sábado, 26 de marzo de 2011
ESCALADURAS DE SÍ
EL NACIONAL - Sábado 26 de Marzo de 2011 Papel Literario/4
La culpa sí es de la vaca
CELSO MEDINA
"No se filosofa para salir de dudas, sino para entrar en ellas".
Fernando Savater
Alarma el terreno que ha venido ganando en el espacio educativo los libros de autoayuda, que han desfigurado absolutamente el sentido de la autodeterminación de los aprendizajes, trocándolo en piezas que extreman la simplificación de la compleja realidad.
El libro de autoayuda trabaja con una tramposa paradoja: aspira a una individualidad gregaria y estimula la singularidad subjetiva, postulando una personalidad que se dice libertaria, pero que ha cosificado la libertad subsumiéndola en los intereses del mercado. Encarna este texto el grado más frívolo de lo postmoderno, cuya cultura, según Lipovetsky (1995), no es "el más allá del consumo, sino su apoteosis, su extensión hasta la esfera privada, hasta en la imagen y el devenir del ego llamado a conocer el destino de la obsolescencia acelerada, de la movilidad, de la desestabilización" (p. 10).
Esa paradoja escenifica un supuesto reacomodo del individuo en el espectro social. El libro de autoayuda impulsa una autonomía, la autonomía no de la libertad sino del automatismo. En el fondo aspira a eso que Michel Maffesoli llama "la soledad gregaria" (1985); es decir, al individuo capaz de trazar el camino de su auto salvación, pero un camino trillado en los extremismos simplificadores, generado por lo que Theodor Adorno llamó "la industria cultural", productora de una "economía psíquica de las masas", cuya propósito esencial es la estandarización de la conciencia.
¿Qué quiere estandarizar el libro de autoayuda? Esencialmente los modos de sentir. Para ello acude una cosif icación del elemento estét ico, media nte una promesa de placeres edulcorados, capaces de homogeneizar las expectativas.
¿Qué lector prevé el libro de autoayuda? Un lector que no lea. Un lector que ame el resumen, que huya de las dudas y se resigne a las respuestas absolutas.
La excusa: estamos estresados, no hay tiempo para leer. Este tipo de texto se permite leer por el lector.
De allí que se constituya en un discurso mesiánico, que trabaja con una religiosidad light, ofreciendo recetas de felicidad. Vanina Papalini afirma que "los libros de autoayuda se presentan como una estrategia al alcance de la mano para resolver los malestares subjetivos. Su función es, pues, instrumental. No construyen ficciones estéticamente valiosas ni escrutan el alma para comprender sus múltiples escondrijos: si abordan la interioridad del sujeto, es para facilitar su adaptación" (p. 12).
¿Qué aprendemos con los libros de autoayuda? Que somos autosuficientes, que es posible acceder a la solución de problemas de toda índole, si observamos el testimonio de los otros, porque esos otros son iguales a nosotros. Enseña que todo conocimiento es producto de una epistemología simplificadora. Conocer se propone como el despliegue de una máquina que mutila la realidad, aislando sus elementos, empequeñeciéndolos para que puedan estar quietos ante la reducida mirada que tenemos.
Uno de los más famosos libros de autoayuda que ha invadido nuestras aulas universitarias es La culpa no es de la vaca. Anécdotas, parábolas, fábulas y reflexiones sobre el liderazgo, compilado por Jaimes López Gutiérrez y Marta Inés Bernal Trujillo. Podríamos decir que su carta de presentación es su constitución hecha de textos cuasi anónimos, recogidos casi todos de páginas de Internet.
Ofrece un aprendizaje a la carta, que cada lector hará suyo para resolver los problemas que le vayan aconteciendo en sus lugares de trabajo, en su vida cotidiana, etc. Su discursividad es narrativista, valiéndose de las anécdotas y de las fábulas como elementos propiciadores de conocimiento. En el prólogo se confiesa como propulsora de una "pedagogía de los procesos de transformación", concepto que por ningún lado se teoriza. Claro, hay una especie de fobia a la teoría, porque cree que eso no es necesario. Basta con ilustrar el conocimiento.
Para ello se recurre a lugares comunes.
Importantes son los absolutos que se predican. Como éste: "Las personas somos lo que pensamos". Este lugar común se alimenta de la estereotipia que dicen grandes medias verdades, pero que a la hora de la verdad no dicen absolutamente nada. El libro cree ciegamente en la narración, más que en lo expositivo. Por ello dice: "creemos que las imágenes que evocan las parábolas, el reto que plantean las alegorías, el alimento que ofrecen las buenas reflexiones, invitan a la mente a pensar distinto, a absorber otros mensajes, a llegar a conclusiones que no están a la vista de lo que llamamos razón" (p. 16) Esos géneros que propone el libro instrumentalizan la hermenéutica, tornándola máquina que interpreta por el lector. La fábula es un relato tradicionalmente pedagogizante, donde el carácter lúdico de la literatura da paso a una moraleja que traerá su sentido ya construido, y el lector sólo tendrá que asentir la significación ya elaborada.
El texto que titula el libro ("La culpa es de la vaca") corrobora el carácter anoréxico de todo libro de autoayuda.
Si fuésemos a trabajar con el conocimiento holístico, éste sería un pésimo ejemplo.
Sin que iniciemos la lectura, el autor ya nos adelanta su hipótesis: es "una conducta muy nuestra" evadir la culpa. Habría que precisar qué significado tiene ese "nuestra": ¿será el típico estereotipo sobre la conducta de nuestros pueblos? Como hay que demostrar dicha hipótesis, se recurre a varios eventos sobre la pregunta del porqué la exportación de productos colombianos de cuero a Estados Unidos tiene problemas. Primera gran conclusión: el cuero es muy caro y su calidad muy baja. A esa verdad absoluta, que no sabemos de qué manera se obtiene, se le buscan las causas: los fabricantes culpan a las tarifas arancelarias de protección; los propietarios, a los mataderos; en el matadero a los robos y los ganaderos a las mismas vacas, que "se restriegan contra los alambres de púas para aliviarse de las picaduras".
La conclusión es absoluta: la culpa es de las vacas, porque son estúpidas. Pero no son estúpidas las vacas, sino las conclusiones a la que arriba el texto.
Alguien dirá que esa conclusión es irónica. Sí, lo es. Pero toda ironía se propone hacer algo. Y lo que hace esta conclusión es corroborar la hipótesis inicial que reza: todos tenemos la tendencia a evadir nuestras culpas. ¿Será eso una verdad absoluta? Desde el ejercicio del análisis holístico, sí, la vaca es culpable; como también lo son los aranceles, los ganaderos, los mataderos, etc. Pero también podemos concluir que nadie es culpable. Desde la teoría de la complejidad, la relación causa efecto es una ficción que los investigadores deben deconstruir. La realidad es un tejido cuya textura no podemos observar sólo por uno de sus hilos.
¿Qué quiere estandarizar el libro de autoayuda? Esencialmente los modos de sentir.
Para ello acude una cosifi cación del elemento estético, mediante una promesa de placeres edulcorados, capaces de homogeneizar las expectativas
¿Dónde quedan nuestras enseñanzas sobre la multiplicidad de las causas? Nada ocurre porque tenga una causa única. El mundo es complejo, por ello estudiarlo implica poner en escena la presencia de múltiples variables. Por lo tanto, este texto es también un pésimo ejemplo para la práctica de la hermenéutica en el espacio escolar.
Los demás textos que conforman este libro se comportan de igual manera. Insisten en la terminología propia de la cultura empresarial: perseverancia, sinergia, aspirar hacia lo alto, trabajar en equipo, explotar lo mejor de sí, etc., toda ella inserta en la cultura del self help, que pregona la individualidad gregaria de la que ya hemos hablado.
El tema de la autoayuda es la dimensión subjetiva como fundamento de cambio vital. En el juego hiperkinético postmoderno, la autoayuda se obsesiona con el cambio.
Pero ese cambio tiene que ser "interior", importa muy poco lo social. Es el individuo el llamado a cambiar. Pero ese cambio viene encapsulado.
El libro te ofrece la receta de ese cambio, que se genera sazonado de lugares comunes: "La felicidad es un trayecto, no un destino" (véase, p. 51).
Estos libros simulan el diálogo, hacen ver que el autor se dirige sin intermediarios directamente el lector, para empoderarlo, de manera que se sienta dueño de su propia hermenéutica. Pero esa empatía es falsa. Al final, no hay conclusión en la que participe el lector. Por ejemplo, el relato "Copos de nieve" cuenta una historia de una conversación de dos pájaros, cuyo desenlace es oscuro. Y esa oscuridad la quiere resolver el autor inventando una moraleja traída por los cabellos, que se sazona con el telos de la cultura empresarial. Así, pues, ante una fábula tan insulsa, se opta por señalar la "sinergia" como fundamento de la paz mundial.
En cuanto a la estructura, el libro de autoayuda evade cualquier teorización. Le gusta mostrar ejemplos, narrarlos, fabularlos y alegorizarlos. En el texto al que hemos hecho alusión, la brevedad campea. Cada relato viene acompañado de una moraleja, que despliega un recetario para solucionar personalizadamente cuanto problema confronte el ser humano. En ese sentido, Papalini destaca en esos textos:"la retórica de la "diferencia personal", que toma la figura del individuo como responsable único y solitario de su propio destino, constata los confines del mundo contemporáneo, que no están en el futuro, como en los relatos optimistas del progreso moderno, sino en el presente cotidiano" (p. 21).
Cabe destacar que estos libros exaltan el presentismo, factor tópico de la postmodernidad. Frente al futuro teleológico de la modernidad, se estimula aquí vivir el presente. Y para experimentarlo cada quien debe proveerse de sus recursos personales, que permitan vivir la vida como una permanente novedad. Para eso se ofrecen recetas.
Nadie instruye a nadie. Los aprendizajes sólo se realizan a plenitud a través de la voluntad del que quiere y necesita aprender. El principio de "asimilación y adecuación" piagetiano es claro respecto a esa idea. Nada es comprensible, si antes no es digerible.
Si el conocimiento es algo que hay digerir, la educación tendría que obligarse a forjar buenos comensales y evitar la bulimia o la anorexia, dos excesos de la alimentación.
Podríamos, entonces, utilizar la metáfora de la educación como un convite, a donde deberíamos asistir prestos a degustar una comida placentera. No por azar la cocina ha tomado visos de arte.
Los libros de autoayuda en el aula contribuyen a que esa comida se raquitice.
Ante la irrupción de esos textos en las aulas, cabe una reflexión. Y aquí vuelvo a Fernando Savater, para quien toda educación tiene un alto sentido ético, puesto que ella debería procurar la inculcación del sentido responsable de la libertad. Ya lo ha dicho Popper, la libertad no necesariamente hace feliz a los hombres. Le inculca retos, le hace consciente de que el hombres no es un conquistador de futuros, sino un experimentador consciente de la vida.
Educar, entonces, es en realidad una misión que se fija como propósito la formación del ciudadano en democracia. Implica en primer lugar formar hombres para las preguntas, para las dudas. Las respuestas absolutas inoculan el autoritarismo. Habría que despejar un poco el camino escabroso de una democracia que se obsesiona con hacer feliz al hombre, como si sólo de sonrisa se tratara. No es que aboguemos por el retorno a lo espartano o al estoicismo. Hagámosles una concesión a la realidad: ella es compleja, rugosa... ¿Tiene sentido desplazar los viejos dioses de la racionalidad por estos nuevos templos del saber absoluto? Concluyo: la culpa sí es de la vaca. Pero no de esa pobre vaca vilipendiada por el libro en cuestión, acusada de ser la culpable del empobrecimiento del negocio peletero colombiano. La vaca culpable es otra: ésa que ha producido la genética pauperizante de la postmodernidad, cuya ubre genera una leche insustancial que vuelve anoréxico el conocimiento. Vaca que hemos traído a nuestras aulas universitarias para desembarazarnos de las dudas, para atragantarnos de las duras certezas, que nos mantienen cómodos en nuestra parálisis académica, donde vivimos la más cruel de las ingenuidades: el creer que la felicidad está a la vuelta de la esquina, y que la vamos a obtener en nuestra gregaria soledad.
Qué lector prevé el libro de autoayuda? Un lector que no lea.
Un lector que ame el resumen, que huya de las dudas y se resigne a las respuestas absolutas. La excusa: estamos estresados, no hay tiempo para leer
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