sábado, 19 de marzo de 2011
BIBLIOHACEDURÍA
EL NACIONAL, Caracas, 31 de Octubre de 1996
La duda melódica: Hacer un libro
LUIS BARRERA LINARES
A propósito de la cercanía de la Feria del Libro, me voy en serio como Emeterio. La escritura de un libro constituye la realización de una esperanza. Sea de ficción, de reflexión o de cualquier otro tipo, hacer un libro deviene en una especie de rito sagrado en el cual el autor se entrega, devela alguna parte íntima de su experiencia para que otros se adentren en la odisea de idenficarse o diferenciarse de ella.
La historia dice que el libro más antiguo conocido hasta el presente fue impreso en China, por allá por el año 868. Casi dos siglos antes de que Gutenberg abriera para la humanidad el milagro de la tipografía movible. Contenía seis páginas de texto escrito, acompañadas por ilustraciones. Cada página había sido impresa mediante incisiones hechas en un trozo de madera pulida, sobre el que se forjaban los caracteres de manera invertida (el clásico sistema de elaboración de sellos). Este suceso significó en realidad la invención de la imprenta que muchos años más tarde (1454) sería atribuida a Johann Gutenberg, quien en honor a la verdad hizo de esto una auténtica creación. No sólo desconocía aquel milenario libro chino sino que además complementó su idea con la creación de tipos metálicos, más prácticos que los de madera.
Después de la escritura, la invención de la imprenta abre una segunda y abrumante aventura para la suerte del libro como símbolo de la civilización moderna; por encima de la confección individual, artesanal y restringida, realizada por monjes amanuenses, surgía la alternativa de llegar a muchos a través de esos conjuntos de páginas que se encargarían de postergar la memoria de los hechos del hombre.
Hacer un libro, cualquiera que sea el medio, en cualquier época, con cualquier fin, significa algo más que plasmar palabras sobre un trozo de piel, de madera, de piedra, de hierro o de papel. Puede llegar incluso a trascender las intenciones iniciales del escritor al permitir que un lector desconocido, sin rostro, sin edad, penetre por los recovecos de un mundo posible donde cualquier acontecimiento es válido, coincida o no con la realidad.
Hacer un libro es permitir a otros el acceso a lugares misteriosos, a conceptos que pudieran desbaratar abruptamente nuestras creencias, a hechos que nunca fueron o que fueron de otro modo, a universos insólitos como los de los números, la filosofía, la rigurosidad científica o la ficción literaria.
En fin, hacer un libro es abrir paso hacia el infinito mediante los recursos inmensos e insólitos que sólo puede ofrecer un sistema combinatorio tan perfecto y todavía tan desconocido como el lenguaje humano. Ese instrumento maravilloso que se convierte en imagen permanente a través de la escritura y se mantiene para siempre en el horizonte de la vida, encofrado entre las paredes sagradas que resguardan un manojo de piezas de papel impresas para dar cuenta del acontecer del hombre.
Hacer un libro es valerse de los recursos prodigiosos de la habilidad verbal para sustituir a Dios, perdurar en el tiempo e imaginar que siempre habrá elegidos interesados en la palabra escrita.
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