SOL DE MARGARITA, 26 de Mayo de 2012
Cuando el camarada Stalin negociaba con un pran de Siberia
Walter Castro Salerno
Gran parte de las aberrantes desviaciones que se atribuyen, con fehacientes pruebas al respecto, al gobierno del camarada José Stalin, fue la confiscación del poder popular en la URSS. Como bien apuntó Trotszky, el “profeta de la Revolución rusa”, primero era la dictadura del partido. Luego la del comité central. Más tarde la del buró político y por último todo el poder en manos del georgiano.
Los excesos de aquel poder, sin parangón ni siquiera bajo el régimen de los zares, fueron desvelados por el llamado “Informe Kruschev” en la famosa XX asamblea del partido en 1956. Olvidó Nikita en aquella histórica y así memorable jornada, que él mismo había participado activamente en las sangrientas purgas estalinistas en Ucrania y toda Rusia. Pero claro, como es sabido las letras del alfabeto de la historia, las ponen los vencedores.
Cierto es que Stalin también contribuyó poderosamente a la consolidación del régimen soviético. A su emergencia en la escena mundial como gran potencia, después de la victoria sobre los ejércitos más fuertes de su época, como los de Hitler. La dotó de una industria pesada.
Stalin en sus años mozos de ferviente agitador hubo de ser llevado a Siberia. Allí enviaría luego a quienes consideraba enemigos de Rusia. Sobra decir que su identificación con la “Madre Patria” era absoluta como su propio régimen. Así, los enemigos de aquella eran lógicamente los suyos. Toda una literatura, narrativa, poética, teatral unida a la mirada del occidente, el cine y las leyendas trazan un torvo perfil del líder soviético.
La exagerada e intensiva propagación de sus crímenes, ciertamente inocultables, y todas las sangrientas aguas que desde entonces han corrido bajo los puentes de la humana historia, hizo posible que algunas de sus acciones hayan caído tranquilamente en un pedregoso suelo de desdeñoso olvido. Hay una que, rescatada por uno sus biógrafos de ése suelo casi petrificado que constituye el mito, merece ser bien tomada en cuenta cuando se examina la situación penitenciaria del país llamado Venezuela.
Dícese que al camarada Stalin llegó en cierta ocasión en su dacha de Kuntsevo un dato, algún rumor, traído seguramente por el siniestro Beria, según los cuales algunos disidentes importantes, congelados en la tundra siberiana, en vista de las pésimas condiciones que allí sufrían y medio muertos de hambre, se proponían, acaso en algún arrebato verdaderamente paranoico, emprender una huelga de hambre. La verosimilitud de este hecho os parecerá sin duda, mis queridos y amables lectores sabatinos, más que dudosa. Sin embargo parece sí haber tenido lugar.
Stalin se propuso pues, a través de Laurenti Beria como jefe de la KGB, negociar con el “pran” o los “pranes” de aquellos osados disidentes sepultados en el gulag. Luego de dar unas pausadas chupadas a su pipa, les mandó el siguiente mensaje: “Qué bien harían en extender la huelga de hambre a todos los prisioneros del campo de concentración”.
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