miércoles, 11 de diciembre de 2019

TUITEROLANDÉS

Del infopopulismo galopante
Luis Barragán

A mediados de los años ’90, contribuyendo a la creación de una sala parlamentaria de cibermedios, precursora del empleo de las nuevas tecnologías en el campo político venezolano, advertimos las posibilidades que se abrían para el ejercicio de la demagogia digital. Bastaba la orquestación de una campaña tan inherente a la antipolítica, prolongando la ilusión virtual al mundo real, para dislocar la legitimidad de las herramientas que ya comenzaban a probar su eficacia con el artillero diluido de la moral de guerra.

Recientemente, Chávez Frías ha dado cuenta de sus incursiones twitterolandesas con una mezcla de ociosa vanidad y amargura burocrática, pues - él – tiene por empeño mostrar todos sus afanes de actualización tecnológica, mientras – ellos – deben apresurarse a cumplir con un castigo adicional en las tareas cotidianas que los consagran como colaboradores inmediatos de la voluntad presidencial.

Presumiendo la buena voluntad del operador y cuando el azar lo lleva a atender un mensaje y un remitente determinados, porque se supone de apretada agenda de actividades y reflexiones, esbozó el mecanismo básico: llama (¿o twittea?) al asistente más cercano, le impone de la solicitud que se le hace y de la urgente como privilegiada canalización del pedido, aunque poco sabemos del seguimiento personal que pueda hacer en el amplísimo abanico de favores que procesa el palacio. E, incluso, nos preguntamos si se deja constancia de la orden correspondiente, ya que – de recordarlo en esa rifa psicológica de sospecha y temor hacia los más cercanos – servirá para regañar y hasta destituir al funcionario incumplidor de las instrucciones.

Suponemos que, en el marco de las iniciativas telemáticas de Miraflores, la del twitteo debe contar con el aval de un inmenso aparato de inteligencia y contrainteligencia que la proteja, acaso con el único objetivo de apuntalarlo como el más insigne y admirado telegrafista del planeta, porque el medio obviamente exhibe muy serias e infranqueables limitaciones para el ejercicio real de gobierno, así los ministros, viceministros, embajadores, cónsules, jefes de guarniciones y cuarteles o líderes del monopartidismo, empeñen sus mejores esfuerzos no sólo por twittear en un aparatico de igual marca y semejante modelo al del barinés, sino – el otro bingo abierto por el Estado – para gozar de una coincidencia con el mandatario que pudiera ser infeliz debido a un chequeo a deshora o a otras de las inverosímiles circunstancias que lo hace propietario absoluto del destino político de sus más íntimos seguidores.

Convengamos que es una fiebre más del momento, propicia para la consabida autopromoción, generadora de un imposible dispositivo virtual que pueda alcanzar los más recónditos rincones de la realidad que sigue su curso insobornable. Empero, llamemos la atención sobre el modelo subyacente, pues, tratando de recibir respuesta del propio Hugo en una red a la que frecuentemente acceden los sectores medios (¿no lanzaran otro “vergatario” con twitteo directo?), el magno sorteo de los favores presidenciales es similar a la ruitina que hubo de abandonar cuando inició sus programas radiotelevisivos: quien telefónicamente acertaba con su llamada, podía pedirle algo al propio jefe de Estado, públicamente, aunque después no se sabía de la efectividad de un regalo que – antes, como ahora – lo dice parte de la política social.

“Misión Chávez Candanga”, así la denomina como una hazaña bautismal después de la febril meditación devoradora de varias madrugadas. Ella sabrá de una descandangadización producto del que se ve a sí mismo, en recias odas elementales, como un candanga en el país que no tardará en candangadizarlo.

10/05/2010:

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