Luis Barragán
Cronistas e historiadores suelen resaltar los hechos ocurridos en el Congreso venezolano de 1848 con un saldo injustificable de muertos y heridos. Pocas veces reparamos, con las honrosas excepciones, que ese parlamento luego se arrodilló finalmente ante Monagas, por muchos años, en nombre de un realismo vergonzoso que la actual dictadura pretende también imponer cual alucinógeno político, en abierto y paradójico desafío a las realidades que siguen su curso.
La Asamblea Nacional ha protagonizado una etapa inédita en nuestra historia y, siendo un órgano legítimo del Poder Público, como ya es natural que los venezolanos lo prediquen, debe adoptar medidas ante el ataque feroz, sostenido y confabulado del poder establecido. Consabido, el rebanamiento’ y el cierre drástico, como definitivo, peligrando la propia integridad personal de sus miembros, obliga y obligará a adoptar medidas extraordinarias para la supervivencia de la institución misma y, una de ellas, se ha dicho, consiste en la virtualización parcial o total de su funcionamiento.
A título personal, pues, la Fracción Parlamentaria del 16 de Julio, a la que pertenecemos, no ha asumido una postura concluyente en la materia, aunque ha hecho algunas consideraciones, sostenemos que es posible y también necesario emplear el medio digital para facilitar el trabajo, mas no sustituirlo. Sobre todo, porque el uso de la herramienta, exclusivo o no, aún tratándose de una conexión satelital, depende del manejo, sabotaje o manipulación de las autoridades usurpadoras en el campo de las telecomunicaciones: Conatel fungiría, sobrevenidamente, como la instancia legislativa por excelencia.
Ya no recordamos si fue Paul Virilio, Javier Echeverría o Manuel Castells, clásicos en la materia, quien nos obsequió toda una obviedad con tropiezos para evidenciarse: los medios informáticos constituyen una prótesis para sus usuarios. Y el parlamento debe entenderlo y asumirlo así, pues, la intervención a distancia del diputado tan injustamente aventado del país, en una plenaria que abra un punto del Orden del Día para la teleparticipación, o deje constancia de su opinión en la comisión a la que está adscrito, luce harto diferente a la votación que contribuya a una decisión de la corporación, inexorablemente presencial.
Salvando las distancias, a propósito de una intervención que recientemente hicimos a cámara plena, aceptamos y estimulamos el empleo de los medios digitales en las universidades, pero no pueden jamás reemplazar la presencia de docentes y estudiantes en ellas, por adversas que sean las condiciones. Éstas, justamente, merecen el inevitable y activo combate cívico de los integrantes de la comunidad universitaria para cambiarlas.
El problema de fondo, respecto a la Asamblea Nacional, no es el de su arquitectura electrónica. Por encima de los medios, está el de su naturaleza y eficacia política.
De un lado, nos referimos a la continuidad de sus labores, a pesar de las circunstancias y, por ello, propusimos la celebración de sendas sesiones extraordinarias. Sabemos de las inmensas dificultades, pero el país urge de un esfuerzo aún más mayor de la representación popular.
Y, del otro, aludimos a la conducción política en medio de las tempestades. Convengamos que, en casos de extrema gravedad, imposibilitado el cuerpo para sesionar, la Comisión Delegada requiere de un complemento que la ayude a sincerar su rol decisor en el terreno político y estratégico, con la presencia de los coordinadores o jefes de todas y cada una de las fracciones legítimamente constituidas, soslayado interesadamente por el Constituyente de 1999, como no se le ocurrió al de 1961.
Por cierto, en la amable entrevista que Enrique Meléndez nos hiciera para Noticiero Digital, pocos días atrás, mencionamos la existencia de un proyecto de reforma puntual del Reglamento interior y de Debates de la Asamblea Nacional, suscrito por el abogado Sergio Urdaneta. Luce interesante el esfuerzo de precisión en torno a la crisis política y sus características, que refuerzan la idea y el propósito de garantizar la conducción y orientación deseada de un parlamento en franco peligro, capaz de sobrevivir a las peores embestidas del régimen, por un camino distinto al que terminó sustentando a Monagas 171 años atrás.
El problema es político y estratégico, mucho más allá de herramientas tecnológicas de las que se dispongan o digan disponer. De concepción, disposición e implementación, antes que de escena y quizá oropel, porque – no nos cansamos de predicar – el parlamento, hoy, es un dispositivo para el consenso y la transición.
Otra nota distintiva, el parlamento de 2019, cuenta con la confianza y el respaldo inequívoco del pueblo venezolano y de la comunidad internacional que agiganta el compromiso de sus miembros. Nada semejante ocurrió con el de 1848, llevando a González Guinán, Díaz Sánchez o Chío Zubillaga a la ironía o al juicio crítico del liderazgo de entonces.
19/08/2019:
Ilustración: Ramón Chirinos.
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