Luis Barragán
Puede aseverarse, la ciudad venezolana no se entiende sin los kioscos que la trenzan. Legales o no, apoderándose de toda acera sobreviviente, las viejas estructuras de hojalata se convirtieron en pequeñas, como muy numerosas, fortalezas de acero resistentes al constante asedio del hampa y al impacto de cualesquiera vehículos automotores.
La multiplicación no sólo ha dependido del interés directo o la indiferencia militante de las autoridades, sino de la audacia de quienes apuestan por un lugar de trabajo y, así, recordamos, cómo los constructores de un centro comercial tuvieron que negociar con los propietarios de cinco kioscos adheridos a la pared del antiguo terreno y, concluido el imponente inmueble, diseñar y construirles, disponiendo del espacio público, cinco vistosas y consecutivas unidades al frente de la entrada principal que, obviamente, obstaculizan el tránsito peatonal. Faltando poco, entre la fachada del centro comercial y los kioscos, se estableció un informal estacionamiento y cuidado de motocicletas, atendidos por sus propios “dueños”.
El típico kiosco del barril petrolero a $ 100 dólares, gozó de aire acondicionado, televisión por suscripción y puertas abiertas capaces de exhibir las más variadas y contrastantes mercancías. Fueron poderosas quincallas que vendieron, por pretexto o tradición, periódicos y revistas, pero el rubro más importante fue el de las golosinas y, caso que ameritaba de dispositivos de seguridad, cupones de lotería. No obstante, estas taguaras obesas de productos, con publicidad exterior, no tardaron en decaer.
La debacle ha hecho del kiosco un fantasma del implacable oxido que lo carcome y, cuando no es abandonado, gracias a un traspaso, venta o alquiler, teniendo la fortuna de disponer de un encarecido aparato de transferencia electrónica, unos días ofrece cigarrillos y tortas caseras, otros oferta un conglomerado de vegetales, como bien puede comerciar con ropa usada, detergentes o empanadas, aunque no disponga de servicio directo de agua. La misma quincalla en consecutiva transformación, no guarda correspondencia con el antiguo kiosco decembrino repleto de papel, bolsas y lazos de regalos para toda la emergencia que la fecha impusiera.
Digamos, la ciudad venezolana es una suerte de kiosco de kioscos. Capaces de radiografiar sus ruindades, hay quienes miran a los fantasmas con un dejo de nostalgia petrolera en el período navideño.
Fotografía: Una Samplabera en Caracas / Facebook, calle Negrín de Sabana Grande (Caracas, 2011).
24/12/2019:
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