viernes, 20 de diciembre de 2019

BIOGRAFÍA DEL VISTAZO ESCRUTADOR

Historia de la Lectura. Debate en torno a su definición
History of Reading. A discussion about its definition
Alejandro E. Parada
Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas-INIBI, Argentina / aparada@filo.uba.ar

Resumen
El presente texto trata sobre el tema de la Historia de la Lectura y su posible definición, tanto preliminar y como provisional. A lo largo del trabajo se realizan una serie de aproximaciones sucesivas a su definición. Por otra parte, se estudian varios aspectos teóricos de esta disciplina.
Palabras clave: Historia de la Lectura; Definición; Aspectos teóricos
Abstract
The present text focuses on the topic of History of Reading and its possible definition. Throughout the work successive approximations are made towards its definition. On the other hand, several theoretical aspects of this discipline are studied.
Keywords: History of Reading; Definition; Theoretical aspects

Definir una disciplina siempre resulta, en líneas generales, una tarea compleja, limitada y, por extensión, insuficiente. Una labor, en gran medida, destinada al fracaso. Como todo campo dentro de las Humanidades y Ciencias Sociales, la Historia de la Lectura, por supuesto, no constituye una excepción en cuanto a su clara enunciación. No obstante, actualmente hay un interés creciente por comprender los entrecruzamientos entre el libro, la edición, sus materialidades y, en particular, la lectura como historia y sus peculiaridades teóricas (Finkelstein y McCleery, 2014).

Dentro de este marco, la primera delimitación de índole general que es posible abordar se centra en la pregunta siguiente: ¿cuál es el segmento de las Humanidades y Ciencias Sociales que incluye a la Historia de la Lectura? Sin embargo, es factible sostener que la Historia de la Lectura tiene su origen en la Historia Cultural y, aún con más certidumbre, en la Nueva Historia Cultural.

Podríamos especificar, en un segundo momento, que este campo se distingue de la Historia Cultural tradicional porque incorpora el ámbito de lo cualitativo y la ambivalencia de la interpretación multidisciplinar. Más que preocuparse por un programa teórico al cual ceñirse, la Nueva Historia Cultural y, en particular, la Historia de la Lectura, intenta dilucidar, entre otras vertientes, las representaciones y las prácticas culturales de los hombres en la sociedad (Hunt, 1989; Chartier, 1993; Chartier, 1999).

En un tercer momento, inequívocamente, se manifiesta otra interrogante: ¿qué se entiende o pretende decir con los vocablos representaciones y prácticas en un contexto cualitativo y signado por la ambivalencia? Uno de sus principales referentes en la denominación de estos conceptos es Roger Chartier, quien sostiene: “… la historia de la lectura se ha esforzado por restituir las formas contrastadas con que los lectores diferentes aprehendían, manejaban y se apropiaban de los textos puestos en libro” (1994a: 33).

De modo que las diferentes formas de capturar el universo textual por los lectores motivan un conjunto de experiencias no menos reales que la realidad misma (imágenes, usos, modos diversos de apropiación según la época, etc.), que también forman parte de aquello que denominamos cultura. La lectura se instituye así como “un volver a presentar” (re-presentar) el discurso que ha establecido el autor desde otro ángulo, desde la mirada personal y social del lector. Estamos hablando de las representaciones y de las prácticas de los lectores como “hacedores o constructores” del texto.

Pero estos conceptos todavía resultan incompletos. La Historia la Lectura, siguiendo con cierta libertad lo que señala Marc Bloch (1952) para abordar aquello que él entiende por Historia, es un estudio de los actos de leer de las personas en el tiempo histórico y, por lo tanto, están diversificados por la duración y los fenómenos sociales, políticos y económicos de cada época. La Historia de la Lectura no es, en consecuencia, una unicidad expositiva; por el contrario, hay tantas historias de la lectura como modos de leer se plasmaron en el tiempo histórico. Otra de sus características, pues, es la multiplicidad y la pluralidad de las voces en el tiempo de los “lectores epocales”.

Pero la situación aún se torna más difícil. Surge un nuevo problema: la ambivalencia de la lectura. No existe, en realidad, una sola Historia de la Lectura, sino tantas historias como lectores han leído. Si el ámbito del lector está pautado por sus usos, prácticas y apropiaciones, tanto de índole personal como grupal, dentro de un puro contexto de representaciones, entonces la Historia de la Lectura tiende a ser un puro ejercicio, como hemos visto, de facultades que se afincan en “lo interpretativo”.

Recapitulemos lo expresado hasta el momento. La Historia de la Lectura es un área de la Nueva Historia Cultural que tiene por objeto de estudio a las diferentes representaciones y prácticas de los lectores para apoderarse de los contenidos de los textos.

Para otros autores, como el caso de Robert Darnton, los conceptos de representación y de práctica no son suficientemente claros y precisos. Su principal aporte en esta temática se centra en analizar lo que él denomina “las respuestas de los lectores” ante el hecho trascendente de leer. Para ello no solo diseña la reconstrucción de los distintos circuitos del libro (autores, editores, lectores, libreros, distribuidores, etc.) sino que, además, formula varias preguntas sobre el fenómeno social de la lectura; principalmente, entre otras, dos interrogantes de características fundamentales: los cómos y los porqués se lee (Darnton, 1993). La Historia de la Lectura debe, pues, dar respuesta a estas dos cuestiones imprescindibles. Aunque en varias ocasiones se ha señalado su tendencia hacia una antropología histórica influido por Clifford Geertz (1990) (Hourcade, et al., 1995).

Por lo tanto, la Historia de la Lectura no solo se circunscribe a una geografía de representaciones y prácticas. Si hiciéramos esta reducción, la empobreceríamos, ya que de hecho también busca las respuestas de los lectores en el momento de ejercer el acto de leer.

Otro ejemplo de cómo la Historia de la Lectura se interrelaciona no solo con distintas disciplinas sino, además, con diferentes enfoques y procedimientos que incursionan más allá de las representaciones, prácticas y respuestas de los lectores, son las contribuciones de Armando Petrucci (1999, 2003 y 2013). Este investigador realizó una reconfiguración de la Paleografía y demostró, al centrarse en pautas sociológicas, que tanto la escritura como la capacidad de leer se han dirimido en instancias de poder, de dominio de ciertos sectores privilegiados sobre otros desclasados y en la esfera de las luchas políticas e ideológicas.

Resulta, entonces, que la Historia de la Lectura, nuevamente, tiene mucho que decir sobre las realidades políticas y coyunturales del pasado; por ende, no se encuentra circunscripta, en forma unilateral, tal como ya hemos comentado, al campo de la conceptuación cognitiva y a las imágenes producidas por la representación.

Hace no muchos años un importante bibliógrafo, Donald F. McKenzie (2005), presentó una nueva línea de investigación aún no tenida en cuenta dentro de la Bibliografía Material. Su novedoso aporte señalaba, en líneas generales, que los editores –y no solo los autores– construían y gestaban a los lectores. Es decir, que las decisiones del editor (composición de la página, elección e imposición de los caracteres tipográficos, supresión y alteraciones en los textos, etc.) implicaban una intervención y, especialmente, una nueva articulación discursiva que influía en las formas y usos de los lectores.

De modo tal, que nuestro primer intento de definir la Historia de la Lectura resulta insuficiente. Recapitulemos aquello que nos habíamos planteado en un primer momento: la Historia de la Lectura es un área de la Nueva Historia Cultural que tiene por objeto de estudio las diferentes representaciones y prácticas de los lectores para apoderarse de los contenidos de los textos. A este intento, genérico y limitado de circunscribir nuestro tema de análisis, deberíamos agregar que dicho campo estudia, además, las distintas modalidades del ejercicio de la lectura de los hombres en el transcurrir del tiempo, con el objetivo de observar e interpretar las repuestas de los lectores ante ese fenómeno inefable y ambiguo que rodea al acto de leer, en un marco fuertemente caracterizado por la presencia de interpretaciones antropológicas, sociológicas, políticas y de decisión editorial.

Nuestro asunto, pues, no es un tema menor ni ocioso. Detrás de las huellas que estamos siguiendo aparecen nuevas figuras en este vasto y feraz paisaje. Una de ellas ha tomado en los últimos tiempos gran notoriedad: los cambios en las materialidades de los textos. Este tópico resulta de índole central para la Historia de la Lectura.

Por otra parte, la lectura se encuentra íntimamente relacionada con la capacidad y el dominio de poder escribir. Por lo tanto, no puede llevarse a cabo una Historia de la Lectura sin su interrelación con la Historia de la Escritura. Nuevamente, tal como acontece con la Historia de la Edición, la Historia de la Escritura está íntimamente imbricada con lectura.

Al haber tantas direcciones temáticas y, ante la presencia de un conjunto de protagonistas en este nuevo relato que plantea la Historia de la Lectura, muchos académicos se plantearon cuál era el rol del autor como figura insustituible en la creación de una obra. Esta pregunta, entre muchos, se la han planteado Michel Foucault (2010), Roland Barthes (1987) y el propio Chartier (1994b). Y aquí nos volvemos a encontrar con otra encrucijada nuclear del universo de la lectura. En cierta medida, la Historia de la Lectura, sin cuestionar el papel prominente del autor, lo pone entre paréntesis para así permitir una comprensión enriquecedora de aquello que subyace en “la creación de un libro”.

Una obra impresa es, entonces, una elaboración multiforme y colectiva, donde participan una gran variedad de elementos de difícil encuadramiento: autores, editores, lectores, materialidades, discursos lingüísticos, distribuidores, diseñadores, etc. El libro no se encuentra en una dimensión aislada y no puede definirse exclusivamente desde lo individual. La Historia de la Lectura es una elaboración orquestal. Lo polimórfico de sus actores caracteriza y subyace en el centro mismo de su ontología discursiva y corporal. Hablamos de libros signados por la alteridad de “las construcciones múltiples”.

Requerimos, pues, de otra recapitulación. El concepto que reúne dichas características heterogéneas es quizás el siguiente: la Historia de la Cultura Escrita. En realidad, la Historia de la Lectura constituye una manifestación de la civilización escrita dentro de la Nueva Historia Cultural. Todo esto nos lleva a formular varias preguntas fundamentales: ¿es la Historia de la Lectura una disciplina?, ¿cuál es, en definitiva, su objeto de estudio dado su imperativo multidisciplinar?, ¿posee una terminología propia?, ¿se fundamenta en un corpus teórico?, etc.

No obstante, aún no hemos comentado todo el potencial que encierra y, a la vez, devela la Historia de la Lectura. No es justificable abandonar el nodo central de ese rizoma coral que eclosiona en el acto de leer: estudiar cómo la lectura ha influido en la vida de los hombres, tanto en sus acciones y pensamientos, como en sus imágenes individuales o sociales.

Pero para ello debemos entrar en un territorio prácticamente inexplorado, en el universo desmesurado de las sensibilidades lectoras. Esa finalidad casi última (no hay firmamentos postreros en los lectores) que deben buscar los que se acercan a estos estudios al intentar desentrañar las emociones que esconden las palabras al ser interpretadas. Al final del camino siempre estuvo implícito este enigma: ¿cuáles son, entonces, las pasiones lectoras? ¿Sensibilidades de placer (eros), de deseo, de génesis social y política, de estética vivencial, de género, etc.? (Batticuore, 2017; Freire, 1984; Littau, 2008; Manguel, 1999; Proust, 2002; Sarlo, 2000; Zanetti, 2002). O acaso esas sensibilidades lectoras encubran otros hallazgos inesperados donde los modos de leer mudan sus procederes y se afincan en otras prácticas, tal como aconteció en el pasaje de la “lectura monástica” a la “lectura escolástica” (Illich, 2002), en un apasionante símil que recuerda la travesía de “cultura impresa” a los aspectos sensoriales de la “cultura virtual”.

La Historia de la Lectura debe brindar, en este contexto, diferentes interpretaciones a ese dilema, ya que en esta materia, por lo que hemos visto, no existe la unicidad como resolución final. La búsqueda de la emotividad que despertaron los libros en sus lectores y cómo operaron en sus acciones es uno de los temas más significativos e impostergables.

Recapitulemos, entonces. Cuando intentamos (hablamos ahora solo de un intento) decir e identificar ¿qué es la Historia de la Lectura?, estamos inmersos en un área genérica propia de la Nueva Historia Cultural y, en forma particular, dentro de un campo de la Historia de la Cultura Escrita que denominamos, en modo singular, Historia de la Lectura, cuyos objetivos se centran en estudiar las representaciones, prácticas, usos, apropiaciones y respuestas que hacen los lectores de los textos en el tiempo y que ocasionan cambios en sus modos de pensar y accionar en el mundo (real o imaginario, poco importa).

No nos encontramos, por lo tanto, ante el umbral de una disciplina menor y pusilánime o acaso algo antojadiza. El leer ha modificado e influido en el curso de la Historia. No en vano, Finkelstein y McCleery, cierran su trabajo de introducción teórica con una pregunta inaugural; una interrogante con ecos darntonianos: “¿En qué medida las diversas teorías sobre la historia del libro ayudan a explicar el modo en que los libros pueden actuar como una fuerza para el cambio?” (2014: 61).

El significado de estas palabras es estimulante y venturoso: la lectura más humilde y anodina puede desatar una tormenta de hechos y pasiones que conmuevan a sólidos sistemas económicos y sociedades enteras, tal como ha ocurrido muchas veces y seguirá aconteciendo.

Este texto se presentó, en una primera versión, en las I Jornadas de Jóvenes Investigadores en Historia de la Cultura Escrita (INIBI–FFyL–UBA, el jueves 1 de junio de 2017), dentro del marco de la conmemoración de los 50º años del INIBI – 1967-2017. Forma parte del PRIG “La cultura impresa en los avisos publicitarios de la prensa gráfica en la Argentina durante el siglo XX. Alcances y proyecciones” [Convocatoria 2015-2017– Resolución CD 2830/16], radicado en el Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas – INIBI.

Referencias bibliográficas
1.Barthes, Roland. La muerte de un autor. En El susurro del lenguaje. Barcelona: Paidós, 1987.
2. Batticuore, Graciela. 2017. Lectoras del siglo XIX. Imaginarios y prácticas en la Argentina. Buenos Aires: Ampersand. (Scripta Manent).
3. Bloch, Marc. 1952 [1949]. Introducción a la Historia. México-Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
4. Chartier, Roger, dir. 1993. Prácticas de la lectura. La Paz: Plural Editores.
5. Chartier, Roger. 1994a. Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna. Madrid: Alianza.
6. Chartier, Roger. 1994b. ¿Qué es un autor? En Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna. Madrid: Alianza. p. 58-89.
7. Chartier, Roger. 1999. El mundo como representación. Barcelona: Gedisa.
8. Darnton, Robert. 1993. “Historia de la lectura”, en Burke, Peter, ed... [et. al.]. Formas de hacer Historia. Madrid: Alianza. p. 177-208.
9. Finkelstein, David y Alistair McCleery. 2014. Aproximaciones teóricas a la historia del libro. En Una introducción a la historia del libro. Buenos Aires: Paidós.
10. Foucault, Michel. 2010. ¿Qué es un autor? Buenos Aires: El Cuenco de Plata; Córdoba: Ediciones Literarias.
11. Freire, Paulo. 1984. La importancia de leer y el proceso de liberación. México: Siglo XXI Editores.
12. Geertz, Clifford. 1990. La interpretación de las culturas. Barcelona: Gedisa.
13. Hourcade, Eduardo; Cristina Godoy y Horacio Botalla. 1995. Luz y contraluz de una historia antropológica. Buenos Aires: Biblos.
14. Illich, Iván. 2002. En el viñedo del texto. Etología de la lectura: un comentario al “Didascalicon” de Hugo de San Víctor. México: Fondo de Cultura Económica.
15. Hunt, Lynn Avery, ed. 1989. The New Cultural History. Berkeley, California: University of California Press.
16. Littau, Karin. 2008. Teorías de la lectura: libros, cuerpos y bibliomanía. Buenos Aires: Manantial.
17. Manguel, Alberto. 1999. Una historia de la lectura. Bogotá: Norma.
18. McKenzie, Donald. F. 2005. Bibliografía y sociología de los textos. Madrid: Akal
19. Petrucci, Armando. 1999. Alfabetismo, escritura, sociedad. Barcelona: Gedisa.
20. Petrucci, Armando. 2003. La ciencia de la escritura: primera lección de Paleografía. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
21. Petrucci, Armando. 2013. La escritura: ideología y representación. Buenos Aires: Ampersand.
22. Proust, Marcel. 2002. Sobre la lectura. Valencia: Pre-Textos.
23. Sarlo, Beatriz. 2000 [1985]. El imperio de los sentimientos: narraciones de circulación periódica en la Argentina (1917-1927). Buenos Aires: Norma.
24. Zanetti, Susana. 2002. La dorada garra de la lectura: lectoras y lectores de novela en América Latina. Rosario: Viterbo.

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