ECONOMÍA HOY, Caracas, 03 de Marzo de 1997
Una nota ignaciana
Luis Barragán
La crisis se ha hecho rutinaria, parte de los días. No comporta una enorme excepción, por lo que puede deducirse que no hay crisis, pues ésta se manifestaría plenamente se hubiese síntomas de mayor equidad social y de superación económica. Luego, a lo Gramsci, estamos acostumbrados a la estación: no somos la noche, pero tampoco la madrugada. La transición no es tal sino - inconclusa- un dato permanente.
“Alguien dijo: ‘Todo esto es pura mierda’, pero Ignatius ignoró la voz. Hubo un silencio feliz en la fábrica, la mayoría de los trabajadores estaban ávidos de alguna ruptura con la rutina” (p. 139). ¿Es que acá pasa algo diferente, tanto que puedan soliviantarse los espíritus?, ¿no podemos regresar sin solemnidades a la utopía?; ¿los opositores anómicos, los célebres encapuchados que toman rigurosamente sus vacaciones ante cualquier fecha patria, con puente y todo, no son más de lo mismo?”; ¿por qué escribir esto?.
La inseguridad personal es uno de esos ejemplos de la normalidad. Incluso, quienes son víctimas del hamponato, no pueden alterarla. Son los primeros sospechosos no sólo del delito consumado y hasta frustrado, sino de un atentado contra el orden establecido: “ Si tiene usted un momento, estoy dispuesto a discutir con usted el problema de la delincuencia; pero no cometa el error de fastidiarme a mí”, enfatizó Ignatius Reilly (p. 17). Evidentemente, tamaña ilustración no revela otra cosa que temor ante un ciudadano que privadamente dibuja su propio perfil de la polis: “ Tienes que comprender el miedo y el odio que inspira a la gente mi weltanschauung - Ignatius eructó -” . Así, “no mencionaré este disparatado viaje a Baton Rouge. Creo que aquel incidente engendró en mi una resistencia psicológica al trabajo” (p. 60). Un cuadro donde el ejercicio irónico refleja una realidad inadvertidamente irónica. Y tanto que, al agotar las instancias, atacar el centro del sistema político, dice dar con los militares sodomitas disfrazados, deseosos de encontrarse con otros sodomitas, desempeñar el falso papel imaginario, para concluir con la guerra, desembocando en fiestas y bailes (p. 239).
Los bajos fondos de Nueva Orleans quizás no se parecen a los nuestros, pero esta rápida incursión ignaciana habla de una actitud semejante ante los contrastes de una anormalidad que no es tal.
(*) John Kennedy Toole. “La conjura de los necios”. Anagrama, 15ta. edición. Barcelona. 1987.
Fotografía: Tomada de la red.
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