lunes, 15 de noviembre de 2010
una clave para comprender un asunto nada trivial
Del profesionalismo militar a la milicia
Luis Barragán
Impresión harto frecuente, los líderes de opinión desconocen la naturaleza e implicaciones de la institución castrense. E, incluso, aunque José Machillanda ha obsequiado su obra a no pocos dirigentes, la materia no suele agendarse en el debate rutinario de los partidos: “Del profesionalismo militar a la milicia” (Italgráfica, Caracas, 2010), es la última entrega del experto que desea llevar su voz más allá de la academia.
Después de la semblanza y el prólogo que suscriben – respectivamente - Ramón J. Velásquez y Luis Enrique Rangel Bourgoin, el autor ofrece los indispensables apuntes sobre sociología militar que requieren de una posterior obra, extensa y exclusivamente relacionada con la disciplina, a objeto de darle una mayor y detallada universalidad. De ello está consciente (3), por lo que – inferimos – el título en cuestión versa definitivamente sobre la politología militar venezolana.
La acertada comprensión personal de Machillanda en torno a las relaciones civiles-militares como relaciones de poder, resultante de la compleja vinculación entre el poder político y la cúpula militar en el marco de la institucionalidad del control objetivo de uno sobre el otro realizador de una decisiva autonomía operacional (9, 113), es lo que permite examinar la situación pasada y presente de la Fuerza Armada Nacional con la sobriedad deseada. Nociones como la postmodernidad militar, profesionalismo, compromiso ético, ecuación C4ISR, imaginarios, reconceptualización, doctrina de guerra y correlativo equipamiento, pirámide ocupacional, tallo operacional, concepto estratégico nacional, entre otras aportadas y consideradas por Machillanda, exponen una perspectiva capaz de advertir la actual, profunda y hasta insospechada crisis experimentada por el componente militar venezolano, por lo pronto de contradicción y descontrol (131).
Concibe los momentos políticos (profesional y revolucionario) determinantes en la vida corporativa, añadiendo hitos importantes como el triunfo sobre la insurrección armada de los sesenta y el rápido tratamiento del conocido caso del Caldas en los ochenta, ahondando en la vigente Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y, por si fuera poco, anexando la propuesta que hizo – acaso, ingenuamente – por ante la Asamblea Nacional Constituyente.
No obstante, parece necesario el auxilio de una más actualizada obra histórica sobre la contemporaneidad militar en Venezuela que dé cuenta de la inserción del componente en la etapa degenerativa de la coalición (post) populista, el relacionamiento formal e informal de sus integrantes, las transformaciones académicas acaecidas, el tratamiento mediático, los debates parlamentarios o la propia y curiosa consignación de dos proyectos de ley orgánica por el Ejecutivo Nacional que precedió a la aprobación de una pieza, posteriormente reemplazada a través del abusivo recurso de la habilitación presidencial.
La preocupante milicianización de la entidad castrense la ejemplifica muy bien en la esfera operativa del comandante natural, con la pérdida de la “autonomía que le es militarmente ontológica” (63). La institucionalidad campamental abrió las puertas de la Fuerza Armada Nacional, no otra cosa que – si nos permiten – la parapetizada improvisación de los asuntos públicos que puede arribar a la celebración de una guerra civil o internacional comprometiendo la vida y suerte de los más ingenuos seguidores del chavezato, tras el oropel pseudo-revolucionario.
La denuncia que hace de entrada respecto a “la mercantilización como forma de vida y como razón de competencia en el ambiente militar” (XXV), hoy todavía nos interpela. Y es que, invocadas las promesas de un socialismo rentístico, el componente – por cierto, ceresoliano – las está profesando, sacrificando los principios constitucionales que intentan preservar no pocos de sus miembros, procurando reivindicar una vocación.
Título indispensable, el de Machillanda debe caber en la discusión de los cuadros políticos y sociales de conducción disponibles. De reiterada adjetivación, empero ofrece herramientas conceptuales de una hondura siempre imprescindible para atinar con las coyunturas que acostumbran a enceguecernos
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