martes, 8 de marzo de 2011

RESULTADO


Una nota sobre Ron y la disfuncionalidad política venezolana
Luis Barragán


Sobre todo quienes se dicen cristianos, a nadie puede alegrar la desaparición física de un ser humano. Por más que reventemos de rabia, no debemos responder con un morbo que ha de preocupar más allá del momento noticioso.

Lina Ron ocupa un lugar en la política contemporánea venezolana, por más asombrados que nos digamos aún en el propio campo oficialista. Puede aseverarse que es una consecuencia y no la causa, respecto a modo de concebir y hacer la política en nuestro país, añadiendo a determinados sectores de la oposición.

Surgida de una doble escaramuza, el azar la hizo protagonista como pudo serlo una comandante Manuit o un tal Cansino, aventajada por su singular personalidad y emblemática vestimenta. Emergió de la curiosa dinámica impuesta por las invasiones a los inmuebles urbanos, como de la original concepción de los círculos bolivarianos que clamaba por los objetivos militares y el ajusticiamiento popular, gozando de una patente de corso para el sabotaje de los actos cívicos de la oposición, la agresión a los periodistas, la toma de sedes como la del Arzobispado de Caracas o la de Globovisión.

Lo importante es observar el surgimiento y consolidación de una referencia política, incluido un partido político (UPV), inconcebible décadas atrás. Más que atender a los atavismos recurrentes, como refirió una persona amiga al relacionar el mesianismo, la valentía y el caudillismo, pudiéramos versar sobre la deliberada disfuncionalidad del sistema político.

Valga la hipótesis, ante la evidente crisis de la institucionalidad partidista, también fue posible la aparición de entidades que sinceraran un trabajo propio de la creciente informalidad de la política. Y es que, así como hay una galopante economía informal que también realiza la mercancía de contrabando en un país bajo un rígido control de cambio (aunque paradójicamente no impide la fuga de capitales), “flexibilizando” el mercado laboral al “legitimar” la burla de todos los derechos laborales, como el del salario justo o la seguridad social, por ejemplo, algo parecido ocurre con el oficio político susceptible de favorecer a una dirigencia sobrevenida, improvisada, poco exigente y a la que poco se le puede exigir, para redondear un espectáculo tan acorde a los supremos intereses del poder.

El partido de Ron no era tal, sino un pretexto organizativo que tuvo por fundamento el estricto culto a la personalidad presidencial, canalizador de una determinada manifestación de violencia social, resignado a no contar con un elenco parlamentario propio, resistente a la absorción del PSUV, siendo administradora de una importante cuota clientelar. Contó con la oportunidad de destacar y afianzarse, compitiendo con esfuerzos o iniciativas similares, en el magnífico y permanente sorteo de un relacionamiento privilegiado con el poder.

Virtualmente inexistente toda argumentación ideológica y programática que contrastara con los demás movimientos oficialistas afines, Ron y la UPV hizo suyas todas las vicisitudes personales de Hugo Chávez, legitimando la sola relación primaria de empatía. Creerse una especie de guardia pretoriana constituyó una importante motivación, conjugando el pretérito lo que ya no será posible por la pérdida física e irremplazable de la líder que logró el reconocimiento del jefe del Estado.

El partido constituyó una de las mejores expresiones del lumpemproletariado que fielmente reflejó, en la búsqueda angustiosa no sólo de oportunidades, sino de aplicación de determinadas destrezas que convalida la violencia ejercida en los sectores populares. No por casualidad, se hizo célebre por el despliegue de numerosos motorizados armados que asediaron los actos públicos de la oposición, consagrado el gesto paramilitar con la famosa toma de la antigua sede del Ateneo de Caracas, pues, así lo vimos desde la relativamente distante ventana de un edificio de oficinas, el movimiento táctico de los tomistas sobre el edificio, dirigidos por la encascada y megafoneada Ron, advertía un cierto entrenamiento que parece más al de las bandas que azotan a las barriadas caraqueñas.

Parece lógico tratar a UPV como un para-partido, de tareas puntuales y atrevidas que no llega a especializarse como los consabidos colectivos, y que, estructurado sobre la más absoluta lealtad personal, insigne ahorrador de argumentos o alegatos, difícilmente puede generar cuadros para las instituciones del Estado. De modo que difícilmente aporte parlamentarios o ministros, sin que lo haya sido Ron, excepto un representante que aparentemente reclama su militancia para-partidista, o convengan en hacer “carrera” en el principal partido de gobierno (PSUV), donde no hay garantía alguna de supervivencia dada una mayor formalidad competitiva de la dirigencia.

Digamos que Ron concibió la UPV como un modo de administrar la inevitable clientela que atrajo en virtud de su vinculación con el presidente Chávez, quien – por lo demás – aparentemente la soportó no sólo por las simpatías que le produjo, sino debido a las más de las veces espontáneas iniciativas de perturbación que adelantó, acertadas o desacertadas de acuerdo a las circunstancias, o la misma y exitosa actividad propagandística que produjo. Algún malestar transitorio o presunta sanción política ocasionó, como el de su tolerada detención judicial, pero – estimamos – lucía indispensable para acometer una empresa propagandística importante, desarrollado el asedio o la agresión de una calculada •ligereza• o “suavidad” lo suficientemente intimidatoria, según la división del trabajo político que puede adivinarse en los estamentos oficialistas.

Finalmente, aunque no gozó de elevadas cuotas burocráticas, si contó con un relación importante con altos personeros que le permitía ayudar a sus colaboradores. Y valga señalar, para una futura investigación en torno al fenómeno, una representación de poder que fue desde su transportación cuasimilitar, custodiada la costosa camioneta por motorizados que despertaban temor, o, disculpen la alusión, el propio y literal disfraz de Ernesto Guevara que caracteriza permanentemente a uno de sus dirigentes.

Presta a su violación, desde el Estado reina una predisposición negativa hacia la vigente Constitución de la República. Concibe un sistema político al que voluntariamente se le distorsiona, y agreguemos que casi inadvertidamente.

Ilustración: Pedro León Zapata (El Nacional,Caracas,03/03/11)

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