De un estigma de ubicación
Luis Barragán
La jerga política del oficialismo ubica invariablemente a sus adversarios en la (ultra) derecha, suponiéndolos a todos reaccionarios, racistas, insensibles, explotadores, apátridas, delincuentes, arrogantes. El énfasis maniqueo que los dice acreedores de todo bien y de todas las infinitas bondades que podamos conocer, contribuye al artificioso esfuerzo de la polarización social que los compromete, como a la confusión que genera un estigma que contribuye a la simplificación del debate.
Hubo y hay razones para el creciente malestar social que, por cierto, logra la coincidencia de distintos estratos que se suponían estructuralmente adversos. Empero, pretendiendo alterar las realidades que naturalmente siguen su curso, no otras que las agudizadas en una sociedad rentista, intentan la construcción de un enemigo ideal (y real), de acuerdo a las necesidades que les imponen las circunstancias: el fascismo, una suerte de Frankenstein hacia el cual se orientan importantes decisiones de Estado, a veces alentado por aquellas minorías que dicen combatirlo (¿será el caso del ahora celebérrimo video “Caracas, la ciudad de las despedidas”?).
Removiendo papeles en casa, no logramos hallar nuestro ejemplar de Norberto Bobbio sobre la clásica díada (derecha e izquierda), pero encontramos un viejo texto de Jean Meynaud y Alain Lancelot (“Las actitudes políticas”, 1965). Entre otros asuntos, advierten que las actitudes políticas de un sujeto dependen de la situación concreta que vive y, sintiéndose amenazado, los estereotipos de la percepción lo ayudan a explicarse la situación específica que confronta, dándole cabida a los prejuicios que sostiene.
Recordamos, extraviado también el ejemplar, el ensayo de Ricardo Sucre de finales de los noventa que versaba sobre la amenaza social y el autoritarismo, partera de los más variados estigmas o estereotipos que le permitían a alguien explicarse un poco más la crisis personal o doméstica que atravesaba. Vale decir, ajenos al oficio político, es inevitable que interpretemos nuestras realidades partiendo de una personalísima creencia, idea, convicción o predisposición.
Siendo así, esa creencia, idea, convicción o predisposición, puede recibir el impacto de la socialización política que la confirme, neutralice o modifique. Y, si de socialización política se trata, escaseando los recursos de los partidos que – por si fuese poco - tienden a ser despreciados, sobran a un Estado que los administra y despilfarra a discreción, por lo que no es difícil colegir que realiza una descomunal campaña propagandística y publicitaria para condicionar a la ciudadanía, infundiéndole temores y sembrando estereotipos interesados que, por ejemplo, “aclaran” quiénes son de la (ultra) derecha maldita y quiénes de la izquierda bendita, sin que – obviamente – se vea compelido a una definición más o menos sensata.
La cultura política del llamado puntofijismo nos hizo a todos centristas, desconociendo todavía las expresiones reales y palpables que puedan identificarse como de izquierda o derecha, excepto los ademanes subversivos y golpistas del pasado remoto, por cierto, corroborado por la novísima Ley Orgánica del Trabajo que, en mayor o menor medida, tradujo la extrema cautela del convaleciente presidente de la República, después de tanta estridencia temeraria. Casualmente, tenemos a la mano un trabajo de Octavio Salazar Benítez (revista “Leviatán”, Madrid, nrs. 85-86 de 2001), donde distingue entre centrismo y moderación, siendo ésta una capacidad de actuación propensa al diálogo y la negociación que evidentemente no se dio en Chávez Frías, excepto una maniobra de insondable cuño oportunista y manipulador.
Podemos citar innumerables trabajos sobre la díada, la serie que le dedicó “Marcha” de Uruguay a especificarla tiempo atrás, o la famosa diferenciación con la izquierda borbónica de Petkoff. Lo cierto es que muy difícilmente encontremos una caracterización de la izquierda o de la derecha que aceptablemente opere en el medio político real, siempre propensos a los estigmas interesados de ubicación que siembra el chevezato que no alcanzan a justificar el por qué tiene también en sus filas a reaccionarios, racistas, insensibles, explotadores, apátridas, delincuentes, arrogantes.
Tarea pendiente, desde las actas constituyentes de 1999 para acá, incluyendo las miles de millones de ediciones impresas y audiovisuales que ha parido el régimen, sería interesante constatar una mínima evolución conceptual de la díada que, en definitiva, los lleva a la recreación del Frankestein simbólico, ideológico o imaginario. Mientras tanto, hacemos caso de una observación que hizo José Barbeito al versar sobre la revolución cubana (“Realidad y masificación”, 1964): “Precisemos, ante todo, que el esquema de las derechas y las izquierdas es anacrónico: desde la Revolución Francesa hasta nuestros días ha llovido mucho. Pero, además, es falso. Los comunistas, que aparecen tradicionalmente alineados en la extrema izquierda, pasan a constituir una derecha ultramontana tan pronto asumen el poder”.
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/11689-de-un-estigma-de-ubicacion
Fotografía: Marie Claire Chahda, urb. El Bosque, Valencia (06/12)
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