martes, 29 de mayo de 2012

RECONSTRUCCIÓN

EL NACIONAL - Lunes 28 de Mayo de 2012     Escenas/2
García de Quevedo, proscrito y revivido
PALABRAS SOBRE PALABRAS
LETRAS
FRANCISCO JAVIER PÉREZ

Habitan la historia de la literatura grandes autores que en su tiempo tuvieron mediana o tímida figuración y que, por añadidura, la cruel posteridad tampoco les ofreció el renombre que merecieron.

Doblemente olvidados, son sólo asunto de historiadores eruditos y de cultores de la investigación sobre nuestro arte verbal del siglo XIX. Recordarlos hoy, simplemente, tiene la entidad de un reconocimiento. Sin duda, enorme, cuando el recuerdo viene respaldado por un estudio que lo reaviva (una resurrección) ante la mirada descreída y petulante de los lectores del presente, ganados casi siempre, a la novedad pasajera y al escrito sencillón que llenará algunas horas muertas de sus vidas secuestradas por la cosa global.

Es éste el caso de José Heriberto García de Quevedo, poeta nacido en Coro en 1819, de padres españoles y realistas que al poco tiempo regresarán a su patria, cuando la guerra de Independencia se desborde. De familia noble y de abolengo literario singular (su ascendencia parentelar lo liga a Quevedo, el Francisco), hará carrera pública y de escritor en la España posnapoleónica y bajo el reinado de Isabel II. En 1857 ejercerá de cónsul general de España en Caracas y la oportunidad será capitalizada y capital para que resurja su amor venezolano y se active el gusto por la tierra perdida para él en hora fatal (cantará a la city caraqueña y a su montaña mágica en una de sus realizaciones más perdurables, diciendo, como un adelantado Pérez Bonalde: "En la falda de un monte que engalana,/ feraz verdura de perpetuo abril,/ tendida está cual virgen musulmana,/ Caracas, la gentil"). Regresará con éxito para culminar sus trayectos de escritura de teatro, poesía, narrativa y traducción; renglones en los que propondrá su romanticismo de buenas maneras, motivado por el de Byron y Hugo (luminarias que destellan en su epopeya El proscrito). Su biografía y su gestión relacionan su nombre con el de otros dos astros venezolanos que brillan en Madrid: Antonio Ros de Olano y Rafael María Baralt. Con ellos tendrá su discurrir de venezolano desplazado por circunstancia o voluntad. Los tres fulgurarán en el tiempo isabelino con inteligencia de centella y arte refinado.

Al final, vemos a nuestro Quevedo en París en una fecha equivocada, el fatídico 1870, año de pérdidas patrióticas y revueltas (Francia postrada ante Alemania y los comuneros alzados en furiosa contienda). Una bala sin destino ciega el de este noble cultor de nuestra poesía. La fatalidad cierra un ciclo que fue siempre cristalino y esplendente.

Acaba de editarse Un poeta venezolano en la Casa Real Española (Círculo de Escritores de Venezuela, 2011), de Carlos Alarico Gómez.

Trabajo de historiador, junto con la reconstrucción biográfica se determina lo que la época marca en la fragua de este hombre público de vida estética. Resulta un primer intento por rescatar al poeta con su brillo de escritor premiado o condenado, según se mire, al ejercicio del funcionariado cortesano; una penuria que lo posterga y lo proscribe.

Triste corazón amante, pide como recompensa a sus dolores, un epitafio que rece que "sienta mal el laurel al afligido" y que "insulta la mentira al que es sincero". Honesto y venturoso, hoy revive.

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