miércoles, 16 de marzo de 2011

LLEVADURA DE ACONTECIMIENTOS


LA VIDA EN EL ARTE
Entrevista a Olimpia Torres (hija de Joaquín Torres García)
Andrés Echevarría
miércoles 17 de noviembre de 2010

“Que el artista se siga a sí mismo es lo primero que se le ha de exigir. Y de aquello original que lleva, nadie puede enseñarle nada, ninguno puede servirle de maestro, ni puede imitarlo en ninguno, puesto que él es un caso único, hijo de las más complejas combinaciones de la civilización y de la naturaleza. Porque, como he dicho, lo que se le exige es él mismo, y esto ¿quién podrá enseñárselo? Y así, pues, si imita, abdica de sí mismo. Ha de seguir su genio, su instinto, pensando que ningún otro que él puede resolver su caso.”
Notes sobre Art de Joaquín Torres García

El viernes 11 de mayo de 2007 falleció, a los 96 años, Olimpia Torres, hija del gran pintor Joaquín Torres García.

Sobre Joaquín Torres García existe bastante literatura que hace hincapié en sus conceptos pictóricos constructivos y en su ascendencia en nuestro medio donde, irrefutablemente, ya ha dejado más de una generación de pintores influidos por su teoría. Sus ideas de cuna esencialmente europea, congeniaron por estas latitudes en una intención “americanista”, desprendida de sus raíces para encontrar un nuevo lenguaje y reflejar las necesidades estéticas de una tierra tan virgen como esta. Criticado e idolatrado, el maestro buscó en el Montevideo de los años treinta, un último reducto para revindicar los esfuerzos de una vida de búsquedas y exilios.
Encontró finalmente un reconocimiento local y mundial como ningún otro artista plástico de nuestro medio ha logrado: su geometría es inmediatamente reconocida e identificada por todo habitante de nuestro país como algo cercano y propio. Como un emblema, su mapa invertido de América del Sur se ha convertido en un símbolo de un reclamo pendiente, reflejo de nuestro anhelo, y también de su propio espíritu rebelde y contestatario.

Olimpia Torres, su hija, conoció al otro Torres: al padre que explicaba en el seno hogareño el porqué de sus constantes ostracismos. Que lograba la complicidad de su familia para cambios tan drásticos como el de trasladarse de una moderna New York a un pueblito perdido y medieval de Italia. En esa connivencia se asoma la regia presencia de Manolita Piña, esposa del pintor, que supo no solo apoyarlo, sino ponerse al frente cuando las circunstancias lo requirieron en esta aventura que fue la vida del artista. Olimpia Torres fue testigo privilegiado y también protagonista de ese entramado de anécdotas que se unen a la propia historia del siglo veinte y como tal, puede desenmarañarlos logrando llegar a los aspectos más íntimos del maestro.

En 1993 visité a Olimpia Torres, la hija de Joaquín Torres García, en el contexto de una obra teatral sobre el maestro que me encontraba escribiendo. Olimpia me recibió en su casa, donde concurrí y grabé la siguiente entrevista, la cual pude, años después y con mucha dificultad dado al mal estado de la cinta, pasar al papel.

-¿Cómo convivía Torres García con el mercado de pinturas?
-Yo creo que tomaba las cosas como un mal necesario. Porque tenía que vender para vivir. Siempre vivió de la pintura. Tenía una familia, hacía cuadros y tenía que venderlos. Todo el mundo lo ha hecho, todo el mundo lo hace, y todo el mundo lo hará. Así que en eso, creo tenía una visión muy realista: hacía cuadros y tenía que venderlos para vivir.

-Es interesante, sin embargo, la actitud rebelde de buscar siempre materiales y técnicas que no estaban de “moda”, como el “fresco”.
-Sí. Él mismo dice en algún momento que mientras estaba haciendo frescos, tomando como referencia a algunos clásicos, Picasso y otros, en París, estaban en la búsqueda de “otra cosa”. Estaba totalmente opuesto a lo que ahí se pensaba. Pero un día hubo un cambio, y volvió a la vida moderna y a interesarse por todo el movimiento que lo rodeaba. Lo dice, pero no recuerdo en que sitio.

-Tomar elementos del siglo XX para su “Constructivismo”.
-Claro que sí; le resultaba más una máquina, un tren, que la “Victoria de Samotracia”. Lo contrario era un pecado mortal (ríe).

-Creyó también, por aquel entonces, encontrar en el hombre del norte una psicología especial, ¿verdad?
-Ah sí, él tenía esa idea, pensaba que el hombre del norte era más cotidiano y positivo. Yo no lo creo así.

-Lo interesante, es lo consecuente que era consigo mismo desde sus comienzos.
-Eso es verdad. Si algo lo impulsaba lo seguía. No se dejó llevar por otras tendencias cuando le interesaba lo clásico. Incluso cuando fue a París, si uno ve sus cuadros, hay en ellos algo de clásico.

-¿Qué actitud tenían los marchands?
-En París, algunos creían en él y otros no. En ese entonces nunca consiguió entrar en la gran rueda del arte comercial. El ser libre tiene su precio. Era muy disciplinado para su trabajo, para su rutina y su pensamiento. La prueba está en que durante muchos años escribió y escribió sobre todo esto. Ahora, en lo referente a la vida cotidiana, encontraba sus dificultades para vivir, tuvo sus peleas con la gente, porque no se plegó a otros artistas en París que realizaban cuadros para venderlos enseguida. No se plegó nunca a eso, no entró a la cueva del comercio.

-Una disciplina pictórica de cómo plantear las formas y los colores, conviviendo con un Torres García muy pasional.
-Era así. Que fuera apasionado no quiere decir que no fuera alguien que pintaba con una teoría. Su vida era la pintura, la pintura y la pintura. Nunca dejó de ser pintor y de seguir una línea; porque al final, si uno ve toda su obra, esta tiene una línea, y es la que siguió. Tampoco significó hacer nada más que constructivismo, sino mantener una visión constructiva. Era muy amplio, no se quedó en el constructivismo. Debía seguir adelante. Además tenía eso que usted dijo al principio: que él era la pasión y, al mismo tiempo, era pintor, combinándolo de manera que resultó su teoría y su manera de ser.

-¿Usted entiende que se sintió apoyado?
-Se sintió apoyado y muy querido, pero también había gente que le llevaba la contra. Pero en general fue muy apreciado. En Barcelona es una de las figuras más queridas del arte. También lo apreciaron en París. Lo que pasa es que no se ataba a nada; porque si hubiera seguido en Barcelona haciendo su clasicismo con los comerciantes que lo apoyaban, hubiera culminado millonario, pero él no era así. Lo mejor que se puede hacer para entender a Torres es leer las cartas a Barradas y de Barradas a Torres. Hay un libro al respecto que se editó en España. Como le decía Barradas: “No nos podemos ligar a nada; tenemos que seguir nuestra manera de pensar”. Era así, no tanto por rebelde, sino por creador. La creación es algo misterioso.

-Con Barradas encontró el aliado para volver al sur y desde aquí realizar una revolución pictórica.
-Sí, una revolución; porque aquí era muy pobre el panorama y querían hacer algo al respecto. Estaba Blanes, Cúneo que pintaba lunas, pero que no tenía una línea artística.

-Fue polémica la llegada de Torres a Uruguay.
-¡Sí! No admitían que les diera lecciones. Uno lo quiso apuñalar (risa); porque mi padre le dijo que no entendía nada. Y hubo otros también que se enojaron muchísimo.

-Torres no se privaba de opinar si una pintura no le parecía buena.
-No, era muy sincero.

-Cuando llegó al Uruguay; ¿cómo lo recibió el contexto de aquel entonces?
-Económicamente, más o menos; le costó mucho. Pero después, Rosita Lanza de “Amigos del Arte”, que era amiga de él, le consiguió un trabajo estable para que diera charlas en la radio y le pagara el museo, y eso fue muy bueno para él, para que se estableciera económicamente. Porque siempre fue un señor que se valió por sí mismo, que vendió sus trabajos, que hizo viajes, que fue aquí y allí, pero todo salió de su cultura.

-¿Cómo vivía los acontecimientos sociales de la época?
-Cuando vivimos en Paris, siempre tenía miedo a que estallara una guerra. Y lo decía. Hizo todo lo posible para después marcharse. La guerra de España, la guerra mundial, él tenía muy claro que iba a pasar todo eso. Tenía como una comprensión política, pero de alto vuelo. La política de cada día no le interesaba, pero tenía una intuición muy grande. Eso me asombraba: que él pudiera intuir todo eso.

-Parecía poseer la cualidad de observar los acontecimientos históricos con mucha objetividad.
-Yepes, mi marido, era muy revolucionario cuando nos conocimos. De hecho discutían y le llamaba la atención por lo violento y le daba como horror. Cuando me casé y me volví a España, él me dijo: “vas a la revolución, a la guerra española, allí te va a estallar la guerra”. Todo lo que me dijo ¡era cierto!. Tenía una visión muy clara de todo. Yo no le hice caso y viví una guerra civil horrible. Luego, cuando volví, porque nos obligaron a volver y volvimos, luego de la guerra civil, que vino la guerra mundial, no me dijo absolutamente nada. Que todo padre hubiera dicho: “¡Ves, yo te dije!”. No, nunca... nunca...

-Había mucha seguridad en sí mismo.
-Él lo dijo una vez... y ya está!; no se equivocó.

-La convivencia dentro del taller de Torres, aquí en Uruguay debió de haber sido muy especial. Convergían diversos espectros sociales y políticos.
-Sí, muy especial.

-La serie de retratos de su última época y la teoría sobre “La recuperación del Objeto”, aparece como una referencia ineludible de esta época.
-Él dijo: “es mi obra fundamental”. Ahora, por qué lo dijo nadie sabe; hay que estudiarlo. Porque él dijo eso; o sea que, toda la sabiduría que fue recogiendo durante años, la dejó allí. No en todos, pero en algunos de los retratos. Está allí.

-¿Hablaba con acento catalán?
-Tenía mucho acento catalán. No existe ningún registro de su voz, de ninguna de sus conferencias. Tenía un andar nervioso, ágil cuando era joven. Era muy rápido en todo lo que hacía. Hablaba ligero con una voz más aguda que grave. Tenía su bastón y su pipa.

-Me imagino un taller muy prolijo.
-Sí, era muy prolijo, muy ordenado. Si nosotros le tocábamos sus cosas, se ponía nervioso. Él le decía a mi madre: “Yo soy ordenado, pero el que me supera en orden, ¡es Mondrian!”.

-¿Cómo repercutía la presencia de Manolita Piña, su esposa, en su vida?
-Era la que lo orientó y lo ayudó. Un caso de gran inteligencia, una pareja formidable que se apoyaban mutuamente. Para ella fue muy difícil perderlo. Pero continuó con sus cosas y apoyó iniciativas para seguir haciendo conocer su obra. Fue la promotora del museo “Torres García”. Para él siempre fue un gran respaldo anímico, con gran “estilo”; una “catalana” muy positiva. ¡Tenían discusiones tremendas! Eran diferentes pero se complementaban. Si él se opacaba, ella lo animaba. Se conocieron desde muy jóvenes. Ella era fundamental en la vida de él y lo siguió a todas partes. Mire: mi padre fue a Nueva York, rechazó todo lo clásico y fue a experimentar la vida moderna. Pero vio otro sistema, y no quiso estar más en Nueva York. Mi madre estaba encantada con la casa, con la vida que llevaban allí. El día que él le dijo que se quería ir, ella le decía: “¡Pero dónde vamos a estar mejor que aquí!”. Después le preguntó a dónde se quería ir, y él le contestó que a Italia, a un pueblito cerca de Florencia, un pueblito que no había evolucionado. ¡Allí quería ir! Y nosotros todos, que veíamos esas calles tan modernas de Nueva York, cuando llegamos a Italia, a Florencia, fuimos a ver donde íbamos a vivir y ¡era un palacio que le habían prestado! (ríe) Cuando vimos la cocina, ¡la cocina era como para que comieran diez personas allí!, ¡era un caserón!. Ella protestaba desconsoladamente: “¡por qué nos trajiste aquí!! ¡por qué nos trajiste!”. Entonces, se quedó tan desolado que agarró el abrigo, se puso el sombrero y se fue al pueblo. Arrasó con todas las cosas modernas que vio para llevarlas a la casa (ríe). La cocina, la hizo más chiquita, la dividió con unos tabiques e hizo una cocina potable. Y todo lo hizo de un momento para otro. ¡Ella lo contaba de una manera tan graciosa! ¡Lástima que nunca se lo grabamos! Cuando él vio el sufrimiento de ella, hizo eso. ¡Manolita y él se complementaban de gran manera!

-¿Ella intervenía en la relación de Torres con las galerías?
-Sí, mucho. Además no dejaba que lo estafaran, lo defendía. Era muy lúcida y muy inteligente.

-¿Cómo vivió ella el hecho de venirse a vivir a Montevideo?
-Bien. Aunque siempre se quedó con el recuerdo de Nueva York.

-¿No pensó en volver a España?
-No, a España no. No se olvide que ella era una catalana terrible; cuando le taparon los murales a Torres se enojó con Cataluña y los catalanes. Estando en París, después de mucho tiempo, vino uno de los pintores que había pintado allí. Vino a ver a mi padre y ¡ella no lo recibió! Era implacable. Mi padre era distinto, pero ella no. Ni fue al taller ni recibió a ese pintor. La invitaron a vivir en Barcelona después, pero ella contestó: “Yo dije cuando me fui: no pisaré más esa tierra. Y no la piso”.

-Otro hecho que debió haber vivido trágicamente, seguramente fue el incendio que destruyó varias obras de Torres.
-Claro. Y coincidió con la muerte de Yepes. Acababan de enterrar a Yepes, a las ocho de la mañana y llaman de radio Carve para decir:”se quemaron varias obras de Torres”. Un cuatro de julio. ¿Y cómo se lo decíamos a Manolita? ¡Era una época horrible! Yo tenía a mi hijo preso... murió Horacio. Todo era una tragedia... era horrible. Se murió mi marido; todo eso en varias etapas, pero una cosa detrás de la otra.

-Pero Manolita tenía una entereza muy especial para sobrellevar los acontecimientos.
-Mucho. Luego puso mucho entusiasmo en el museo de Torres. ¡Tenía mucho entusiasmo con el museo!

-He oído una anécdota, que no sé si es verdadera. Me han contado que el día que inauguraron el museo, ella, al volver de la inauguración, tocó el piano hasta altas horas de la noche.
-Sí, ella tocaba muy bien el piano. Vino tan emocionada de ver ese museo tan bien instalado, que se puso a tocar el piano. Tocaba una sonata de Bethoveen: “Apasionada”, que a ella le gustaba mucho. ¡Recuerde que tenía ciento cinco años!

Fuente: Andrés Echevarría (blog)
Ilustración: http://4.bp.blogspot.com/_HPhsOFgQvlc/TOP6If3dgbI/AAAAAAAAADg/eH8UFTrw4Yo/s1600/TorresGarcia.jpg

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