sábado, 19 de junio de 2010

Para el desarchivo: Moleiro y Bravo


EL UNIVERSAL,Caracas, lunes 02 de marzo, 1998
Necesidad de una izquierda contemporánea
Moisés Moleiro

TRINO Alcides Díaz, rector de la UCV y compañero y amigo tanto en
los momentos aproximadamente gratos como en otros, amargos y
difíciles, ha sido interrogado sobre el problema de la matrícula
universitaria. Concretamente le han pedido su opinión sobre un
hecho de inocultable relieve. Si el 70% _o más_ de los que
ingresan a la universidad proceden de colegios privados, en
algunos de los cuales la matrícula asciende a cien mil bolívares
(Bs. 100.000) mensuales, ¿no sería justo y equitativo que pagaran
en la UCV?, con lo cual se incrementaría el presupuesto general de
la misma, se podrían ampliar actividades en beneficio de quienes
carecen de recursos y se contribuiría a la solución del crónico
dilema del déficit.

Trino, admitiendo el porcentaje (70%) aquí enunciado, contesta que
los empresarios venezolanos llegarán este año a una evasión de
impuestos cercana a 2.5 billones de bolívares, lo cual es cierto.
Y, aparte de cierto, revela una conducta delicuencial, que debería
ser penada, cesando la impunidad bochornosa en materia tan
importante. Es absolutamente inmoral que mientras las grandes
mayorías son sometidas a privaciones, un reducidísimo sector pueda
no sólo amasar ganancias descomunales, sino maximizarlas violando
las leyes.

Lo singular está en que _siendo verdad_ Trino Alcides no contesta
la pregunta que se le ha hecho. Ausencia de respuesta que se hace
más significativa cuando admite el porcentaje mencionado.

Esto nos lleva a una reflexión sobre el desconcierto reinante en
la izquierda, a raíz de la famosa 'Caída del Muro' y hechos
subsiguientes, que abrieron paso a confusiones y pérdidas de
rumbo. Una cosa es oponerse a desarrollos cada vez más inhumanos,
que están arrasando el planeta, y otra hacer como que si tales
desarrollos no existen, aboliendo los hechos reales y sustituyendo
su molesta presencia por lo que se desea que ocurra. Es verdad,
por ejemplo, que el mundo está trasnacionalizado y globalizado. Y
que lo está por fuerzas que rebasan, con mucho, las posibilidades
del Estado venezolano si decidiera enfrentarlas. Lo que aconseja
una política que eluda el choque frontal, pero destinada a reducir
al mínimo las privaciones y carencias a que se ve sometida la
determinante mayoría de los venezolanos.

Es cierto que en ningún país subdesarrollado o atrasado (como
quiera llamársele) el supuesto neo-liberal se ha dado. Quizás haya
la excepción de Chile, que sin embargo ha visto ampliarse el
abismo entre ricos y pobres y fue sometida su población a un
verdadero martirio de varios años. El cuento de que el Estado lo
privatice todo y que ello activará el mercado creando la
abundancia tiene en Venezuela impedimentos serios, muy serios.
Desde el carácter timorato de nuestros empresarios, reacios a
invertir e incluso a traer los inmensos capitales colocados en el
exterior, hasta el carácter ineficaz y excesivamente costoso de la
Administración Pública.

Pero no lo es menos que la globalización existe y no es posible
colocarse de espaldas a ella. Conviene proceder entonces con
tiento, haciendo aquello que resulta inevitable y tiene beneficios
tangibles. Privatizar empresas que dan pérdidas, ya que
constituyen una ruina. Algo decisivo _con participación de la
sociedad como un todo_ en los llamados 'planes sociales' y otras
cuestiones que serían materia donde cortar. Pero así como los
supuestos neo-liberales no son certeros, sí lo es que el país
necesita salir de la crisis en que lo sumieron cuarenta años de
populismo y despilfarro. De 'correr la arruga' para no enfrentar
responsabilidades.

No es exacto que el mundo tal y como está en estos momentos
encierre una norma-panacea. Pero tampoco lo es hacer como que si
estas cuestiones no existen, colocándose de espaldas a los
procesos reales.

Una fuerza de izquierda, crítica, empeñada en lograr objetivos
serios, tiene que partir de la contemporaneidad que la rodea. De
los hechos que existen independientemente de su voluntad. A este
respecto resulta casi modélico un artículo reciente donde
Rigoberto Lanz explora las maneras de negar o criticar el
post-modernismo desde él. Y no aferrándose a un pasado ya muerto.

EL UNIVERSAL, Caracas, miércoles 25 de febrero, 1998
El insólito caso de Douglas Bravo
Alirio Pérez

Revisando la enciclopedia Salvat diccionario, en el aparte
correspondiente a la historia de Venezuela, en un resumen de una
página, aparecen los protagonistas de los principales
acontecimientos ocurridos en nuestro país. De ese puñado de
hombres que son mencionados en tan difundido libro de consulta, se
encuentra Douglas Bravo.

Cuando escucho el nombre de Douglas Bravo, suelo evocar un cuento
infantil que expresa el carácter infinitamente repetitivo y
perseverante que puede existir en un ser humano, convirtiéndolo en
un fenómeno psicológico digno de gran interés. Había un hombre muy
porfiado que solía hacer cosas que los demás le decían que no
hiciese. Le encantaba mantenerse apegado a lo que decía y a lo que
hacía. Un día alguien le comentó al hombre porfiado que había un
señor a quien lo apodaban 'tijereta', el cual había amenazado con
agredir al próximo que lo llamase con tan singular apodo. De esta
forma le advertían al hombre porfiado que si se le ocurría llamar
'tijereta' al señor, se las vería negras. El porfiado fue
directamente donde se encontraba el que apodaban 'tijereta', y sin
mediar palabras le dijo directamente a la cara: 'tijereta', a lo
que el hombre respondió dándole una bestial paliza. ¿Cómo me
llamaste?, le preguntó después de haberlo tumbado al piso.
'Tijereta', dijo el porfiado, a lo que el hombre contestó dándole
otra paliza, pero con un garrote. ¿Cómo me llamaste?, le volvió a
preguntar. 'Tijereta', respondió con dificultad el porfiado. De la
rabia, el hombre agarró un cuchillo, le cortó la lengua y le
preguntó: ahora dime, ¿cómo me llamaste? El porfiado alzó la mano
y movilizaba los dedos índice y medio, haciendo como si se tratase
de una tijera. Tan porfiado era.

A final de los ochenta, Douglas Bravo anduvo por Mérida dando
charlas a los estudiantes universitarios. Yo asistí a una de esas
reuniones en las que el famoso líder guerrillero hacía un llamado
colectivo a saquear. Decía que el saqueo, en los ochenta, era el
equivalente a la lucha armada de los sesenta. Saqueen, saqueen,
pregonaba, mientras los estudiantes aplaudían sus intervenciones.
Pedí la palabra y le pregunté al personaje de algunas historias de
mi infancia cuál era el sustento ideológico de aquello que él
predicaba, en un tiempo en el que las ideologías estaban en franca
decadencia, y el mundo sufría grandes transformaciones políticas.
La pregunta no fue vista con simpatía por muchos de los
asistentes. Douglas Bravo fue sincero. Explicó que estaba
consciente del estrepitoso fracaso de la forma como venían
sucediendo los acontecimientos y de la necesidad de perseguir los
valores que nos identifican realmente como venezolanos para
asirnos a algún tipo de elemento ideológico. Incluso sugirió
públicamente la lectura del libro de Arturo Uslar Pietri, Godos,
insurgentes y visionarios. El porfiado héroe que aparece en la
enciclopedia Salvat se mostraba ante mí como un guerrero sin
causa, pero sin poder dejar de ser un guerrero. Más aún era un
guerrero sin causa, sin esperanza y sin ejército, luchando en una
fantástica batalla en donde son irreconocibles los participantes y
el solitario y delirante canta desentonadamente sin opíparo
acompañante y sin jamelgo, llámese Rocinante.

Recientemente apareció. Como salido del fondo de alguna mítica
caverna, entonando consignas que revivían los antiguos motivos de
lucha de quien proviene de un tiempo idealizado en que existió un
grupo de personas que constituyeron eso que se llamó en su hora
las FALN, para dolor de cabeza de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y
Rafael Caldera. Esta vez predica utopías radicales, el ejército
está conformado por campesinos con necesidad de tierras y el malo
de este capítulo es nada más y nada menos que una transnacional.
Todo recubierto por la tenue luminosidad que se suele crear al
invocar las luchas ecológicas y el poco entusiasmo colectivo que
provoca eso que llaman economía libre.

Douglas Bravo es un símbolo ante el que no puedo dejar de
interesarme y si me descuido, puedo desbordar con mi simpatía
hacia él, a sabiendas que es un porfiado que seguirá diciendo una
y mil veces 'tijereta, tijereta, tijereta', para removerle las
entrañas a cuanto enemigo de la transgresión se atraviese.

Sólo espero que la próxima incursión del rey de los porfiados se
dé con un ejército mejor armado y por qué no, logre por lo menos
un empate, ante tantas derrotas seguidas, en un mundo que no
tolera a los fracasados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario