La política de la descomposición
Luis Barragán
Todavía tenemos pendientes asir o aprehender el sentido, la intención, el leitmotiv o el hilo conductor de los (in) conscientes yerros políticos que definitivamente caracterizan a un sector de la oposición en su empeño de banalizar el mal. Quizá tratamos de un utilitarismo extremo que responde a la subyacente y prolongada tradición del rentismo o de la mentalidad rentista de origen prepetrolero, valga el dato; quizá la anomia negativa ha corroído la propia osamenta espiritual, apostando siempre por los caminos de fácil y rentable andar.
Las redes sociales reportan mensajes, incluyendo sendas entrevistas, destacando el pragmatismo supuestamente amoral que pasa por un realismo inspirado, pues, lo importante es correr la arruga, olvidar los errores, silenciar cualquier inquietud, fijado como objetivo estelar el de derrocar a la dictadura, realzado como una ciega tarea común. Implica la irresponsabilidad o impunidad por los fracasos, , la exoneración inmediata de los costos que acarrean, porque ya los diálogos de Santo Domingo u Oslo se suponen remotos, prescritos o caducos, sin posibilidad alguna de una rendición de cuentas para el debate y la rectificación, por muy parlamentario que sea el escenario natural de los actores.
Importa mantenerse en la palestra, coexistiendo deslealmente con la restante oposición como se pretende que ella lo haga con el régimen que le ha predestinado un cupo inaudito para el ornamento y la extorsión. Todo tiene un precio a pactar, porque no hay valores que defender, sino intereses a resguardar; la política es un compromiso excesivamente demodé, teniendo por tal la burda gestión de las circunstancias y el rédito personal que pueda dar; lo importante es estar y ¿para qué ser?, en un despliegue del oportunismo que luego hallará la consigna adecuada.
Necesario es echarle tierra encima al batiburrillo de la corrupción entre quienes juran combatirla, hurgando y acusando de cualquier cosa al denunciante, abriendo un solo surco para el triste reingreso de los diputados del llamado chavismo que fueron aplaudidos por propios y extraños en el hemiciclo; el de maniobrar insólitamente para unos comicios pactados tras bastidores, aunque violenten el Estatuto de la Transición; o el de ensayar un pretendido consenso por la vía de la extorsión que no es consenso, virtualizando la vida parlamentaria en un país de realidades que siguen su curso insobornable. Para ello, está el cinismo más descarado, el falaz argumento de una pérdida del parlamento que ya hasta su sede de trabajo no controla, ofreciendo espacios para que otros oportunistas, incluyendo aquellos que no tienen responsabilidades políticas inmediatas, verbalmente se inserten en el juego de un clientelismo digital capaz de materializarse con atrevidas incursiones en los laboratorios de guerra sucia, la candidatura a un rectorado del CNE o el contrato con este o el siguiente goberno, según esa concepción del azar histórico que cuenta con un venezolanismo harto expresivo: ¡lechazo!, o, toda una gesta, ¡lechazo histórico!
Al régimen sólo le interesa las sanciones impuestas y, por muy individuales y delictivos sean los protagonistas y sus motivos, otros dicen descubrir una vertiente para el entendimiento, con alivio de la represión que, a veces, dista de darles alcance: un movimiento para levantar esas sanciones, haya cupo expreso o tácito en el juego político. Lo indecible es susceptible de una legitimación en nombre de la supervivencia o de la burda supervivencia que apunta a la descomposición ética y a la teatralidad política que es hablar de la política de la descomposición: el período navideño contribuye a una urgida actualización de los principios y valores que nos inspiran, o al deplorable reconocimiento de una lógica implacable del sistema que nos recuerda a Groucho Marx: si no le gustan mis principios, tengo otros.
Fotografía: LB (AN, Caracas, 2019).
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