sábado, 26 de marzo de 2011
ANTIGUAS EXPLOSIONES
EL NACIONAL - Sábado 26 de Marzo de 2011 Papel Literario/3
Kurosawa en Fukushima
MIGUEL ÁNGEL DE LIMA
"Si las advertencias de los sueños son menospreciadas, verdaderos accidentes pueden tomar su lugar".
C. G. Jung
Todavía entre las réplicas del gran terremoto que a n iqu i ló la ciudad, dos hermanos recorren sus agrietadas callejuelas para tomar contacto directo con las secuelas de la destrucción. De pronto, el menor, abrumado por el espantado rostro de los cadáveres, cierra los ojos, ya dominado por el miedo. Su hermano, poco mayor, pero audaz hasta el cinismo, lo increpa: --Mira, mira bien. Quien mantiene los ojos bien abiertos frente al espectáculo del terror, ya no volverá a temerle jamás.
Tokio, 1923. Quién así habló fue Heigo al pequeño Akira, sin poder imaginar que aconsejaba al gran Akira Kurosawa, quien tomó tan seriamente la admonición de su hermano, que extendió su penetrante mirada a través del tiempo para divisar el terrible drama de Fukushima, 2011. Y en efecto, aquel niño pintor, descendiente de samuráis, devino en uno de los más formidables directores de la historia del cine, sino en el más importante de ellos: Ford Coppola, Scorsese, Spielberg y Lucas han reconocido con orgullo su influencia, y Fellini siempre se reconoció deudor del Emperador, tal y como se conocía al genial japonés en los medios artísticos. Ciertamente, no alcanzarían decenas de páginas para albergar un análisis crítico de la compleja filmografía kurosawiana. Desde la que se considera oficialmente su primera película, La leyenda del Gran Judo (1943), hasta su último trabajo, Madadayo, de 1992, Kurosawa fue construyendo con pasión --sobreponiéndose a sus frecuentes episodios depresivos e intentos suicidas-todo un monumento de belleza del séptimo arte, donde destacan como hitos Rashomon (1950) --para algunos punto de inflexión en la historia del cine mundial-- Vivir (1952), Dersu Uzala (1975) y sus versiones de Shakespeare (Trono de sangre, 1957, de Macbeth; Ran, 1985, de El Rey Lear); de Dostoievsky (El idiota, 1951) e incluso de Esquilo: Los siete samuráis (1954, de Los siete contra Tebas). Pero enfocaremos nuestra atención en las tres obras de Kurosawa marcadas por su conocida postura en contra de la energía nuclear, incluso en el ámbito civil. La primera de ellas, poco conocida para el público de habla castellana, es Ikimono no Kiroku, 1955, (Crónica de un ser vivo).
Su personaje principal, Kiichi Nakajima, es sometido a un juicio de interdicción por parte de su esposa e hijos, quienes lo catalogan de "demente", puesto que está obsesionado con el temor de un holocausto nuclear y para evitar su efecto pretende llevarlos a todos a Brasil, luego de entrar en conversaciones con un emigrado japonés cuyo deseo es retornar a Tokio. Nakajima le entregaría su fábrica en Japón a cambio de la finca en territorio brasileño de su nuevo amigo. Kurosawa nos presenta el dilema que afrontan los miembros del jurado, porque reconocen los fundamentos reales del estado anímico del juzgado. Resulta conmovedora la escena del abuelo protegiendo a su nieto en un fuerte abrazo, cuando cree, en medio del juicio, que la bomba ya está por caer ¿Cuántos japoneses no habrían hecho lo imposible para, como Nakajima, emigrar al Brasil o adonde fuera antes de marzo de 2011 y salvarse ya no del impactante sismo, sino de sus repulsivas consecuencias por la tragedia nuclear de Fukushima? Ya en las postrimerías de su vida, Kurosawa nos entrega Konna yume wo wita, (1990) (Los sueños que he soñado, o simplemente Sueños) y casi inmediatamente Hachigatsu no rapusodi, (1991) (Rapsodia de agosto). En Sueños, el cineasta pone en la pantalla visiones oníricas que realmente soñó y podría haber hecho suyas las palabras de Jung: "todo mi trabajo, toda mi actividad creativa, proviene de aquellas fantasías y sueños iniciales (...) Todo lo que logré más tarde en mi vida, ya estaba contenido en ellos" (C.G. Jung, Recuerdos, sueños, pensamientos, 1963). Aunque en el caso de Kurosawa se trate ya de un epílogo. Son ocho sueños, de los cuales resultan más perturbadores, por su carácter premonitorio, el sexto y el séptimo: El Monte Fuji en rojo y El demonio lastimero, también traducido como El ogro llorón.
En "El monte Fuji...", Kurosawa nos presenta a la población japonesa huyendo en masa por el impacto de la radiactividad que desprenden los reactores nucleares que se han incendiado, apenas quedan cinco personas: un adulto maduro que reflexiona sobre lo que pasa, una madre con dos hijos pequeños y un joven perplejo por el ominoso espectáculo. El adulto con indumentaria de ejecutivo dice: "es tonto el ser humano, pinta de colores los gases radiactivos para que sepas cuál te está matando, de rojo el cesio, de naranja el iridio, pero de todos modos no tendrás manera de escapar". Afirma ser el físico diseñador de las plantas nucleares y una vez dicho esto, se suicida, lanzándose por el acantilado. La madre, espantada, protege a sus hijitos y en su parlamento se refleja lo que podría asumirse como un asombroso ejercicio de oniromancia por parte de Kurosawa: "¡Nos dijeron que eran seguros y mira ahora lo que está pasando!". ¡Es exactamente el mismo enunciado de una señora de mediana edad en Fukushima, en este marzo de 2011, hablando entre la desesperación y el drama! El demonio lastimero comienza con todo un compendio de la angustia de la soledad, al ascender un hombre por un paisaje devastado, entre humo y cenizas. De pronto, se tropieza con un demonio de un cuerno, un mutante humano que le explica dónde se encuentra: es el siniestro paisaje posterior a un estallido nuclear, donde aparte de ese desierto solo se ven plantas deformes por la radiactividad. Allí habitan otros demonios de más cuernos, entre devorándose porque es la única manera de sobrevivir. El hombre es obligado a huir en medio de los aullidos de penuria de los mutantes, condenados al sufrimiento eterno.
Los sueños del maestro japonés no son los de Jacob (Génesis, 28, 10-22), vislumbrando la plenitud de la vida celestial, sino los de Goya en sus Caprichos: "el sueño de la razón produce monstruos".
En Rapsodia en agosto, observamos el contacto entre la sabia abuela Kane y sus nietos de Hawai, quienes la visitan en Nagasaki por primera vez. Ellos no habían tenido mayores reflexiones sobre el genocidio allí cometido y el compartir con su abuela los lleva hasta el monumento que recuerda la gran tragedia. La anciana evoca el momento de la caída de la bomba y habla del ojo inmenso que apareció en el cielo (algunos afirman que de esta escena surge el gran ojo de Sauron de Peter Jackson en El señor de los anillos, de Tolkien). Muy conmovedora es la escena final cuando ella se lanza contra el viento y bajo la lluvia pensando que se está repitiendo la tragedia de 1945.
El paraguas roto de Kane y la inútil carrera de sus jóvenes nietos tras ella, representan el pasado y el futuro entremezclados: el paso de Nagasaki a Fukushima es fugaz como el calor de una chispa y eterno como el dolor del pueblo japonés.
Entre el viento y el mar persiste la obra de Kurosawa, la misteriosa revelación de quien realmente hizo suyas las palabras de Jung: "no hay iluminación fantaseando con la luz, sino haciendo consciente la oscuridad".
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