez en la localidad de Sandino (provincia de Pinar del Río): https://www.pinterest.co.uk/fandegodard/fidel/
Fidel Castro y Rómulo Betancourt, junto a Francisco Pividal, embajador de Cuba en Venezuela (1959): http://notitotal.com/2016/11/26/recordar-asi-fue-la-primera-visita-fidel-castro-venezuela-video/
Miguel Díaz-Canel Bermúdez y Raúl Castro: https://moscovita.org/mosconews/cuba-hay-fidel-para-rato/
Repetición de la gráfica inicial.
El castrocomunismo (primera parte)
Antonio Sánchez García
Mire a su alrededor y observe a los partidos comunistas, a los autodenominados Frentes Amplios, a los movimientos revolucionarios bregando codo a codo con los partidos democráticos por el favor de los electores. Con el firme y decidido propósito de hacer polvo la Constitución y sembrar la división y el odio. ¿Quién convive de tan buena manera con el cáncer o con el sida, que no sea una sociedad irresponsable, que ha extraviado el rumbo?
“Absurdo sería pretender que un gobernante venezolano, violando una ley histórica, se hiciese comunista”
Ramón Díaz Sánchez, Guzmán: Elipse de una ambición de poder
Inolvidable el día en que Teodoro Petkoff –corría el año 2003– montó en cólera porque osé alertar a los miembros de la Comisión Asesora de la Coordinadora Democrática, que presidía Alberto Quirós Corradi y en la que participábamos Pedro Nikken, Cecilia Sosa Gómez, Adolfo Salgueiro, Marco Tulio Bruni Celli, Pedro Pablo Aguilar, Alejandro Armas, Hiram Gaviria y otros, contra la amenaza castrocomunista que se cernía sobre Venezuela de la mano del golpismo chavista que acababa de asaltar el poder, ante el general beneplácito de una sociedad alienada hasta la médula. Nuestro por entonces buen amigo mostró su furia y su indignación por el uso irresponsable que hacíamos quienes empleábamos una categoría como esa, tan reaccionaria y propia de la guerra fría. Al decir de Petkoff no era que Cuba no fuera castrocomunista, que nadie podía negarlo: es que a él no le parecía en absoluto censurable que lo fuera. Muy por el contrario: a él, el que lo fuera, le parecía una señal de gloriosa y máxima identidad. En nuestros labios, en cambio, el concepto era absolutamente censurable, refería a un rechazo total, alertaba ante el infierno encubierto tras el término y dejaba caer una cortina de desprecio y maldiciones sobre la isla embrujada por la hoz y el martillo. Ante la que había que precaverse. Pero a sus admiradores, como a Petkoff y los suyos, tan emparentados con quienes acababan de hacerse con el poder, esa antes que una maldición era una aspiración que deseaban ver cumplirse en toda América Latina. Ser castrocomunista no era un delito. Muy por el contrario, subrayaba, como solía señalarlo un gigantesco letrero que se exhibía a la salida del aeropuerto José Martí, que Cuba era el Primer Territorio Libre de América.
Era la indicación a la que obedecía la progresía venezolana. Como que hacía una década y contra todo pronóstico, que más de novecientas personalidades venezolanas de todo jaez y condición pero contando entre ellos con no pocos afamados historiadores que continúan en funciones, académicos y doctores de todas las ramas, gentes de teatro y del espectáculo, escritores, guionistas y de ese cuanto hay que le da vida a una sociedad democrática, así como otros representantes de esa cosa deletérea, nebulosa y amorfa llamada cultura, habían considerado a Fidel Castro un ejemplo de dignidad e integridad política del más alto nivel de nuestra América, merecedor de toda nuestra admiración. Ser castrocomunista era un lujo. Significaba pertenecer a la cofradía de iluminados por el destino, ir a la vanguardia de la historia. Cuesta creer que tras más de treinta años de tiranía, persecución, encarcelamiento y miserias, tras el brutal ejercicio del poder más atrabiliario y demoledor del que se tuviera conocimiento en América Latina, y habiendo superado ya el récord de duración de 27 años, tras los cuales se muriera el caudillo, general y dictador venezolano Juan Vicente Gómez, una pléyade de buenas gentes elevaran al tirano aún más longevo con admirativas loas a las más egregias e inmarcesibles alturas de su gloria. En el colmo de la alienación y la locura, ser castrocomunista no acarreaba daño alguno. Era algo de que sentirse orgulloso. Lo más deseable a lo que un ciudadano podía aspirar en América Latina. La democracia, en cambio, era una plasta, un bofe, una miseria, una pérdida. Así han transcurrido sesenta años para los latinoamericanos: gozando de la libertad plena de regímenes libres, progresistas y prósperos, pero maldiciéndolos porque no se acomodaban al régimen tiránico del castrocomunismo cubano.
Acababan de cumplirse treinta años del primer asalto al poder en Cuba, no se veían las menores señales de que la tiranía militarizada que controlaba y esclavizaba a los cubanos mostrara la menor disposición a hacer mutis, apenas se habían cumplido quince años desde el desembarco de sus tropas de élite en el occidente y en el oriente de Venezuela, y jamás había renunciado la dictadura cubana a su propósito de asaltar el poder de la primera reserva petrolífera de occidente, cumplir con el magno objetivo que se propusiera Fidel Castro desde la Sierra Maestra: asaltar Venezuela por las buenas o a la brava, hacerse con su petróleo y expandirse por toda la región, imponer el comunismo en toda Latinoamérica y combatir a muerte a Estados Unidos, su letal enemigo de toda la vida. Pasara lo que pasara en la Unión Soviética y en China, Cuba jamás dejaría de ser comunista ni de luchar empeñosa y fervientemente por hundir a todas las democracias latinoamericanas en mortales crisis de dominación, asaltar el poder de la mano de las izquierdas locales, como ya lo intentara en Bolivia, en Chile, en Uruguay y en Argentina y nada ni nadie le impediría combatir a Estados Unidos hasta agotar sus fuerzas. América Latina sería castrocomunista, o no sería. Vale decir: no comunista a lo Molotov o a lo Brezschniev, a lo Tito o a lo Joseph Stalin, sino a lo Castro: castrocomunista, para más señas.
Quienes compartimos desde nuestras organizaciones marxistas –yo en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, el MIR chileno en tiempos de la fracasada Unidad Popular– esos propósitos, sabíamos que lucharíamos hasta la muerte por imponer el comunismo en la región. Que el tiempo no sería obstáculo. Y que tarde o temprano terminaríamos por imponernos a lo largo y ancho de nuestra región. Para eso se había constituido en La Habana una suerte de Cuarta Internacional Comunista llamada Tricontinental, que intentaba coordinar todos los Movimientos Revolucionarios de Asia, África y América Latina. En una guerra abierta y declarada, sin hacer los menores ambages, organizando, alfabetizando, instruyendo, educando y preparando a los ejércitos de liberación nacional. Y a pesar del fracaso estruendoso del socialismo en todo el mundo, del derrumbe del Estado soviético y la caída del Muro de Berlín, en América Latina ya había surgido la debida organización encargada de coordinar nuestros movimientos revolucionarios a nivel regional, inventado por Fidel Castro y Lula da Silva, en el año 1990, llamado Foro de Sao Paulo. El viejo topo es tenaz y es porfiado y no tiene otro objetivo que demoler las bases fundacionales de la democracia y derribar los muros del edificio del Estado de Derecho para imponer el colectivismo, generalizar la miseria y el hambre y convertir a sus respectivas sociedades en campos de concentración. Todo ello a plena luz del día y en la mayor impunidad, como si anarquizar siglos de historia y disgregar sociedades compuestas a lo largo de siglos y siglos de historia fuera la cosa más normal y fructífera del mundo. Mire a su alrededor y vea a los partidos comunistas, a los frentes amplios, a los movimientos revolucionarios bregando codo a codo con los partidos democráticos por el favor de los electores. Con el firme y decidido propósito de hacer polvo la Constitución y sembrar la división y el odio. ¿Quién convive de tan buena manera con el cáncer o con el sida, que no sea una sociedad que ha perdido el rumbo?
Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/castrocomunismo-primera-parte_242466
EL NACIONAL, Caracas, 8 de julio de 2018
El castrocomunismo (segunda parte)
Antonio Sánchez García
Va siendo hora de que el mundo sepa que ha sido el castrocomunismo el que ha devastado a Venezuela, que nos ha saqueado nuestras riquezas, que acecha a todas las sociedades latinoamericanas para corromperlas, pervertirlas y aniquilarlas. Y que llegó la hora de enfrentarlo para ponerle un fin definitivo. No tenemos otra alternativa. Como diría Shakespeare: el resto es silencio.
Jamás olvidaré el asombro que se dibujó en el rostro de mi amigo y ex compañero de trabajo y de partido, el brasileño Marco Aurelio García, con quien viniera desde París por primera vez a Venezuela en junio de 1977 y a quien no veía desde esos años setenta, cuando al recogerlo en Maiquetía quince años después –venía en representación de Lula da Silva, el dirigente sindical, líder de su partido y futuro presidente de Brasil, a las ceremonias de la segunda transmisión de mando de Hugo Chávez en el año 2000– y ante mis reservas frente a la barbarie que veía dibujarse en el proyecto estratégico del teniente coronel Hugo Chávez, habiendo yo entretanto aprendido a valorar en toda su plenitud el valor de la democracia, me espetara asombrado: “¿Qué objeciones estéticas tienes ante Hugo Chávez? ¿O fue que olvidaste el juramento martiano que sellamos con sangre cuando Allende?”.
—¿Qué juramento?– le pregunté sorprendido, sin entender a qué se refería.
Me miró indignado y me dijo: “Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar…”
Supe entonces, como en una revelación, que Chávez era castrocomunista, que Lula también lo era, y que a Venezuela, a Brasil y a todo el continente le esperaban tiempos siniestros.
El comunismo a lomos de Fidel Castro y la Cuba castrista había renacido en la región, gracias a la infinita irresponsabilidad del pueblo venezolano y la traición de sus fuerzas armadas y sus élites políticas e intelectuales, para no dejar volar su presa. Chávez servía a los intereses cubanos, Venezuela se había convertido en su cabecera de playa para la reconquista del continente. Y cuyo botín a no soltar jamás, por los siglos de los siglos, se llamaba Pdvsa. Para eso servía el Departamento de Estado: para presenciar impasible la conquista de la región por el comunismo internacional.

Si salvo rarísimas excepciones todos mis antiguos compañeros chilenos continuaban militando en los partidos de la izquierda marxista y muy pocos eran quienes habían extraído las dolorosas enseñanzas de un largo y angustioso destierro, comprendiendo y asumiendo el incalculable valor de la libertad y la convivencia democrática –Marco Aurelio moriría hace un par de años sin haber recapitulado un ápice en sus convicciones castristas y su servicio a Lula y la tiranía cubana en sus afanes expansionistas y antidemocráticos, como cuando mediara en el Cahuán o interviniera como representante brasileño en la ronda de diálogos organizados por la OEA y el Centro Carter en Caracas– tampoco en Venezuela advertí una verdadera toma de conciencia de quienes habían militado en los partidos marxistas, entre ellos Teodoro Petkoff, como para comprender la inmensa, la gigantesca gravedad que entrañaba y continúa entrañando el castrocomunismo chavista en nuestro país. Ahora travestido con los ropajes del bolivarianismo y empoderados con las incalculables riquezas del petróleo. Y si se habían distanciado de la militancia extrema, no por ello habían asumido la lucha contra el invasor en los radicales términos que demandaban las circunstancias.
Ni siquiera Estados Unidos era verdaderamente consciente y estaba advertida de lo que el chavismo y sobre todo el Foro de Sao Paulo se traían entre manos. Un imbécil llamado John Maisto, que fungía de embajador de Estados Unidos en Caracas, recomendaba por entonces atender las manos, no las palabras del teniente coronel. Juraba que Chávez no era más que un bocón, cuya farsantería terminaba en meras bravuconadas. Agrupados en los viejos partidos socialistas y o revolucionarios, ex guerrilleros de regreso del monte o socialdemócratas y socialcristianos de sindicato sobreviviendo a las sombras del Estado, los partidos del establecimiento continuaban y continúan sirviendo de alcahuetas del régimen, de agentes del castrocomunismo y enemigos jurados de cualquier forma de liberalismo antimarxista. Ya se hallen en Acción Democrática, en Copei, en el MAS o en cualquier otra organización política o de la sociedad civil hábil pronta a colaborar con el régimen. Como volviera a quedar una vez más de manifiesto mediante la farsa del 20 de mayo, cuando dos ex candidatos presidenciales de los dos enclaves políticos más importantes del viejo sistema –Claudio Fermín y Eduardo Fernández– se sumaran dichosos a la comedia del ex militar chavista Henri Falcón.
Nada de qué extrañarse. Pues de mi personal experiencia y tras más de sesenta años de vida política deduzco y comprendo la gigantesca, la inmensa y casi insuperable dificultad que entraña liberarse de los prejuicios y lugares comunes que lastran las inclinaciones políticas latinoamericanas, y poder distanciarse a plenitud y renunciar así a las ideologías marxistas, populistas y revolucionarias con las que nos emancipáramos e ingresáramos a la adultez. Tanto o más determinantes que las creencias religiosas en que fuéramos educados desde niños y tan difíciles de superar críticamente como renunciar consciente y plenamente a cualquiera de esas religiones formativas. ¿Quién podrá a estas alturas sacarnos de la cabeza que antes pasa un camello por el ojo de una aguja que un rico entra al reino de los cielos?
Son dos milenios de certidumbres o supuestas verdades acuñadas por el cristianismo, cinco siglos de prejuicios, odios y rencores acumulados desde que iniciáramos esta andadura civilizatoria, la telúrica conmoción provocada por las guerras civiles independentistas, dos siglos de repúblicas aéreas y toda una vida comprometida con juramentos de lealtad y compromiso político que nos impiden ver la prístina verdad de los hechos y servir, a nuestro pesar, a la reiteración de nuestros más graves errores. De todos ellos, el peor, más devastador y aparentemente invencible, pues los condensa a todos, por lo menos en América Latina: el del castrocomunismo. Petro acaba de arrastrar con su narrativa a 40% de los votos. De la más ilustrada y nada ignorante clase media colombiana. Y Pérez Obrador en México, abriendo tras suyo los portones a cualquier desafuero, de esos capaces de derrumbar países, como sucediera en Venezuela. ¿O es que la Virgen de la Guadalupe protegerá a los mexicanos de caer en los pantanales del más feroz populismo antiimperialista? Desde luego, esos millones de votantes no eran comunistas: les servirán con mayor desvelo. Solo tú, estupidez, eres eterna.
Nadie quiere vérselas con el comunismo, el fantasma que recorre a América Latina y a España: ni Barack Obama ni el papa Francisco, ni Juan Manuel Santos. Tampoco quisieron vérselas con él Carlos Andrés Pérez, César Gaviria o Felipe González. No se diga José Luis Rodríguez Zapatero. Es el convidado de piedra, Don Juan Tenorio, el espía que vino del frío. El tótem y el tabú freudiano de nuestras neurosis políticas. Desde Eisenhower y John F. Kennedy en adelante, todos le esquivaron el cuerpo. Se murió y es como si no se hubiera muerto. Tras la guerra fría se hizo de buenos modales no mencionarlo en la mesa. Solo el venezolano Rómulo Betancourt tuvo el coraje, la lucidez y la inteligencia como para enfrentársele y derrotarlo. Más nadie. Todo el resto de la clase política venezolana terminó rindiéndole pleitesía. Carlos Andrés Pérez, de todos ellos, fue el que cargó con el mayor peso. Va siendo hora de que el mundo sepa que ha sido el castrocomunismo el que ha devastado a Venezuela, quien nos ha saqueado nuestras riquezas, que acecha a todas las sociedades latinoamericanas para corromperlas, pervertirlas y aniquilarlas. Y que llegó la hora de enfrentarlo para ponerle un fin definitivo. No tenemos otra alternativa.
Como diría Shakespeare: el resto es silencio.
Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/castrocomunismo-segunda-parte_242588
EL NACIONAL, Caracas, 12 de julio de 2018
El castrocomunismo (tercera parte)
Antonio Sánchez García
Vivimos un giro copernicano. Por primera vez, desde el primero de enero de 1959, América Latina toma plena conciencia del horror del castrocomunismo y del espanto que les espera a sus sociedades si no reaccionan contra sus propulsores, los combate frontalmente y los arranca de raíz de las perversiones políticas dominantes. En Venezuela, si no hay otra alternativa, recurriendo a la intervención humanitaria de Estados Unidos al frente de la OEA y la comunidad democrática de naciones. Supondría un recomienzo tan trascendental como el que nos echara al mundo como naciones independientes. Es el imperativo categórico que la historia nos impone. Terminar por abrirnos a la sociedad liberal.
Si la insólita tragedia venezolana, la más absurda automutilación vivida por sociedad latinoamericana alguna en toda su historia, sirve de ejemplo demostrativo de los verdaderos propósitos que han animado, consciente o inconscientemente, al castrocomunismo desde su implantación luego del asalto al poder del Estado cubano por el caudillo Fidel Castro y su tropa de barbudos, se le habrá rescatado algo de sentido. Lo que dada la clásica irracionalidad de nuestra cultura no es algo de lo que podamos estar seguros. La raza cósmica del mexicano José Vasconcelos no parece muy dada a la autocrítica y la regeneración intelectual. Se comprende: los genes de esta tragedia fueron implantados hace más de dos siglos en nuestro país y expandidos a toda la región por la escuálida y delirante aristocracia venezolana al frente del llaneraje salvaje de la mano de su máximo prohombre, Simón Bolívar. Resucitado en mala hora por uno de sus adoradores brotado del fondo de su barbarie cuartelera, con el saldo de todos conocidos. En veinte años desencajó los cimientos de un esfuerzo descomunal por torcerle el rumbo caudillesco y autocrático a una sociedad primitiva y salvaje, echó por la borda los extraordinarios logros civilizatorios de la generación nacida en 1928 de la mano de Rómulo Betancourt y trituró los dones que Dios y la naturaleza le acordaran a un país que parecía no haber hecho mayores merecimientos para recibirlos. De estar a la cabeza de la región, en menos de veinte años se encuentra a la cola de Haití. Un milagro invertido.
La insaciable ambición de poder del hijo de un gallego llegado a fines del siglo XIX a la isla, último bastión del colonialismo español, a reforzar sus pretensiones imperiales, tan megalómano y narcisista, sociópata, racista y desmesurado como el llamado Libertador, terminó por torcerle el rumbo a ese continente aprisionado entre el delirio y la razón. No dándole otro objetivo histórico que odiar la propiedad privada, detestar la riqueza ajena y el progreso de todos, ensalzar la miseria, enfrentarse a Estados Unidos, hacerse el harakiri, y promover el rencor y el odio entre las razas, colores y clases de sus habitantes. Poniendo al frente de sus huestes a un argentino tanto o más sociopático que él, que amara la guerra y cultivara la muerte, porque en el fragor de las batallas descubrió que le fascinaba asesinar a sus semejantes, como se lo contara sin pudor alguno a su padre: “Tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar”. Digno del Dr. Mengele.
Solo la proverbial ignorancia caribeña pudo tomar por marxista y emancipador lo que era profundamente nazi y reaccionario: el amor a la sangre derramada, a la pólvora y al fusilamiento, a la cuchillada, al asalto, a la violencia fratricida. El odio a los doctores civiles y el ensalzamiento de los dulces guerreros armados, marca de fábrica del joven aristócrata que le encontró sentido a su vida librando una Guerra a Muerte. Y así, mientras el mundo civilizado venía de regreso del Blut und Boden, la adoración hitleriana del suelo y la sangre como formas primitivas de la identidad nacional, un rosarino asmático fiel a la mitomanía bolivariana enamoraba a los latinoamericanos con la aventura de la guerra, el embriagador atractivo de la enemistad, la fascinación del degüelle, la economía política del odio. La Guerra a Muerte – ese monstruoso recurso a la liberación mediante la violencia extrema, un metafísico quid pro quo que marcaría para siempre al Caribe: asesinar sin cuenta ni medida para conquistar el derecho a la vida– sería la secreta aspiración de la política en la América española.
Desde el primero de enero de 1959, el paredón se convertiría en ideal de justicia y de convivencia para las izquierdas progresistas latinoamericanas. Ser castrocomunista, vale decir: derribar las instituciones tradicionales, liquidar la convivencia pacífica, desencajar las estructuras de poder, infiltrar y corromper a las fuerzas armadas, denigrar y despreciar las tradiciones históricas, atacar la esencia de nuestra identidad nacional, rechazar el emprendimiento y las bases materiales que permitieran el progreso económico y la prosperidad de nuestras sociedades, impedir la cohesión social y el entendimiento identitario, se convirtieron en motivo y máxima aspiración de quienes se sumaron a la cruzada del castrocomunismo: liquidar cinco siglos de progreso y densidad política y económica, provocar la desintegración social, universalizar la miseria y hacer tabula rasa de la historia para construir la sociedad perfecta: el socialismo. Mire a su derredor: es lo que comunistas, frenteamplistas y radicales predican, sin que a nadie se le arrugue el semblante. Es lo que han conquistado con sangrienta prodigalidad en uno de los territorios potencialmente más ricos del planeta.
Tan profunda es la alienación que ha provocado el castrocomunismo, que a pesar de las abrumadoras pruebas de su vocación depredadora, mutiladora, homicida y suicida, negando las evidencias de su fracaso en donde se impusiera al costo de decenas y decenas de millones de cadáveres, guerras civiles e incluso guerras mundiales, continúa genéticamente adosado al espíritu del hombre latinoamericano. La secreta realidad de Jeckill y Hyde que carga consigo todo militante marxista. Gozar y disfrutar de la realidad liberal democrática, gozando de suculentos sueldos y salarios en sus cargos de elección popular, aspirando secreta y no tan secretamente a destruirla ante el primer descuido. En el caso de Venezuela, saquear miles de millones de dólares para depositarlos en bancos capitalistas y disfrutar de la riqueza adquirida de la mano de Fidel Castro, mientras condenan a la miseria y la muerte a quienes los eligieron. En Cuba solo fue capaz de aherrojar y esclavizar a un pueblo entero, durante sesenta años, sin siquiera darle a cambio con qué comer. Aniquilándole toda esperanza de libertad y progreso. En Nicaragua se salda tras décadas en la más espantosa crueldad. Bajo la locura de un matrimonio digno de las perversiones del Marqués de Sade. En Venezuela logró en tiempo récord el milagro de terminar con su fastuosa riqueza petrolera, siendo el primer reservorio petrolífero del planeta. Y en Chile, donde demostró una abrumadora incapacidad de gobierno y una vocación de suicidio ejemplarmente expresada por su máximo representante, Salvador Allende, renace de sus ruinas sin despertar el más mínimo escándalo público. Negándose a comprender lo que no requiere de anteojos: la insólita prosperidad que hoy vive la sociedad chilena fue construida no solo a pesar del castrocomunismo, sino combatiéndolo y aplastándolo con las armas. Frente a quienes se niegan a comprenderlo solo cabe recordar la maravillosa frase que encontráramos en los escritos del filósofo italiano Antonio Labriola, maestro del fundador del Partido Comunista italiano Antonio Gramsci: “Solo tú, estupidez, eres eterna.”
Vivimos un giro copernicano. Por primera vez, desde el primero de enero de 1959, América Latina toma plena conciencia del horror del castrocomunismo y del espanto que les espera a sus sociedades si no reaccionan frontalmente contra sus propulsores, los combate mortalmente y los arranca de raíz de las perversiones políticas dominantes. En Venezuela, si no hay otra alternativa, recurriendo a la intervención humanitaria de Estados Unidos al frente de la OEA y la comunidad democrática de naciones. Supondría un recomienzo tan trascendental como el que nos echara al mundo como naciones independientes. Es el imperativo categórico que la historia hoy nos impone. Terminar por abrirnos al liberalismo, el único sistema de convivencia que permite el progreso de las naciones.
Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/castrocomunismo-tercera-parte_243309
EL NACIONAL, Caracas, 29 de junio de 2018
Castrocomunismo y guerra civil: Venezuela en la encrucijada
Antonio Sánchez García
A Luis Almagro
1
Se trata de una documentación del Foro de Sao Paulo que ahora mismo circula libremente por la red, que puede ser consultada por cualquier hijo de vecino y que demuestra la absoluta impunidad con que el castrocomunismo, asentado en Cuba desde hace sesenta años, llama a la insurgencia de sus seguidores de la izquierda latinoamericana ante el silencio, la tolerancia e incluso la complicidad de todos los poderes fácticos de Occidente y que no ha cesado un solo instante de conspirar y poner todos sus esfuerzos en la liquidación del Estado de Derecho y la expansión del comunismo en América Latina, terminando por lograr su máximo objetivo: dominar todas las naciones de la región y cumplir con el mandato vocacional que Fidel Castro le jurara en junio de 1958 a su amante Celia Sánchez desde la Sierra Maestra: combatir hasta la muerte a Estados Unidos y no descansar un solo día en crear las condiciones para llevar a efecto ese máximo anhelo.
Salvo en esos años de extrema virulencia de la guerra de guerrillas y la lucha armada contra las democracias, cuando el Che intentara su extravagante y suicida aventura en Bolivia, los movimientos de ultraizquierda intentaran asaltar el poder en Brasil, Uruguay, Argentina y Perú y Salvador Allende pretendiera dislocar la historia republicana chilena e imponer una dictadura proletaria en la que fuera una de las más notables democracias de Occidente, cuando el gobierno republicano de Richard Nixon y su canciller Henry Kissinger apostaran todas sus fuerzas a combatir el embate del castrocomunismo en la región, lo único cierto es que tras el éxito de esa contraofensiva de los años setenta y ochenta, la región se durmió en sus laureles, los ejércitos se replegaron como avergonzados de haber cumplido con su deber y el despeje de las fuerzas del establecimiento, adormilados por la caída del Muro y la aparente derrota universal del comunismo soviético, permitieron el regreso “a paso de vencedores” de las fuerzas de la desintegración, la disolución y la anarquía, reorganizadas desde La Habana –el cáncer congénito y aparentemente invencible del castrismo– fortalecidas por la victoria del golpismo militarista en Venezuela, rebotada gracias a sus fabulosos ingresos petroleros en las victorias electorales en Ecuador, en Bolivia, en Perú, en Brasil, en Uruguay, en Argentina, en Colombia y en Chile. Alcanzando a coronarse incluso con la Secretaría General de la OEA, que por primera vez en su historia pasó a manos de un marxista: el socialista chileno José Miguel Insulza. Se dice fácil: es una hazaña de perseverancia y porfía, dictada por un objetivo estratégico superior que jamás ha dejado de alimentar a las izquierdas del continente. Así sus detractores no se hayan atrevido a sacar sus cabezas y asumir el desafío durante todos estos sesenta años de tolerancia.
2
Echo este largo cuento pensando en la preocupante advertencia del canciller chileno que citamos,[1] para que se comprendan algunos puntos de esencial importancia y poder valorar así la grave circunstancia que vivimos no solo los venezolanos, sino todos los países de la región, y las inmensas dificultades que se encuentran en el camino de hacerles frente si dicha misión estratégica no es asumida plenamente por la comunidad internacional, como lo plantea el secretario general de la OEA y el Departamento de Estado de Estados Unidos, dejándola recaer en un solo país, el más castigado por esta crisis de índole multinacional, Venezuela:
1) el proyecto expansionista y totalitario del castrocomunismo sigue vivo y en plena actividad, más allá de la caída del Muro de Berlín, la debacle de las dictaduras satélites y la conversión de la tiranía china en un gigantesco emporio capitalista de Estado; la muerte de Fidel Castro, su principal gestor y la desaparición de la escena pública de su hermano Raúl Castro, primer heredero;
2) constituye el primer principio del tenaz y persistente mal del totalitarismo que amenaza a toda América Latina, anclado en los partidos comunistas y sus frentes de lucha legales e ilegales en cada uno de dichos países;
3) se ha anclado ya y ha echado raíces ante la absoluta pasividad internacional en Nicaragua y en Venezuela, zonas cuya liberación impedirá, como lo viene demostrando a diario, con todas sus fuerzas, aún al precio de masacres colectivas y a riesgo de su propia aniquilación;
4) es un problema de naturaleza regional, que no puede ni debe ser enfrentado localmente, exactamente como el mal que se quiere erradicar: un mal intrínsecamente regional de orden global y planetario. Que debe encontrar una adecuada respuesta a esos mismos niveles.
De allí la profunda preocupación que nos causan las declaraciones del ministro chileno de Relaciones Exteriores, Roberto Ampuero, cuando obedeciendo posiblemente a la ya superada y convencional doctrina de la no injerencia en los asuntos internos de nuestras naciones, que ha regido en el pasado, retrocede respecto de la que ya es doctrina sentada por la OEA y reforzada por la permanente prédica de su secretario general, el uruguayo Luis Almagro: nuestra comunidad de naciones debe impedir de manera activa, militante y categórica la deriva totalitaria y la pérdida de los principios democráticos asentados en nuestra carta democrática. Una doctrina que adquiere plena vigencia cuando una nación, como es el caso de Venezuela, se encuentra aherrojada por una tiranía que ha secuestrado todas las instituciones, ha pervertido la esencia de sus fuerzas armadas y dispone de todo el poder de fuego para afianzar la tiranía hasta la práctica extinción de las fuerzas opositoras. Máxime cuando dicha extinción ha sido precedida y facilitada por la brutal intervención de las fuerzas armadas cubanas y el control de nuestro aparato de Estado por sus altas autoridades. ¿Permitir la invasión de fuerzas de ocupación y no responder con los mismos medios, la misma fuerza y la misma presteza, escudándose en la no injerencia?
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No significa esto que desconozcamos el centro axial de su argumentación: obviamente el peso fundamental de la lucha contra la dictadura de Nicolás Maduro recae en las propias fuerzas opositoras venezolanas, por menoscabadas que se encuentren. En particular en aquellas que jamás han perdido de vista la naturaleza dictatorial del régimen negándose por principio a alimentar falsas ilusiones, participar en diálogos inconducentes y servir de parapeto legitimador del tirano. Naturalmente, el paquete de sanciones y las medidas que tome la comunidad internacional por castigar, aislar y combatir a la tiranía solo son el natural y necesario complemento para la propia lucha de liberación de los demócratas venezolanos. Pero en el contexto que mencionamos, la lucha combinada de las fuerzas internacionales y las fuerzas externas e internas de la propia oposición son de vital necesidad. Como lo vienen demostrando las sanciones, que si bien no agotan el abanico de posibles acciones, han contribuido y seguirán contribuyendo no sólo al aislamiento internacional de la tiranía sino al socavamiento de sus bases materiales y financieras. Empujándola incluso a una eventual retirada.
Estamos ante una exigencia, por cierto, refrendada por los sectores más conscientes y democráticos de nuestra sociedad, que reclaman a gritos por una intervención humanitaria, dada la crisis, falencia, fractura o inexistencia de fuerzas internas capaces de enfrentar el aparato político militar de la dictadura castrocomunista venezolana. Un hecho producto de la extrema crueldad con que ha procedido la tiranía, asesinando, persiguiendo, encarcelando, desterrando o imponiendo el exilio a quienes se ven obligados a huir para salvar sus vidas. Una trágica situación que se hiciera irreversible y algunos de nosotros reconociéramos ya a comienzos del año 2015, cuando manifestáramos que ante el virtual acuerdo del gobierno de Obama y del Vaticano en respaldar abierta o solapadamente a la dictadura de Nicolás Maduro nos veríamos obligados a recurrir al socorro de nuestras fuerzas amigas y poder así restablecer el Estado de Derecho en Venezuela. Situación que antes que disminuir, se ha agravado trágicamente en estos tres años transcurridos.
Si bien es cierto que en estos tres años ha habido notables cambios en la conformación política de la región –la salida de Barack Obama y Hillary Clinton del gobierno de Estados Unidos, de Rousseff y Kirchner, de Pepe Mujica, de Rafael Correa y de Michelle Bachelet al frente de algunos gobiernos de la región– y el afianzamiento del liberalismo, en su más amplia expresión, han logrado importantes avances con los triunfos electorales de Mauricio Macri y Sebastián Piñera, consolidados recientemente con la elección del candidato del Centro Democrático Iván Duque en Colombia, no es menos cierto que el muy probable éxito de las fuerzas filo castristas mexicanas en la figura de López Obrador vuelve a poner de extrema actualidad el embate castrocomunista más regresivo y retardatario en uno de los tradicionales enclaves del populismo en América Latina. En ese toma y daca del enfrentamiento ya secular entre dictadura o democracia se gana un espacio y se pierden dos. Es la tragedia de una región genéticamente enferma de populismo estatista.
Es el contexto macro político que se debe tener presente en todo momento y en todo lugar, para así acertar en el diagnóstico y el tratamiento de nuestra grave crisis regional: la lucha contra el castrocomunismo debe ser integral, amplia, constante y permanente. Librándose en todos los frentes. Y debe saber recurrir a todos los medios existentes, para vencerla sin dejar lugar a engaños. Es una guerra por nuestra supervivencia. Acertar y no equivocarnos es nuestro imperativo categórico y moral.
Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/castrocomunismo-guerra-civil-venezuela-encrucijada_241968
Fotografías:
Fidel Castro habla en el Congreso venezolano, 1959 (UPI): http://www.embajadacuba.com.ve/noticias/fidel-tomo-a-caracas-fotos/attachment/fidel-habla-en-el-congreso-de-venezuela-fotoupi-25-de-enero-de-1959/
Fidel Castro y Hugo Chávez en la localidad de Sandino (provincia de Pinar del Río): https://www.pinterest.co.uk/fandegodard/fidel/
Fidel Castro y Rómulo Betancourt, junto a Francisco Pividal, embajador de Cuba en Venezuela (1959): http://notitotal.com/2016/11/26/recordar-asi-fue-la-primera-visita-fidel-castro-venezuela-video/
Miguel Díaz-Canel Bermúdez y Raúl Castro: https://moscovita.org/mosconews/cuba-hay-fidel-para-rato/
Repetición de la gráfica inicial.
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