jueves, 19 de diciembre de 2019

DEL SUICIDIO ONTOLÓGICO

De la política como justicia para la Venezuela actual
Nelson Chitty La Roche 

“Todos tenemos que construir pero no comprando conciencias”
Cardenal Baltazar Porras

El tiempo histórico venezolano, por llamar así, recordando a Reinhart Koselleck, al momento que vivimos, asemeja a uno de esos recintos lúgubres que recibían en tiempos de la peste negra a los infortunados de aquella perniciosa época en la que arribaban muertos o agónicos por centenares, miles y evidenciaban en el trámite que sin saberlo era la sociedad misma con sus hábitos, usos y modos de vida, la que admitía al vector en ella y propagaba la epidemia.

Puede lucir tal vez drástico y dramático, pero la Venezuela actual luce profundamente enferma, con sintomatologías diversas que alcanzan prácticamente a todos los estratos. Lo más grave, no obstante, es la patología deletérea y perniciosa que inficionó, especialmente a su clase dirigente, de una suerte de infección que la corrompe y la lleva a una crisis de septicemia galopante.

Se pudre en vida, pues, el protagonismo en nuestra patria maldita de cinismo, mediocridad, inmoralidad y patéticos e intrascendentes actores, incluso de los más empinados además. Destacan entre las víctimas varias de las más importantes concurrentes a la vida social, anotando a las instituciones y al elenco que las encarna, pero enumeraré cuatro por razones de espacio, aunque otros lo merecieran también.

Comencemos con la justicia y, si algo está putrefacto, maloliente, descompuesto, por omisiones y por acciones es el aparato y los personeros llamados a administrarla y a preservarla porque de ella pende la nación, la paz, la confianza. Es lastimoso adonde ha llegado la Sala Constitucional del TSJ y para muestra de su ideologizada alienación es suficiente leer las medidas tomadas contra los profesores Albujas y Rachadell, cautelares que no aparecen insertas en proceso alguno, con el propósito de castigarlos al ser designados por la Asamblea Nacional representantes ante el CNU. Como precisó mi fraterno amigo, profesor de Derecho y Teoría de la Argumentación, Máximo Febres Siso, “nada más contrario a la Constitución y a la constitucionalidad en Venezuela que la Sala Constitucional del TSJ…”

Más de un centenar de sentencias para enervar a la AN, y encarcelaciones ratificadas en manifiesta violación de los derechos humanos y ciudadanos de sindicalistas y miembros destacados de la representación nacional, de su inmunidad, de su más elemental seguridad jurídica. Nada que envidiarle a la justicia nazi y a la práctica del derecho penal del enemigo. Regresa a mi memoria Anatole France y “Ay de aquellos pueblos cuyos jueces merecen ser juzgados”.

Pero hay algo más para reconocer la ausencia de justicia o las prácticas perversas y discriminatorias, crueles e inhumanas  de este sombrío y gravoso episodio de la vida de nuestra patria y es el desprecio por la verdad, el desconocimiento de la susodicha, la banalización de la mentira en un hito de fatalidad y depredación. La persecución, el irrespeto, la judicialización de la expresión, de los medios de comunicación, asediados, sitiados, impedidos de actuar, chantajeados, extorsionados y de mil maneras censurados. Se mediatizó la representación y se compromete el ejercicio mismo del periodismo, héroe de la lucha por la presentación de la realidad como valor a salvaguardar ante el arrebato compulsivo por tergiversarla y manipularla de los esbirros del régimen.

La demagogia sustituyó a la solidaridad y se enseñorea como ella lo haría. Más grave aún es contagiar a los espíritus que se acostumbran al abuso, maltrato, segregación o sencillamente dominación. Renunciar a la dignidad de la persona humana es una suerte de suicidio ontológico y a eso nos ha conducido el régimen. La gente, el común, el pobre es tratado como una manada abúlica y en todo caso, susceptible de todo tipo de exacciones.

Cuánta admiración debemos sentir y compartir y emular a los que ofrecen testimonio de coraje y no se entregan, no se arredran y se atreven a desobedecer y a desacatar, aun a sabiendas del eventual costo a pagar, pero repetimos cobardes que el miedo es libre y que el sacrificio es para otros porque de nosotros quedamos poco y hemos de resguardarnos.

Basta ver cómo viven nuestras provincias sin luz, sin agua, sin combustible, a merced de un opresor al que además a menudo deben lisonjear y privados de su derecho a protestar y disentir, so pena de ser criminalizados en su ejercicio de ciudadanía. No es tiempo pues de conformidad ni de resignación sino de reclamo y protesta. Este pandemónium no puede ser aceptado y padecido sin enfrentarle.

La política y el político son buenos como unidad indivisible para continuar. La dinámica de esa plaga antivalores y relativista que se ha extendido grosera por los espacios ciudadanos, pero no solamente sino al alma misma de la nación, se desnuda en ese portal de un proceso mal llamado revolución que, por cierto, vino a destruir porque construir no sabe, no puede y no quiere. Chávez fue el caos, la ignorancia, la mediocridad y el latrocinio, y su legado trae todos sus cromosomas despersonalizantes y obscuros. ¡Asumámoslo de una vez por Dios!

El socialismo del siglo XXI resultó una empresa criminal, un manantial de ilícitos y una especie de behemoth inmoral, todopoderoso e impositivo, hecho de pragmatismo y anomia, inmenso, omnisciente, quimérico y agresivo que rodeó y absorbió los escrúpulos, el decoro, la fe, la consciencia, la honradez de adeptos y de ciudadanos que cedieron a la tentación. Muchas veces los movimientos sociales salieron a ondear las banderas de la libertad y en el camino las cambiaron por las de sus apetitos, complejos y resentimientos. Eso pasó aquí para hablar bien del desastre que nos arruinó, empobreció y envileció.

La endemia no economizó a nadie y alcanzó a los que creíamos probos y se nos echaron a perder y nos dejaron en la decepción y la desesperanza. La política se convirtió en imputado de la ofendida, vejada, ultrajada membresía ciudadana. Algunos prefieren desentenderse y se idiotizan a consciencia y otros la llenan de denuestos y quejas, la denuncian y la despojan de su pertinencia y de su propiedad fundamental; la de gestora del interés general y la de hiladora del tejido comunitario que encara los conflictos y los resuelve con el concurso de las voluntades capaces del bien y sensibles al discurso de la paz y la coexistencia.

Súbitamente el crimen de la tiranía nos encuentra desunidos o, peor aún, enfrentados y sus carcajadas truenan de goce y satisfacción. El enemigo que se vence a sí mismo es el que más le gusta al déspota y si en lugar de enfrentar al autoritarismo totalizante nos ocupamos de librar, la más de las veces, intentonas para desacreditarnos y desprestigiarnos, hacemos el trabajo para los rufianes del totalitarismo.

Atención que no diré que guardemos silencio ante la comisión de delitos de ningún tipo. Tampoco que ocultemos la verdad, aunque nos irradie radiactiva como puede ser; lo que resiento es la concentración del fuego endógeno con saña mórbida, como se resiente en las llamadas redes sociales. Tengo tiempo sin leer algún comentario sobre la marcha de los servicios públicos y miren que hay méritos para hacerlo, pero para arañar, herir, partir al otro, también opositor, que buenos e ingeniosos somos, para esos sí hay pólvora y perdigones.

La injusticia anula a la política y, la política es básicamente una forma de justicia en la racionalidad de la ley, en la distribución de los bienes, en la equidad como revelación, como epifanía que, cual lucero, alumbra el tránsito del que busca el bien, lo discierne, lo lleva a cabo y se hace responsable de él. El que no se ocupa sino de lo suyo y aspira simplemente a un orden que lo deje hacer y prevalecer lleva en su genética el egoísmo que luego mostrará para hacer valer a cualquier costo sus intereses y visiones.

De los documentos pontificios se puede entresacar y reiteradamente como una locución, aquella de que la política puede ser y agregamos nosotros, debe serlo, una forma de caridad, de servicio, de abandono del sí para integrarse mejor en el nosotros, de escogencia del interés y del bien común y eclipsamiento del ego personal y, por supuesto, de las apetencias que si bien tientan a todos los seres humanos, el ministerio de la política y del político debe saber resistir.

Cuánta razón tiene el cristianismo que lamentablemente apartamos en todas partes de nuestras vidas, dizque para liberarnos, situando al amor, al respeto, al perdón pero también a la responsabilidad como el pan nuestro de cada día a llevar en las alforjas en nuestra elipsis vital.

Hay que recuperar a la política de las manos torpes y perniciosas de la antipolítica. En dos sentidos; educando su práctica como un apostolado y cuidando su actuación en cada acto del desempeño de aquel que se reclama como político y no como politiquero, arribista, saltimbanqui, maromero y bazofia sinvergüenza.

Aristóteles nos enseñaba que la acción humana tiende al bien, es de su naturaleza y redescubrir para nosotros la virtud del político que puede equivocarse pero no corromperse es, un objetivo societario de urgente instrumentación. ¿Para que esperar el cataclismo, la catástrofe, Sodoma y Gomorra, si de nosotros mismos como nacionalidad depende la contrición y la enmienda?

Hemos militado en un pecado colectivo que nos trajo a la injusticia y a la antipolítica. La cosificación material y el relativismo moral. Nos frivolizamos, nos enamoramos de un liderazgo falaz y retórico pero insincero y operador de un movimiento que en su discurso, prometió la emancipación pero degradó al ser humano con su igualitarismo excluyente y segregacionista.

Pero tampoco basta ser escuálido para tener la razón y menos pretenderla como por antonomasia. Al contrario, recibíamos y no servíamos siempre al mejor encargo posible que nos demandó la nación, el de corregir el rumbo y retornarlo al deambular ético, consciente y responsable. No hemos cumplido con esa tarea, pero aún podemos y debemos hacerlo.

Juntos podemos recuperarnos. Hay que construir una ciudadanía y postular el servicio y la solidaridad con el prójimo, como cimiento elemental para la construcción de la sociedad que debe venir.

No más vacilaciones ni ingenuidades. Cero tolerancia con el corrupto y con el discurso anfibológico inclusive. Curemos adentro tanto como sabemos que hay que curar afuera. Superemos este trance como la familia que somos sabe que debe asistirse al extraviado tanto como conservar impoluto al virtuoso. ¡Hay que hacerlo!

Fuente:
Fotografía: Guillaume Horcajuelo (EFE), manifestación en Marsella, Francia.

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