jueves, 24 de marzo de 2011

VERDUGO DE SÍ


EL NACIONAL - Viernes 18 de Marzo de 2011 Escenas/2
El ojo mecánico
Cine
No hablemos de Hiroshima
JUAN ANTONIO GONZÁLEZ

Dos cuerpos se abrazan en la penumbra. Sudan.

Se exploran calladamente. Se aman y se transforman en una masa casi indescifrable de miembros que se mueven con lentitud, con pesadez. Un momento de sexo cerebral en el que la pasión avanza tímida, adolorida, sosegada, temerosa. Ambos, él y ella, brillan en ese enredo de brazos, piernas y manos que tantean al otro como queriendo alcanzar la perfecta complementación. Cóncavo y convexo. Yin y Yan. Y de repente, esos dos amantes son cubiertos por una lluvia de cenizas. Pero no hay incendio visible. Nada se quema, creemos. El persistente polvillo ha convertido a la pareja en frágil estatua de un gris impersonal. De lo vivo se ha pasado de manera inadvertida a lo muerto.

Así comienza Hiroshima mon amour. Es lo que recuerdo. Y así he decidido comenzar esta columna: con un filme realizado por Alain Resnais en 1959 y que el lector no tendrá oportunidad de ver hoy o mañana en una cartelera debilitada en interés por la mediocridad y en ese empeño escapista que impera no sólo en la oferta cinematográfica, sino también en el discurso político de un país en el que dos bochornosas partes se pelean el poder y en una cotidianidad que echa por tierra cualquier mínima motivación de reflexión.

Hiroshima mon amour regresó a mi memoria luego de ver en la televisión las impresionantes imágenes del terremoto ocurrido días atrás en Japón. Un fenómeno natural que sembró el terror en un pueblo que profesa, casi como si se tratara de una religión, el respeto ciudadano, pero que a esta hora es amenaza, alerta, peligro de catástrofe radiactiva.

No voy a caer en la trampa moralista de defender o reprobar el uso de la energía atómica. Ese "yo se los dije" de pacifistas o ambientalistas de ocasión (que no son todos, claro). La modernidad es inherente a la humanidad.

Simplemente, deseo mirar más allá de las explicaciones científicas, del registro noticioso de la explosión en la central nuclear de Fukushima, del conteo minucioso de los muertos y de la enumeración tendenciosa de las películas que han aventurado escenarios como el que ahora se vive en el país insular del este de Asia. No me importan ni Godzilla ni El sín- drome de China.

Intento pensar en la gente y en las grietas emocionales que las fuerzas telúricas del planeta han abierto en sus almas. El hombre convertido en cenizas. La humanidad encaminada a ser vestigio. Los protagonistas de Hiroshima mon amour son dos seres que se aman desde el dolor de una identidad no reconocible en un entorno destruido. Ella es francesa y él japonés. Ambos son víctimas de la guerra. Víctimas también de las acciones y de los inventos de sus iguales.

Y aunque entre esos seres ficticios y los actuales habitantes de Japón la diferencia la marquen la explosión de una bomba atómica y un fenómeno natural imprevisible, lo que sigue después, más allá de las estadísticas, del mercado petrolero y de los mea culpa de efecto momentáneo, es la desazón, el desconcierto, la ardua tarea de recomponerse entre fragmentos dispersos, entre escombros de algo que fue y que ya no es. ¿Cuántos amantes como los de Resnais recorrerán las calles de un paisaje desolado en busca de su identidad? Hoy no hay crítica. Hay urgencia. Urge la memoria. Hiroshima y Nevers.

También Aomori, Akita, Yamagata, Iwate, Miyagi y Fukushima. La amenaza de la autodestrucción. El hombre es su propio verdugo. Y mañana, cuando el olvido pase página, la tragedia será de aquellos que están lejos. Nuestros nombres jamás figurarán en un memorial. Y no se hablará más del pasado porque, parafraseando a Marguerite Duras, autora del guión de la película de Alain Resnais, será imposible hablar de Hiroshima.

Ilustración: tomada del diario El Nacional, Caracas (18/03/11)

No hay comentarios:

Publicar un comentario