miércoles, 23 de mayo de 2012

ANATOMÍA DEL (DES) ENTUSIASMO

EL NACIONAL - Sábado 21 de Junio de 2003     A/8
La estética del hambre
Ramón Hernández

I El arte ha sido siempre una actividad sospechosa. Le tienen ojeriza no por sus consecuencias (que implicaría reconocerle a sus detractores una visión de futuro que no poseen, aunque se jacten de la trascendencia de sus acciones y hablen de transformaciones que durarán 200 años, de cambios definitivos), sino por su esencia, que no es poco. Ludovico Silva, que buena falta hace en este momento de confusiones y engorros ideológicos, decía con su voz carrasposa que la belleza es un valor revolucionario per se. Si alguien lo repitiera hoy, más de un funcionario gubernamental sacaría la pistola, en especial, el coordinador de la campaña de alfabetización. ¿Por qué es un secreto enseñar erre con erre cigarro?
El desdén del régimen bolivariano hacia la cultura y el arte no es una percepción errada, ni mucho menos el resultado de su propia jerarquización de valores, tampoco del descubrimiento de nuevos imperativos categóricos producto del cambio de paradigma que tanto le llena la bocota a Pedro Carreño, el zar de la mentira, sino el resultado de una ausencia total, supina y objetiva del hecho cultural como cosa en sí y, sobre todo, en mí, que es como hablar del arte como objeto y también como sujeto, sin olvidar el predicado.

Vayamos al ejemplo que ilustra. El chapucerismo con que el funcionariado revolucionario maltrata el idioma, pese al esfuerzo cognitivo de Willian Lara para pronunciar equivocadamente cada fonema y el extravío narrativo que acarrean los nudos articulatorios de Freddy Bernal –en catalepsia reflexiva–, es apenas una aproximación superficial y simple a la verdadera esencia del régimen, vinculado desde muy temprano con el linaje uceveco que impuso en el texto constitucional su estilo churrigueresco, envuelto en un disfraz de acabado vanguardismo: ¿fiscal o fiscala, edil o edila? Sale pallá, Nicolás.

A esta altura del “proceso” y sin que medie preocupación alguna, las carencias estéticas afectan gravemente la moral y viceversa. Una somera observación de la imagen anémica que irradia MVR-TV, no importa cuánta energía traten de insuflar los entrevistados que desfilan ante sus desvencijadas cámaras desde que amanece hasta que oscurece, y que "reponen" inmisericordemente en la noche, deja bien claro que en ética del régimen todo se vale siempre que se pueda enhebrar una explicación que suene a lógica, no importa que la linterna de Diógenes no alumbre nada. Si el mandante afirma que cuando se tiene hambre está permitido robar, no puede sorprender que los más hambreados de la sociedad, el lumpem y más abajo, destruyan obras de arte, desmantelen instalaciones de vanguardia y retaguardia, y, a cambio de unas cuantas monedas, condenen a la fundición las estatuas del procerato republicano, sin que se les agüe el ojo y sin que se les pueda llamar judas.

Desde la ribera del Sena, Carlos Cruz Diez se lamenta premonitoriamente que la ruina que nos acogota implicará que en el futuro sólo habrá fotografías de sus aportes al arte, que los recogelatas y demás miembros de la Corte de los Milagros se las despacharán literalmente por fuerza de su miseria y de su hambre, como todo lo demás que tenga valor de cambio que amanezca al descampado y sin los anillos de seguridad que utiliza el régimen para disimular el culillo y otros asuntos menos estéticos. Y está equivocado: tampoco habrá fotos, las usarán como sustituto del papel tualé.

II No sería extraño que el paradigma quintorrepublicano le depare una mayor valoración al mapa de Venezuela que garabateó el mandante en una de sus cadenas mediáticas que a los coloritmos de Alejandro Otero. Anteriores procesos revolucionarios desalojaron sin pudor alguno el arte colonial y la pintura de los siglos XIX y XX de los centros culturales con el fin de darle lugar al lápiz que usó Fidel Castro para escribir que la historia lo absolvería, junto con otros utensilios de uso personal. Por el camino que vamos, no cuesta trabajo imaginar que pronto tendrán más valor estético los gráficos elaborados por Jorge Giordani que los penetrables de Jesús Soto o toda la pintura de Régulo Pérez, pese a su camaradería con Lina Ron.

Si la manera más efectiva de destruir la poesía es considerar que todos somos poetas, empezando por Tarek, la misma ley funciona en otras ramas de la creación. Ahí están los murales perpetrados con alevosía y rampante mal gusto en las trincheras de la avenida Libertador, y que tanto Leopoldo López como Freddy Bernal patrocinan con alegría similar a la que sintió el papa Julio II cuando Miguel Angel pintó la Capilla Sixtina.

Es verdad, los parisinos hambrientos, que fueron muchos, no se aprovecharon de la falta de vigilancia para despacharse la torre Eiffel, pero tampoco ninguno imaginó que para construir “el mejor de los mundos” tenía que convertir en polvo y ausencia la civilización que les había precedido, tanto en el reino material como en el de las ideas. Hasta el francés más ignorante sabía que el mal rato era transitorio, como también lo será en esta Tierra de Gracia, aunque Adina no lo crea y Nora siga creciendo –¿de ancho?– en las dificultades.

Permuto luminaria renacentista por mendrugo de pan y borrador de renuncia con su rabo de cochino intacto.

Fotografía: María Fernanda Jaua (Facebook)

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