Del Estado Urinario
Luis Barragán
Desagradable a la vez que inevitable referencia: faltando el monte, no hay rincón citadino que no desprenda el hedor. Ya es un hecho universal que, en la Venezuela de los días que cursan, cualquiera puede verse obligado a una meada de emergencia.
Faltan los sanitarios públicos a los que está comprometido el Estado, pues, no por casualidad, tradicionalmente, el Código Penal castiga como falta la descarga de un repentino tormento fisiológico, bajo la mirada de todos. E, incluso, la falta puede convertirse en un delito de lascivia de acuerdo a los espectadores, aunque – tipificado o no – la autoridad encontrará ocasión para sancionar la flagrancia a la espera del correspondiente soborno de su víctima.
Los pocos baños disponibles en los edificios gubernamentales u otros despachos afines, están destinados a su personal, por masivo que sea el servicio dispensado, ya que resultan insuficientes los recursos para mantenerlos. En los viejos inmuebles que los dispusieron abiertamente, en los mercados municipales, gasolineras, terminales de pasajeros, u otras dependencias, tampoco hay mayores posibilidades para accederlos, por la aguda crisis de mantenimiento, deterioradas hasta el hastío las instalaciones. E, incluso, los hay también “invadidos” o “privatizados”, operándolos hasta familias que cobran por el muy mínimo orden que dicen garantizar, empleando cantidades ridículas de líquidos desinfectantes de dudosa calidad que convierte en un atrevimiento, sobre todo para las mujeres y los niños, asomar sus intimidades en el país que no tiene los más elementales medicamentos.
Es el Estado, en su más amplia acepción, por la omisión que traduce su mejor acción, el que ha consagrado una lamentable situación urinaria que sólo formalmente desconoce, pretendiendo trasladar sus responsabilidades a la sociedad. No hay centro comercial, clínica o restaurante que no sea requerido por personas extrañas que, incluso, tratan de ducharse, forzados a negarlos por los elevados costos de mantenimientos, por lo que queda la calle y sus recovecos, como el ineludible pedestal para el desahogo esbozando apenas la callada emergencia sanitaria que explica a la Venezuela bajo una dictadura que le importa un bledo la suerte de sus habitantes.
Devenida costumbre, la pérdida es la de la propia intimidad de nuestros más radicales actos humanos y ya no es cuestión de modales y de estética, sino de higiene. El sanitario es una conquista de la modernidad que estamos perdiendo en el presente siglo, por no citar las amplísimas dificultades que confrontamos en el ámbito doméstico, porque cada vez se hace más difícil reponer los equipos sanitarios y adquirir los productos de limpieza, en medio de la insólita escasez de agua que deja abierto los caminos para toda suerte de insectos y roedores que tienen las antiguas tuberías por una cómoda residencia.
Reproducción: Claes Oldenburg, pieza. Reportaje: Bohemia, Caracas, nr. 405 del 28/12 al 03/01/1971.
Fotografía: LB, Foro Libertador (Caracas, 08/11/2019).
Post-data LB: La pieza sanitaria de Oldenburg, no es fácil conseguirla en las redes. El sólo reportaje aparecido en un magazine caraqueño, casi medio siglo atrás, revela interés y curiosidad por obras que, ahora, por mucha conectividad que haya, no parece tene equivalentes. Por lo demás, desagradable fotografía, ejemplifica muy bien el frecuente uso de los sanitarios de las entidades públicas. Fue una limpia y quizá artística defecación en el baño cercano a la Hemeroteca Nacional. Hemos visto cosas peores. No imaginará el defecador la circulación de la gráfica. No obstante, reiteramos la preocupación por la sitación sanitaria del país y quizá la pérdida de hábitos de - digamos - moral pública.
Posiblemente, pueda decirse que a nuestras ruidades actuales falta arte. Y arte para la comprensión del estdio al que hemos retrocedido.
18/12/2019:https://www.caraotadigital.net/opinion-1/del-estado-urinario
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