miércoles, 23 de marzo de 2011

HABLANTE

EL NACIONAL - Sábado 19 de Marzo de 2011 Papel Literario/3
Adalbert Salas: la palabra indispensable
ARMANDO ROJAS GUARDIA

Siendo la poesía pensamiento analógico y simbólico químicamente puro, no se deja reducir a términos conceptuales. Nada puede sustituir la captación psíquica, espiritual e incluso sensorial de su despliegue imaginativo y verbal resonando allí, en el interior de nuestra mente y de nuestro cuerpo. Pero el poema es también un artefacto estético. Como tal artefacto ostenta un cierto tipo de racionalidad que es inherente a su funcionamiento.

En este orden de ideas, y sin pretender agotar sus múltiples lecturas posibles --todo símbolo es connaturalmente polisémico-- me parece que el núcleo del planteamiento simbólico de este poemario de Adalber Salas resulta ser el siguiente: como el mismo título del libro lo indica, el hablante lírico es en estas páginas un extranjero. Vivir desterrado de la propia patria psíquica y espiritual constituye una consecuencia de la relación conflictiva con la figura paterna. Ello se nos aclara si recordamos que etimológicamente patria significa la tierra del padre. Vivir(se) como extranjero gracias a la lejanía existencial desde la cual se materializa y concreta el vínculo con el padre trae aparejada la experiencia de la intemperie (primera palabra-clave de esta poesía).


Adalber Salas nos ofrece una acabada lección de exactitud, tanto simbólica, como metafórica, como idiomática.

Nada en este libro se dispersa o se desparrama


Una intemperie que es a la vez orfandad y sentirse arrojado a una errancia irrevocable, sin un mapa orientador de referentes tangiblemente próximos. En mitad de esa enorme intemperie existencial, sin puntos de apoyo ni asideros, en medio de ese vacío que es psicológico y también axiológico, el hablante lírico aguarda una redención (segunda palabra-clave) transfiguradora. Y la única redención posible que él vislumbra es, en primer lugar, la que aporta el propio cuerpo, vivenciado como el espacio de una revelación liberadora, y, en segundo término, pero vinculada orgánicamente al primero, la redención encarnada en la misma escritura poética, dentro de la cual se experimenta una inédita libertad en la que el cuerpo se sabe --en la doble acepción de saber y sabor-- devuelto en su integridad a sí mismo, constituyéndose de este modo en la única proximidad tocable. La vía regia de la autoafirmación vital, en la patria psíquica y espiritual añorada.

Este redondo, esplendorosamente coherente, planteamiento simbólico está tramado, desde el punto de vista estético, con una matemática precisión. Cada palabra es aquí la indispensable: no falta ni sobra ninguna. Cuando somos líricos, tendemos subrepticiamente a confundir la poesía con lo etéreo, lo evanescente y lo inexacto. Adalber Salas, por el contrario, nos ofrece una acabada lección de exactitud, tanto simbólica, como metafórica, como idiomática.

Nada en este libro se dispersa o se desparrama: todo en él se concentra, todo es médula desnuda.

Exactitud realzada por el tono reverente, como de oración laica, que impregnan la dicción de cada verso y cada párrafo. Hay algo majestuoso en el tratamiento del asunto que en este poemario recuerda a los salmos bíblicos y a la poesía metafísica inglesa de los siglos XVI y XVII. De la mano de este joven poeta venezolano entramos en una genuina liturgia del alma. Su poesía es doliente, pero también cántico, celebración y ceremonia.

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