La fascinación de la víctima
Luis Barragán
Brevemente, imaginemos un pequeño inmueble habitado por un número
escaso de familias harto ocupadas por los asuntos de cada día. En el
apartamento que tiene a dos niños con lechina, no saben de los otros que
afrontan una parecida situación y, menos, adivinan que el
circunstancial juego infantil contagió o pudo contagiar a otros, excepto
que sea notable cierta anormalidad,
porque baje la movilización escolar, desahogado el ascensor en las horas
claves; un vecino le preste a otro el termómetro, constatando la
relativa generalización del problema; o, simplemente, siendo el medio de
comunicación por excelencia, la conserjería revele un porcentaje de
familias afectadas que las lleva a tomar las medidas de precaución.
Creyéndola propia, intransferible y excepcional, cada familia
descubrió la realidad común que vive el condominio, participando de una u
otra forma en la solución del problema. Vale decir, participación que
necesita de la publicidad, asunto éste que la junta de administración
procurará manejar según sus intereses.
Mutatis mutandis,
creíamos que las nuestras eran dificultades exclusivas, agravadas por
nuestras imprevisiones, hasta descubrirlas excesivamente parecidas a las
del otro y los otros. Y, aunque la realidad sigue un curso
insobornable, a veces demorado el estallido, la junta administrativa del
país procura que no nos enteremos cuánta coincidencia hay en un pueblo
que no tarda en reconocerse en los problemas y desea también hacerlo con
sus soluciones.
Un sector de la ciudad capital vivió cercana y
dramáticamente la desgracia de La Planta, atinando en las vicisitudes
de los prisioneros y sus familiares que también las supieron
compartidas. Por muchas diligencias que hicieron las autoridades
competentes para ocultar – precisamente – su incompetencia, toda la urbe
– largamente victimizada - se vio afectada por esa realidad tan común
como el viento, algo que – seguramente – experimentan otras localidades
del país con menor acento noticioso.
Nadie debe ocultar la
vieja data del problema penitenciario venezolano, aunque pocos se
atrevan a desmentir el costo político que acarreaba. Hoy, a catorce años
de un mismo gobierno que ha disfrutado literalmente de recursos
descomunales, mas no del necesario talento, la más abnegada diligencia
es que no se sepa siquiera de los disparos intercambiados, por más que
se oigan, hieran o maten, agudizado como nunca antes un problema que se
dijo resolver mediante la creación de otro despacho ministerial,
presupuestariamente bien equipado, y la designación de una titular de
tan particulares características.
Ejerciendo el monopolio de
las imágenes, quizá cazando al vecino que fotografiaba las incidencias
del lugar a través de un móvil-celular, la principal televisora del
Estado fue la única que se internó en las interioridades de La Planta, a
objeto de dar una versión interesada de los sucesos ahora vedados a
diferentes medios independientes. Los francotiradores diligenciaron una
buena posición en los edificios cercanos, acaso con la fascinación de
una aventura segura que, un poco, la compartieron los residentes por el
despliegue de las armas y los otros arreos marciales, sabiéndose
absolutamente desprotegidos por los guardianes del poder político
establecido.
El objetivo estratégico, con el traslado de los
presos, ha sido el de reacomodar la vitrina noticiosa que es Caracas,
como bien lo conocen los funcionarios – igualmente ministeriales – de la
electricidad. No hay investigación ni comisión parlamentaria válida
hasta que perfeccionen la escena, por lo que – a lo sumo – la ministro
podría acudir a una sesión plenaria, aventajada por un espectáculo del
que han gozado sus – ahora - colegas.
Lo peor es que el
gobierno no da explicaciones, salvo las que juzgue más convenientes para
sus emisoras y periódicos, esperando el resto de la humanidad el rebote
noticioso. Nadie se atreve a aclarar la existencia de un sofisticado
armamento o la posesión de drogas, como la gerencia de otros negocios
delictivos, en el centro penitenciario, pues tampoco alguien ha dicho
sobre las armas halladas en un asalto realizado en Barquisimeto,
pertenecientes sus seriales a las de la Policía del Táchira que
Miraflores desarmó, dejándolas en custodia de la Fuerza Armada Nacional
Bolivariana.
El entonces vicepresidente de la Comisión de
Asuntos Parlamentarios, William Ojeda, por poco le allanan la inmunidad
parlamentaria, ya que, en una anterior crisis, cumplió con el deber de
apersonarse en el lugar de los acontecimientos, denunciarlos y proponer
alternativas. El oficialismo asegura que basta con un eufemismo
(“privados y privadas de libertad”), para tratar la materia, bloqueando o
impidiendo todo debate e investigación, libre y convincente, por la
Asamblea Nacional.
Presumiendo de ella, carecen de toda
autoridad moral para atender lo que se ha convertido en una tragedia que
contrasta con tiempos añejos. Lo más lejos que pueden llegar es
repetir enfermizamente las consignas, porque así como en la última
sesión de la Asamblea Nacional divagaron sobre la crisis global del
capitalismo o los indicadores sociales, para soslayar las denuncias
contundentes de los diputados Miguel Ángel Rodríguez y Julio Montoya, o
callaron sospechosamente a fin de imponer arbitrariamente la
cpostergación del Proyecto de Ley de Control para la Defensa Integral
del Espacio Aéreo, ahora pretenderán irresponsabilizarse de los hechos
de La Planta, anhelada como una conspiración macabra de la oposición
apátrida.
Descubrimos a los propagadores de la lechina ya
inocultable que nos amenazarán con elevar la cuota de condominio y
cortar el agua, procurando un silencio cómplice. Por más que digamos
ocuparnos de nuestros asuntos, tenemos un destino común que día a día
nos sorprende: casi como la psiquiatra Elvira Madigan, el personaje de
una novela de Ana Teresa Torres, que se hizo de un iceberg criminal,
hemos atado pacientemente los cabos dejando que el lingüista-forense
dictamine en los venideros comicios presidenciales.
Se ha hecho notable la realidad, cuyo estallido está en proceso. Pedevalizados, su mayor orfandad es moral.
Fuente:
http://www.noticierodigital.com/2012/05/la-fascinacion-de-la-victima/
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=867323
Fotografía: Reseña de El Nacional, Caracas, 22 de Mayo de 2012
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