lunes, 15 de noviembre de 2010
grouchada de clase
EL NACIONAL - Domingo 14 de Noviembre de 2010 Opinión/9
Conciencia de clase
COLETTE CAPRILES
La radical inversión de la naturaleza de la agitación que atraviesa al país, protagonizada ahora por ese pueblo que la voraz nomenclatura persiste en incautar, es quizás el síntoma más inquietante con el que se revela la metamorfosis política que está en curso.
Según unas declaraciones de Jesse Chacón, pareciera que dentro del régimen circula la hipótesis de que ese pueblo se ha sofisticado en sus demandas de consumo gracias precisamente a las extraordinarias políticas económicas y asistenciales del Gobierno con lo cual se estaría transformando en una clase media que abandona la perspectiva proletaria con la que debería agradecer la acción gubernamental y premiarla con sus votos. Aburguesamiento feroz, en dos palabras; una explicación típica de una mediocridad autocomplaciente recurriendo al manual de Politzer para seguir leyéndose como parte de los gloriosos prolegómenos de la futura sociedad sin clases.
El sesudo análisis situacional de la coyuntura revela, pues, que es necesario atender a la clase media. No, perdón: se trata de "atraerla" al "proceso"; de fidelizarla (con perdón del juego de palabras) hacia la magna épica revolucionaria marca Chávez. La táctica consiste en proponerle una "conciencia de sí" indisoluble del "proceso" (para no olvidar: así llamaban los dictadores argentinos a su proyecto: proceso de reorganización nacional), en la que los intereses de clase de la tal clase media luzcan antagónicos con respecto a los de la "burguesía" monopólica, etc.
Las expropiaciones, entonces: convirtiéndolas en un episodio de justicia revolucionaria, confiando en que la sustancia ética y política de estos estratos medios sea tan melcochosa como para renunciar al principio de la propiedad privada con el fin de obtener una propiedad en lo inmediato. El chantaje moral más grotesco que pueda concebirse, en suma. Ni siquiera la torcedura semántica que convierte expropiación en "transpropiación" alivia la vergüenza: por fortuna las palabras son menos súbditas que algunas gentes.
Debe decirse algo desagradable: el régimen se acostumbró mal. Se habituó a su propio talante caprichoso y a la arbitrariedad de sus políticas, amparado en la gelatinosa disposición de algunas élites que no han sabido ni querido autonomizarse con respecto a la renta petrolera y que, en definitiva, apostaban a una cohabitación bajo el manto del silencio político. Pero la clase media, justamente, no tiene la capacidad para reconstruir su patrimonio expoliado y se aferra en consecuencia con perfecta claridad ideológica a los valores de defensa de la propiedad privada y de su propio esfuerzo. La extensión de las protestas por reivindicaciones laborales muestra por su parte los límites de la demagogia con túnica socialista: la promesa central sigue siendo la del bienestar y el "surgir", mientras la oferta subrepticia de una sociedad de pobres iguales (coronada por la cúpula de enriquecidos funcionarios sacrificándose por la revolución) sólo genera rechazo e indignación moral.
El gran problema es que Marx murió antes de terminar el capítulo crucial de El capital sobre las clases sociales, que debía, seguramente, complementar su distinción entre el lugar objetivo de la clase social en la lucha histórica y su "subjetividad" o conciencia de sí.
De modo que no hay profecía clara al respecto. Y en la práctica, la apelación a la lucha de clases como táctica para fragmentar la sociedad lo que parece provocar es precisamente un efecto colateral: quizás ha llegado la hora de la politización de la clase media, en todo el fuerte sentido de la palabra.
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