sábado, 12 de marzo de 2011
POSTALIDAD
EL NACIONAL, Caracas, 12 de Agosto de 2002 / Opinión
Leyes y costumbres
Massimo Desiato
La vida social de un pueblo y su convivencia pacífica se basan, entre otras cosas, sobre dos pilares fundamentales, las leyes y las costumbres. La relación entre ambas es bastante compleja, pues existe entre ellas una constante interacción que puede ir desde el recíproco apuntalamiento al debilitamiento de una por parte de otra. Según una definición clásica, las leyes regulan los actos del individuo en calidad de ciudadano mientras que las costumbres regulan los actos del hombre. En otras palabras, las leyes establecen la esfera de la vida política, y las costumbres, la de la sociedad.
No respetar sistemáticamente las leyes conduce al caos, pero mucho más grave es el deterioro de las costumbres, pues éstas, por así decirlo, son el suelo nutricio de la sociedad entera, incluyendo las leyes. La ley, la norma abstracta, opera siempre en el contexto concreto de los hábitos y éstos, a su vez, cuando pierden su función positiva, pueden desvirtuar el cuerpo legal y dejarlo cuál cáscara vacía.
Las costumbres están conformadas tanto por conductas no verbales como por un amplio abanico de discursos, lo que comúnmente llamamos la opinión pública. Es mi impresión que las opiniones que habitan entre nosotros conducen a lo que Hannah Arendt define como la “banalidad del mal” y que la crisis venezolana tiene allí uno de los factores decisivos. Esta pensadora considera que para cometer actos malos no se requiere necesariamente una intención mala o una maldad fuera de lo común. El mal procede, a su entender, de una auténtica incapacidad para pensar, en particular de la incapacidad para reflexionar y criticar las propias costumbres. Vale entonces decir que el simple aparato legal no es suficiente para sostener la convivencia pacífica; que además del ciudadano se requiere de un hombre inclinado al pensar.
No se trata, no obstante, de un pensar filosófico, ni mucho menos. Lo más importante en este asunto es precisamente el pensar del hombre que no desea ser filósofo o “pensador profesional”, sino del pensar en situación. Las situaciones pueden ser tan diversas como el entorno de una fábrica, en cuyo caso el agente será un obrero, o el entorno familiar, inclusive la calle misma. Esta clase de pensar tiene como fin impedir el deterioro moral de las costumbres. Esta moralidad de las costumbres, esta eticidad de los hábitos debe estar a cargo de cada hombre, o, por lo menos, de la gran mayoría de los miembros de un consorcio humano. De la socialización de esta clase de pensar depende la salud del colectivo y su capacidad para vivir en paz, en armonía, logrando que el conjunto de los haceres sea eficaz y productivo. Cuando eso no ocurre cualquier contingencia puede amenazar una sociedad que ya no se encuentra sostenida ni por sus ciudadanos ni, en términos más generales, por sus hombres.
En el caso de Venezuela podemos decir que la mutación representada por el chavismo ha tenido lugar dentro de un marco político y social con fundamentos inestables y que, por lo tanto, ha sorprendido al colectivo entero incapaz de pensar y manejar la nueva situación. Un colectivo que todavía no era y no es capaz de comprender y juzgar lo que se le ha venido encima porque sus categorías de comprensión se hallan desfasadas respecto de los acontecimientos. En mi opinión, el chavismo debe ser pensado a partir de nuevas categorías y que una de las tareas más importantes, radica en encontrar estas nuevas categorías, nuevos pensares que cada individuo del consorcio está llamado a generar. Se trata, en definitiva, de abrirse a lo que Heidegger ha denominado la “tempestad del pensamiento”, con la diferencia de que esta tempestad no es una tarea exclusiva de los “pensadores profesionales”. Mientras los venezolanos rehuyan esta tarea seguirán estando a la merced de la contingencia y a la brutalidad del imprevisto y la sociedad toda no conocerá ni paz ni prosperidad. Mucho menos un nuevo país más libre y más justo con el cual identificarse.
Nota LB:
Afortunadamente, la red es pródiga en fotografías sobre Hannah Arendt, muchas de ellas en un magnífico blanco-negro de aceptable resolución. Hay una "postalidad" de su pensamiento, pues, viajando constantemente, sustenta no pocas reflexiones para las más diversas situaciones que se desean desembocadura cierta hacia la libertad liberadora.
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