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sábado, 2 de mayo de 2020

¿Y AHORA?

¿Estado o sociedad fallida?
Aníbal Romero

Diversos comentaristas se han referido al actual Estado venezolano como un “Estado fallido”. En lo que sigue argumentaré que el Estado “bolivariano” no es un Estado fallido, aunque creo razonable afirmar que la sociedad venezolana sí lo es.
Empecemos por definir de manera concisa qué es un Estado. Según Max Weber, para empezar, el Estado es una instancia de poder que “reclama para sí, dentro de un determinado territorio, el monopolio de la violencia física legítima”. Cabe constatar que el Estado “bolivariano” (y uso el término “bolivariano” tan solo para designarle, sin contenido conceptual, histórico o moral alguno), no solamente reclama para sí el control de la violencia legítima sino también de la ilegítima, mediante la acción de los llamados “colectivos” y otras organizaciones para-militares colocadas fuera de la ley, dirigidas a intimidar y reprimir al “enemigo interno”.
Los analistas que caracterizan al actual Estado venezolano como “fallido” tienden a confundir el aspecto estrictamente empírico (es decir, el problema de lo que el Estado es), con el aspecto ético o normativo (es decir, lo que debería ser el Estado). Según Thomas Hobbes el Estado, en este ultimo sentido, se define en función de la relación entre protección y obediencia, o expresado en otros términos, en función de la misión de garantizar la seguridad de los ciudadanos a cambio de su obediencia. Desde luego, en el contexto de lo que hoy entendemos como Estado de Derecho esa obediencia no se refiere a un tirano absolutista, sino a las leyes; pero está claro que la misión de la ley es igualmente la de proteger a la ciudadanía a cambio de su legítima aceptación de la misma.
Lo que afirma Hobbes se refiere a lo que un Estado debe lograr. Sin embargo, hay que tiomar en cuenta que un Estado es también un sistema de dominio y control politicos, que en numerosas ocasiones es empleado por quienes detentan el poder para someter a una sociedad y así garantizar su perdurabilidad en el mando. En ese orden de ideas,  el actual Estado “bolivariano” cumple hasta ahora a cabalidad su propósito de desplazar, intimidar, reprimir, someter o expulsar a una sustancial parte de la población, que se muestra inconforme con la situación del país y sus perspectivas.
En otras palabras, el Estado “bolivariano” cumple el objetivo de aplicar con éxito un sistema de dominación y control, que no solamente no protege a un amplio sector de la población, sino que de manera activa procura dejarle desprotegido y en lo posible paralizado, echando por tierra la prescripción hobbesiana, pero a la vez consolidando un modelo de sujeción politica que está lejos de ser “fallido”.
Si adicionalmente recordamos que de acuerdo con Carl Schmitt, el concepto de soberanía es parte fundamental del concepto de Estado, y que según este autor “soberano es el que decide sobre el estado de excepción”, debemos en consecuencia concluir que el Estado “bolivariano” cumple de modo sobradamente eficaz con el criterio esbozado. Lo sostengo de ese modo pues en Venezuela se vive una situación de excepción permanente, es decir, una suspension permanente de la Constitución y las leyes. Resulta patente que el grupo civil-militar que gobierna ejerce un poder arbitrario y enlazado exclusivamente a sus intereses de perdurabilidad en el mando. Es  un modelo que violenta  todos los límites que caracterizan un genuino Estado de Derecho.
De modo pues que si bien el Estado “bolivariano” no satisface los criterios normativos establecidos en algunas de las definiciones citadas, sí debemos admitir que como sistema de dominio y control politicos es un Estado bastante exitoso. No estamos hablando, con relación a la actual Venezuela, de un Estado fallido como podrían ser los casos de Libia, Iraq o Siria. Por el contrario, el Estado “bolivariano” es una instancia de mando político que ejerce sin controles ni límites constitucionales el poder, convirtiendo la prueba de la soberanía (la definición de la situación de excepción de Schmitt), en una vivencia permanente dentro de la sociedad venezolana. Ese sistema o modelo de
dominio ha sido en no poca medida calcado de la experiencia revolucionaria cubana, y seguramente recibe un sólido asesoramiento y respaldo desde la (SIC)  Habana y su red de inteligencia en Venezuela.
Algunos de los rasgos de tal modelo aplicado en nuestro país son éstos: 1) Incorpora a un importante sector castrense al ejercicio del poder y al disfrute de sus privilegios (en Cuba los militares controlan la economía). 2) Da respuesta a las necesidades legitimadoras de la izquierda radical, mediante la retórica anti-imperialista y socialista. 3) Desmoviliza paulatinamente a la población pobre a través de la propaganda y la hegemonía comunicacional, la represión y la dependencia alimentaria, como ocurre en Cuba. 4) Expulsa o somete a la clase media a través de la destrucción de sus expectativas de progreso y libertad. 5) Doblega o domestica al sector opositor mediante el encarcelamiento de sus más auténticos líderes, la preservación de una esperanza siempre repetida de alternabilidad en el poder --pero con mecanismos electorales arbitrarios y/o fraudulentos--, y el otorgamiento parcial y bajo constante amenaza de “espacios”, a los que llega intermitentemente el dinero que el régimen, en última instancia, manipula.
Quizás Hobbes nos diría: El Estado “bolivariano” no es un verdadero Estado. Quizás Weber nos diría: El Estado “bolivariano” no es un Estado de Derecho. Quizás Schmitt nos diría: Una situación de excepción permanente como la existente en Venezuela es una contradicción. Pero me temo que el grupo civil- militar en el poder en Venezuela no tiene excesivo interés en la teoría política. Lo que sí les interesa es la práctica política, en todo lo que tenga que ver con el control sobre una sociedad fallida. A ese grupo civil-militar le interesa el poder, no las encuestas.
Afirmo que la sociedad venezolana es fallida en dos sentidos: En primer lugar, se trata de una sociedad que se ha mostrado incapaz de superarse decisivamente en los planos de la educación, la productividad y la competitividad en el mundo de hoy. La nuestra es una sociedad en la que hace rato se rompió el vínculo entre trabajo y bienestar, que ni siquiera concibe asumir el aumento del precio de la gasolina, el más bajo del planeta, aunque resulta obvio que estamos hablando de una gigantesca distorsión económica, una distorsión que nos revela ausentes y ajenos a las realidades y exigencias contemporáneas. Vivimos del petróleo y queremos seguir haciéndolo.
En segundo lugar, la sociedad venezolana es fallida pues ha permitido que una isla empobrecida y aplastada como la Cuba actual, una isla, sin embargo, cuyo régimen despótico está conducido por una élite politico-militar con objetivos claros y férrea voluntad, nos subordine y explote, mediante la subalternización psíquica e ideológica del grupo civil-militar que nominalmente manda en Venezuela, y ante la mirada impasible de una dirigencia de oposición que en general ni siquiera toca el tema, y pasa a su lado en resonante silencio. Ello sin olvidar a tantos analistas y comentaristas para quienes el reto de la influencia de la Cuba castrista en Venezuela pareciera ser tabú, por razones que francamente ignoro.
El “Estado bolivariano” no es un Estado fallido, ni un narco-Estado ni un Estado
forajido, aunque presente rasgos que nos permiten atribuírle tales calificativos en el plano ético, en el plano de lo normativo. La sociedad venezolana (la sociedad, no el Estado) sí es una sociedad fallida, que se autoengaña sobre su realidad, se hunde cada día más en el atraso en todos los órdenes de la existencia nacional, y admite, con honorables excepciones individuales y momentos de lucha colectiva, su subalternización al régimen tiránico en Cuba.
En términos de modelo de dominación, encontramos entonces que el desarrollado por el gupo civil-militar en el poder en Venezuela, en alianza con el régimen castrista en Cuba, se caracteriza hasta ahora por su eficacia en cuanto a su tarea principal: perpetuarse en el poder.
Pero nada humano es eterno, ni siquiera los “comandantes”. Lo expuesto en estas notas no implica que el Estado “bolivariano” sea invulnerable, o que Venezuela será para siempre una sociedad fallida. El futuro está abierto, y para repetir el lugar común, el futuro tendrá que ver con lo que digamos y hagamos, o dejemos de decir y hacer, en  el presente.

(El Nacional, 22 de octubre 2014)
Cfr.
Fotografía: Christian Verón (Reuters).
Cfr.
http://lbarragan.blogspot.com/2020/05/guerra-no-convencional.html

lunes, 9 de marzo de 2020

NOTICIERO RETROSPECTIVO






- S/f. "Guyana crea aparato policial al estilo del N.K.V.D.". Resumen, Caracas, nr. 122 del 07/03/1976.
- Guillermo Sucre. "Rosenblat: la generosidad del lenguaje". El Nacional, Caracas, 05/12/82.
- Florencio Trujillo. "Mudar la capital para salvar a Caracas" (José Curiel, Fernando Travieso, Antonio Cruz Fernández).  El Nacional, 22/04/80.
- Aníbal Romero. "Isaac Pardo". El Nacional, 10/03/00.

Reproducción: La Revolución, Caracas, 1900.

lunes, 30 de diciembre de 2019

jueves, 14 de noviembre de 2019

NOTICIERO RETROSPECTIVO

- Sonia Delgado. "¿Cómo y por qué eligió su seudónimo (SIC)?" (Lucila Palacios, Lumo Reva, América Alonso, Víctor Vidal, Juana de Ávila, Sanín). El Nacional, Caracas, 24/02/1980.
- Pedro Arturo Omaña. "La conspiración democrático-militar de 1918-1919". Semestre Histórico, Caracas, nr. 6 de 1977
- Jesús Sanoja Hernández. "Presidentes viajeros". El Nacional, 29/01/99.
- Rafael Pineda. "De julio a septiembre de 1919: El diario inédito del pintor Emilio Boggio". Resumen, Caracas, nr. 114 del 11/01/76.
- Aníbal Romero. "Polonia: El socialismo real y el socialismo imposible". El Diario de Caracas, 08/01/82.

Reproducción: Hugo Pérez La Salvia. Élite, Caracas, 1968. 

domingo, 12 de agosto de 2018

NOTICIERO RETROSPECTIVO

- Aníbal Romero. "¿Por qué colapsó la Unión Soviérica?". Economía Hoy, Caracas, 12/06/1997.
- Manuel Quijada. "Análisis del Cnel. Machillanda". El Globo, Caracas, 19/08/93.
- Pedro Duno entrevista a Regis Debray. Vea y Lea, Caracas, nr. 6 del 11/01/71.
- Alfredo Tarre Murzi. "La reforma del Congreso". El Nacional, Caracas, 01/03/67.
- Jesús Sanoja Hernández. "Sueños y pesadillas en noviembre". Economía Hoy,  21/11/92.

Reproducción: El Heraldo, La Guaira (1900).

viernes, 27 de julio de 2018

DE UNA VIEJA ADVERTENCIA

Disolución social y pronóstico político
Luis Barragán


En los siglos anteriores, añadidos los altibajos, Venezuela supo de una rica y constante discusión política que también adquirió profundidad en los medios de comunicación. Fueron muchos y familiares los nombres que le dieron un extraordinario y terco calado a las circunstancias en ebullición, como no se ha visto en la presente centuria.

Curioso, porque el XXI ha sido rotulado como escenario de una revolución. Desmintiéndola, estamos huérfanos de toda novedad, excepto el asombroso retroceso a las precariedades del país que no había recibido la noticia del estallido del Zumaque 1.

Entre las décadas de los ochenta y noventa del XX, por ejemplo, destacaban dos febriles polemistas de aceras encontradas, contribuyendo con las casas editoriales y la diaria prensa: todavía, Domingo Alberto Rangel y, presto a todo debate, Aníbal Romero. Frente a la interpretación marxista y sus ya extenuadas variaciones,  emergió, decidido, el planteamiento liberal  con una buena dosis de valentía, sorprendiéndonos – además -  a los socialcristianos de formación.

Para la coincidencia y la discrepancia, Romero aportó una importante y valiosa hemerografía que, incluso, recientemente retomamos para un trabajo de indagación histórica que aparecerá pronto en una revista especializada de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL), en torno al sorpresivo 1958. E, inevitable, nos direccionó a una obra que aún guardamos en nuestro modesto anaquel: “Disolución social y pronóstico político” (Editorial Panapo, Caracas, 1997).

Podemos aseverar que Aníbal previó lo que ocurre en la Venezuela actual, desde una rigurosa reflexión que, por entonces, fue desoída. Peor de lo mismo, extremada la anomia convertida nada más y nada menos que en poder político y, no por casualidad, bajo el signo comunista,  la violencia y el vacío de liderazgo constituyen las tendencias fundamentales de una situación harto prolongada, quebrado increíblemente el país petrolero.

La obra, disponible en las redes, nos orienta respecto a las alternativas necesarias de actualizar, atreviéndonos a un desarrollo que exige  claridad, hondura, coraje, experiencia e imaginación de las inevitables, como novedosas, corrientes de un liderazgo consciente de su papel histórico.  Sólo los sectores repetidos y repetitivos de la oposición que todavía no se dan por enterados del proyecto totalitario en curso, muy a pesar de sufrirlo, se resisten, aunque también los hay con un modo y estilo de vida de cómoda adaptación.

Apenas, un párrafo nos da señal de la valiosa contribución del autor en cuestión: “… La enfermedad económica no es mortal; en cambio, la enfermedad política sí puede serlo” (206).  Convengamos,  lo que ahora ocurre en nuestro país, estaba suficientemente avisado.

22/07/2018:
http://guayoyoenletras.net/2018/07/22/disolucion-social-pronostico-politico/

domingo, 10 de septiembre de 2017

NOTICIERO RETROSPECTIVO

- Martín García Villasmil. "40 años de progreso en las Fuerzas Armadas". Élite, Caracas, nr. 2086 del 18/09/1965.
- Orlando Galofre Amador entrevista a José Machillanda: "El fantasma de la desmilitarización". El Globo, Caracas, 08/01/98.
- Aníbal Romero. "Las voces del silencio: En torno a los militares 'no-deliberantes' ". El Diario de Caracas, 04/12/90.
- Manuel Díaz Ugueto. "El carácter político de la insttución armada". El Nacional, Caracas, 17/01/84.

Reproducción:  Escuela Militar de Venezuela. Promoción "General José Antonio Anzoátegui". Al pie de la gráfica,  la siguiente leyenda: "HONOR AL MERITO: El Teniente Coronel Encargado de la Presidencia de la República, Carlos Delgado Chalbaud, colocándole la joya 'Honor al Mérito' al Alférez Jesús Ferrer Rojas, quien obtuvo la más alta calificación en todos los años de estudio". Élite, Caracas, nr. 1188 del 10/07/1948.

miércoles, 9 de agosto de 2017

ADEMÁS, SI DE COPAR TODOS LOS ESPACIOS SE TRATARA, ¿POR QUÉ NO SE METIERON EN LA CONSTITUYENTE MADURISTA?

EL NACIONAL,Caracas, 9 de agosto de 2017
Venezuela y el espacio de la guerra
Aníbal Romero

En junio de 1940 el gobierno francés capituló ante la feroz arremetida de los ejércitos de Hitler. El caos y la humillación atenazaban a una gran nación, que entonces sucumbió bajo la sorpresa de una novedosa e implacable forma de hacer la guerra: la Blitzkriego, “guerra relámpago”. En medio del desastre, un militar recién ascendido a general decidió asumir el desafío de salvaguardar la dignidad de su patria, preservando la voluntad de lucha contra el invasor. El 17 de junio de 1940 Charles De Gaulle abordó un pequeño avión británico y se trasladó a Londres. En ese frágil aeroplano, escribió Churchill años más tarde, viajaba “el honor de Francia”.

Con el único apoyo de la Gran Bretaña y los inicialmente escasos compatriotas que le acompañaban, sin tropas a su mando, denunciado por el nuevo gobierno colaboracionista de su país, De Gaulle lanzó a través de las ondas de la BBC su famoso “llamado” a la resistencia. Lo demás, como decimos coloquialmente, es historia.

Mediante su gesto heroico De Gaulle puso de manifiesto una poderosa intuición: el espacio de la guerra es político y el de la política es psicológico. Dicho de otra manera, el espacio de la guerra lo define y limita la voluntad de lucha, y esta última depende del compromiso emocional con una causa. De Gaulle dejó atrás un país con la mitad de su territorio ocupado por los nazis, y el resto controlado por un gobierno legal en términos formales, encabezado por el mariscal Philipe Pétain. No obstante, la legitimidad la llevaba De Gaulle en su espíritu y su corazón, una legitimidad anclada en su desafío ante el conquistador. Pocas veces se plantea en términos tan patentes la diferencia entre una legalidad formal y una legitimidad real. El caso de De Gaulle reveló con claridad esa distinción.

Afirmaba Mao Tse Tung, parafraseando a Clausewitz, que “la guerra es la política con sangre y la política es la guerra sin sangre”. Esto no siempre se aplica con rigidez. En Venezuela la lucha contra el despotismo, que es una lucha política, se lleva a cabo con creciente efusión de sangre. Los más recientes episodios de ese duro combate han conducido a una reedición, en el seno de la oposición democrática, del debate acerca de los espacios en que se plantea y define la confrontación. De nuevo se escucha el argumento según el cual “no se debe jamás ceder espacios” frente al régimen y debe lucharse por todos los espacios accesibles. Este tipo de afirmaciones, me parece, surgen de una concepción estrecha acerca de la naturaleza del espacio en la guerra y la política. Como ya adelanté, el espacio de la guerra es político y el de la política es psicológico y moral. El espacio político es un concepto que trasciende lo territorial o lo electoral, aunque desde luego puede incluirlo, y se centra en lo psicológico y ético. Ello se muestra de forma evidente si se trata de la lucha por la libertad.

¿Deben defenderse y ocuparse en la guerra y la política todos los espacios posibles? Como indica un breve repaso histórico, la respuesta es la siguiente: la ocupación de espacios está sujeta y subordinada a los objetivos que se persigan en determinadas coyunturas, así como a los costos en que se desee o no incurrir. La estratégica y la táctica son artes que exigen flexibilidad y es crucial mantener un claro sentido de las prioridades.

Los lectores de La guerra y la paz de León Tolstoi, por ejemplo, conocen la figura del mariscal ruso Kutúzov, jefe del ejército de su país durante el enfrentamiento contra Napoleón. Esa gran novela relata con dramatismo la decisión rusa de ceder espacio para ganar tiempo, y preservar lo que Kutúzov percibía como el centro de gravedad de Rusia en ese momento, es decir, el ejército. Evitar su destrucción en batallas prematuras, obligar al invasor a desgastarse en la inmensa geografía de Rusia y entretanto fortalecer sus propias tropas, para contraatacar en el momento adecuado, fueron los principios tácticos que guiaron a Kutúzov. Los rusos estuvieron dispuestos a sacrificar su capital, Moscú, que fue por breve tiempo ocupada por los franceses, pero el espacio que cedieron se convirtió eventualmente en la tumba del invasor.

A diferencia de Kutúzov, Hitler, quien fue un soldado distinguido durante la Primera Guerra Mundial, quedó marcado por la experiencia de una guerra estática de trincheras. Cuando dirigió a los ejércitos alemanes contra Rusia entre 1941 y 1944, se empeñó con demasiada frecuencia en defender a toda costa el espacio geográfico ganado. Ello dio un resultado positivo en 1941 a las puertas de Moscú, cuando Hitler ordenó que sus tropas no se retirasen ante la contraofensiva rusa de invierno, evitando entonces una catástrofe; pero el mismo principio condujo al sacrificio del VI Ejército alemán en Stalingrado un año más tarde.

A veces la guerra requiere un cambio de ámbito espacial para llegar al éxito, como pasó con Bolívar en 1819. Luego del fracaso de la Campaña del Centro en 1818 ante Morillo, y una vez concluido el Congreso de Angostura en 1819, Bolívar se enfrentó al reto de una guerra que estaba estancada en Venezuela, con los realistas ocupando las zonas vitales del centro y la costa, entre ellas la crucial provincia de Caracas. Ante esta situación, Bolívar optó por cambiar de escenario y abrir otro espacio, que era geográfico y también psicológico, atravesando los Andes e invadiendo por sorpresa la Nueva Granada. Boyacá selló el verdadero comienzo del fin del poder realista en la América del Sur.

Como ha señalado Carl Schmitt en su estupendo libro Teoría del partisano, y para citar otro caso, la figura del guerrillero, que tuvo un papel protagónico en la Guerra de Independencia de España frente a Napoleón a comienzos del siglo XIX, y luego se expandió el siglo pasado en los casos de China, Vietnam, y otros, establece una relación singular con el espacio, convirtiendo países y continentes enteros en teatros de operaciones militares y psicológicas. El Che Guevara prácticamente inventó la figura del guerrillero internacional, que llevaba la revolución en su morral a todas partes.

Con los ejemplos anteriores –y podrían mencionarse muchos otros– he querido indicar que el problema del espacio en la guerra y la política tiene que ser asumido sin dogmatismos, y que se trata de un tema en el cual los aspectos psicológicos y morales cumplen papel primordial. En ese orden de ideas, admito que me asombró que un sector de la oposición democrática venezolana anunciase, casi inmediatamente después de que se hubiese concretado el más grande fraude electoral de la historia moderna de América Latina (con excepción de lo que ocurre bajo el totalitarismo cubano), que de nuevo se participaría en un evento electoral en poco tiempo, sin despejar dudas sobre sus condiciones. Esta decisión fue además hecha pública en vísperas de la instalación de una asamblea nacional constituyente que, como han indicado los portavoces del régimen chavista, tiene plenos poderes y se dispone a ejercerlos. No contentos con todo esto, los partidos y dirigentes de la oposición democrática que aspiran a participar en una contienda sometida a la más absoluta incertidumbre política y ética, pregonaron su propósito poco antes de la destitución arbitraria de la fiscal general de la República, que obviamente nos alerta sobre lo que aún puede esperarse.

Realizo estos señalamientos con el ánimo de ayudar la causa democrática, como es mi derecho, y no de hacer una crítica destructiva. No tengo respuestas definitivas sino inquietudes, no ofrezco fórmulas sino interrogantes, y no pretendo monopolizar la verdad. Ratifico, no obstante, que el argumento según el cual los espacios electorales deben ser siempre ocupados no se sostiene en todas las circunstancias. Ello depende. El espacio de la guerra es político y el de la política es primordialmente psicológico y moral. Cabe preguntarse si los dirigentes que se abalanzaron a anunciar su carta electoral en medio de la crisis institucional del país y ante la concreción más palpable del despotismo del régimen, es decir, la constituyente, aprecian en su verdadera magnitud el efecto desconcertante que sus decisiones han tenido sobre amplias capas de ciudadanos, muchos de los cuales han visto a sus familiares, amigos o allegados morir, resultar heridos, golpeados, vejados y encarcelados por la represión del régimen, durante estos pasados tres meses de combates por la libertad.

Como con acierto me decía un buen amigo, la lucha por la libertad tiene un hondo contenido emocional. Hablamos de una lucha cuyo espacio vital se despliega en los corazones y las mentes de millones de ciudadanos. Es por ello muy importante que los dirigentes políticos democráticos transmitan las señales correctas y proyecten con credibilidad la imagen de que para ellos la causa de la libertad no se identifica con el crecimiento de sus toldas políticas, o con la ocupación de espacios electorales por parte de sus aliados partidistas. Los partidos políticos y las elecciones son medios, no fines en sí mismos. Los fines son la liberación del país del dominio castrista y la dignidad ciudadana de los venezolanos.

El régimen chavista quiere que la oposición participe en nuevas elecciones, pero en el marco de sus tramposas condiciones, y acerca del punto debemos siempre estar claros. Para el régimen despótico tiene sentido dar la apariencia de ceder espacios para así ganar tiempo. Para nosotros, en el bando democrático, el desafío consiste en jamás perder de vista que el primordial ámbito espacial de la lucha es psicológico y moral, pues el combate por la libertad es ante todo un compromiso de cada persona. Ese es el espacio que amerita ser salvaguardado a toda costa, en función de fortalecer lo insustituible: el compromiso de lucha de la gente, su apego a un ideal de liberación para nuestro país, de libertad frente a la tiranía chavista y el dominio cubano sobre Venezuela. Todo lo demás, creo, debe instrumentarse con base en estas convicciones medulares.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/venezuela-espacio-guerra_197808
Breve nota LB: Hoy, en una reunión celebrada en Vente Venezuela, con algunos estados, José Amalio Graterol comentó, palabras más, palabras menos: ¿Por qué, si es de tomar todos los espacios posibles, no se hicieron parte de la constituyente de Maduro el 30-Julio?

viernes, 26 de mayo de 2017

INSOSLAYABLE

EL NACIONAL, Caracas, 17 de mayo de 2017
La responsabilidad militar en la tragedia venezolana
Aníbal Romero

Hablar de la crisis venezolana me parece insuficiente, pues lo ocurrido en Venezuela bajo la llamada revolución bolivariana es una tragedia. Se trata de un conjunto de eventos que no pocas veces resulta difícil entender e interpretar, como pasa cuando leemos las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides, grandes autores de la tragedia griega. El devenir venezolano de estos tiempos se muestra a una primera mirada rodeado de sombras y misterios, de fuerzas incomprensibles, de culpas heredadas e incurridas que en apariencia no cabe distribuir con precisión. Sin embargo, no lo perdamos de vista: cuando hablamos de Venezuela lidiamos con duras y patentes realidades que podemos y debemos entender con lucidez moral y política.

Luego de superar el impacto que generan las muertes inocentes, las protestas masivas, la implacable represión, la violencia desatada y el sonido y la furia que nos asolan, captamos que sí es viable comprender lo ocurrido y que existen responsabilidades insoslayables, así como agentes sociales y políticos que las acarrean sobre sus hombros y de los sectores a que pertenecen.

En tal sentido, sostendré a continuación que los militares son responsables principalísimos de la tragedia que ha hundido al país. La responsabilidad castrense en la tragedia venezolana es general e institucional, pero como siempre existen excepciones individuales. No obstante, insisto, la responsabilidad de buena parte de los integrantes de nuestro estamento militar es clara e inequívoca, tanto en lo que se refiere a los orígenes y el desarrollo así como al desenlace de la conmoción histórica que sacude a Venezuela. No afirmo en modo alguno que los militares son los únicos responsables de la catástrofe venezolana. Afirmo, como ya dije, que son responsables principalísimos de un fracaso histórico de enormes proporciones, que ahora termina saldándose en asesinatos, torturas, delirio político y desquiciamiento moral por parte de un régimen apuntalado por la institución armada nacional.

¿Cuáles son los contenidos esenciales de la tragedia y de la responsabilidad militar en la misma? En primer lugar y aunque a los analistas e historiadores del porvenir ello luzca casi increíble, los militares y civiles que dirigieron y dirigen la revolución bolivariana, comenzando por Hugo Chávez, han subordinado de manera bochornosa la soberanía de Venezuela a los intereses y directrices de la Cuba castrista.

En segundo lugar, el régimen chavista, de manera deliberada y programada, ha convertido a las Fuerzas Armadas en agentes activos de un partido y de un proyecto despótico, parcializándolas y adoctrinándolas en función de una sola sección de la sociedad y una ideología que cada día se reducen en tamaño y peso específico, dejando a los militares aislados y repudiados por la mayoría del país.

En tercer término, el chavismo produjo un cambio radical en la ubicación estratégica de Venezuela, afectando nuestra seguridad nacional al aliarnos con países y organizaciones que nos apartan del Occidente libre y democrático, rompiendo con gigantesca miopía lazos históricos que eran producto de la geografía y la afinidad cultural y política y no de la improvisación.

En cuarto lugar, no contentos con todo lo anterior, el chavismo se dedicó a crear una fuerza paramilitar paralela, integrada por milicias y “colectivos” dotados y estimulados por un régimen que, a pesar de contar con palpable poder, en el fondo siempre ha desconfiado de su estabilidad y permanencia. Entretanto, los militares han aceptado que las armas de la República dejen de ser suyas en exclusiva y pasen a ser compartidas con grupos ajenos a lo constitucionalmente estipulado, grupos destinados a acosar, intimidar y hasta aniquilar a los que disientan.

En quinto lugar, el régimen chavista ha corrompido a los militares, en tres sentidos. a) Les ha hecho partícipes del manejo de una economía colocada al servicio del poder político, sus alianzas y vínculos subterráneos, incluido el narcotráfico, dando así al sector castrense una parte del pastel de un sistema por naturaleza viciado. b) Al designar a centenares de oficiales militares en el manejo de gobernaciones, empresas y procesos administrativos y productivos para los cuales no han sido formados, pero que facilitan la corrupción, el régimen ha destrozado la imagen del militar-gerente, pulverizando el poco o mucho prestigio que en alguna oportunidad exhibió el sector castrense en esos ámbitos. c) Finalmente y de la forma más triste y deleznable, los militares venezolanos están concluyendo esta brutal etapa histórica atrapados en una guerra contra el pueblo, una guerra corrupta que ataca en especial a la juventud venezolana, manchándose las manos de sangre y actuando como herramientas de un gobierno que ha optado por descender al abismo de una sistemática e inacabable represión.

Los cabecillas y autores de los golpes de Estado que en 1992 iniciaron este período de nuestra historia fueron militares, y a partir de 1998, con vaivenes y bajo circunstancias cambiantes, el sector castrense venezolano ha jugado un rol crucial en el afianzamiento del régimen. Al enfatizar el punto no busco menoscabar los actos de resistencia que desde dentro del sector militar ocurrieron en el camino, ni subestimar la digna lucha que algunos oficiales han llevado a cabo estos pasados años. Lo reconozco y a la vez reitero que la institución armada es actor clave de un drama que ha forzado a centenares de miles de venezolanos a emigrar del país, que ha derrumbado los pilares del aparato productivo, que ha debilitado la vital industria petrolera y que ha transformado gran parte de la población en hambrientos mendigos y serviles recolectores de las dádivas del régimen. Son igualmente los militares quienes conducen la represión que mata, hiere y encarcela a diario a ciudadanos indefensos. En este orden de ideas, no es aceptable la excusa que procura señalar de manera exclusiva a la Guardia Nacional y a la Policía Nacional por los desmanes en nuestras calles. Las acciones de algunos tienen lugar en el contexto de las omisiones de otros.

Si bien se trata de una institución que no ha sido preparada, ni en Venezuela ni en parte alguna, para la autocrítica, los militares venezolanos tendrán que aprender a ejercerla, pues cuando se produzca un cambio de ruta en el país los militares, los que logren deslastrarse del caos revolucionario, deberán llevar a cabo un exigente proceso de reflexión y cambios internos. La sociedad civil y un gobierno civil legítimo estarán éticamente obligados a acompañar, guiar y supervisar ese rumbo de reformas de las Fuerzas Armadas, que las centre en su verdadera misión institucional. Los militares no deben seguir controlando los destinos de Venezuela. No son ellos los llamados a ello. La misión militar no es suplantar la soberanía popular sino respaldarla.

Debo por último dejar claro lo siguiente: nada pido como ciudadano venezolano a nuestros militares en esta hora crítica, con una excepción que ya mencionaré. No me agradan las solicitudes abiertas o soterradas que se formulan a los militares para pedirles que hagan esto o lo otro. Los militares son mayores de edad y no son ciegos ni sordos. Deberían saber lo que el deber patriótico exige de ellos, y si no lo saben, no seré yo quien se los diga.

La excepción es la siguiente: solicito a los militares venezolanos que no maten a nuestros jóvenes, que les dejen en paz. La rebelión de nuestro pueblo y de sus jóvenes es justa.

Durante buen número de años nuestro Ejército se enorgulleció de un lema que rezaba así: “Ejército venezolano, forjador de libertades”. Es imperativo admitir que tal lema tiene que escribirse, hasta nuevo aviso, en estos términos: “Ejército venezolano, forjador de tiranías”.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/responsabilidad-militar-tragedia-venezolana_182529
Ilustración: Dumont (El Universal, Caracas, 07/05/2017).

domingo, 26 de febrero de 2017

LA INEVITABLE COMPARACIÓN

De una aristocracia de la tragedia
Luis Barragán


En varias ocasiones, hemos constatado que las nuevas generaciones conocen poco, muy poco o nada de la célebre explosión social de 1989, quizá porque la sostenida versión publicitaria del gobierno ha cumplido cabalmente con su propósito, facilitando la más interesada versión; quizá porque se ha perdido la misma tradición oral en la familia, ansiosa  por olvidar momentos muy amargos. Lo cierto es que, los más viejos, insistimos en un testimonio histórico y personal como si fuese de universal y aún palpable conocimiento, pues, por ejemplo, citando a una entidad defensora de los derechos humanos de  inmenso mérito, como COFAVIC, rápidamente se  pierde en  la jungla de las siglas que nos atormentan.

Nunca antes, una tragedia social,  la que sospechamos intencionada y planificada en buena medida, había rendido tan altos dividendos políticos, ya que El Caracazo sirvió e intenta servir todavía de pretexto para los golpistas de 1992 que, a la postre, construyeron un régimen que dejó muy atrás los motivos para la inesperada explosión de marras. Y, por siempre, dispuestos a la más cruda y masiva represión ante cualquier descontento, por modesto y legítimo que fuese.

Grosso modo, el aumento del precio de la gasolina en 1989 fue no sólo módico, sino que aún no se había implementado, mientras que hoy el costo se ha multiplicado inútilmente, pues, antes hubo un programa de ajuste y reestructuración y ahora constituye una ofensa que le pidamos a Maduro Moros rectificar; era un motivo de escándalo que alcanzáramos un nivel de 100% de inflación, mas pretenden ocultar las cifras oficiales que nos conducen en el presente siglo a una pavorosa hiperinflación ya de largo sentida con sus redondos cuatro dígitos;  décadas atrás, el desabastecimiento de algunos rubros básicos  fue circunstancial, contrastando con una prolongada crisis humanitaria como la que sufrimos, suficientemente advertida desde 2014; la tasa anual de muertes prematuras y violentas, cercanas a las treinta mil personas, no tiene comparación con las cotas alcanzadas en todo el siglo XX, incluyendo las guerras y escaramuzas civiles que terminaron con la batalla de Ciudad Bolívar de 1903.  Por donde se le mire, algo que no puede contentar a nadie, hay mayores razones para una explosión social que, desde diciembre próximo pasado,  ha sido objeto de un desmedido,  brutal y contraproducente atajo gubernamental.

A la hora de suscribir la presente nota, no resistimos la tentación de citar un par de títulos que bien pueden iniciar y orientar una investigación tan urgida para contrarrestar los efectos de la mencionada y sistemática campaña publicitaria en desmedro de la genuina memoria histórica. En uno de ellos, Nelson Villasmil compara los resultados de sendos estudios de opinión que ameritan de una concreta actualización (“La opinión pública del venezolano actual febrero 1989 / marzo 1994”, UCAB-KAS, Caracas, 2001); y, el otro, un ensayo de Aníbal Romero que, asomándose igualmente al colapso de la URSS, ofrece pistas para profundizar el debate (“Disolución social y pronóstico político”, Panapo, Caracas, 1997).

A veintiocho años de El Caracazo, aún es necesario estudiarlo para que no se repita tan lamentable tragedia, ni las condiciones e intenciones que la abonaron.  Sus más fervientes aprovechadores, directos o indirectos, añadidos a los que saltaron a la fama por una estupenda reseña fotográfica, a la postre se convirtieron en una suerte de aristócratas de la desgracia, pues, creyéndose por siempre con una gran autoridad moral, esta vez, sacaron provecho del único gobierno que hemos tenido en el siglo XXI, inhabilitados para cualquier pontificación – incluso – ética.

Ilustración: Julio Pacheco Rivas (tomado de Facebook).


27/02/2017:
Breve nota LB: La imagen (captura de pantalla), se refiere a la autorización de JPR para emplear sus composiciones gráficas (Facebook). 

domingo, 19 de febrero de 2017

CUADERNO DE BITÁCORA


El martes 14 de los corrientes, tuvimos en VENTE un interesante intercambio con Aníbal Romero, domiciliado por varios años en Londres. De la sorpresa en la guerra y en la política, derivamos obviamente a otros asuntos de interés. Y, en lo personal, fue un grato reencuentro.

Aníbal fue un autor ineludible y polémico, entre las décadas de los ochenta y noventa. Publicaba infatigablemente y de hecho, dijo que llegó una época en la que escribía hasta seis artículos de prensa semanales, además de sus libros. Lo leímos desde una temprana edad y, con él, accedimos a una comprensión de la guerra y de la política que no teníamos. Una editorial tan prestigiosa, como Tecnos, lo publicaba impecablemente. Coincidíamos y discrepábamos en el terreno político, en claro desacuerdo con cierta campaña de descalificación que prosperó en su contra al editar el resultado de un seminario sobre seguridad y defensa, con el selo de la USB.  LLegó una estupenda oportunidad de laborar con él, por varios meses, gracias a Fernando Spiritto. Y, realmente, fueron meses de un aprendizaje extraordinario, disciplinándonos en la reflexión con su lucidez, formación académica, perspectiva que siempre se desea equilibrada, convicciones muy arraigadas.

  Junto a María Sol Pérez Schael, con él llegamos a un fértil terreno de las ideas que antes eran lejanas,  ayudándonos a una mejor perspectiva sobre el país. Muchísimos años después, nos reencontramos personalmente, pues, hubo un intercambio digital a mediados de la década anterior, mediante el cual nos orientó un poco más sobre la ciberguerra.

Dos notas finales: por una parte, según el Tweed, para Carlos Raúl Hernández hay que quedarse tranquilos y no provocar al monstruo miraflorino. Y, por otra, ha faltado tiempo y una más veloz conexión doméstica que, por cierto, es irregular,  para actualizar el blog, el Facebook, etc.

Hay posturas francamente absurdas. Se trata de líderes de opinión. Pero ...


LB

miércoles, 21 de diciembre de 2016

DE LA VANIDAD TEÓRICA

EL NACIONAL, Caracas, 14 de diciembre de 2016
Pearl Harbor: 75 años de teorías conspirativas
Aníbal Romero

El ataque japonés del 7 de diciembre de 1941 contra la flota de guerra estadounidense, anclada para entonces en Pearl Harbor (Hawai), continúa generando polémica. Es cierto que fue un ataque por sorpresa, pero ante todo conviene aclarar que una sorpresa estratégica de tal naturaleza y dimensiones es siempre una cuestión de grados. No hay sorpresas absolutas, si por ello entendemos un ataque ubicado fuera de un definido contexto político-diplomático y militar. En otras palabras, toda sorpresa estratégica de significativa magnitud tiene un pasado. El ataque a Pearl Harbor constituyó un severo trauma para los estadounidenses y desde temprano el caso fue analizado de manera exhaustiva; varias comisiones oficiales han producido detallados reportes, acompañados de toneladas de documentos a los que se suma una masa de reflexivos estudios académicos.

Siguen predominando tres escuelas de pensamiento sobre Pearl Harbor. La primera enfatiza las limitaciones de la información que manejaban los servicios de inteligencia militar norteamericanos antes del ataque. La segunda coloca el peso de la sorpresa sobre las supuestas o reales fallas en la interpretación de la información existente. Y la tercera, que nunca falta en este tipo de situaciones, prefiere conjeturar que hubo una manipulación política de las circunstancias, a objeto de favorecer determinados intereses, cursos de acción y eventuales resultados. En este último plano, la principal teoría conspirativa argumenta que el presidente Franklin D. Roosevelt, quien con buenas razones buscaba la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, pero se encontraba maniatado por el sentimiento aislacionista y pacifista en su país, conocía la verdad acerca del venidero ataque y sin embargo la ocultó a la opinión pública, hallando finalmente en la acción japonesa la excusa para que Washington se incorporase al esfuerzo bélico.

Importa precisar estos puntos: 1) Las teorías conspirativas son comunes en casos de esta índole, en los que la sorpresa se conjuga con la destrucción de mitos, convicciones y expectativas bastante arraigadas en la mente y emociones de los afectados. Por motivos psicológicos vinculados a la estructura de nuestro sistema cognoscitivo y emocional, somos propensos a buscar explicaciones a eventos inesperados que aparten las culpas de nuestra esfera de responsabilidad, atribuyéndolas a otros factores, y que de paso nos consuelen ante el fracaso. 2) El hecho de que el ataque a Pearl Harbor haya favorecido un interés político de Roosevelt no implica necesariamente que el presidente haya conocido de antemano el plan japonés, ocultando la verdad a su pueblo. 3) Los servicios de inteligencia militar, así como los principales actores políticos y diplomáticos norteamericanos, incluido desde luego Roosevelt, sabían que Japón estaba en pie de guerra y se preparaba a asestar nuevos golpes en Asia, pero no tenían conocimiento de una precisa intención japonesa de atacar Pearl Harbor en concreto, y no se lo esperaban, dadas las inmensas dificultades de ejecutar y siquiera concebir una operación semejante.

Debemos apreciar en su justa dimensión la extraordinaria complejidad, audacia y temeridad de la operación aéreo-naval japonesa. Al respecto cabe señalar lo siguiente: 1) La distancia entre los puertos japoneses y Pearl Harbor es gigantesca, como puede atestiguarlo cualquiera que haya volado desde Hawai a Tokio. Los estadounidenses sentían que Pearl Harbor, en diciembre de 1941, estaba más o menos, y exagerando un poco, en la Luna o en Marte con relación al Japón. Esta realidad se percibe en las numerosas películas que Hollywood ha realizado acerca del tema, y que dibujan con acierto el ambiente de absoluta tranquilidad que reinaba en la base naval atacada. 2) Para la fecha del ataque los portaviones jamás habían sido utilizados de forma relevante en acciones militares, y Japón no solo lo hizo por vez primera en Pearl Harbor sino que comprometió la totalidad de su flota de portaviones en una sola operación. Si hubiesen sido detectados a tiempo y cerca de Hawai, es factible que los estadounidenses habrían devastado la entera fuerza de tarea japonesa, poniendo fin a la guerra en el Pacífico antes de que en efecto hubiese comenzado. 3) Nunca, jamás, emitieron los japoneses una sola señal de radio, ni siquiera codificada, que mencionase de manera específica a Pearl Harbor como posible objetivo de una acción militar, y mucho menos de una acción de semejante envergadura. Toda la información fue manejada “a mano” y entre un minúsculo grupo de decisores clave. El secreto fue celosamente preservado hasta que los aviones japoneses empezaron sus bombardeos, la mañana del 7 de diciembre de 1941.

Insisto: los servicios de inteligencia estadounidenses sabían que Japón se preparaba a realizar extensas operaciones militares, pero los datos indicaban que se producirían en el sudeste asiático, Singapur y las Filipinas. Pearl Harbor no aparecía en el “mapa” conceptual y práctico como un objetivo concreto. Una cosa eran las motivaciones bélicas generales del Japón y otra distinta Pearl Harbor como un objetivo específico. Desde luego, habría sido conveniente que la base naval estadounidense hubiese redoblado sus preparativos, sus mecanismos de alerta temprana, su vigilancia y otras precauciones, pero todo esto se pone de manifiesto luego de que los eventos han tenido lugar. Siempre es posible luego de un fracaso alistarse mejor para evitar el siguiente, pero el fracaso tiene primero que ocurrir.

Además de las limitaciones de la información disponible, se añaden los obstáculos derivados de nuestros prejuicios y expectativas. A veces subestimamos al adversario o no entendemos sus esquemas de valores y su disposición al riesgo. Para los decisores japoneses la posibilidad de perder una gran guerra no era vista como lo peor que podía acontecerles. El deshonor, la opción de dejar de ser un Imperio, eran sentidos como un destino intolerable. La operación contra Pearl Harbor fue planeada con la esperanza, que los hechos mostraron infundada, de que Washington, enfrentado a la destrucción de su flota de guerra en el Pacífico, admitiese a regañadientes las conquistas japonesas en Asia. Los norteamericanos subestimaron a los japoneses y estos últimos a su vez subestimaron al poderoso enemigo que el ataque a Pearl Harbor despertó. El orgullo herido de ambos, de los japoneses debido a que Washington se oponía a sus planes de dominio y de los estadounidenses debido a la sorpresa de Pearl Harbor, terminó por enfrentarles en un conflicto atroz que culminó en Hiroshima y Nagasaki.

El problema de fondo con las teorías conspirativas de la historia es que no dejan espacio a la permanente acción del azar, la negligencia, la irracionalidad, la falibilidad y sobre todo la estupidez humana. Tales teorías conspirativas con frecuencia presumen que nada es casual en el curso de los eventos, y que “grandes” acontecimientos, es decir, de grandes repercusiones, deben necesariamente tener grandes causas. Nos resulta muy difícil las más de las veces admitir el error y procuramos evadir la responsabilidad del fracaso. En particular, nos cuesta trabajo aceptar que la realidad puede acabar con nuestras expectativas.

En tal sentido, y aunque son hechos de características diferentes, las condiciones psíquicas que sustentan las teorías conspirativas sobre, por ejemplo, el asesinato de J. F. Kennedy, el suicidio de Marylin Monroe y el accidente mortal de Diana de Gales, para solo citar tres casos y sin tomar en cuenta otras sorpresas estratégicas, presentan similitudes, salvando las necesarias distancias, con el tema de Roosevelt y Pearl Harbor. Tales eventos sorpresivos que aniquilan deseos, destruyen ilusiones y cercenan expectativas nos llevan a tejer especulaciones, que atribuyen a fuerzas misteriosas lo que en verdad tiene explicaciones menos enigmáticas.

En ese orden de ideas hoy asistimos al nacimiento de otra teoría conspirativa, enlazada a la derrota electoral de Hillary Clinton. Tal suceso fue una sorpresa para tantos, acabó con tantas imágenes preconcebidas y arrasó con tantas seguridades psicológicas que es entonces imperativo atribuir lo ocurrido a los rusos, los chinos, el FBI, la CIA, las “fake news” (noticias falsas), Wikileaks, o lo que sea, para extraer la culpa de la esfera de responsabilidad real. Con ello se logra evitar la autocrítica y acusar a los demás, que es algo usualmente gratificante. En el caso de la elección presidencial de 2016, la teoría conspirativa emergente contribuye también a deslegitimar el triunfo del vencedor, así como a excusar la derrota de la candidata vencida. Y todo ello es tan inevitable como estéril.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/pearl-harbor-anos-teorias-conspirativas_62228

sábado, 19 de noviembre de 2016

INTUICIÓN REFORZADA

EL NACIONAL, Caracas, 15 de noviembre de 2016
Sobre Trump: algunas anécdotas y reflexiones
Aníbal Romero

El 17 de junio de 2015, es decir, el día siguiente al lanzamiento de la candidatura de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos, recibí un correo de un entrañable y viejo amigo cuyo criterio político mucho valoro y respeto. En su mensaje me decía, palabras más o palabras menos: “No cometas el error de tomar a broma lo ocurrido ayer en la Trump Tower de la Quinta Avenida de Nueva York. No se trata de un acto improvisado. De hecho, hace cuatro años, el 19 de noviembre de 2012 Trump registró en una notaría la que será su consigna de campaña (que ya Reagan había usado, aunque brevemente), Make America great again. El terreno está abonado y es propicio para una figura como Trump en la política norteamericana. Es cierto, Barack Obama acaba de triunfar por segunda vez ante su débil adversario Republicano (Mitt Romney), pero el partido Demócrata se ha convertido en un partido de élites arrogantes y autistas, que han abandonado amplios sectores de su electorado tradicional. Millones de ciudadanos están hartos de lo que ocurre en ese país. Con un mensaje radical Trump puede ganar la candidatura Republicana y la Presidencia”.
Por suerte, no sólo me abrió los ojos en ese momento, sino que empezó a remitirme casi a diario nutrida información acerca de un proceso electoral que se extendió hasta la semana pasada, cuando los vaticinios de mi amigo finalmente se cumplieron. Gracias a ese flujo permanente de datos, respaldados por bien sustentados análisis de su parte, logré focalizar con mayor claridad lo que estaba ocurriendo y a lo largo de este año y medio aprendí muchas cosas, pues se podría decir que las viví en carne propia.
Citaré un par de anécdotas, asegurando a los lectores acerca de su veracidad. En diciembre de 2015, durante un gratísimo almuerzo con un grupo de viejos amigos, uno de ellos preguntó quién, en mi opinión, ganaría las elecciones primarias del partido Republicano que se efectuarían en junio de 2016. Respondí: Donald Trump. De inmediato cundió una palpable sensación de estupor y en un par de casos se manifestó cierta hilaridad. Sólo una de las personas sentadas en torno a la mesa me observó con una mirada que sugería: “si lo afirma con tanta convicción es que algo sabe, que yo no he descubierto aún pero a lo que debería prestar atención”. Salimos juntos del lugar y caminamos un rato. Me formuló otras preguntas y procuré transmitirle lo que ya intuía, gracias –repito—a los datos y análisis que me llegaban desde hacía un tiempo. A partir del episodio empecé a enviar a ese pequeño grupo y a otras pocas personas de mi confianza parte de la información que estaba recibiendo.
No me sorprendió ni molestó la reacción de estupefacción que observé entonces. Posteriormente intenté que mis allegados estuviesen como mínimo mejor informados, y atravesasen la pantalla de humo creada por la abrumadora mayoría de los medios de comunicación en Estados Unidos y en todo el mundo. Sin embargo, con el paso de los meses constaté de manera palpable la verdad de lo que los estudiosos del tema de la inteligencia estratégica concluyen, con relación a las razones que explican buen número de casos de sorpresa política y militar. Sostienen con razón esos expertos que las “señales” que nos llegan (información atinada y creíble) sobre lo que se avecina, pasan a través de varios filtros de “ruido” que las distorsionan, y el principal entre tales filtros somos nosotros mismos, los que somos tomados por sorpresa. Nuestros prejuicios, creencias, expectativas, valores y deseos se interponen y no nos permiten percibir lo que en el fondo no queremos admitir. Como lo expresó en otro contexto el gran poeta alemán J. W. Goethe, “nadie nos engaña, nos engañamos a nosotros mismos”. Escribí por cierto un libro acerca de estos temas, publicado inicialmente en 1992, que el lector interesado puede hallar en mi sitio web y que titulé La sorpresa en la guerra y la política.
Prosigo con las anécdotas. Otra persona de mi aprecio me escribió a mediados de este año, aseverando que “Trump es un fascista”, y enviándome links de The New York Times y el Washington Post. En mi respuesta le expuse que no pensaba que Trump fuese un fascista (creo que el término, por lo demás ya muy devaluado, no corresponde en este caso), y le comenté que esos periódicos en particular se habían pronunciado oficialmente a favor de Hillary Clinton, y sus reportajes estaban por lo común muy sesgados. A consecuencia del intercambio mi interlocutor dejó de escribirme, hasta el día de hoy. La experiencia me ayudó a confirmar otro aspecto de la elección norteamericana de 2016: la soberbia e intolerancia de ese progresismo políticamente correcto, tanto dentro como fuera de Estados Unidos, frente al cual se rebelaron los millones que apoyaron a Trump, a pesar de las limitaciones personales y políticas del billonario de Nueva York.
Cabe dejar claro que yo no estaba seguro de que Trump ganaría; sencillamente lo consideré probable todo el tiempo y hasta la semana pasada. De algo me sirvieron las encuestas, en la medida en que realicé el necesario esfuerzo de analizarlas con detalle. Ahora bien, hubo dos problemas con las encuestas. De un lado el ya señalado del “ruido autogenerado”, es decir, la generalizada, repudiable y al final dañina parcialización de los medios tradicionales (prensa y TV) hacia Hillary Clinton, ruido estimulado por los prejuicios, creencias y deseos de tantos periodistas, analistas y comentaristas, que les impidieron observar la realidad con un mínimo de equilibrio y objetividad. De otro lado, es de importancia precisar que casi todas las encuestas pecaron en cuanto a la inadecuada representatividad de sus muestras estadísticas, concediendo una ventaja excesiva (oversampling) al número estimado de votantes Demócratas, en detrimento de Republicanos e Independientes. Esto fue algo acerca de lo que me alertó la persona a quien he hecho referencia al comienzo de estas notas. Hubo una encuesta, la que casi semanalmente publicó el diario Los Angeles Times, que adoptó otra metodología y con frecuencia apuntó hacia una posible victoria de Trump. Desde luego, esta encuesta y el diario que la publicaba fueron objeto de una avalancha de críticas, protestas, mofas y condenas de parte de los tradicionales lectores “liberales” (de izquierda) y “progresistas” de ese periódico de California.
En la prensa venezolana se publicaron durante meses análisis que nos adelantaban una victoria decisiva para Hillary Clinton. No cuestiono esto en sí mismo, y de hecho leí unos cuantos de estos artículos con interés y provecho. Lo que sí cuestiono es la incapacidad autocrítica de algunos articulistas luego de la derrota, fenómeno que puede comprobarse estos días en gran parte de la prensa internacional. El progresismo “liberal” (de izquierda) alrededor del mundo no acaba de admitir sus despropósitos y exageraciones, su carencia de un sentido de las proporciones para evaluar y juzgar lo que no le gusta o no se amolda a sus preconcebidos y dogmáticos paradigmas. El partido Demócrata perdió la Presidencia, el Senado, la Cámara de Representantes, la aplastante mayoría de legislaturas estadales, y Trump se apresta a designar un juez conservador (o quizás varios) para la Corte Suprema, cambiando su composición por una o dos generaciones. Como si lo anterior fuese poca cosa, en la guerra civil que ha comenzado dentro del partido Demócrata se perfila como triunfador el sector más extremista, encabezado por la Senadora Warren y el Senador Sanders, sector que sin duda profundizará todavía más la obsesión de esa organización por la política de la identidad y de género y en general por los temas de la confrontación cultural, en detrimento del acuciante reto económico y migratorio que afrontan las clases media y obrera norteamericanas. No han aprendido nada porque no desean aprender nada.
La derrota de Hillary Clinton no se debió a que sea mujer o a los torpes vaivenes del Director de la FBI, sino al hecho de que era una pésima candidata, políticamente desgastada, sin mensaje, con un pesado fardo de escándalos y corrupción sobre los hombros, carente de carisma y percibida como deshonesta por la mayoría del electorado. En una coyuntura caracterizada por el deseo de cambio, luego de ocho años de mediocre y decepcionante gobierno Demócrata, Hillary Clinton representaba el pasado, pero la gente vota por el futuro. Pocos hechos pusieron tan claramente de manifiesto las limitaciones de la candidatura de Hillary Clinton como su desprecio hacia los votantes de Trump, llamándoles “deplorables”. Ese instante permanecerá para siempre en los estudios políticos, a manera de ejemplo insuperable de lo que no debe hacer jamás un político democrático en campaña electoral.
En fin, la victoria de Trump abre un panorama incierto y desafiante para Estados Unidos y el resto del mundo. Confío abordar y discutir más adelante algunos de los asuntos de fondo que plantea la nueva situación, pues creo conveniente esperar que el Presidente electo avance en la conformación de su equipo y la mayor definición de sus políticas. Los eventos de estos pasados meses me trajeron a la memoria la campaña de 1980 entre Carter y Reagan, las burlas de tanta gente hacia ese “actor de tercera clase” quien, no obstante, se convirtió en un gran Presidente. Lo menciono sólo a manera de analogía, pues las situaciones y personajes cambian y también las dinámicas históricas. Eso sí, no estoy en la línea de subestimar a Trump, de mofarme de su persona o condenarle sin que siquiera se haya posesionado de su cargo. Todos los que han subestimado a Trump se han equivocado, y creo que para los Estados Unidos y el mundo es importante que lo haga bien, sin que ello signifique que deje de lado su proyecto de cambio radical en diversos ámbitos. Me parecieron lamentables las violentas protestas callejeras que asolaron diversas ciudades estadounidenses la semana pasada, luego de concretarse el legítimo triunfo de Trump. Los que participan en esos motines no parecieran caer en cuenta de que, con semejante actitud, únicamente lograrán que los millones de votantes que llevaron a Trump a la Casa Blanca se multipliquen, obligándole a cumplir su promesa de ser “el Presidente de la ley y el orden”. El progresismo internacional está movido por una creciente renuencia a admitir los resultados de la democracia cuando estos últimos no le agradan, y ello se está evidenciando también en la Gran Bretaña post-Brexit, donde el veredicto de las urnas electorales está siendo sometido a la contra-ofensiva judicial de quienes no aceptan, y por lo visto jamás aceptarán, su derrota en el referendo del pasado mes de junio. Son demócratas sólo cuando las consecuencias de la democracia les agradan.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/opinion/Trump-anecdotas-reflexiones_0_958104410.html

jueves, 3 de noviembre de 2016

¿QUÉ SE ENTIENDE POR ANTIPOLÍTICA?

EL NACIONAL, Caracas, 10 de abril de 2013
¿Qué es la antipolítica?
Aníbal Romero

Son numerosos los equívocos sobre la llamada antipolítica, quizás más de los que persiguen al término fascista, usado por unos y otros para descalificar a los adversarios de turno. En Venezuela los chavistas atacan a la oposición llamándola fascista, y la oposición, con frecuencia confusa en cuanto a la caracterización de su contrincante, sostiene que el régimen es fascista, que no es de izquierda y tampoco comunista; en fin, que la verdadera izquierda es la de Olaf Palme y demás despistados socialistas escandinavos. En cambio –nos aseguran– el Che Guevara, Fidel, Mao, Lenin y Stalin no eran la izquierda sino otra cosa, que nadie sabe de qué se trata. El enredo no pareciera tener escapatoria.
He escuchado y leído a dirigentes de la oposición y a columnistas que rompen sus lanzas en dogmática defensa de la MUD argumentar que los estudiantes que protestan contra la dominación cubana, o los articulistas que en ocasiones tenemos la osadía de sugerir que el actual liderazgo político de la oposición es falible, somos en realidad representantes de la famosa antipolítica. De allí que convenga aclarar algunas cosas.
Para empezar, importa señalar que no toda política es necesariamente la de la democracia liberal y los partidos políticos de corte tradicional. Ese es un modelo ideal contemporáneo, pero me temo que el mismo no agota la realidad histórica de la política. Recuerdo que cuando Hugo Chávez emergió al escenario político nacional, muchos le tildaron de típica expresión de la tal antipolítica. Pues, obviamente no lo era, y dudo que a alguien ahora se le ocurra incluir a ese fenómeno telúrico de la demagogia en el difuso club antipolítico.
Rechazo radicalmente a Chávez, su mensaje y su legado, pero debo admitir que fue un político hasta los tuétanos y que el impacto de su irrupción política sobre el país tiene escasos parangones. Una cosa es que rechace sus ideas y ejecutorias públicas y otra muy distinta que las declare, con retorcida arrogancia, como antipolíticas.
Desde una perspectiva conceptual, por tanto, debemos cuidarnos del reduccionismo que presume que la única política que merece tal nombre es la que llevan a cabo los partidos políticos tradicionales, en el marco de una democracia de masas con instituciones representativas. Es más, para bien o para mal, seguramente lo segundo, esa política de los partidos y la democracia liberal ha sido, es y posiblemente será el ámbito minoritario en el que se ha expresado, expresa y expresará la lucha por el poder, así como los intentos de constituir un orden medianamente viable entre los seres humanos en diversas partes del mundo. Lo creo de ese modo, pues, a decir verdad y dejando de lado las restantes dictaduras, autocracias y satrapías que aún existen, buena parte de las democracias de hoy –como la venezolana– no son sino caricaturas del modelo ideal. Ello, sin embargo, no las hace antipolíticas.
Los estudiantes que protestan no son antipolíticos, y tampoco lo somos quienes cuestionamos aspectos significativos de la estrategia, decisiones y acciones de los que tienen en sus manos la conducción política de la oposición democrática. Sencillamente tenemos visiones distintas acerca de las líneas de avance que, en nuestra concepción del tema, deberían ser adelantadas por la dirigencia y seguidores de la oposición, para combatir al régimen traidor y a sus amos cubanos. El epíteto de la antipolítica, en conclusión, es un cómodo estribillo para la polémica, utilizado a la ligera cuando ya no quedan otras armas para zaherir al adversario.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/anibal_romero/antipolitica_0_169183328.html

miércoles, 19 de octubre de 2016

LA TINTA PUNZOPENETRANTE

EL NACIONAL, Caracas, 10 de agosto de 2016
La literatura y el tema del mal
Aníbal Romero 

La gran literatura expone con especial lucidez los asuntos esenciales de la existencia humana. Un caso particularmente ejemplar se refiere al tema del mal. En este sentido varias de las novelas que más me han impactado, y a las que retorno con cierta regularidad, abordan los enigmas y dilemas de la acción humana vinculados a esa cuestión fundamental, la cuestión del mal. Me refiero a Crimen y castigo de Dostoievski, El proceso de Kafka, El poder y la gloria de Graham Greene,DoktorFaustusde Thomas Mann y La peste de Albert Camus. Cada uno de estos maravillosos libros encierra dificultades y se prestan a diversas interpretaciones. No obstante, creo justo aseverar que en ellos el tema del mal, de sus raíces y manifestaciones, ocupa lugar primordial.
Crimen y castigo lo enfoca desde la perspectiva del individuo y la presunta justificación del mal. Es una novela sombría y apasionante cuyo personaje central, Rodión Raskólnikov, abrumado por el descubrimiento de su capacidad para la maldad, desarrolla toda una visión del mal orientada hacia el nihilismo, hacia una nada que es al mismo tiempo la expresión de su poder aparentemente infinito, es decir, de su poder para violentar la ley moral que nos indica nuestros límites. En esta obra de Dostoievski el mal es al mismo tiempo patente y elusivo, pleno y equívoco, terrible y enigmático. El mal se muestra en la vida y en el sueño que es la vida.
Kafka, por su parte, nos conduce a un laberinto de culpabilidad real y palpable pero a la vez inasible. El personaje central de El proceso, el inolvidable Josef K., es una especie de sufriente del mal, es una víctima y a la vez un inocente ejecutor del mal, pero de un mal metafísico e intrigante, que no se identifica pero respira, que escapa entre sus manos pero paradójicamente le atenaza el alma, aplastada por el juicio de unas autoridades cuyos meros designios parecen apuntar a una culpa segura. El proceso es uno de los libros más alucinantes de la literatura, y creo que en su médula se encuentra el misterio del mal.
El sacerdote católico que juega el rol principal en la estupenda novela de Graham Greene, El poder y la gloria, es en mi opinión uno de los más conmovedores y trágicos personajes de la literatura moderna. Su drama es personal y social. Vive en un medio y un tiempo de guerras civiles y persecuciones religiosas; sabe que arrastra el mal y la debilidad ante el mal en su alma, pero lucha con fuerza por la dignidad, aferrado a su fe con un irresistible y heroico apego. El sacerdote de Greene en esta obra excepcional alcanza el martirio a pesar de sus fallas personales, y hasta la santidad a pesar de sus caídas en el abismo del mal. Pocas veces un escritor ha logrado conducirnos de manera más lúcida al misterio de lo humano.
En cuanto al Doktor Faustus, casi avergüenza intentar una breve síntesis de otro libro tan denso e importante como los anteriormente comentados, en el que un personaje faustiano lleva a cabo un pacto demoníaco para alcanzar no sólo excepcional creatividad artística en el campo de la música, sino la verdadera genialidad, vendiendo a cambio de ello su alma a los conjuros de un delirio que destruye cuerpo y espíritu. Esta extraordinaria novela de Mann, si bien reitera lo logrado por Dostoievski, Kafka y Greene en cuanto a la focalización del tema del mal desde el ángulo de la experiencia individual, lo hace enfatizando el contexto espiritual de Alemania durante el período que condujo al surgimiento y crecimiento del nacionalsocialismo, ampliando así el marco de referencias simbólicas de la obra. El compositor Adrian Leverkuhn, un Fausto del siglo XX, sucumbe ante las fuerzas que su ambiciosa voluntad desata, y muere sumido en la locura.
La peste de Albert Camus aborda de manera explícita el problema del mal en un contexto colectivo. Como es sabido, el libro es una alegoría, una especie de metáfora extendida o espacio simbólico. La trama tiene lugar en la ciudad argelina de Orán, acosada por una peste que obliga a las autoridades a clausurar el sitio e impedir la entrada o salida de personas. En ese marco Camus, con gran destreza narrativa y enorme maestría en la presentación y análisis de un complejo grupo de personajes, explora las distintas reacciones, actitudes y tomas de posición ante el mal de que somos capaces los seres humanos, dibujando así un caleidoscopio de la humanidad doliente en toda su miseria y nobleza.
Es probable, como han señalado varios comentaristas, que en esta obra Camus haya tomado como sustento histórico experiencias de peste sufridas en efecto por la ciudad de Orán durante el siglo XIX. Otros han visto en la novela, me parece que con acierto, una alegoría de la ocupación de Francia por parte de los nazis entre 1941 y 1944.
Ahora bien, dos aspectos cruciales diferencian la narración de Camus de la experiencia histórica de Francia bajo dominio alemán. En primer término, el hecho clave de que la peste en la novela de Camus es una calamidad que asola la ciudad de modo no deliberado. Nadie planifica y ejecuta el designio de someter a los habitantes de Orán a esa enfermedad mortal. La peste simplemente aparece. En segundo lugar la peste que relata Camus es derrotada finalmente con la creación de un antídoto, de una medicina salvadora. Ciertamente, a través del tiempo que dura la peste se exponen acciones heroicas y deleznables, unos combaten el mal y otros intentan sacar provecho del mismo, pero no se evidencia una culpa colectiva. En cambio, la ocupación nazi de Francia, que produjo una resistencia heroica y también un colaboracionismo abyecto, generó en su momento desafíos éticos de otra índole. Me refiero a los retos que se plantean a una sociedad enfrentada a un mal que de un modo u otro afectó a todos sus miembros, un mal que permite sospechar de responsabilidades colectivas o en todo caso muy extendidas, y que exige en principio, una vez superado, definir culpas y castigarlas.
En Francia, luego de la derrota nazi, se llevaron a cabo juicios a personajes protagónicos que colaboraron con la ocupación alemana, entre ellos el propio Mariscal Philippe Pétain, jefe del llamado régimen de Vichy y responsable primordial de sus ejecutorias. Pero no sólo Pétain fue juzgado y condenado. Todavía hoy el debate en torno a la culpa por la caída de Francia y la ocupación nazi suscita polémicas en ese país. Y el problema es: ¿quién debe juzgar a quién, quién tiene derecho de hacerlo y qué sanciones son las más adecuadas cuando la peste parece extenderse a una sociedad entera?
La novela de Camus es una alegoría capaz de cubrir numerosos casos de sociedades sujetas a la devastación del mal. Pues con la aparición del mal surge igualmente el problema de la culpa y su castigo. Una sociedad que ha sido afectada gravemente por el mal, por un mal deliberadamente infligido, puede decidir olvidarlo; pero ello tiene sus costos, pues la culpa no desaparece sino que tan sólo se oculta de modo temporal, y con no poca frecuencia vuelve a mostrar su rostro deforme. Pero si una sociedad que ha sido gravemente afectada por un mal infligido de manera deliberada, opta a fin de cuentas por asumir el desafío de castigar la culpa, se ve entonces enfrentada a uno de los retos más apremiantes y en ocasiones ineludibles y necesarios, ya que no todas las pestes son iguales ni susceptibles de curación mediante el olvido.

Fuente:
http://www.el-nacional.com/anibal_romero/literatura-tema-mal_0_899910150.html
Cfr.
José Ovejero:
https://vk.com/doc2740127_229393875?hash=fb427382ca87be7b95&dl=80a5dac367b35f02da
https://www.youtube.com/watch?v=ktc56Ev2d20